viernes, 23 de diciembre de 2016

Inconvenientes de los WhatsApps navideños


¿Felicitar las navidades? Primero fueron las postales, luego los correos electrónicos, ahora los WhatsApps. El problema de estos últimos es que, para empezar, se pierde cualquier relación personal con el receptor. La mayoría no llevan ningún texto con tu nombre y apellidos. Los WhatsApps se suelen sacar de sitios webs especializados, fabricados en serie por autores anónimos, o bien se copian de los que circulan por las redes sociales o proceden de los continuos reenvíos de familiares, amigos o conocidos que por alguna razón les parecen “divertidos” y los ponen nuevamente en el aire.
El resultado es un aluvión de vídeos, muchos de los mismos forofos que te felicitan una y otra vez a partir de los que les llegan y deciden despacharlos por su “originalidad”. Los top se repiten sin piedad. Se produce un efecto rebote que al menos en mi caso resulta plomífero. Estás perdido si estás suscrito a grupos familiares, de amigos (los más recalcitrantes), del trabajo, o de ocio. El bombardeo es permanente. Si optas por responder puedes dedicar la tarde entera a darle al dedo y a los emoticones (otro invento del que habría mucho que hablar). O contratar a una secretaria con dedicación exclusiva (o secretario, que nadie se ponga puntilloso).
Puedes estar desayunando tranquilamente con la familia y todos excepto tú estar enganchados al smartphone. La mezcla de sonidos es delirante y los móviles echan humo de mano en mano (mira este, mira aquel, mira el otro) o se los mandan entre ellos mientras se enfría el café, se derrite la mantequilla y nadie te hace ni puñetero caso. Sólo pitidos y silbiditos. Siempre me acuerdo de aquella viñeta en la que se veía el típico bar de pueblo lleno de paisanos con un cartel encima de la barra que anunciaba alto y claro: No tenemos wifi, hablen entre ustedes. En lo WhatsApss navideños se han perdido las características de los entrañables grupos primarios: proximidad, simpatía, vivencias, cotilleos...
Enviar un WhatsApp se convierte en un fin en sí mismo. Lo que importa no es si alguien se acuerda de ti sino si te gusta el invento. Simplemente nos miramos al ombligo de la impersonalidad. Se vive la ilusión de “estar conectados” cuando en realidad cada cual está en su casa consumiendo imágenes sin dueño. Al conocido esquema de la teoría de la comunicación (emisor-receptor-canal-código-mensaje) habría que añadir un nuevo elemento: acuse de recibo. Se exige que envíes otro vídeo o comentes las virtudes de la jojoya. Si no los lees o los borras o no contestas te considerarán como mínimo un tipo raro. Cuando te encuentres con tus emisarios en el supermercado del Corte Inglés te lo echarán en cara antes de preguntarte cómo estás. No hacer caso de los WhatsApps navideños convierte al osado en una anomalía social. La única excusa ante el acoso callejero es tu poca afición a la telefonía celular. En estos días críticos conviene llevar encima tu antiguo Nokia que, además de pequeño, sólo sirve para llamar y recibir llamadas. Lo muestras orgulloso y al menos te considerarán un fósil pero no un marginado. Pasadas las fiestas todo se olvida. O puedes decir que los Reyes Magos te han echado uno “moderno”.
WhatsApps navideños hay de muchos tipos. Muchos son motivos convencionales con música archiconocida y subtítulos azucarados. Son los que más se rayan. Más llevaderos son los que ponen villancicos étnicos de calidad o rescatan temas alusivos de cantautores del tipo Amancio Prada o Joaquín Sabina. También los hay pretenciosos con corales de Bach o temas clásicos cantados por Plácido Domingo o Montserrat Caballé: todo muy bello pero fuera de contexto, o sea, kitsch.
Aunque con los que realmente disfruta el personal son con los que podemos llamar “adaptados”. Se toma un tema de actualidad, generalmente político, deportivo o mediático y se transforma en una esperpéntica escena navideña. Errejón hace de niño Jesús, Rajoy de San José y Susana Díaz de la Virgen y así hasta mil. Jua, Jua, Jua. Hay incluso Apps gratuitas (con montañas de publicidad) que te permiten convertirte en el protagonista del vídeo: en elfo, Donald Trump o un personaje de la guerra de las galaxias. Otros incluyen escenas chocantes como el pavo rebelde o las gambas haciendo natación sincronizada. Ahora comienzan los de la lotería nacional: tú en un yate de cien metros rodeado de bellas aborígenes o uno más realista: un señor don gato cantando con voz estentórea el sonsonete de los niños de San Ildefonso: Todos los años lo mismo, no me ha tocao una mierda…

