viernes, 25 de abril de 2014

Las tendencias son tendencia

Leía el otro día, para preparar mis deberes de compréhension écrite de L'Alliance Française, un fragmento del libro Sociologie des tendances de Guillaume Erner. Lo cierto es que me aparté del guión, es decir, de la batería de cuestiones cartesianas (entrada en materia, 1ª lectura, 2ª lectura, Vocabulario, Opinión, Gramática…) a las que la pedagogía francesa es tan propensa. El tema del libro no es nada original (ni mis comentarios tampoco), pero me recordó uno de los hilos de la madeja cultural de los que alguna vez había tirado sin demasiada convicción. Además completaba así el penúltimo apartado del ejercicio. Ahora me falta traducirlo.

El texto comienza con la siguiente presentación:

Henos aquí intrigados por esas focalizaciones del deseo mediante las cuales unos individuos distintos de otros descubren los mismos deseos sin haberse puesto de acuerdo. Tales convergencias del gusto colectivo han decidido que van en primer lugar los moelleux au chocolat y después los macarrones, el tenis y después el golf, los coches híbridos y luego los 4 x 4. Los medios de comunicación conceden una gran atención a este fenómeno y dedican un amplio espacio a todo aquello que nuestros contemporáneos prefieren o… deberían preferir.

Elegimos (este es el fundamento de la mayoría de las tendencias) lo que la industria cultural ha elegido por nosotros. La frase peliculera de “no hay en esto nada personal, sólo es un negocio” se acerca mucho a la verdad. Sería más exacto hablar de mercados de tendencias. Las tendencias no surgen por generación espontánea. Son más bien el resultado de complejos modelos de mercadotecnia y análisis dirigidos a la fabricación artificial de demandas. Detrás de la inocente espontaneidad de los gustos hay un cálculo milimétrico de la facultad de desear y los hábitos de consumo. Las modas que aparentemente surgen y se extinguen al azar son el resultado del principio de causalidad. En realidad nada queda al azar. Equipos interdisciplinares intervienen en la construcción de las tendencias. El capital industrial (en manos del financiero) exige una adecuada administración de los deseos. Se trata de una “ingeniería de la conducta” tan eficiente que no es posible encontrar precedentes en la historia. En primera línea de la manipulación se encuentran los expertos, psicólogos, sociólogos, economistas, incluso historiadores. Todos dispuestos a dar un nuevo sentido a las leyes del mercado, a la libre competencia y, en resumen, a un nuevo (y perverso) concepto de libertad. El programa de autoconocimiento y racionalización social se ha convertido en gestión empresarial. La tecnocracia certifica el determinismo sociológico. Se han cumplido las predicciones de la Escuela de Fráncfort sobre la lógica de la dominación y la ideología positivista en las ciencias humanas.

Una vez que las tendencias han sido cocinadas en los laboratorios tecno-antropológicos, se propagan a la velocidad de la luz. Prosperan por la cantidad del estímulo que los medios de comunicación son capaces de transmitir. Por supuesto hablamos de la publicidad, pero funcionan más canales de comunicación: las entrevistas a famosos, las revistas del corazón, las encuestas a la gente “normal”, las poderosas redes sociales, la mensajería instantánea y, por supuesto, la calle.
La curva de fijación de las tendencias es fulminante al intervenir todos los tipos de aprendizaje:
El aprendizaje clásico o asociativo: en cuanto ciertos productos se vinculan a situaciones concretas. Una correcta adaptación social exige salivar en cuanto suena la campana.
El aprendizaje operante: pues la adquisición de los productos inducidos por la mercadotecnia desencadena un sistema directo de refuerzos y castigos. El concepto de tolerancia choca frontalmente contra la coerción de las tendencias. Todo está pensado para gratificar al gregario y frustrar al desertor. Una parte del control social procede ahora del sistema de sanciones informales que los grupos sociales aplican por la desviación de las normas. Quien no acata las tendencias está automáticamente marginado.
El aprendizaje por imitación: ya que la reproducción geométrica de las tendencias proviene en gran medida de modelos sociales consagrados. Los denominados “creadores de tendencias”, estrellas del cine, gente guapa, deportistas de élite, famosos de la radio, ciertos “artistas”, genios de la performance, son las marionetas movidas (y bien alimentadas) por la tecnología de la conducta de las grandes multinacionales.

