domingo, 7 de noviembre de 2010
Usos del lenguaje
Hace unos días un conocido me preguntó cuál era mi punto de vista sobre dos temas filosóficos de aparente actualidad (en realidad hace dos siglos que dan abundantes quebraderos de cabeza a la internacional ilustrada): el creacionismo y su contrario, los últimos planteamientos del físico teórico Stephen Hawking.
El creacionismo es una teoría que sostienen ciertos círculos adversos a la teoría sintética de la evolución. Sus partidarios afirman que el origen y la evolución del Universo fue el ambicioso plan de una Inteligencia Ordenadora sin cuya intervención resultaría imposible entender el significado del Cosmos. Stephen Hawking, por su parte, defiende un ateísmo teórico basado en argumentos científicos cuya conclusión es que el universo no necesita la hipótesis de un Dios trascendente. Es más, la comprensión profunda del cosmos demuestra científicamente que Dios no existe.
Respondí a mi interlocutor que, en mi opinión, se trataba en ambos casos de un mismo problema que no admitía propiamente una solución sino su disolución. La clave del asunto residía, le dije, en que cada uso específico del lenguaje tiene unas reglas propias que no deben violentarse.
El lenguaje, explica Wittgenstein, tiene una multiplicidad de usos. En las Investigaciones filosóficas se considera al lenguaje como un número indefinido de actividades o usos, de las cuales sólo unos pocos son utilizados para establecer proposiciones verdaderas o falsas: el lenguaje científico es sólo uno de los usos posibles del lenguaje. El lenguaje religioso, el moral o el político son ejemplos eminentes de otros usos.
Wittgenstein afirma que usar un término es formularlo en el entorno lingüístico que le corresponde y en cuyo contexto adquiere un significado correcto. El significado consiste, por tanto, en el uso lingüístico. Se trata de un criterio de significado de carácter pragmático.
Como es sabido, los sistemas gramaticales de una lengua incluyen la fonología, la morfología, la sintaxis, la semántica y la pragmática. Esta última es una disciplina relativamente reciente (años setenta) que se ocupa de la relación del signo lingüístico con su uso (usage) intencional (subjetivo) y contextual (objetivo). No hace mucho mi mujer, que es profesora de filología inglesa, y yo mismo redactamos un artículo titulado Competencia comunicativa sobre este tema (artículo que incluyo en el blog por si todavía tiene interés para alguien).
La pragmática es precisamente el apartado gramatical en el que se sitúa la reflexión filosófica de Wittgenstein. Para el filósofo austriaco usar correctamente un término consiste en conocer las reglas de la gramática contextual que le permiten al hablante interpretar correctamente su significado.
A los innumerables usos o actividades del lenguaje en los más diversos contextos y con muy variadas reglas, Wittgenstein los denomina “juegos del lenguaje”. Ahora bien, ¿Cómo se pueden definir los juegos del lenguaje entre tal multiplicidad de usos y contextos? ¿Qué son los juegos del lenguaje? Wittgenstein contesta que los juegos del lenguaje no tienen una característica esencial que los defina. No hay rasgos comunes a todos los juegos del lenguaje o dicho de otro modo: el conjunto de los juegos lingüísticos no tiene una propiedad común a la totalidad de sus miembros. Tampoco ofrece descripciones ni explicaciones pormenorizadas de tales juegos.
Con los juegos del lenguaje sucede lo mismo que con los juegos en general: ¿Qué tienen en común el fútbol, el rugby, el tenis, el golf, los juegos de cartas o el ajedrez? Wittgenstein contesta que lo único que tienen en común es un cierto aire de familia (como los rasgos faciales o el carácter de los miembros de una familia consanguínea). Por tanto, si queremos conocer realmente un juego, en lugar de buscar infructuosamente la existencia de una propiedad compartida, hay que observar con atención y comprender lo que ocurre dentro de ellos, es decir, conocer las reglas pragmáticas del juego para usarlas correctamente.