domingo, 4 de diciembre de 2016

Contra el deporte

Wittgenstein dijo que todos los juegos tienen un cierto aire de familia. Podemos afirmar que la esencia del deporte es la competición sujeta a reglas. Pero en el deporte profesional, “competir” significa ganar a toda costa y el “sujeto a reglas” ha sido degradado hasta las heces por la medicina deportiva, el principal enemigo de la alta competición (¿se acuerdan de las transfusiones de sangre “enriquecida” a atletas olímpicos?); sin contar con otros procedimientos anómicos para obtener ventajas sobre el rival (en ajedrez, por ejemplo, el espionaje electrónico, los parapsicólogos en primera fila dando la murga o los mensajes secretos en el fondo del yogurt). O sea, las trampas y cartón. Los ejemplos son tan numerosos que no merece la pena insistir. Recuerden el más sonado, el de Lance Armstrong, ganador de siete Tours consecutivos gracias al chute metodológico. La medicina deportiva siempre va un paso por delante de las contramedidas para detectar el dopaje. Con el tiempo algunos son descubiertos pero que les quiten lo “bailao”.
En resumen, queda la retórica sobada: el juego limpio, saber ganar y perder, felicitar al ganador, respetar al rival, aprender de la derrota, aceptar el fallo como parte del juego… pero no su contenido objetivo. En un partido de fútbol de la Liga de Campeones hay deportividad mientras dura el protocolo: el himno clamoroso de la Champions, el intercambio de banderines (son preciosos), la foto de los capitanes con el árbitro, el besamanos de los jugadores, los niños, los gritos de rigor de los hinchas y el despliegue de banderas. En cuanto comienza el partido c’est la guerre. Incluso se puede morder al defensa contrario si se pone cargante. Son los nuevos gladiadores pero con sueldos de escándalo. Lo más que les puede pasar es lesionarse.
Deportes como el golf, el billar o el tenis se acercan al ideal caballeresco pero también hay excepciones. No es muy edificante la imagen de un conocido jugador español lanzando furioso el putt al lago que bordea el green tras fallar un golpe corto. Ni ver al número uno del tenis mundial rompiendo una raqueta contra el suelo después de una mala devolución. Incluso el más admirable de los deportes, el ciclismo, nos ha brindado el espectáculo insólito de dos corredores en medio de la carrera lanzándose mamporros subidos en la bici.
Incluso en los deportes más bajos en la escala evolutiva es duro aceptar la derrota. Recuerdo las ligas futboleras de mi hijo Nacho en el colegio cuando tenía doce años. Los padres se ponían como energúmenos cuando sus hijos fallaban o los sustituía el entrenador para que, con buen criterio, jugase todo el banquillo, los buenos y los menos buenos. A mi hijo que era de los segundos, junto con otros, lo quitaron del equipo de un curso a otro por los manejos del lobby de los buenos. Como los malos no nos quedamos callados conseguimos al menos que el centro hiciera un equipo A y otro B. En todo caso una humillación impresentable. He visto a los padres amenazar físicamente al entrenador durante el partido por no hacer lo que a ellos les parecía conveniente. También poner al árbitro, un joven que empezaba por amor al arte, de vuelta y media a grito pelado por cometer errores irreparables según ellos. Un espectáculo lamentable de narcisismo paterno. Pobres niños.
Imagínense lo que ocurre en el deporte de élite. Periódicamente tenemos noticias de los tratos inhumanos que el cuerpo técnico asume como parte del entrenamiento. Quince antiguas nadadoras de natación sincronizada redactaron una carta en la que denunciaron y detallaron los abusos y malos tratos de la ex seleccionadora. Todas confirmaron que sufrieron pánico, desprecio, manipulaciones, amenazas e insultos. Tampoco los directivos de las más altas instancias del deporte son un ejemplo de ética profesional. Como el turbio asunto de Michel Platini presidente de la UEFA, entre otros. O los chanchullos de los clubs en los fichajes y la evasión de capital de las estrellas.
Cerca de mi casa hay un campito de fútbol que alquilan los colegios para jugar sus ligas. Además de la brutalidad de padres y familiares se une la de los propios chavales que a fuerza de aprender lo malo pierden los papeles, se insultan, se patean e incluso llegan a las manos. He visto desde mi ventana llegar a la ambulancia del Samur para llevarse a un chaval con el tobillo roto por una entrada salvaje, alentada por el público rival; o a un furgón de la policía para poner orden entre las aficiones o salvar el pellejo al árbitro, cerrado con llave en su aporreada caseta.
Un sobrino mío participaba en los campeonatos de tenis infantiles y juveniles del Club de Campo de Madrid. Los jugadores se arbitran entre ellos, normal. A su madre casi la lincha la familia del rival porque se atrevió a opinar que uno de los saques –que cantaron a coro como bueno- se había salido del cuadro de saque por más de dos palmos. He visto a padres de la misma familia dejar de hablarse más de un año por un punto dudoso ante la mirada atónita de sus retoños que por desgracia se sentirán culpables.
Lo que les digo, si hacen deporte, que sea para bajar el colesterol, dormir mejor o templar su autodominio. Lo demás son ganas de discutir y complicarse la vida. Eso si no le ponen un ojo a la funerala. Si no les apetece mover el esqueleto sin ton ni son, practiquen el sillón-ball para ver en la tele, delante de una buena pizza y una lata de cerveza, a los dioses del Barça y el Madrid partirse la cara a diez mil pavos el minuto.

