martes, 26 de septiembre de 2017

Vacaciones. Segunda parte


Hoy las vacaciones son otra cosa. Ni siquiera se puede hablar de vacaciones de verano. En primer lugar, se viaja en cualquier época del año. Cualquier estación tiene sus encantos, muchos monumentos hay que verlos con bruma invernal o las calles nevadas, mientras la luz es esencial  para disfrutar de las vidrieras de la catedral de León o del Gran Canal de Venecia, sin contar con que cuando en un  hemisferio es invierno en el otro es verano o que en los países tropicales la temperatura es uniforme durante todo año. Cuba, Varadero, Santo Domingo… en general, el Caribe (¡cuidado con los huracanes, el sida y los secuestros exprés!). Además las ofertas de alojamiento y manutención son más que asequibles en temporada baja; las del principal programa de turismo para jubilados (propiamente no son vacaciones) subvencionado por el Ministerio de Sanidad, servicios sociales e igualdad en nuestro país, (¡vaya mezcla!), el Imserso, se cubren en temporada baja; eso sí, con precios más que generosos. Por lo que me han contado, la calidad del servicio es irregular: desde espléndidos complejos turísticos en Canarias con buffets buenos y abundantes (como los convites de las bodas gallegas), hasta la fonda del peine en un pueblo perdido de la Rioja alavesa, donde te sirven puré de macarrones y chuletas de cordero del Portal de Belén. Por otra parte, los viajes en grupo tienen sus inconvenientes: los demás en cierto modo siempre nos molestan. Hay que convivir con pelmazos, comer juntos y hablar de política, cantar en los autobuses, conocerse, ir detrás de una azafata que nos pastorea bandera en alto por recorridos que nos gustaría descubrir por nosotros mismos, paradas trufadas de explicaciones tediosas cada diez minutos. Todo el mundo haciendo fotos con el móvil. Al que le divierta que lo compre.
En segundo lugar, los tres meses de la familia de los Rodríguez, incluso el mes completo, un clásico del verano, se han convertido en unas vacaciones fragmentadas en períodos de tiempo menores, desde cuatro días en salidas a países europeos, una semana si cruzas el Atlántico y diez o doce días si se trata de “viajes mayores”, por ejemplo China, Japón o Australia. Además de Internet,
programas de televisión como Viajar, Ciudades del mundo, Españoles en el extranjero, revistas especializadas y, por supuesto, la presión social y las tendencias: Las Maldivas, Tailandia, La Gran Muralla China, El Cañón del Colorado… La unidad mínima vacacional es el fin de semana. Un mes da para cuatro de alcance medio. O el viaje relámpago; real como la vida misma: cuatro estudiantes Erasmus de la INSA de Lyon pierden el vuelo de Ryan Air de las cuatro de la tarde a Varsovia por el infame overbooking; finalmente consiguen pasajes para el de las ocho; dos horas en el aire. Llegan de noche y un autobús los lleva a su apartamento situado en un barrio de la periferia. La habitación única con cuatro catres tiene claraboya, no ventanas. Cenan en una pizzería del barrio. Un taxi los lleva a una discoteca de moda donde permanecen hasta las seis de la madrugada. Bastante pasados, vuelven al cubículo y duermen hasta las tres de la tarde, desayunan en el bar de la esquina, hacen el equipaje porque el avión de vuelta sale a las siete. Otro paseo en autobús por ignorados paraderos hasta el aeropuerto y a las diez en Lyon estés. ¿Os ha gustado Varsovia? Les preguntaron sus amigas al día siguiente…    
Plataformas, buscadores y metabuscadores, ofertas increíbles si eres un experto en navegación y contratas con tiempo suficiente: si estás donde hay que estar cuando hay que estar; aunque no es oro todo lo que reluce: vuelos low cost con sobreprecios abusivos en la letra pequeña, sobreventa por sistema, mega retrasos, apartamentos zulo, agencias inmobiliarias sin escrúpulos que se saltan las condiciones del contrato con el propietario y realquilan el piso a terceros por semanas e incluso días para obtener unas plusvalías de escándalo. Ha salido en la prensa que se han alquilado en Londres huecos de la escalera de pisos antiguos tapados con biombos o cortinas. Ideales para parejas. Por si fuera poco, el timo cibernético: entrega de fianzas o plazos en páginas fantasmas que desaparecen y cambian de sitio en cuanto cobran. Pisos o apartamentos que nada tienen que ver cuando llegas con las imágenes que te ofrecieron en la web; o que han sido alquilados por agencias humo en las mismas fechas a diez infelices que no dan crédito al embrollo montado a su costa. Otro método muy extendido para captar a las víctimas son fotografías de casas espectaculares a un precio muy barato. Puro Adobe Photoshop: casas que no existen; o si existen no tienen ninguna relación con el anunciante. Algunos han visto anunciada la suya. En más del 90% de los casos no se recupera el dinero y el exceso de confianza del usuario roza con frecuencia la insensatez, según la policía.
