martes, 3 de diciembre de 2024

Ironía o iglesia

Ironía o iglesia, decía Santiago González Noriega, maestro admirable en la Universidad Autónoma de Madrid que nos dejó prematuramente en 2003, privando a la filosofía española de una de sus voces más incisivas y difícilmente clasificables. La evolución de su brillante, lúcida y escéptica trayectoria intelectual es un paradigma de la separación insalvable entre el pensamiento libre y las ideologías políticas. Este apego a los dogmas lapidarios es el principal problema que impide a la sociedad española alcanzar una transición definitiva. Dogmas generacionales, educacionales, ancestrales. Todavía no hemos encontrado la salida del laberinto español. Lo cierto es que España no es una democracia normalizada.

Otro de mis mentores y amigo, el doctor Abengoa Garmendia, decía en su tertulia del Ateneo que la política española actual se parece a una película del Oeste donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos (sin señalar quién es cada cual). En realidad, añadía, son todos muy malos; pistoleros de segunda que desenfundan con cualquier pretexto para disparar sus maldades prefabricadas y arrasar al contrario. Recuerdo sus palabras cuando los jovenzanos con ínfulas de leídos le interrogaban sobre sus ideas políticas, morales, religiosas o estéticas: pregúntenme sobre un asunto puntual, concreto, y les diré lo que pienso hoy.

Abstracto y concreto. Abstracto proviene del latín abstractus, compuesto del prefijo abs que denota separación, privación y tractus, participio del verbo trahere, que significa arrastrar. Abstracto es lo que ha sido empujado, alejado de sus límites precisos, como los conceptos políticos universales, tópicos adaptados al arsenal del partido que se esgrimen como armas arrojadizas en cualquier contexto, pero vacíos de contenido objetivo. El término concreto procede del verbo latino concrescere que significa crecer conjuntamente. El pensamiento concreto es la única aproximación posible a la espiral productiva de la dialéctica, al arte del diálogo, al viaje a Siracusa a través de la palabra. La dialéctica es contradicción, negación de la negación… el reverso de las ideologías políticas cerradas y selladas.

Por lo demás, las ideologías políticas son imprescindibles para una democracia representativa, esa forma de politeia, de espacio público que permite leer los periódicos que quieras, separar las voces de los ecos y expresar tus ocurrencias libremente, siempre bajo el control del algoritmo que graba, censura y manipula. En todo caso, es mil veces preferible el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Las ideologías políticas forman parte del contrato social que garantiza nuestros derechos y libertades, pero tienen graves inconvenientes. Los hemos analizado en numerosas ocasiones: la delegación del voto en una clase política poco formada e incompetente, la desconfianza en las instituciones, el nihilismo antipolítico o las formas degenerativas del Estado, entre otros.