martes, 22 de noviembre de 2016

El cristianismo


Conocemos con certeza muy poco de la figura histórica de Jesús, tanto de su vida y enseñanzas como de las creencias exactas de sus discípulos y seguidores antes y después de su muerte. Con seguridad sabemos que fue crucificado por orden de Poncio Pilatos como culpable de un delito de sedición, es decir, de un delito civil y no religioso, y que tras su muerte se formó la primera gran comunidad cristiana bajo la presidencia de su hermano Santiago.
La investigación histórica sobre el clima religioso de la Palestina de entonces ha dado lugar a varias hipótesis sobre la figura de Jesús: revolucionario zelota, asceta y gnóstico esenio, jasid galileo, maestro y profeta carismático...
En este marco ideológico se debe situar el primitivo cristianismo y considerarlo como una secta judaica en el clima de mesianismo escatológico (esperanza en la próxima llegada de un mesías o salvador) propio de la época. En todo caso, lo de menos fue si Jesús se proclamó a sí mismo o no mesías y que género de mesías; lo importante es que así fue considerado por sus discípulos y seguidores.
Sabemos también que sus partidarios superaron el trauma de su desaparición descartando la esperanza judaica en la instauración de un inminente reino terrenal, sustituyéndola por una salvación de carácter individual y espiritual, además de sostener una visión lejana y trascendente del futuro reino de Dios.
En realidad la mayor parte de lo que sabemos de Jesús se debe a la interpretación teológica (no histórica) de su figura contenida en los escritos del Nuevo Testamento. Los propios cristianos la denominan “historia sagrada”. El Nuevo Testamento es la parte de la Biblia formada por un conjunto canónico (autorizado por la Iglesia) de libros escritos después del nacimiento de Jesús. Estos escritos son los siguientes:
- Evangelios Sinópticos y Evangelio de San Juan. Los primeros se llaman así porque sostienen un mismo punto de vista sobre la figura de Jesús, es decir, tienen un esquema narrativo muy similar y parten de una tradición común basada en relatos de los Apóstoles, otros testigos presenciales y tradiciones orales consideradas fiables. Son los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas y están escritos entre los años 50 y 80 d.C. El cuarto evangelio es el de Juan y está escrito con posterioridad al año 95 d.C. No sigue el esquema de los Sinópticos y dispone de fuentes propias o independientes señaladamente helenísticas.
- Cartas de San Pablo (50 d.C.). Son las epístolas a los Romanos I y II, a los Corintios I y II, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a los Tesalonicenses I y II, a Timoteo I y II, a Tito y a Filemón.
- Codex Vaticanus. Es del siglo IV d.C. Está escrito en griego y se trata de la Biblia completa más antigua que se conoce (contiene toda la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento). Se encuentra en la Biblioteca Vaticana.
- Codex Sinaiticus. Es del siglo IV d.C. Está escrito en griego y contiene la totalidad de los textos de la Biblia, incluida la primera versión del Nuevo Testamento y el Testamento Antiguo Griego, conocido como el Septuaginto, que incluye textos apócrifos.
-Codex Alexandrinus. Es también del siglo IV. Contiene, como los otros dos anteriores, la Biblia completa en griego. Fue encontrado en la ciudad de Alejandria, en Egipto.
- Los Rollos de Qumrán, una colección de 972 manuscritos que se hallaron en unas grutas situadas en Qumrán, a orillas del mar Muerto. Están fechados entre los años 250 a.C. y 66 d.C. Constituyen el testimonio más antiguo encontrado hasta la fecha de los libros de la Biblia hebrea.
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La formación definitiva de la nueva religiosidad cristiana durante el periodo helenístico romano es el resultado de la síntesis de dos grandes influencias: filosóficas y religiosas. Esta distinción, aunque aceptable, no siempre resulta clara por la dificultad de trazar en esta época fronteras precisas entre contenidos filosóficos y religiosos.
El rasgo más característico del clima ideológico en que nace el cristianismo es el acercamiento mutuo y el intento de fusión entre religión y filosofía. El resultado fue una religiosidad de carácter sincrético (resultado de la unión de influencias muy diversas) y ecléctico (opta por aquellas influencias que mejor se adaptan a su núcleo doctrinal).
Influencias Filosóficas.
- Estoicos (siglos I-III d. C.): entre sus principios están la preocupación por la salvación personal, existencia de un orden divino en la naturaleza, aproximación al tema de una naturaleza creada, misión salvadora del saber, espiritualismo, y una ética universalista, igualitaria y fraternal.
- Neopitagóricos (siglo I d. C.): sus ideas más características son el dualismo cuerpo-alma, un misticismo exacerbado, la escuela como una secta de elegidos y la unidad entre religión y filosofía.
- Neoplatónicos (siglos I-III d. C.): su núcleo argumental es la teoría de la creación de los seres como emanación por grados a partir de lo Uno.
 
Influencias religiosas.
- Religiones mistéricas (siglo I d. C.): Lo esencial de los misterios (Dionisos, Atis, Adonis, Osiris, Zagreus, Mitra) es el culto a un dios que muere y renace, que se humaniza mediante el dolor y la muerte.
- Hermetismo (siglos I-III d. C.): Entre las ideas del Corpus Hermeticum, atribuidas a la revelación del dios egipcio Thot (para los griegos Hermes Trimegisto), están la creencia en un dios-padre que es sabiduría absoluta y el Verbo su hijo. La afirmación de que el hombre y la naturaleza han sido creados a partir de dios. La formulación del mito de la caída como acercamiento al tema de la finitud y la muerte. El reconocimiento de la inmortalidad y divinización del hombre y el ascenso del alma a dios (tema egipcio por excelencia) en virtud de un don personal otorgado por la divinidad.
- Gnosis (siglos II-III d. C.): El gnosticismo es una forma de saber anterior y más amplio que el cristianismo, en el cual influyó decisivamente, aunque posteriormente fue considerado erróneamente como una herejía cristiana. Para los gnósticos la auténtica sabiduría consiste en el conocimiento de la realidad suprasensible o divinidad que se logra mediante un doble camino: de ascenso del hombre hasta dios de carácter intelectual y ritual; de descenso de dios hasta el hombre en forma de revelación y redención salvadora.

La síntesis final entre estos elementos ideológicos (filosóficos y religiosos), que lleva a la definitiva formulación de la religiosidad cristiana, se debe, sobre todo, a San Pablo y a su personal interpretación de la figura de Jesús (Cristología). La elaboración paulina acabo por imponerse a las ideas del primitivo judeo-cristianismo e inauguró una doctrina que culminara en el siglo IV con la implantación de la ortodoxia religiosa por parte de la Iglesia Romana. Entre los principios doctrinales más significativos de la síntesis citada están las siguientes: divinización de Jesús, filiación divina de Cristo, doctrina de la redención del género humano con arreglo a un plan preestablecido por Dios, interiorización de la salvación, introducción de la dualidad cuerpo-alma, doctrina de la fe individual y de la gracia como un don otorgado por Dios, predestinación divina, ética individual basada en la en los valores de resignación y mansedumbre, actitud política fundada en la obediencia y aceptación del poder establecido, espiritualización y trascendencia del reino de Dios, y necesidad de una iglesia institucional y jerárquica.