Por supuesto, hay otras formas de planear las vacaciones: turismo de intercambio, multipropiedad, turismo de riesgo, ecoturismo, turismo de balneario, turismo ético, turismo sostenible, turismo solidario, turismo sexual… En otra entrega hablaremos con detalle de cada variedad.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Vacaciones. Primera parte


Es obvio que no es lo mismo las vacaciones que el veraneo. Sobre todo si tenemos en cuenta que según las últimas estadísticas el cuarenta por ciento de los españoles no tienen capacidad adquisitiva para permitirse una semana de veraneo al año. Es evidente que resulta exagerado afirmar que el veraneo es una institución social. Por cierto, hace tiempo, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, sí, la que dijo que “ir de rubia” con ciertos animales políticos (en sentido aristotélico) era con frecuencia rentable, largó hace poco la antológica frase de que “tomarse las vacaciones anuales no era algo obligatorio sino voluntario”. De entrada se trata de una tautología majadera, aunque una lectura más suspicaz apunta a una defensa velada de ciertas patologías de empresa como la adicción al trabajo o la falsa creencia de que formas parte de un destino compartido a la japonesa, cuando en realidad quienes deciden son cuatro tiburones blancos; o un guiño a los trabajos forzados en esta época de “poscrisis”, o sea, de salarios de hambre y contratos leoninos, y un elogio de la productividad como valor supremo de la “democracia representativa”.
Pero volvamos al tema: puedes pasarte las vacaciones en tu casa tan ricamente, con  hamaca, ventilador y botijo. Cuando cae la tarde, planazo: terracita y helado de tres bolas, tertulia de madrugada con tus compadres, gin tonic y a vivir que son dos días. O a la inversa: los que mienten, los que consideran que los miran por encima del hombro si se enteran de que se han quedado un mes en dique seco. Aquí habría que darle la vuelta a la famosa sentencia de Wittgenstein: los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje. “Me voy la segunda quincena de Septiembre a Formentera, sí hemos estado en Gandía una semana, tal día salimos para Noruega, etc”. Después de todo vivimos en la civilización de la imagen, de la interacción narcisista (eres lo que aparentas en cada momento), de la importancia de los roles dominantes, del darwinismo social y la división técnica del trabajo. Más de la mitad de los veraneantes madrileños “pata negra” inundan la carretera el día de la operación salida a bordo de sus imponentes todoterrenos marcando estatus. Es posible que tengan un segundo coche o una moto para circular por la ciudad, si no es así, ya me contarán lo que pinta un cuatro por cuatro aparcando en la calle Tutor, pongo por caso.     