Para Wittgenstein, la cristalización de un problema filosófico debe ser entendida como un síntoma inequívoco de un uso abusivo de las reglas del lenguaje. Dicho de otro modo: los problemas filosóficos surgen del desconocimiento de las reglas que nos permiten jugar correctamente un uso del lenguaje.
La función de la filosofía, para Wittgenstein, no consiste en resolver los problemas filosóficos sino en disolverlos. Como dice expresivamente, la misión de la filosofía es ayudar a la mosca a encontrar el agujero de la botella para que pueda escapar.
La filosofía tiene una función terapéutica ya que los problemas filosóficos son, en el fondo, malentendidos lingüísticos; su misión es restablecer el uso correcto del lenguaje y dejar las cosas como están. Wittgenstein y sus seguidores suponen que los problemas filosóficos, especialmente los metafísicos, son parecidos a una enfermedad, a una desviación patológica del uso normal (o del acuerdo con la norma) del lenguaje y la filosofía es el procedimiento curativo. La terapia filosófica consiste en devolver a las proposiciones contaminadas su uso correcto.
La labor de la filosofía es esclarecer dónde, cómo y por qué el lenguaje ha originado un problema. Wittgenstein lo expresa del siguiente modo: La filosofía es la batalla contra el aturdimiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje. Un problema filosófico revela que algo funciona mal dentro del lenguaje y la tarea de la filosofía es detectar la razón por la que esto sucede e impedirlo. En la medida en que los problemas filosóficos son embrollos lingüísticos, no admiten solución sino disolución. Un problema filosófico no puede ser resuelto, sino solo eliminado. Como dice Wittgenstein, los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje se va de vacaciones…
Ahora ya podemos abordar con garantías los dos problemas a los que se refería mi interlocutor. En ambos casos las reglas que fijan el uso del lenguaje científico han sido transgredidas. Tanto el creacionismo como el ateísmo de Hawking introducen de contrabando términos y expresiones contrarias al “juego limpio” del lenguaje científico. La regla de uso que se ha quebrantado prescribe la imposibilidad de formular de forma implícita o explícita conceptos especulativos en general y teológicos en particular cuando jugamos a utilizar el lenguaje científico.
Los creacionistas se saltan a la torera las reglas del juego cuando deslizan dentro del lenguaje científico la idea de creación desde la nada (primera transgresión), la idea teológica o religiosa de Dios (segunda trasgresión) para justificar desde su finalismo cósmico (tercera transgresión), su código moral (cuarta trasgresión) y su ideología política (quinta transgresión).
Hawking pretende, al contrario, excluir del lenguaje científico la idea de Dios desde la ciencia. Lo correcto hubiera sido eliminar el concepto de Dios desde la gramática. En los dos casos es indiferente que Dios exista o no. Lo importante es que a cualquier variante del lenguaje científico le resulta irrelevante la existencia o inexistencia de Dios y sus consecuencias (ontológicas, teológicas, éticas o políticas).
Es lo mismo que si un científico, ferviente partidario de una fe religiosa (la mayoría de los que conozco son así), incluyese entre sus oraciones, cuando juega al lenguaje religioso, la fórmula bioquímica de la “sustancia divina”. Es más: supongamos que efectivamente ha descubierto esa entelequia tras superar satisfactoriamente las etapas del método científico. Lo decisivo del caso, desde nuestra perspectiva, no sería tan notable hallazgo (para eso está el premio Nobel de Química), sino las profundas modificaciones que habría que realizar en la gramática contextual del lenguaje religioso.
Es evidente que los dos problemas a que nos hemos referido pueden (y deben) ser tratados, unidos o separados, en el marco teórico de otras concepciones filosóficas que no sean el análisis del lenguaje. Por ejemplo, el marxismo, el vitalismo, el existencialismo o la fenomenología. Quizás lo intentemos en otro momento.
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