La proliferación de tendencias recuerda los procedimientos de ciertos laboratorios de farmacología psiquiátrica: primero inventan un síndrome y después lanzan las píldoras que lo curan. Otro ejemplo: si hay un excedente de carne de pavo se asegura que está científicamente relacionada con la aparición de determinados tumores; si la producción es baja se presentan estudios sobre sus efectos beneficiosos para la salud (en realidad, para las marcas de alimentación). Todavía uno más: los adictos del mundo global, incluida China y la India, pagan cifras exorbitantes por las tablets y smartphones de una conocida multinacional norteamericana cuyos precios multiplican por cuatro los de otros dispositivos de la competencia (también muy caros). La firma de la manzana es supertendencia gracias a una convincente teología del diseño, la exclusividad y los grados de perfección. El mensaje manifiesto del laboratorio: su estatus se dispara si comparte nuestros productos. El mensaje latente: lo que tiene en las manos es una mezcla a partes iguales de ciencia y arte, los dos grandes logros de la humanidad. Razón y sensibilidad: sea un ciudadano de gama alta y pague sin complejos. Por cierto, según parece, la firma ha creado una gama en rosa de portátiles que hacen furor entre la comunidad gay.

Las modas son tendencias. Los coches, la ropa, el calzado, los lugares dónde hay que ir de vacaciones, los deportes que conviene practicar, los nombres de los niños (un misterio aun sin aclarar). ¿Se han preguntado por qué abundan esos intimidatorios coches 4 x 4 en las grandes ciudades?  Nada más engorroso e inútil. O por qué de pronto desaparecen de las tiendas los adorables pantalones de pinzas (dobles a ser posible), anchos, cómodos, masculinos… O por qué las mujeres martirizan sus pies con todo tipo de botas. O por qué este verano todo el mundo decide comprar sus pasajes para aburrirse y engordar cinco quilos en un crucero. O por qué el número de licencias federativas de golf dobla a las de tenis. O por qué misteriosamente todas las niñas se llaman Noemí, Thalia o Maialen y los niños Hugo, Jonathan o Bruno.

La tesis que formuló Durkheim de que una misma acción, un mismo hecho social, tiene dos significados complementarios, uno psicológico y otro sociológico, se comprueba una vez más. Cualquiera de las tendencias anteriores tiene dos componentes: uno interno, subjetivo, individual, “consciente”; otro externo, objetivo, social, inconsciente. El problema es que el equilibrio entre ambos al que aspiraba la sociología funcionalista mediante las nociones de conciencia colectiva y solidaridad orgánica se ha convertido en alienación económica.

