martes, 29 de diciembre de 2009

Sobre el brujo de Viena


Tres razonamientos sobre el psicoanálisis.
En cuanto a la razón teórica. El psicoanálisis no tiene visos de ser ciencia por lo que las discusiones sobre si "existe" el inconsciente o el Super-Ego son irrelevantes. No son posibles los juicios sintéticos a priori sobre los sueños (por lo demás, lo más valioso de la condición humana).
En cuanto a la razón técnica. En mi desazón no iría jamás a un curandero freudiano. Primero iría a un psiquiatra de la seguridad social para que me atiborrara de píldoras a partir de cuyos efectos probados pudiera entender -no "superar"- lo que me pasa. Si no fuera capaz de sacar la cabeza de mis infiernos a medida, echaría al pinto-pinto el resto de las terapias: la conductista (recordar la "Naranja mecánica"), la humanista (un pastelón de merengue empalagoso), la cognitiva (es imposible cambiar tu swing de golf y tus esquemas personales), la terapia familiar o sistémica (dudo mucho que aunque estuviera atado con una camisa de fuerza mi mujer y mis hijos quisieran asistir a la kermesse). Además todo el mundo sabe que las enfermedades psiquiátricas no orgánicas son incurables.
En cuanto a la razón práctica. El modelo de la antropología freudiana sólo asustó a la mentalidad pacata de su época y no a toda (recordar la Viena de Wittgenstein). Ahora es inocuo, nadie se perturba ni se masturba con el psicoanálisis; me parece mucho más atractivo el inconsciente colectivo de Jung (es absorbente y bello el lema del oráculo de Delfos aplicado a los arquetipos: "Vocatus atque non vocatus aderit"). También me parece mucho más actual e impactante la obra de su hijo Lucian.
Conclusión del silogismo: no merece la pena asestar lanzazos a un animal moribundo; excepto que quieras inventarte traumas o remover los que duermen tranquilos para vender más libros...

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