El veraneo exige otra residencia, la llamada segunda casa. También es distinto el veraneo en la segunda casa (sea un chalet de lujo o la casa del pueblo) al veraneo itinerante de hotel o parador (incomparables), casa rural o apartamento cutre, aunque vayas siempre a la misma playa o zona de montaña. Dentro del turismo itinerante hay que incluir, por supuesto, a los que llevan la casa a cuestas, a la zíngara, del tipo autocaravana o roulotte, azote de autovías,  y, por supuesto, los que plantan su tienda de campaña en un camping a orillas de un lago rodeado de pinares, embalse con club náutico (cuando aún llovía, ahora hay que coger un taxi para llegar al agua) o un río truchero con pozas de aguas gélidas donde te comen los tábanos y es heroico bañarse. Recuerdo una plácido fin de Semana en la mágica primavera conquense sentado a orillas del río Escavas en pleno pulmón de la Sierra Alta, frescor y olor a menta silvestre, cuando se acercó veloz el estruendo de una lancha a escala, un juguete similar a los muñecos diabólicos del cine de terror, dirigida a distancia por un niño francés… Río arriba y río abajo. No me gusta la caza pero hubiera dado cualquier cosa por disponer de una buena escopeta para hacer trizas el invento. El mismo paraje en verano está lleno de bañistas con tortilla, colillas por doquier, colchones enormes en el agua y bolsas de basura abandonadas.
Hay muchas variantes de segunda casa: por ejemplo los cruceros masivos en ciudades trasatlánticos con fiestas, atracciones, piscinas, tenis, golf con bolas al mar, parada de una tarde en los puertos de interés en los que te encuentras a tu jefe de la mano de una señora que nos es la suya y sobre todo engullir y beber a bordo. Guerra sin cuartel al aburrimiento. Sexo y aventura con la parienta. Más de una crisis conyugal irreparable se ha cocido en estos viajes. En una semana puedes echarle más de cinco quilos a tu cuerpo pinturero. El precio de salida es razonable pero en alta mar todo son extras y finalmente te cuesta el doble de la “tarifa garantizada”. También hay cruceros fluviales; el más conocido es el que remonta el Nilo desde Abu Simbel hasta la necrópolis de Giza cerca de El Cairo; es el favorito de los universitarios para su viaje de fin de carrera: barcos veteranos, disfraces de momias a bordo, colitis general y monumentos brumosos envueltos en resaca. El desierto no es mejor sitio para pasarla. Una amiga mía con buena bolsa se embarca hoy en una travesía de lujo para recorrer el Danubio desde Budapest hasta su desembocadura en el Mar Negro, por supuesto con paradas intermedias. Precios prohibitivos. Apetecible: lo bueno si caro dos veces bueno.
El veraneo, como todo en esta vida, decía Ortega, empieza a cobrar transparencia ante la razón histórica. Por ejemplo, las vacaciones de los años sesenta cuando a finales de Junio la señora de… partía rumbo al chalet de los abuelos maternos con sus cinco hijos. El marido, interventor de un conocido banco, los acompañaba hasta la estación del Norte y cuando el tren se convertía en una tenue columna de humo, él se transformaba a su vez en el traqueteado “Rodríguez”, mera leyenda urbana, argumento desgastado por el cine español del franquismo con salidas nocturnas a Chicote, cocteles exóticos y bellezas de harén; o los devaneos interminables del oficinista con la vecina del ático… hasta que el “homo solitarius” se tomaba las vacaciones en Agosto con algunas puntuales visitas de fin de semana a casa de sus suegros. El resto de la familia tornaba a la capital a finales de Septiembre para preparar el comienzo del curso de sus retoños, desde el parvulario a la Universidad.
No sé cuántos años después, las vacaciones a la española quedaron plasmadas en las inolvidables viñetas de Forges (¡no se las pierdan!), las del tímeme por favor en los restaurantes arroceros de la costa o las machistas del conocí a Purita, mi futura, en la verbena tras potarle encima dos litros de Jumilla cuando bailábamos el gato montés… Episodios nacionales con mucha intrahistoria.


(Continuará)