jueves, 4 de marzo de 2010
Filosofía y literatura
Como subraya Julián Marías, recientemente fallecido, colaborador y uno de sus discípulos más cercanos: Ortega es un gran escritor. Entre la media docena de españoles de lo que va de siglo, ocupa un puesto insustituible y, en definitiva, ninguno es superior a él. Sus dotes literarias le han permitido llevar a cabo una transformación en el lenguaje y en el modo de escribir, cuya huella es visible en buena parte de los autores contemporáneos. Ortega ha creado una terminología y un estilo filosófico en español que no existían...
Plenamente convencido de la vocación literaria de la filosofía, Ortega arremetió duramente contra el provincianismo intelectual de los que no comprendieron la continuidad entre ambas y cuestionaron su altura de miras: ¡Yo he tenido que aguantar en silencio durante treinta años que los tontainas me acusen de no hacer más que literatura, y lo que es peor, que mis discípulos mismos, crean debido plantear la cuestión de que si lo que yo hacía era literatura o filosofía y ridiculeces provincianas de esta jaez!” (Origen y epílogo de la filosofía).
Esta certeza de Ortega hace que su estilo intelectual este plagado de sorprendentes imágenes, brillantes metáforas, comparaciones acertadas, sutiles intuiciones, frases llenas de ingenio y abundantes neologismos. Valga como ejemplo de su prosa esta selección de inimitables líneas sobre el ser de la caza que escribió en el largo prólogo al libro del Conde de Yebes titulado Veinte años de caza mayor.
Hasta entonces no pasa nada en el campo. Sobre los cazadores pesan aun las cadenas del sueño. Los batidores cruzan remolones, aun mudos y sin jovialidad. Diríase que nadie tiene ganas de cazar. Todo es aun estático. El escenario es todavía puramente vegetal y, por tanto, paralítico. A lo sumo, las puntas de retama, brezo y tomillar se estremecen un poco al peine del viento mañanero. Hay algunos otros movimientos de aspecto cinemático, sin dinamismo que revele fuerzas operantes. Aves vagas reman lentas hacia algún tranquilo menester. Más veloces, resbalan junto al oído insectos musicantes zumbando su aria de microscópicos violines. El cazador se recoge dentro de sí mismo. (...) No hace nada. No desea hacer nada. La súbita inmersión en la campiña le ha entumecido y como anulado.
Se siente planta, entidad botánica, y se entrega a lo que en el animal es casi vegetal: respirar. Mas ya llegan, ya llegan las jaurías..., e instantáneamente todo el horizonte se carga de una extraña electricidad; empieza a movilizarse, a distenderse elástico. Brota subitáneo el elemento orgiástico, dionisiaco, que fluye y hierve en el fondo de toda cacería. (...) Y hay una vibración universal. Y a las cosas antes inertes y flácidas les han salido nervios, y gesticulan, anuncian, presagian. ¡Ya está ahí, ya está ahí la jauría: baba densa, jadeo, coral de encías, y los arcos de los rabos inquietos y fustigando el paisaje! Difícil contenerlos. No pueden más de ganas de cazar; les rezuma por ojo, morro y pelambre. (...) Vuelve a haber una larga pausa de silencio e inmovilidad. Pero ahora la quietud está llena de movimiento retenido, como la vaina está llena de espada. Se oyen lejanos los primeros gritos del ojeo. Ante el cazador todo sigue igual, y, sin embargo, le parece estar, ya no viendo, palpando un hervor latente en toda la mancha: breves desplazamientos de matorral a matorral, indecisas fugas, y toda la fauna menuda del monte que se yergue, empina la oreja, avizora. Sin quererlo, al cazador se le sale el alma fuera, quedando tendida sobre su campo de tiro como una red, agarrada aquí y allá con las uñas de la atención. Porque ya todo es inminencia y en cualquier instante cualquiera figura de mata puede transmutarse mágicamente en res a la vista.
En la actualidad la Filosofía ha tendido a convertirse en un género literario: el ensayo creador. La evolución de la Filosofía desde el sistema filosófico al ensayo, se produce durante el siglo XIX y XX por obra de pensadores como Nietzsche (1844-1900), Bergson (1859-1941) y Ortega y Gasset (1883-1955), entre otros…
Con ello se ha cumplido la gran propuesta de Nietzsche (la única que se ha cumplido) de poner en marcha una "revolución lingüística en filosofía", sustituir el tradicional sistema metafísico por un estilo nuevo y un nuevo lenguaje. No obstante -demos a cada uno lo suyo- el gran antecesor de este cambio de marcha en la reflexión contemporánea fue el escritor y humanista francés Michel de Montaigne (1533-1592). En su obra maestra, Ensayos, un compendio inagotable de sabiduría, se combinan los ingredientes esenciales del nuevo género: la insistencia en el estilo literario, el tratamiento fragmentario de los temas, la forma personal o intensamente subjetiva de enfocarlos y la permanente atención a las ideas que sobre estos temas sostuvieron los pensadores del pasado.
El estilo intelectual de Ortega, sea cual fuere la forma del escrito, además de plenamente literario es ensayístico. Mediante el ensayo creador como forma de reflexión apostó por superar el carácter tradicionalmente hermético de la filosofía a fin de ensanchar su horizonte cultural. Sin duda, la razón inmediata del giro de Ortega hacia el ensayo fue su intención de filosofar en un lenguaje elaborado y culto, pero también asequible al lector. Dicho con otras palabras, el lector siempre está presente en la obra de Ortega: Lo cual nos pone delante de la más importante paradoja: que el lenguaje, es decir, el vocabulario, el diccionario, es todo lo contrario del lenguaje y que las palabras no son palabras sino cuando son dichas por alguien a alguien. Sólo así, funcionando como concreta acción, como acción viviente de un ser humano sobre otro ser humano, tiene realidad verbal. (El hombre y la gente).
Afirmaba Ortega en los cursos que terminaron publicándose en el libro ¿Qué es filosofía? que "la claridad es la cortesía del filósofo".
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