jueves, 31 de diciembre de 2009

Veermer, La lechera



La pintura La lechera o la mujer que trasiega leche, de Vermeer, fechada en 1658, contiene algunos elementos estéticos muy dignos de ser tenidos en cuenta para la presentación del enigma del cuadro y de su aura: El bodegón en primer plano, de una naturalidad única (otros bodegones demasiado “perfectos”, dan la impresión de ser pruebas de academia o meras demostraciones técnicas, artificios que no acaban de encajar en el cuadro).
La divina luz, que surge, como casi siempre en Vermeer, de una ventana alta situada a la izquierda de la composición. Una luz capaz de iluminar la penumbra de una habitación a oscuras si colocaran en ella el cuadro, en tanto la falda de la mesa sirve de contrapunto a la luminosidad del conjunto.
La capacidad del maestro para captar y detener un instante puntual e irrecuperable del tiempo. El gesto de la lechera, el pensamiento de la lechera, hasta la leche vertida quedan milagrosamente suspendidos… Como decía un apasionado del pintor “esto sólo lo puede hacer el arte y el propio Dios, al hombre no le está permitido hacerlo, aunque sí pensar en ello para tener siempre presente su finitud y su grandeza”.
El incomparable juego de colores azules y amarillos… Son tan geniales que hay que buscarlos como si se tratara del pasatiempo de los siete errores: el fondo de la habitación y las cestas de mimbre, tanto la colgada de la pared como la del suelo; el propio suelo, además del farol; la ropa de la lechera, falda y camisa; el trapo de cocina y el pan, además del jarro… estos últimos además denotan una notable sensibilidad y un interés manifiesto por la materiales sencillos; todos ellos combinados entre sí, sin que nada sobre ni nada se eche de menos.
Además, Vermeer ha prescindido en este caso de los espectaculares suelos embaldosados para que el juego encubierto del color no se vea perturbado por un aumento de la cantidad del estímulo. Acaso la principal idea latente del cuadro sea la profunda crítica de Vermeer a la excesiva sofisticación de los sentimientos y móviles que guían las acciones del hombre, encarnadas en este caso por el estilo de vida de las clases altas del siglo XVII, consideración extensible por analogía a los excesos manieristas del arte del Barroco…

Aunque es bien sabido que una parte importante de las composiciones de Vermeer presentan a la mujer como un medio para criticar los vicios de la sociedad holandesa de su tiempo, La alcahueta, Caballero y dama que bebe, La coqueta, La carta de amor y otras, sin embargo, encontramos un pequeño grupo -en el que destaca La lechera- donde se presenta a la mujer como un modelo contrapuesto, digno de admiración y respeto, basado en aquellas virtudes auténticas, no artificiales, que perfeccionan nuestra condición, como la laboriosidad, la humildad, la intimidad, la sencillez y la entrega altruista…
Para terminar, nadie como el propio Borges se ha atrevido a mirar de frente, de un modo tan conciso, entre lúcido y emocionado, al enigma de la obra de arte: La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.

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