sábado, 19 de abril de 2014

La Semana Santa de Cuenca




Al contrario que las Fallas, que están todo el año dale que te pego, nada se mueve en la Semana Santa conquense hasta bien pasadas las navidades. Los primeros cálculos comienzan con los retoques y mejoras del santo. Es cosa de las cofrades. Tras un repaso a fondo, se decide lo que falta, lo que sobra y lo que vale. Con la lista, las santas mujeres viajan en Auto-Res (ahora con otro nombre) a las tiendas de artículos religiosos de Madrid, El Ángel, Palomeque, Emaús o Belloso… Se echa mano del fondo para asuntos varios, aunque algunas prefieren correr con las facturas. Hachones, benditeras, mantos, rosarios, urnas y coronas. Se bordan los adornos y se plancha la ropa blanca. También se apalabran flores y cerería.
A finales de Abril se convoca la Junta General de Cofradías, presidida por las fuerzas vivas de la ciudad y controlada por los representantes del obispado para lograr la concordia final entre razón y fe. Todos los años, tras la obligada representación de una tormenta en un vaso de agua, se habla de lo mismo y se acuerdan los mismos puntos. Las vestiduras de los nazarenos, capuces, túnicas y capas tienen que ser iguales. Algunas hermandades, insiste el secretario, parece que tienen tres equipaciones como los equipos de fútbol. Si se apaga la tulipa no hay que molestar al de “alante” o al de atrás para que la encienda con la suya. Hay que mantener el orden y la distancia en las filas, no charlar con la familia y los amigos de las aceras, no deben salir niños muy pequeños que terminan armando la marimorena, no entrar y salir de las filas a “descansar”, es decir, ir a los bares; las últimas filas no deben pegarse a la banda de tambores y cornetas, prohibido comer pepitillas (pipas de girasol en conquense) o fumar (¿?). En mi época no se permitía a las mujeres salir de nazarenas. Es evidente que aunque tapadas se distinguen. Supongo que esa era la razón, ¿o era que todos los discípulos de Jesús eran varones? Ahora, según me cuentan, son mayoría. Un avance dudoso en la igualdad de derechos.
Después se reúnen las cofradías por separado, cada una en su local. Se lee el acta de la Junta General entre bostezos. Se informa de las mejoras del santo. Pero lo principal es el reparto y subasta de banzos. Algunos son por turno rotatorio. No hay que pagar. Por los demás se puja. En algunas hermandades se alcanzan cifras estratosféricas por cargar con el paso, El Ecce homo, La Soledad de las seis, San Pedro, La Virgen de las Angustias, El Santo entierro. Más normas. Se recuerda a los banceros que no deben acelerar la marcha en el tramo final del recorrido. "Parece que van a apagar un fuego". Las horquillas deben sonar al unísono acompasadas con la banda de música. Otra cosa, dijo el presidente: ¡No “basfemís”, debajo de las andas”… A continuación, se leen (salvo súplica de anonimato) los nombres de los encadenados, flagelantes y portadores de cruces que irán tras el santo. También las niñas que harán de magdalenas y verónicas. Finalmente, se elige a la nueva junta directiva, al primer hermano mayor y a los de filas y banceros. Si tienes dinero te vuelven a elegir democráticamente. El caciquismo religioso es el que menos importa a la gente. El hermano mayor se hace cargo del gasto. El gasto es el convite que se celebra normalmente unas horas antes de salir la procesión en el local de la cofradía. Están invitados todos los hermanos, especialmente los banceros (con dieta aparte). El contenido del refrigerio es variable, aunque abundan los pestiños, bizcochos, magdalenas, cerveza y zurracapote. De allí se marcha a la iglesia.
En mis tiempos, era normal pertenecer a varias cofradías. A mí me apuntaron nada más nacer a la Soledad de las seis, al Entierro y al Jesús del Puente. Me pegaron tal madrugón la primera vez y la monté de tal guisa que nunca más se supo; ya de mayor asistí al excepcional gasto del Entierro vestido con capuz, guantes y capa blancos, túnica negra y emblema de la orden de Calatrava. Solo iba a lucir el conjunto. Las chicas se morían por vernos. Una hermandad privilegiada. Lamentablemente bebí más zurra de la cuenta y tuve que volver a casa en taxi por consejo del hermano mayor. En cuanto al Jesús, cuyas andan pesaban toneladas, un año me tocó un banzo por turno y le pregunté al presidente si podía renunciar y quedarme con el importe de la subasta (y que en todo caso renunciaba). La desagradable respuesta no es para repetirla.
Comienzan, pues, los desfiles procesionales, esas increíbles demostraciones colectivas de culto a las imágenes. Recuerdo algunas historias. El primer día, en la procesión de la borriquilla del domingo de ramos, se decía “el que no estrena algo no tiene manos”. Dedicado a los niños. Era interesante observar lo que estrenaba cada cual: zapatos, medias, corbatín sujeto con gomas. Se reconocía al instante porque no dejaban de mirarlo. El domingo de resurrección, la Virgen y el resucitado, dos pasos que partían de iglesias distintas, se encontraban en la Plaza de Cánovas entre vítores, suelta de palomas y los acordes del himno nacional interpretado por la banda municipal con uniforme de gala. Ignoro si sigue así. La procesión del santo entierro sale el viernes por la noche. Tres pasos: la cruz desnuda, el yacente (una buena talla) y la dolorosa. No hay bandas municipales ni tambores y cornetas; solo se oye el golpe de las horquillas en el suelo. El silencio, interrumpido cada hora por el canto del miserere, es estremecedor. Los nazarenos de todas las cofradías, que acompañan al Cristo muerto hasta el sepulcro, cierran el desfile. Todos los entierros me impresionan.
Pero lo más conquense, lo más conocido, son las turbas. Salen el viernes al alba de la plaza de la iglesia del Salvador y se colocan delante del Jesús camino del Calvario. Los turbos no llevan capuz (lo anudan al cuello), van con cualquier túnica (cuanto más grasienta mejor) y esgrimen clarines y tambores caseros. Durante todo el recorrido se burlan del crucificado con sus clarinás (tuuíííí, tuuíííí) y palillás (pon, porobón, porobón, chim, pon). Ni que decir tiene que en la España franquista las turbas estaban formadas por ateos de profesión, izquierdistas e izquierdosos, borrachines, gente de vida licenciosa, pícaros y librepensadores. La derecha conquense, que ya es decir, los odiaba y comentaba despectivamente que los barrenderos recogían tras su paso de todo, incluso… ¡boñigos! La cosa con el tiempo se desbordó; lo mejor de cada casa venía de la España plural y al final había más turbos que nazarenos. Guerra Campos, el obispo pensador, instauró un sistema de credenciales limitadas que la cofradía del Jesús, a la que pertenecen las turbas, repartía con cuentagotas entre la gente de bien. El resto a dormir la mona. Obviamente, el efecto fue multiplicador, solo que ahora, durante la noche, podían oírse por Cuenca las sirenas de la policía armada pidiendo la papela. Los insomnes y “los de siempre” les tiraban botellas desde las terrazas. Lo que era una tradición se convirtió en un problema de orden público. El primer año del decreto episcopal los detenidos no cabían en la plaza de toros. Multas y guantazos. El segundo, la gente espabiló. La internacional de la turba se fue directamente a la salida de la procesión donde los pretorianos de Guerra Campos no podían actuar sin cámaras ni abucheos. Al final, se hizo la vista gorda y con la democracia las turbas perdieron parte de su interés. Nunca he sido turbo porque no me gusta estar beodo sin dormir toda la noche. Las once horas de claritamborreo (¿Alberti?) y los escarnios desafinados han hecho el resto.
En realidad, lo que me gusta de la Semana Santa son las torrijas en almíbar, el potaje de garbanzos y el resoli bien hecho. Cada cual a su palo.



