Ironía o iglesia, decía Santiago González Noriega,
maestro admirable en la Universidad Autónoma de Madrid que nos dejó prematuramente
en 2003, privando a la filosofía española de una de sus voces más incisivas
y difícilmente clasificables. La evolución de su brillante, lúcida y
escéptica trayectoria intelectual es un paradigma de la separación
insalvable entre el pensamiento libre y las ideologías políticas. Este apego a los
dogmas lapidarios es el principal problema que impide a la
sociedad española alcanzar una transición definitiva. Dogmas generacionales, educacionales, ancestrales. Todavía no hemos encontrado la salida
del laberinto español. Lo cierto es que España no es una democracia
normalizada.
Otro de mis mentores y amigo, el doctor Abengoa Garmendia, decía en
su tertulia del Ateneo que la política española actual se parece a una película
del Oeste donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos (sin señalar
quién es cada cual). En realidad, añadía, son todos muy malos; pistoleros de
segunda que desenfundan con cualquier pretexto para disparar sus maldades
prefabricadas y arrasar al contrario. Recuerdo sus palabras cuando los
jovenzanos con ínfulas de leídos le interrogaban sobre sus ideas políticas,
morales, religiosas o estéticas: pregúntenme sobre un asunto puntual,
concreto, y les diré lo que pienso hoy.
Abstracto y concreto. Abstracto proviene del latín abstractus,
compuesto del prefijo abs que denota separación, privación y tractus,
participio del verbo trahere, que significa arrastrar. Abstracto es lo
que ha sido empujado, alejado de sus límites precisos, como los conceptos
políticos universales, tópicos adaptados al arsenal del partido que se esgrimen
como armas arrojadizas en cualquier contexto, pero vacíos de contenido objetivo. El término concreto procede del
verbo latino concrescere que significa crecer conjuntamente. El
pensamiento concreto es la única aproximación posible a la espiral productiva de
la dialéctica, al arte del diálogo, al viaje a Siracusa a
través de la palabra. La dialéctica es contradicción, negación de la negación…
el reverso de las ideologías políticas cerradas y selladas.
Por lo demás, las ideologías políticas son imprescindibles para una democracia representativa, esa forma de politeia, de espacio público que permite leer los periódicos que quieras, separar las voces de los ecos y expresar tus ocurrencias libremente, siempre bajo el control del algoritmo que graba, censura y manipula. En todo caso, es mil veces preferible el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Las ideologías políticas forman parte del contrato social que garantiza nuestros derechos y libertades, pero tienen graves inconvenientes. Los hemos analizado en numerosas ocasiones: la delegación del voto en una clase política poco formada e incompetente, la desconfianza en las instituciones, el nihilismo antipolítico o las formas degenerativas del Estado, entre otros.