viernes, 18 de noviembre de 2016

La mili


El servicio militar obligatorio fue suspendido en nuestro país por Real Decreto el 31 de Diciembre de 2001. Decía literalmente:
El Consejo de Ministros ha aprobado un Real Decreto por el que se adelanta al próximo 31 de diciembre la suspensión de la prestación del Servicio Militar, con lo que se hace efectiva la voluntad del Presidente del Gobierno de adelantar el fin del servicio militar, tal y como anunció en su discurso de investidura ante el Pleno del Congreso. El Ministro de Defensa ya había anticipado en su comparecencia ante la Comisión de Defensa que el Servicio Militar finalizaría el 31 de diciembre de 2001. En consecuencia, desde el 1 de enero de 2002 todos los soldados y marineros serán profesionales.
Suponía el final de la famosa “mili”, de los sorteos de quintas, de la milicia universitaria y las prórrogas por estudios. Cuando los varones cumplían 21 años, fuera el uno de enero o el 31 de diciembre, se entraba en quintas. Por cierto, ¿saben de donde proviene el nombre de quintos? Es curioso. Infórmense en Google, la versión digital del espíritu absoluto de Hegel.
Para la mayoría de los jóvenes el servicio militar era una lamentable pérdida de tiempo y el deber, el "honor" más bien, de contribuir a la defensa de la patria durante dieciocho meses les sonaba a música celestial. No obstante, para muchos mozos de las zonas rurales profundas era la oportunidad de salir de los surcos del terruño y conocer nuevas gentes y nuevas tierras. Muchos eran analfabetos. También de buscar otra forma de ganarse la vida que no fuera el arado.  
Batallitas de la mili las hay de todos los colores y tamaños, cada cual tiene la suya. La mía es breve porque me libré de hacerla. Pero tiene su miga y me apetece contarla como a todo el mundo.
Primero te llegaba una carta o cédula de citación recordándote tus obligaciones militares y en letra pequeña lo que te podía pasar si no las cumplías (años más tarde se admitió la objeción de conciencia que era peor que hacer la mili). Tenías que presentarte el día fijado en la caja de reclutas (“la zona” la llamaban en Cuenca, al lado del Parque de San Julián). Había un largo pasillo flanqueado por bancos de madera y algunas puertas sin cartel de aspecto burocrático; al fondo, estaba el despacho del Capitán Sanmartín donde se cumplimentaban los trámites de alistamiento y sorteo. Los bancos estaban llenos de mozos, algunos de pie y muchos sentados en el suelo a la espera de que un sorche los llamara por orden de lista para entrar en el despacho. De pronto cruzó el pasillo una rubia despampanante, Paula, antes Pablo (en las capitales pequeñas todo el mundo se conoce). Por supuesto se armó la de San Quintín y la cosa comenzaba a desmadrarse si no hubiera salido por una de las puertas un sargento de los de antes que puso orden con cuatro bocinazos. Miró con asombro a la rubia, le hizo en voz baja un par de preguntas y le dijo con aprensión: Acompáñeme al despacho del capitán. Silbidos y protestas, ¡ese tío se cuela, que no se la cuele sargento, nuestra cola va antes!
Cuando me tocó el turno, el capitán me saludó por mi nombre. Era amigo de mi padre. Muchos fines de semana salían de caza juntos. Me dio los papeles para la exención y los formularios. Los últimos no tenía que rellenarlos pero me señaló un ejemplar que le pedí (me miró con sorna). Te hacían preguntas sobre si eras o no creyente y de qué religión, si te interesaba la política, en tal caso qué ideas tenías, qué era para ti la democracia, tus valores morales sobre la familia o la homosexualidad, tu adhesión al movimiento nacional, etc. Al menor desliz la pifiabas, imaginé.
Al cabo de un mes me llegó una carta del Ayuntamiento para que me presentara en el Hospital Militar Gómez Ulla de Carabanchel tal día a las ocho de la tarde. ¿Qué hora tan rara pensé? Allí acudí con toda clase de certificados médicos y pensé que a las once como muy tarde estaría de vuelta en casa de mis abuelos. Pero no, tras las debidas comprobaciones, el oficial de guardia me dio un pijama gris y una chapa numerada y me dijo que después de la cena a las nueve pasaría la noche en la sala de enfermos, heridos o dados de baja, como todos los que alegaban exención del servicio militar.
La cena fue un aviso. Mesas de seis en el amplio comedor. Servían los platos los reclutas de cocina. El que nos tocó tenía el pelo grasiento y las uñas negras. Me imaginé las perolas y cazuelas. Cuando mis compañeros vieron que no me comía el puré amarillo con tropezones y las albóndigas en salsa me comentaron que aquello era un banquete comparado con el rancho del campamento. Unas vacaciones pagadas. Tras lo cual se repartieron mi cena con justicia distributiva. A las diez en la cama estés. El dormitorio era una sala enorme de 30x15 metros repleta de camas de hospital en batería. Barrotes blancos, manivelas y poleas. El pijama me quedaba enorme. Los que estaban a cada lado ni me saludaron. No tenía sueño y hablar estaba rigurosamente prohibido una vez que a las diez y cuarto se apagaban las luces. Eso no impedía los gritos obscenos de rigor (¡imaginaria, tengo línea con la península, imaginaria me han recetado un polvo, imaginaria ya me viene!) seguidos de una sinfonía de pedos y risotadas. Tras las amenazas de rutina, se hacía el silencio y sólo flotaban en el ambiente los lamentos y quejidos de los enfermos. ¡Después de mucho andar y caminar repetía uno! Hasta que le taparon la boca con un calcetín, deduje. Al día siguiente me enteré que había perdido una pierna en unas maniobras militares.
A las siete, arriba los que podían. Desayuno espartano en el comedor. Antes, una monja alférez dirigía el rezo de un misterio del rosario. Al cabo de varios padrenuestros se dirigió a mí.
- Usted no reza.
- Claro, pero en silencio, para mí mismo, es más espiritual…
- Déjese de cuentos o se queda en ayunas. Quiero oírle alto y claro (la amenaza era más bien un incentivo).
A las nueve, comenzaban las consultas. El primer día no me atendieron. Plantón en la sala de espera. Allí comencé a leer El Conde de Montecristo que me había prestado mi abuelo. ¡Bendito libro!
- ¿De qué va? Reconocí a mi compañero de cama de la izquierda, un pelirrojo flacucho que se sentó a mi lado. Estas aquí para librarte de la mili, añadió.
- De aventuras, dije vagamente. Y tú por qué estás.
- Por la sífilis, lo barato sale caro.
Di un respingo y me aparté medio metro. El otro se rió de buena gana.
- No te asustes, esta noche no pienso meterme en tu cama…
El segundo día, agua. El pelirrojo consiguió entrar y salió con cara de cabreo. Vuelvo al cuartel, me dijo sobre la marcha. ¡Cuidado con las señoras que te complican y se enamoran! (como en la canción) le aconsejé. Se volvió y me hizo una peineta. El libro de Dumas iba en buenas. Al acostarme imaginaba como evadirme del Hospital, igual que Edmond Dantès del Castillo de If. Era la mejor forma de dormirme pronto.
A la tercera fue la vencida. Entendí por qué todo iba tan lento. Media hora de exploraciones y papeleo. Dos médicos se ausentaron durante diez minutos y hasta que volvieron todo quedó parado. Lo único que me dijeron durante el tiempo que estuve en la consulta es que ya podía vestirme y que me llegaría una certificación en el plazo que marcaba la ley.
- ¿Puedo irme a mi casa, pregunté tímidamente?  
- Enseñe este parte de alta en el puesto de salida (me dijo la monja).
Al cabo de tres meses recibí una llamada del Capitán Sanmartín para que me pasara por la zona a recoger mi certificado de exención. Se había ocupado de pedirlo personalmente. Al final no pude reprimir  la indiscreción de preguntarle por el recluta Paula. ¿También había tenido que pasar por el Gómez Ulla?
- Se ha librado de la mili me contestó. Los psiquiatras lo han declarado incompatible con el ejército. Lo mejor. Imagínate el lío. Vive en Barcelona, según consta en su expediente aunque está empadronado aquí. Conozco a su familia. Vaya usted a saber…
Le di las gracias y me despedí cordialmente. Seguro que mi padre conocía mas detalles del asunto...