viernes, 11 de abril de 2014

El jardinero y los 48 enanos


He sacado la noticia El jardinero y los 48 enanos de la hemeroteca del diario francés Libération, sección de sucesos. La resumo porque tiene su fondo triste y alegre, como la vida misma.

Un hombre de 68 años ha sido arrestado ayer por robar enanos de adorno. A lo largo de dos años, Arthur, un jardinero jubilado, había acumulado en su pequeño jardín de 30 metros cuadrados un total de cuarenta y ocho enanos de cerámica, arcilla o resina. La policía fue alertada por un vecino que encontraba extraña la proliferación de estos simpáticos hombrecillos en el jardín colindante al suyo y todavía más extraña la tendencia de su vecino a limpiarlos y repintarlos con frecuencia.  
La policía ha relacionado inmediatamente este hecho con las numerosas denuncias de robos de objetos de decoración de jardín puestas en las comisarías y gendarmerías de la región.

Lo que sigue es un extracto de la conversación publicada por la prensa (sin que se conozca el origen de la grave filtración) entre el psiquiatra de la policía André Duclos y el jardinero detenido.

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Psiquiatra. ¿Por qué se lleva los enanos de los jardines vecinales y los coloca en el suyo?

Arthur. Porque están muy solos. Cada vez que paso delante de un jardín y encuentro uno sin amigos, sin nadie con quien hablar, quiero llevarlo con los otros…

Psiquiatra. ¿Cómo sabe que está muy solo?

Arthur. Porque me lo dice.

Psiquiatra. ¿Habla con ellos?

Arthur. Algunos no hablan conmigo, pero la mayoría sí.

Psiquiatra. ¿Qué le dicen?

Arthur. Si puedo sacarlos de allí. Sólo me llevo a los que me lo piden.

Psiquiatra. ¿Quiere decir que algunos no se sienten solos y no desean ir a su jardín?

Arthur. No sé cómo se sienten. Dicen que no desean venir.

Psiquiatra. ¿Sabe por qué no quieren irse?

Arthur. No dan explicaciones. Quizás les gusta la soledad o han perdido la alegría o van a morir pronto y no quieren entristecer a los demás.

