miércoles, 7 de diciembre de 2022

Aprender a enseñar

 

En el sistema educativo español si un licenciado consigue por concurso-oposición una plaza de profesor en la enseñanza pública o firma un contrato laboral en un centro privado o concertado tiene que acreditar unos cursos de formación docente para ejercer su profesión. A lo largo de mi carrera he conocido tres modelos para futuros profesores: los cursos del ICE (el antiguo Instituto de Ciencias de la Educación), el CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) y el vigente Máster Universitario en Formación del Profesorado. Este último habilita, según el decreto ley, para el ejercicio de las profesiones de Profesor de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas de Idiomas. El Máster requiere la realización de 60 créditos ECTS (Sistema Europeo de Transferencia de Créditos). Si tenemos en cuenta que 1 crédito ECTS se desarrolla en 25 horas de trabajo, el Título de Máster supone un total de 1.500 horas. Además de abrumador es esotérico (les remito a la información de una prolija página web de referencia). Si echas una hojeada a los índices del curso puedes hacerte una idea de las recetas que se cocinan. En el fondo es más de lo mismo: didáctica, pedagogía, psico-socio-apología.

Recuerda: nada de lo que allí te cuenten te va a servir para tu práctica diaria en el aula. Se trata de una preparación preventiva, terapéutica, para que confirmes en menos de una semana lo que te espera cuando entres por primera vez en una clase de verdad: un encierro con cuarenta alumnos, una mesa, una pizarra, una tiza y ahora qué. Ni siquiera se trata propiamente de un grupo porque todavía no se ha formado. Con el tiempo despuntarán los líderes, los que simplemente quieren pasar curso, los acosadores y las víctimas, los amores y desamores, los amigos y enemigos, los que miran a la universidad y los que están calentando la silla, los que te aprecian y los que te desprecian. Déjate guiar por tu intuición de observador atento, olvídate del fárrago sobre dinámica de grupos y otras tecnologías de la conducta. Es el momento de que prescindas de la jerga metafísica del curso de formación y pienses con tu propia cabeza: cómo organizar los contenidos de la asignatura, qué actividades de análisis y aplicación serían más útiles, qué sistemas de evaluación más eficaces y cuáles las referencias más directas al entorno social, etc.        

No es cierto que enseñar debe resultar entretenido, divertido para el alumno. El esfuerzo que requiere estudiar es incompatible con una visión lúdica, incluso frívola del aprendizaje que convierte a la clase en un grupo ingobernable cuya función es recluir a los alumnos entre cuatro paredes mientras sus padres trabajan. El profesor se transforma en un animador cultural. A la mayoría de los alumnos nada que les suene a estudiar, hagas lo que hagas, incluso si apareces vestido de torero, les divierte más de diez minutos. Al revés, si te desgañitas indignado con voz tonante para controlar el orden público, los mantienes en un silencio expectante más o menos el mismo tiempo. Adolescentes y jóvenes están acostumbrados a soportar sin inmutarse el aumento de la cantidad del estímulo. Eso en la enseñanza pública. En la privada, donde los alumnos pertenecen a la clase alta, el profesor es tratado como un empleado más del servicio doméstico. Y no protestes porque el cliente siempre lleva la razón.

Tampoco es cierto el dogma de que se debe enseñar para la vida. La enseñanza reglada debe tener una finalidad académica. Además, la expresión enseñar para la vida no significa nada porque el aprendizaje escolar siempre tiene una proyección personal y una función colectiva. Siempre enseñamos para la vida. La división social y técnica del trabajo se basa en la distribución de las titulaciones académicas desde la escuela primaria hasta los estudios superiores. No existe otro procedimiento. Enseñar para la vida es una tautología, una repetición, una redundancia.