viernes, 11 de noviembre de 2016

Las novatadas


Soy de los que se han alegrado de que por fin se hayan prohibido las novatadas en los Colegios Mayores. El tema ha llegado hasta el Senado que las ha vetado. Tolerancia cero para el próximo curso. Lo cierto es que llevan prohibiéndolas en vano durante décadas. Estoy convencido de que se siguen haciendo. Es difícil erradicarlas porque la sociedad las considera chanzas de estudiantes más o menos gruesas y además los directores de los Colegios, como es lógico, no tienen interés en expulsar a la mitad de sus pupilos nada más comenzar las clases y enfrentarse después con sus padres que ya han pagado las matrículas y la primera cuota mensual. Francia las incluye en el código penal (hasta seis meses de cárcel y multas elevadas) pero se repiten sin solución. Este año en Lyon ha habido graves incidentes. Como recordaba el diario El País, se trata de una ilegalidad que se resiste un año tras otro.  Muchas no son bromas pesadas, ni gamberradas, sino auténticas vejaciones y vandalismo. La culminación de estas prácticas ha sido la tragedia de Portugal con seis muertos en un acantilado tras un ritual iniciático de alto riesgo aún sin esclarecer, pues el único superviviente, el jefe del grupo, lo niega todo.
Hay páginas web en las que se sugieren “novatadas graciosas”, incluso hay veteranos que intercambian información sobre posibles “variantes y novedades”. Es cierto que muchos estudiantes no están en contra porque, según dicen, “ayudan a conocer a tus nuevos compañeros, son hasta divertidas si no se pasan de la raya y culminan en la fiesta del novato, donde todos quedan amigos para siempre”. No comparto la opinión sadomasoquista de estos jóvenes. Desde mi punto de vista, las novatadas son degradantes aunque no te toquen ni un pelo.
También hay una Asociación No Más Novatadas que enumera algunas de las más comunes. No olvidemos que los Colegios Mayores actuales son mixtos.
- Novatos embudos de bebidas.
- Novatos cenicero.
- Duchas heladas, tras despertarlos varias veces durante la noche.
- Lavado de dientes con la escobilla del retrete.
- Depilado de piernas en los chicos.
- Pintarles un testículo de verde y otro de rojo para hacer de semáforos.
- Simular la felación de una novata poniendo un plátano en la bragueta del novato.
- Tumbar a la chica en bragas y sujetador boca abajo, ponerle una manzana entre los muslos y tratar de que los nuevos se la coman (los veteranos se apuntan gustosos a la “performance”).
- Tartazo al novato.

Mientras cursé los estudios  de la carrera viví durante cuatro cursos en un Colegio Mayor de Madrid muy popular. Entonces eran sólo de chicos, por supuesto. Prefiero no dar nombres. Las novatadas eran entonces un rito de iniciación universitario no sólo tolerado por la autoridad académica, sino justo y necesario. El primer año, por tanto, tuve que soportarlas en todo su esplendor. Tres veteranos de aspecto sombrío me despertaron a la tres de la madrugada dando gritos y porrazos en la puerta, ¡arriba puto novato, estás en la lista de la Gestapo!
Simularon un interrogatorio musculoso en el que yo era un colaborador de la resistencia y tenía que cantar. Flexo en la cara, insultos, preguntas personales inadmisibles, empellones desagradables, remojones con un vaso de agua con escupitajos, pasta de dientes por el pelo… hasta que a uno, algo bebido, se le fue la mano y me largó un guantazo que hizo volar mis gafas por la habitación. Uno de los cristales se hizo añicos. Se dieron cuenta de que se habían pasado tres pueblos y sin más explicaciones se largaron a dar la murga a otro infeliz. Tuve suerte, la tortura sólo duró un cuarto de hora. Por supuesto no dije ni pío a nadie.
A mi vecino de enfrente, la noche siguiente (lo pude ver por una rendija), dos energúmenos se empeñaron en sacar la puerta de su habitación de los goznes como entrante de la “broma”, pero el novato, un aragonés recio de más de uno ochenta les advirtió que al primero que lo intentara le partía la cara de una hostia. Recularon, supongo, para buscar refuerzos, pero que yo sepa no volvieron. Las novatadas más celebradas en mi Colegio Mayor eran las carreras de cuadrigas por la Avenida de Séneca, con cuatro novatos tirando del carro y un veterano auriga con un látigo hecho con palo y cuerda. Al acabar, los corceles debían comer hierba fresca en el Parque del Oeste para recobrar las fuerzas. Otra era el estirasoga entre novatos, diez en cada lado y la piscina por medio, diez caían al agua y diez se salvaban… por el momento. Pero una multa de proporciones muy notables llegó a la dirección del centro y calmó los ánimos durante un tiempo cuando en una ocurrencia sin par metieron como su madre lo trajo al mundo a un pamplonica de notables atributos masculinos en un baúl de mimbre que los autores birlaron de la lavandería; lo llevaron en una furgoneta hasta la Gran Vía, lo bajaron entre cuatro, le dijeron que rezara tres padrenuestros y dos avemarías y después saliera del escondite. El tiempo justo para aparcar en la acera de enfrente y no perderse el espectáculo. El escandalazo en aquella época fue mayúsculo (hoy la gente pasaría de largo creyendo que era el número fuerte de un mendigo) y cuando la policía le echó el guante y les contó lo que había pasado, la cosa llegó hasta “las más altas instancias”. Hubo expulsiones y amenazas, reuniones a cara de perro, llanto y crujir de dientes, pero al curso siguiente continuaron, ni qué decir tiene, las novatadas. Puedo decir, sin ninguna vanagloria, que jamás hice ninguna a nadie ni nada que se pareciera y en la medida que estuvo en mis manos estuve totalmente en contra e hice todo lo posible por impedirlas. Muchos como yo también lo intentaron. Pablo Aragonés ha realizado un estremecedor film autobiográfico, Novatos.