Psiquiatra. ¿Es usted consciente de que no está bien entrar en el jardín del prójimo sin que lo hayan invitado y menos aun llevarse los enanos sin pedir permiso a sus dueños?

Arthur. Si se lo pidiera me dirían que no, estoy seguro.

Psiquiatra. ¿Lo ha intentado con alguno de los dueños?

Arthur. No. Además, los enanos no tienen propietarios, simplemente han sido vendidos y comprados sin pedirles permiso, sin saber lo que opinan.

Psiquiatra. ¿Los enanos hablan entre ellos cuando está usted presente?

Arthur. Claro, cuando estoy presente y cuando no estoy.

Psiquiatra. ¿Cómo sabe que hablan cuando usted no está?  

Arthur. Porque me lo comentan. Alguno puede decirme: ayer por la noche cuando te fuiste hablamos de ti.

Psiquiatra. ¿Se acuerda de lo que comentan de usted?

Arthur. En general cosas buenas, son muy amables, les gusta estar conmigo.

Psiquiatra. ¿Se quejan de algo en especial?

Arthur. Sí, a veces echan de menos a otros amigos. Me piden que vaya a buscarlos.

Psiquiatra. ¿Cuando sale a buscarlos, cómo reconoce a los amigos? Es decir, cómo diferencia a unos enanos de otros.

Arthur. Porque pregunto.

Psiquiatra. ¿A los enanos?

Arthur. Claro.

Psiquiatra. ¿Qué les pregunta?

Arthur. ¿Eres François, el primo de Christophe?

Psiquiatra. ¿Siempre acierta con el que busca?

Arthur. No; pero me dicen donde está si lo saben.

Psiquiatra. ¿Cómo pueden saberlo?

Arthur. Muchos estaban amontonados en el mismo almacén. Cuando los venden, se despiden, hablan, se saben cosas.

Psiquiatra. Cuando acierta, baja al jardín y se lo lleva en el coche.

Arthur. Yo más bien diría que se viene conmigo porque lo desea. Ya se lo he dicho.

Psiquiatra. Por cierto, ¿hay entre los enanos hombres y mujeres?

Arthur. Por supuesto, y niños y viejos...

Psiquiatra. ¿Hacen otras cosas los enanos aparte de hablar con usted y entre ellos? Se lo digo porque no parecen moverse. ¿O me equivoco?

Arthur. Hacen lo que cualquier ser humano, sólo que duermen en mi jardín.

Psiquiatra. ¿Quiere decir que andan, comen, se enfadan o se enamoran?

Arthur. Por supuesto, son seres vivos como usted y yo. Es curioso: los he visto tristes pero nunca enfadados.

Psiquiatra. ¿Pueden tener relaciones sexuales, hijos?

Arthur. No lo sé. Probablemente cuando son libres, sí.

Psiquiatra. ¿Dónde viven cuando están en libertad?

Arthur. En los bosques. ¿No conoce la vida de los gnomos?

Psiquiatra. ¿Usted les ha visto alguna vez hacer esas cosas de las que hablábamos antes?

Arthur. No. Conmigo sólo hablan; prefieren relacionarse cuando nadie los ve. Aunque muchas veces me cuentan lo que han hecho la noche anterior.

Psiquiatra. ¿Sólo se relacionan de noche?

Arthur. Sí, así es.

Psiquiatra. ¿Sabe usted por qué?

Arthur.  De día duermen, al revés que nosotros.

Psiquiatra. ¿Y qué hacen por la noche?

Arthur. Se reúnen formando un círculo y hablan de sus familias, de sus padres, de las esposas e hijos que dejaron muy lejos y quizás no vuelvan a ver. Rezan por ellos y para que algún día vuelvan a ser libres.

Psiquiatra. ¿Se siente usted acompañado, satisfecho, incluso feliz hablando con los enanos de su jardín?

Arthur. Sí, son mis mejores amigos.

Psiquiatra. ¿No le gusta hablar o relacionarse con otras personas?

Arthur. ¿Qué no sean enanos, quiere decir?

Psiquiatra. Sí, gente como usted o yo, ya me entiende...

Arthur. También lo hago, pero me caen mejor los enanos.

Psiquiatra. Creo que ya conocemos a los enanos. Ahora hablemos de usted...