También niego el objetivo de que la enseñanza debe trasmitir valores. Desconfío de los denominados temas trasversales (educación vial, sexual, ambiental, para el consumo, para la paz, para la igualdad de género) que imparten algunos expertos, aunque sean voluntarias, complementarias, fuera del horario escolar y no tengan influencia en la evaluación del alumno. En la mayoría de los casos tienen una marcada intención ideológica. Además, hay una asignatura obligatoria en la ESO, Educación en valores cívicos y éticos, a cargo del Departamento de Filosofía que debería englobar los contenidos de los temas trasversales. Debo añadir que mi relación con la antigua asignatura de Ética en Cuarto de la ESO siempre fue conflictiva, hasta el punto de que prefería dar clases de cultura clásica o historia de las civilizaciones. Mi planteamiento de la Ética siempre fue descriptivo. Con un ejemplo se entiende. Si el programa oficial incluía el tema de la interrupción artificial del embarazo, el aborto, explicaba a los alumnos el concepto, la legislación española e internacional, los procedimientos clínicos y los centros autorizados, la enumeración de los argumentos de partidarios y detractores, así como el derecho de los médicos a la objeción de conciencia. Suscitaba luego un debate en el que sólo participaba como moderador y nunca expresaba mi opinión al respecto. En otros temas de ética cívica me limitaba a interpretarlos de la forma más neutral posible en el marco general de los derechos humanos.

Enseñar es instruir, transmitir contenidos, conocimientos científicos, no valores explícitos que corresponden a otros agentes socializadores, en primer lugar, a los padres. En un sistema educativo como el francés (posiblemente el mejor de Europa) o el alemán, los principios de los cursos de formación citados son considerados una jerga inservible y trasnochada propia de pedagogos, psicólogos y sociólogos de la educación que nunca han pisado un aula. Se trata de una ideología burocrática cuya función es blanquear las deficiencias de un sistema educativo no diversificado mediante criterios rigurosos de rendimiento y maquillar las cifras del temido fracaso escolar. Si no apruebas a granel se te echan encima los padres, los alumnos, el tutor, el jefe de estudios, el director, la inspección y la opinión pública en general. El deterioro en las aulas es cada vez mayor. Una enseñanza no selectiva, igualitaria por lo bajo en sentido académico, es una contradicción en los términos. Siempre ganan los malos. Pregunten a los profesores universitarios lo que les llega. Afortunadamente la inteligencia siempre se abre paso.

Les cuento mi experiencia en los cursos de formación de aquella época. Cuando acabé la carrera a mediados de los setenta en la Universidad Autónoma de Madrid era obligatorio hacer un curso en el ICE de la propia Universidad. No recuerdo el número de horas, aunque se me hicieron interminables porque eran por la tarde, después de las clases. Rancho en el comedor de alumnos y cabezada en un sofá del pasillo. En la primera sesión un profesor y una profesora realizaron una puesta en escena conjunta con preguntas y respuestas mutuas (un peu ridicule) sobre el significado de conceptos pedagógicos que han pasado de un modelo a otro sin más repercusión en la labor docente que la generación de montañas de papel, reuniones interminables y trabajos forzados. Entre otros, diseño curricular, competencias básicas, tormenta de ideas, estrategias metacognitivas, temporización de contenidos, programaciones adaptadas, animación a la lectura… El único aliciente fue el reencuentro con una antigua compañera de segundo (nos sentábamos siempre juntos) a la que me declaré por obligación, me dio calabazas y ahora me hacía ojitos. Volvió a ser mi compañera de sitio en la última fila, pero esta vez no tropecé dos veces en la misma piedra porque un amigo fiel que asistía al curso me contó que tenía novio sólido, un macho alfa con moto, y el resto era coqueteo, postureo y ganas de ganeta. El eterno femenino nos arrastra, le dije, tras darle las gracias por el chivatazo. Sólo nos permitimos miradas tiernas, manitas furtivas y besos robados para matar el tedio. Sobre todo, hablábamos por los codos como antaño y no nos enterábamos de la película. Además, yo salía con una chica, un obstáculo menor en todo caso. Copiamos el trabajo final de unos alumnos del curso anterior y nos consideraron aptos. El curso de formación no me aportó gran cosa, en realidad, nada, pero avancé un trecho en mi educación sentimental.

Luego había que hacer las prácticas en un centro público que tenías que buscarte por tu cuenta. Las hice en un conocido instituto de Madrid gracias a un gran maestro y amigo al que siempre echaré de menos. El catedrático de Filosofía me invitó a dar una clase en su presencia sobre Pascal a un grupo del COU, que me preparé con el Abbagnano, una excelente Historia de la Filosofía. Todavía los alumnos te miraban con curiosidad. Algunos incluso te escuchaban por los comentarios que hicieron al acabar la exposición. Posible peloteo. Entonces, los estudios de letras tenían cierto barniz ilustrado. No eran el destino del pelotón de los torpes, como ahora. Después me encargó corregir un montón de sus exámenes y me despidió a las dos semanas, posiblemente harto de verme, con el visto bueno de la firma. Un final feliz.

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