Fue Kant quien puso de manifiesto la inevitable tendencia de la
razón a la realización de síntesis cada vez más generales que acaban siempre por
ir más allá de los límites de la experiencia. En la Crítica de la razón pura
el filósofo de la Ilustración analizó la posibilidad de la metafísica como ciencia,
así como el alcance y límites de sus tres ideas absolutas: la síntesis última de
la totalidad de la experiencia interior, el alma; la síntesis última de la
totalidad de la experiencia exterior, el universo y la síntesis última de la
totalidad de la experiencia interior y exterior, Dios. Bajo la influencia de la
física matemática newtoniana concluyó, como es sabido, que la metafísica es una
ilusión epistemológica y, por tanto, no es posible un conocimiento válido de tales
ideas… al menos para la razón teórica.
No obstante, la ineludible querencia, la necesidad del pensamiento de especular sin tregua en el vacío, una especie de ejercicio compulsivo de bicicleta estática sin cadena, se manifiesta de forma recurrente en ámbitos distintos y distantes de la cultura. Incluso entre la comunidad científica contemporánea prosperan profusas variantes de las síntesis kantianas. Se trata de teorías no contrastadas empíricamente que se aceptan porque son la única explicación posible (y provisional) que permite encajar todas las piezas del rompecabezas.
En torno al alma, el emergentismo es un modelo explicativo
que trata de resolver el problema ancestral de la relación entre la mente y el
cerebro. En un reciente libro del escritor Juan José Millás y el paleontólogo
Juan Luis Arsuaga La conciencia contada por un sapiens a un neandertal, el
científico justifica la definición verbalista de la mente como una propiedad
emergente del cerebro: Lo de "propiedad emergente" es una fórmula
que usamos los científicos para eludir hablar de algo que no entendemos. Lo más
que podemos decir es que cuando los componentes de un sistema alcanzan cierta
complejidad y actúan entre sí, pueden surgir propiedades que no estaban por
separado en ninguno de sus componentes y que no eran deducibles por tanto de
los elementos de ese sistema. Algo parecido a lo que el premio Nóbel de
Medicina en 1963 John C. Eccles y el filósofo Karl Popper propusieron en su
libro conjunto El cerebro y la mente (1980). Sostienen que los
componentes del cerebro (neuronas, árboles dendríticos, conexiones sinápticas,
áreas funcionales) son insuficientes para comprender los procesos mentales, algunos
de ellos de una gran complejidad como la autoconciencia, la identidad personal,
el carácter voluntario de la acción humana, el inconsciente o el pensamiento
creador. Tales procesos hacen necesaria la hipótesis de una mente autónoma. En
consecuencia, desarrollaron la hipótesis mentalista de que en la corteza
cerebral interactúan las dendronas (agrupaciones de dendritas) de carácter
neurofisiológico y la psiconas (agrupaciones de unidades de activación mental)
de carácter psíquico. La interacción entre ambas se explica mediante una
inextricable teoría bioquímica rechazada por la comunidad científica. En realidad, desde los órficos y los pitagóricos no se ha avanzado
mucho en la solución del dualismo antropológico; únicamente podemos afirmar que
tanto el cerebro como la mente son estructuras demasiado complicadas (y todavía
más su interacción) y que, en todo caso, han servido para enriquecer el léxico
de los diccionarios académicos. El infierno de la retórica y el paraíso del
neologismo, en palabras de Giorgio Agamben.
Si nos referimos al universo, segunda síntesis, los vacíos
cosmológicos se multiplican: la teoría del Big Bang, incapaz de explicar
en qué consiste esa singularidad infinitamente densa que originó el universo
tras la gran explosión; la materia oscura, invisible al no emitir ningún tipo
de radiación electromagnética y que, según los físicos, contiene un 85% del
universo; las ondas gravitacionales, demostrables con sólo tirar un lápiz e indetectables
para la tecnología actual; los agujeros de gusano que sólo convencen a los
guionistas de ciencia ficción; la teoría de cuerdas, un constructo matemático que
no funciona a menos que el universo tenga diez dimensiones. O el destino del
universo: ¿Seguirá expandiéndose como un globo hasta el infinito y más allá como
supone la teoría de la inflación cósmica o habrá una gran implosión o Big
Crunch que lo comprimirá hasta el estado previo a la gran explosión y
vuelta a empezar en un universo cerrado y pulsante?
Del otro lado, el espeluznante mundo de la mecánica cuántica
(Einstein dixit) y sus teorías sobre el microcosmos o los sistemas
atómicos y subatómicos. Richard Feyman, el genial físico, premio Nobel en 1965,
afirmó que Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha
entendido… sentencia que se aplicaba a sí mismo. Por no hablar de la
ecuación formulada por el físico británico Paul Dirac, Premio Nobel en
1933 compartido con Erwin Schrödinger, quien predijo la existencia de
la antimateria, sin que nadie se explique por qué sólo se observa en
condiciones experimentales o de laboratorio, pero no se detecta en ninguna formación
del universo. La NASA envió al espacio en 2011 la sonda Alpha Magnetic
Spectrometer para buscar indicios o restos de antimateria, pero sin
resultados concluyentes hasta la fecha. Algunos cosmólogos duermen tranquilos
tras anunciar su desaparición hace millones de años.
¿Es posible hablar de Dios desde la ciencia? La variante de la
última síntesis kantiana. Es conocida la frase lapidaria de Einstein para
refutar la mecánica cuántica y sus principios indeterministas: Dios no juega
a los dados con el universo. Se trata de una metáfora. No
así la respuesta de Pierre S. Laplace (1749-1827) a Napoleón cuando el
emperador, tras conocer la fama del Traité de Mécanique céleste, lo
recibió en su biblioteca con la siguiente observación: Monsieur Laplace me
dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y nunca
habéis mencionado a su creador. Laplace inflexible con sus principios se
levantó y replicó bruscamente: No tenía necesidad de tal hipótesis.
La mayoría de los científicos consideran que la existencia de Dios es un tema que está fuera de la ciencia. En sentido kantiano: Dios no es un problema de la razón teórica, sino de la razón práctica. Aunque algunos no están de acuerdo y defienden la hipótesis de Dios en el sistema del universo. La cuestión es si se trata de ciencia o de teología camuflada mediante un selecto repertorio de términos científicos; el mismo recurso que utilizan los programas de misterio, enigmas sobrenaturales y platillos volantes. Hay publicaciones recientes: Dios y la ciencia, hacia el metarrealismo de Jean Guitton y otros; Dios, la ciencia, las pruebas, el albor de una revolución de Oliver Bonnassies y Michel-Yves Bolloré. Todo muy francés y católico (ver las biografías). No se trata, en ambos casos, de defender un panteísmo que identifica el universo y Dios en una unidad en el fondo materialista. Según parece, postulan la existencia de un Dios creador y ordenador del universo. Me recuerda al primer motor inmóvil de Aristóteles o a la primera causa incausada de Tomás de Aquino. Pero como no he leído ninguno de los dos libros no puedo opinar sobre estas nuevas teorías del Punto Omega y otras entelequias.
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