viernes, 28 de octubre de 2016

Don Quijote y los signos

Edición princeps del Quijote

A propósito del lenguaje del Quijote y los signos. Diferencia entre talento y oficio. Si existe una idea también existen las palabras para expresarla. La idea se muestra en el lenguaje por aproximación o búsqueda. Hay escritores como Cervantes que encuentran la expresión exacta “a la primera”, sin correcciones posteriores (o mínimas), sin anotaciones  a pie de página o en los márgenes, incluso con deslices gramaticales o incoherencias en el argumento; y otros que necesitan una larga curva de correcciones, rectificaciones, tanteos literarios para concluir la página de cada día. El estilo distintivo del Quijote es la espontaneidad, el río de la vida, el fluir incesante del lenguaje sin pulidos o añadidos. En relación con los segundos: el andamio se puede ocultar (y el resultado quedar perfecto) pero no el estilo.
Son igual de “naturales”, espontáneos, fluidos, coherentes con el estilo de Cervantes, los dos registros del lenguaje de Don Quijote, tanto en su cordura cuando se encuentra en la cumbre de la lucidez como en su locura cuando llega al límite del delirio. La lucidez y la locura hablan el mismo sistema de signos lingüísticos, de estilemas narrativos. Del mismo modo, hay dos códigos éticos en Don Quijote concordantes: el de la bondad, la justicia, la amistad, la solidaridad y el buen final en la cordura; y el ideal de deshacer entuertos, cabalgar por la causa de los desfavorecidos y restaurar el orden del mundo en la locura.
En el fondo, a los arrieros, pastores y gente del terruño en general, la mayoría analfabeta, que se tropiezan con Don Quijote en sus devaneos itinerantes por las ventas de la Mancha les da igual su lenguaje cuerdo, pleno de sabiduría moral, como sus dislates caballerescos sobre palacios encantados y princesas cautivas. En ambos casos lo tienen por un loco de remate digno de burla y escarnio. En realidad la sabiduría moral les parece también un disparate y la diversión está garantizada. Dicho sea de paso, en la segunda parte de la obra, los nobles que prestan su castillo para que se cumplan las fantasías del caballero andante y su escudero lo hacen para su solaz exclusivo y del mismo modo que la chusma los consideran un par de bufones. Pero Don Quijote no escarmienta, nunca se rinde porque no se considera culpable de los fracasos y desastres en que terminan sus aventuras sino a la intervención de poderosas fuerzas externas, magos enemigos, nigromantes perversos, hechizos arcanos…
Por cierto, la distinción tradicional entre el sentido pedestre de Sancho y la imaginación (e inteligencia) desbordante de Don Quijote es cierta siempre que se admita que Sancho no es el alter ego (la teoría dualista convencional, idealismo-realismo) del ingenioso hidalgo sino su contrapunto. Dicho de otro modo: Sancho, el escudero, está tan fuera del mundo como el caballero andante al que sirve (¿si no por muy rústico que sea cómo podría ir tras sus pasos y creerse sus fantasmas?). Por lo demás, Sancho es a su modo un hombre juicioso y nada falto de conocimientos prácticos.
Todos los libros hacen “enloquecer” de un modo u otro al lector, como los libros de caballerías a Don Quijote. Es improbable una lectura en la que el lector se mantenga incólume frente a las emboscadas del autor. Nadie queda a salvo de los avatares de la lectura (y mucho menos de la relectura). Por eso mucha gente decide no leer un libro en su vida. Por cierto, puedes leer aunque sea un mero resbalar sobre las páginas. Acaso prudente, distraído, distante. O simplemente devorar best-sellers. Obras inocuas que no afirman ni niegan nada, donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos. En cierto modo, el propio Quijote en sus comienzos, que tuvo un gran éxito tras su publicación, fue así considerado: una obra cómica escrita sin más pretensiones que divertir al gran público. Después, en el polo opuesto, vinieron las interpretaciones históricas o filosóficas, la ilustrada, la romántica, la simbólica, la esotérica… Lo cierto es que intentar una síntesis unitaria del Quijote, la obra cumbre de la literatura universal, es imposible. En todo caso, recordemos siempre el privilegio impagable de ser españoles, de que el castellano sea nuestra lengua natal,  de que podamos leer el Quijote tal y como lo dejó escrito su autor.