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Las “razones” de su generosidad han dado con Arthur en un centro psiquiátrico dónde sabemos que le han diagnosticado una esquizofrenia avanzada. Los médicos de la institución no han autorizado “por el momento” la visita de la prensa al jardinero. No sabemos, por tanto, si sus verdaderos amigos se han ido con él para hacerle compañía.

miércoles, 2 de abril de 2014

Historia de la filosofía. El concepto tomista de ley natural


El núcleo ideológico de la teología católica, plenamente vigente, es el concepto de ley natural propuesto por Tomás de Aquino en el siglo XIII. Este concepto es la clave para comprender los supuestos doctrinales y la práctica sociopolítica, tanto histórica como actual, de la Iglesia romana.

Para su formulación, Aquino retoma la distinción aristotélica entre entendimiento teórico y práctico: el primero tiene como objeto el conocimiento de la verdad en el orden especulativo y el segundo el conocimiento del bien en el orden moral. Este último concluye su investigación con el descubrimiento de la ley natural.

El contenido de la ley natural, sus principios o primeros preceptos morales y las normas secundarias que se siguen de ellos, son conocidos por el entendimiento práctico a partir del análisis de la naturaleza humana y del conjunto de las inclinaciones naturales que le pertenecen. 

El hombre, dice Aquino, es por naturaleza un ser vivo racional.

Del hombre como ser, el entendimiento práctico deduce los principios morales relativos al derecho a la conservación de la vida y a la preservación de la existencia, así como las normas secundarias que se siguen de ellos.

Del hombre como ser vivo, el entendimiento práctico deduce los principios morales relativos a la sexualidad, procreación, crianza, educación de los hijos y significado de la familia, así como las normas secundarias que se siguen de ellos.

Del hombre como ser vivo racional, el entendimiento práctico deduce los principios morales relativos a la búsqueda de la verdad desde el encuentro con Dios como fin último y la convivencia social dentro de un marco político acorde con la ley natural, así como las normas secundarias que se siguen de ellos.
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A su vez, las características de la ley natural son, según el tomismo, las siguientes:

Única: sólo es posible una ley natural ya que sólo hay una naturaleza humana con unas inclinaciones propias de las cuales se siguen unos preceptos exclusivos y unas normas unívocas consecuentes con ellos. Por tanto, no son admisibles varios códigos éticos alternativos, todos ellos naturales e igualmente válidos. En sentido estricto, al existir una sola ley natural, no es admisible la discrepancia moral ni el pluralismo ético. La verdad moral es una y los errores son muchos.

Evidente: sus principios y normas son descubiertos de forma inequívoca por el entendimiento. El error moral surge cuando el entendimiento se aparta de la correcta interpretación de los principios y normas de la ley natural por una serie de causas subjetivas u objetivas: las malas persuasiones, el predominio de los instintos o las pasiones sobre el entendimiento práctico, las costumbres depravadas resultado de una mala educación, las inclinaciones antinaturales o los usos sociales perversos admitidos como normales.

Universal: al no variar la naturaleza humana, es válida sin excepción para todos los hombres, todas las sociedades y todas las épocas.

Inmutable: no puede ser modificada en lo esencial de sus principios, aunque el ámbito de aplicación de las normas puede ser ampliado y perfeccionado a partir de la interpretación de los textos revelados (ley divina) y su desarrollo jurídico (ley positiva). Además, tales normas pueden ser excepcionalmente adaptables a las circunstancias personales e históricas. 

Abstracta: sus principios sostienen un alto grado de generalidad, por lo que las normas secundarias o concretas que se siguen de ellos no son siempre exactas sino interpretables; aunque su margen de interpretación debe estar siempre dentro de los límites de la ley natural.

El principal problema que plantea la ley natural tomista es precisamente la concreción que realiza el entendimiento práctico de las denominadas “normas secundarias” a partir de los primeros preceptos o principios. La dificultad estriba en establecer qué normas están dentro o fuera de la ley natural, además de admitir cuáles circunstancias personales e históricas la pueden modificar. Es decir, cuál es el canon de interpretación correcta de las normas secundarias. La Iglesia Católica, principal depositaria doctrinal del tomismo, ha solucionado históricamente este problema poniéndose a sí misma como única intermediaria e intérprete fiel del canon, quedando la conciencia individual suprimida o relegada a un segundo plano.