sábado, 22 de octubre de 2016

Las ferias de provincias. Segunda parte


Atracciones menores de las ferias eran, entre otras, conseguir que la campana cantara con el mazo. Ya saben, el esforzado galán, tras quitarse la chaqueta y subirse las mangas con mirada retadora, descargaba un golpe formidable sobre una base de hierro y la anilla subía por la columna como si fuera un termómetro supersónico. Si el mozo era un morrosko de verdad sonaba el cling ante la mirada extasiada de su novia y los tibios aplausos de los mirones. Toda una demostración psicoanalítica de la potencia sexual del varón. Si fallabas era el momento de poner cara de víctima y recordar que la mejor virtud de la mujer es la compasión. Y no repetir porque no conviene tentar la paciencia.
También estaban las casetas con escopetas de aire comprimido (“escopetillas”) con varios niveles de dificultad. Tres plomillos a tanto. El más fácil consistía en disparar a las apretadas filas de bolas anisadas: prácticamente podías equivocarte de bola o de fila y aún así acertabas. Excepto un paleto bebido que le pegó un tiro a una bombilla; mirada torva del jefe, excusas y el que rompe paga. En el nivel intermedio tenías que tumbar patitos que se paseaban en fila. Premio, llaveros. El más difícil consistía en acertar en la diana de un centímetro colocada en medio de una puerta que se abría si le dabas y te acercaba con un brazo móvil una copita de jerez. Trago corto y ego largo. No es cierto que las escopetillas estuvieran trucadas. Excusas de malos perdedores. Algunos espigados abusones se estiraban sobre el mostrador hasta poner la punta del cañón a quince centímetros de la diana. Así no vale, advertía, el dueño del mandil azul. Es perder el plomo. Tenían menos éxito los puestos de leña al mono con pelotas de goma. Demasiado tosco y difícil; era como tirar piedras a un bote a una distancia respetable. Como los pistoleros del oeste cuando se entrenan en las películas. Los mozos, avispados ante el previsible descalabro, pagaban gustosos las bolas a las chicas que a pesar de no dar ni una se reían como locas. Después de todo es una ley de la evolución que las hembras eligen a los machos más aptos para aparearse. No era el momento de hacer el ridículo. Tiempo habría de medir la cornamenta.
Los coches de choque eran el símbolo fehaciente de la represión sexual de los años setenta. Si pertenecías al género masculino te limitabas a dar unas vueltas por la pista metálica demostrando tu pericia para esquivar a los demás coches a precio de oro si cometías el error de montarte en hora punta. Un par de minutos y a correr al campo. Pero pobre de ti si eras chica: lo que los mozuelos no se atrevían a hacer fuera de la atracción de forma graciosa, atrevida, tímida o delicada lo concentraban en una sola pulsión erótica: embestir brutalmente y por todos los costados a las enloquecidas jovencitas que por primera y última vez compraban una ficha. Un remedo de los que piensan que hacer el amor es romper la cama a empellones… Prohibido chocar de frente. Al que infringía esta regla de oro un par encargados con cara de pocos amigos lo bajaban del coche y lo echaban con malos modos. Lógico, imaginen las demandas de los lesionados en las cervicales o algo peor.
Tenía gracia la noria pero solo la primera vez. La vista desde las alturas era un espectáculo de luz y color. Recuerdo una putada, no sabría decirlo de otro modo, de un compa del instituto. Subimos con dos chicas del preu que nos encontramos en la feria. Al parecer mi colega estaba colado hasta los tuétanos por una por lo que aprovechó una de las paradas que hacían arriba las barquillas (subir y bajar gente) para cogerla inesperadamente de la mano (la otra no sabía ni de lejos de qué iba aquello) y declararse de mala manera. Siempre he esperado un momento como este para decirte lo que siento por ti. O sea, una encerrona del carajo. Imagínense el bochorno. La única solución era tirarse de la noria. Según bajábamos, el estupor y la furia de la joven iban en aumento. Por de pronto se sacudió la mano y no le partió la cara de milagro. Ni le dirigió la palabra. La otra y yo no nos atrevíamos a mirarnos. Al tocar tierra más que despedirse huyeron despavoridas. ¡No es para tanto, comentó escuetamente mi colega! Me tragué los improperios. Hay que echarle huevos, la has cagado chaval, le dije. La próxima vez que se te ocurra una gilipollez así procura que esté como mínimo a veinte millas. Lo cierto es que al final del curso comenzaron a salir juntos. Misterios del alma femenina. A veces es cierto que los dioses ayudan a los audaces.
No me hacía gracia el salón de los espejos cóncavos y convexos. No hay cosa más aburrida que reírte por obligación. Sus imágenes deformes son una de las excepciones más rotundas al libro de Umberto Eco Historia de la fealdad. Además, si no me gustaba cómo me veía en un espejo normal, imagínense en esos desatinos de la óptica. Lo más bonito de la feria eran los carruseles infantiles, el coche de bomberos con escalera y campanillas, los automóviles con dos volantes, el coche de la policía con intermitentes azules o las motocicletas para los mayorcitos. Todavía más espectacular eran los caballitos que suben y bajan. Con que gracia se movían las melenas de las niñas.
El túnel del terror era más o menos lo que esperabas, alaridos siniestros, sombras con ojos rojos que te rondaban en la oscuridad y te rozaban la cara, murciélagos sujetos con alambres que pasaban chirriando y soltaban algo pringoso, monstruos polvorientos por los rincones con cinta magnetofónica en la boca. A pesar de todo, la vez que entré con mi hermano, afortunados mortales, en medio de los terrores convencionales, sonó de pronto una formidable bofetada, de las de órdago a la grande, seguida de atroces insultos y risotadas por doquier. Por el estallido brutal en la cara, dos tíos sin duda. Posiblemente una vendetta: el rival amoroso, el jefe de la oficina, el chivato de la escuela, un moroso crónico, vaya usted a saber… Buen comienzo para una novela. Los encargados con una pinta infame de verdugos y conde Drácula encendieron las linternas, pero nada por aquí, nada por allá y si te he visto no me acuerdo. De traca.

La última atracción que llegaba al ferial era el circo. Lo mejor eran los preparativos, el montaje de la carpa, las jaulas de las fieras y el desfile por la calle mayor con los perros sabios a la cabeza andando a dos manos, los caballos en formación triangular, las dos cebras con los monos encima tirando caramelos saci y al final el elefante moviendo la trompa sin parar. A mi madre le regalaban entradas de silla de pista porque era funcionaria de Hacienda (¿los impuestos?). El circo me gustaba sólo por fuera. Recuerdo el detalle estremecedor de la media de malla rota de una caballista que hacía cabriolas sobre una yegua blanca. Las fieras, panteras escuálidas y leones vejestorios que salían a la cúpula enjaulada al chasquido del látigo del domador vestido de blanco, me recordaban a las figuras mecánicas de las cajas de música, como Olympia, la bella autómata de los Cuentos de Hoffman. Además olía mal. Al acabar el número tenían que perfumar la sala con aerosoles. Los trapecistas hacían lo de siempre con red para alivio de las personas normales y los payasos resultaban más bien vociferantes y patéticos. Lo mejor el presentador y la petite bande con su alegre zarabanda. El circo, un tema literario y cinematográfico.   

sábado, 15 de octubre de 2016

Las ferias de provincias. Primera parte


Ya no hay ferias de provincias como las de antes. Al ser atracciones itinerantes los feriantes las desmontaban en cuanto se tiraba el último cohete y se desplazaban a los fastos del patrón de otra ciudad. Estoy de acuerdo con Levy-Strauss: con una experiencia bien hecha es posible conocer la generalidad o dicho de otro modo, las ferias a las ferias son iguales.
Diez días antes de la fecha de la inauguración oficial comenzaban a llegar los primeros camiones y roulottes a la explanada del recinto ferial, normalmente una explanada enorme y polvorienta.
Las primeras eran las barcas columpio pintadas de azul y blanco sujetas con barras multicolores al techo de la atracción. Solía haber cuatro. Deporte de riesgo. Cada barca con dos personas una enfrente de la otra. El hijo del dueño te daba el primer empujón (las chicas se anudaban una rebeca a las faldas como en un cuadro de Fragonard) y el resto dependía de piernas y manos para mover el invento. Cuando te pasabas de la raya, o sea, superabas el paralelo, el chico te llamaba la atención, ¡la tres abajo! Al toque de campana se agotaba la ficha. La variante dura de las barcas eran las voladoras y el pulpo.
Los siguientes en llegar eran las churrerías y los chiringuitos. Olor a fritanga y brasas. En las churrerías, además de los buñuelos nadando en aceite espeso con más de una feria a cuestas, una máquina cortaba la masa de churros que sacaban con una espumadera y los envolvían en papel de estraza con un toque de azúcar. Muy buenos. Manejaban la principal dos hermanas, mozas aguerridas como en las zarzuelas (“las churreras”), que tenían fama de apalabrar a altas horas de la madrugada ciertos tratos, aunque no dejaba de ser una leyenda urbana. Corrían coplas obscenas como la que decía: si quieres comerte churros pregúntale a la churrera y estarás toda la noche churro dentro y churro fuera. El portero de mi casa presumía de contarse entre los afortunados. Lo único cierto es que era un mentiroso crónico. La especialidad de los chiringuitos, rectangulares y sabrosamente presentados, adornados con jarritas de cristal, paletillas y centros de flores, eran los pinchos morunos, los chorizos, las chuletas de cordero y las sardinas a la brasa todo regado con una jarra de tinto o un quinto de cerveza. Sin olvidar los medios pollos jibarizados nadando en salsas especiosas. Ambientazo de bareto.
Para los golosos quedaban las manzanas glaseadas, los martillos de fresa, delicia de los pequeños, los algodones de azúcar hilada apta para todos los públicos o los barreños de merengue de diversos sabores y texturas. Recuerdo que cuatro amigos de toda la vida, ya mayorcitos, nos jugábamos al mus en la taberna Aparicio quienes eran los paganos (los ganadores) y quienes se metían al cuerpo una buena ración de merengue verde (los palmones). No, no hay error en los paréntesis.
Merece capítulo aparte el mítico teatro, en realidad una revista al viejo uso, de Manolita Cheng. Según corría la voz, allí se decían cosas que harían sonrojar a un estibador con bigote, los chistes estaban tan pasados de rosca que algunas señoras hipocritonas se tapaban los oídos indignadas, los comentarios del presentador a cada número eran tan ordinarios (y gastados) que durante la función las risotadas se oían por todo el ferial; una oleada de envidia corroía a los que se habían quedado fuera con tres palmos de narices. Extra muros nulla salus. Por fin, las vedettes y bellezas en escena más que verse se trasparentaban. Se decía que las más esculturales eran negras. El obispado desde el púlpito desaconsejaba moralmente la asistencia, lo cual era la mejor propaganda que podía hacer. Conocía a colegas del Preu que se disfrazaron con los trajes y sombreros paternos para intentar entrar (sin éxito). Aparte de los porteros del teatro, viejos conocedores del oficio, había dos policías de paisano que controlaban al milímetro a los que entraban. ¡Hombre Javi, tú por aquí, no creo que a tu padre le haga mucha gracia que te pongas sus corbatas! Su padre era el director del Banco Hispano-Americano; si el listillo era un don nadie podía acabar en la comisaría y llevarse un par de mojicones y multa. En provincias se conoce todo el mundo. Algunos intentaron colarse por debajo de la lona del teatro pero era más difícil, visto al revés, que fugarse de Alcatraz. Una sólida muralla de madera tras la tela impedía el paso incluso a una salamanquesa.  
Los reyes del mambo, después de cenar, eran las tómbolas. Recuerdo la de los hermanos Cachichi. Todo un clásico. Los altavoces atronaban los premios a los cuatro vientos: La chochona, una muñeca de peluche de dimensiones ciclópeas y el perrito piloto, lo mismo solo que con gafas y gorra de aviador. Siempre me pregunté cómo los Cachichi calculaban la proporción exacta entre premios y beneficios. Un complejo análisis de balance de mercado. Lo cierto es que las chochonas y los pilotos fluían con generosidad entre el gentío agolpado ante el mostrador de la tómbola. A saber cuánto les costaban los peluches a granel. O si había infiltrados que actuaban de gancho y entraban con los premios por la puerta trasera. Resultaba curioso que a las tres de la madrugada los decibelios no bajaban, el mismo fervor, sólo que ahora había veinte personas y los premios eran vasos de plástico o patitos con pito que cabían en un puño. En cuanto acababa la feria los Cachichi eran los primeros en largarse en dos enormes remolques blancos...