sábado, 11 de mayo de 2024

Populismo

 

El principal problema degenerativo de todos los formas de gobierno es el populismo. Afecta (infecta) a todas las organizaciones del poder político: regímenes autoritarios, totalitarios, autocráticos, teocráticos o democráticos. La definición de la RAE es demasiado limitada: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares (normalmente usado en sentido despectivo). La explicación sistemática es demasiado amplia: tipos, teorías, métodos, personajes, historia, actualidad…

El populismo consiste en la sustitución de la argumentación ideológica sobre temas o problemas sociales, es decir, el razonamiento objetivo sobre las cosas mismas, por la persuasión emocional dirigida a la captación de votos mediante la cancelación del adversario que deja de ser un interlocutor para convertirse en enemigo público. Se recurre a la manipulación de los sentimientos para conseguir una aprobación sin mediaciones. Usa distintos atajos. Ya nos hemos referido a algunos: la posverdad, las falsas narrativas, la tergiversación histórica, los bulos virales, los videos trucados, los textos apócrifos, los mensajes mercenarios, las denuncias sin causa o las falacias lógicas.

Estas últimas son falsos argumentos que forman parte de la vida cotidiana. Con buena o mala voluntad abundan de manera incontrolada en la discusión de pareja, el bar, la tertulia, el editorial, el aula, el púlpito o el parlamento. En realidad, no hay forma humana de librarnos de ellas. Aceptamos, por tanto, “falacia” como animal de compañía. El único consejo es mantener una actitud atenta ante todo tipo de informaciones, explicaciones y discusiones. El problema es que no hacemos otra cosa a lo largo de la vida.

El populismo dispone de un eficaz arsenal de falacias lógicas cuyo fin es degradar el funcionamiento de las democracias y convertirlas en una torre de Babel ingobernable. La más extendida es la falacia ad hominem. Cuando un político es acusado de corrupción en lugar de contrastar los hechos denunciados se desacredita al acusador mediante el Tú más y el Ventilador biográfico en marcha. No se critica el contenido objetivo sino a la persona cuando es irrelevante para la verdad o falsedad de lo que dice. Aristóteles, en sus Refutaciones sofísticas, describió el sofisma de cuestionar al oponente en lugar del argumento. Una variante es el rechazo radical sin un dictamen técnico fiable de un proyecto de ley simplemente porque lo ha presentado tal ministro o cual grupo parlamentario.

Otra recurrente es la Falacia ad ignorantiam. Una suposición es verdadera sólo porque no podemos comprobar que es falsa y viceversa. No se puede demostrar lo contrario, luego lo que afirma es cierto. No se puede demostrar que no existe una conspiración, luego existe. La prensa sectaria, crecida y multiplicada, la utiliza para encajar los eslabones inventados de una farsa y publicarla como el escándalo del año. La presunción de inocencia es una de las primeras víctimas. No importa si se trata de una mentira con las patas cortas porque el perjuicio ya está hecho y nadie pedirá disculpas excepto por sentencia judicial en la penúltima página. Miente que algo queda. Se trata de una falacia particularmente grave cuando los Estados se sirven de ella (y abundan los ejemplos).

Entre las más solicitadas está la Falacia ad baculum. La aceptación de un programa político no se debe a sus objetivos y valores encaminados a la obtención del bien común (que diría Tomás de Aquino), sino a las consecuencias apocalípticas en caso contrario. Tras la amenaza (la fuerza en las dictaduras) se enumeran las siete plagas de Egipto apoyadas en estadísticas maquilladas, verdades a medias y fárragos sobados. Cada plaga arrasa una institución. Nosotros o el caos. Es una falacia de alcance medio, demasiado vista y tan antigua como el hombre. La mayoría de la gente constata que la estrategia del palo y la zanahoria es el lugar natural de la clase política. 

La Falacia ex populo defiende una propuesta sin verificar, porque supone que una mayoría aplastante de ciudadanos la respalda. Por ejemplo: Casi la totalidad de la población de la Comunidad Autónoma de... es partidaria de que se utilice exclusivamente la lengua materna en la escuela, la sanidad y la administración pública. Se mezclan sin rigor demoscópico las definiciones de lengua materna y lengua cooficial y su predominio. Ante la ausencia de pruebas suele apuntalarse mediante términos aseguradores cuya intención es presentarla como indudable para evitar su cuestionamiento y crear a su alrededor un cinturón de certidumbre. “Es evidente que”, “Es sobradamente sabido”, incluso “Está totalmente demostrado por la ciencia”, mientras los científicos se mesan en vano los cabellos en foros tapados ante semejante dislate.

Incurrimos en la Falacia de la pregunta compleja al hacer preguntas que conllevan suposiciones implícitas, sutiles o gruesas, que intentan convencer al otro de una premisa o una conclusión prefabricada; incorporan términos sesgados que contaminan el mensaje de modo irreparable. Es un recurso muy utilizado para envenenar el pozo, (suponiendo que se pregunte algo). Consiste en desacreditar la pregunta a partir de información negativa para condicionar la respuesta de la parte contraria. Normalmente el interpelado no se traga el anzuelo, no responde, cambia de tercio y se limita a repetir el guión que le han preparado los asesores. Es el arma de destrucción masiva predilecta de sus señorías durante las predecibles sesiones de control, debates parlamentarios, mociones de censura e inútiles comisiones de investigación. Por supuesto, aparece en numerosos entornos: en las ruedas de prensa al entrenador de fútbol, las entrevistas televisivas a los famosos o las escaramuzas tertulianas.

Por último, la Falacia de la ambigüedad, la más fácil, se produce cuando en una argumentación se introducen términos poco definidos semánticamente, polisémicos o fuera de contexto, lo cual nos proporciona un margen de maniobra tan amplio que permiten sostener cualquier cosa. Progreso, libertad, democracia, justicia, derechos humanos… 

PD. Definición de demagogo: el político que hace promesas que sabe que son mentira a una gente que sabe que es idiota.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Auster, la música del azar

 

Las ideas filosóficas implícitas o explícitas en la novela son un tema esencial para la teoría literaria y, sobre todo, para el oficio de escritor. Hay dos alternativas: o el autor hace brotar las ideas de la sustancia narrativa por generación espontánea o levanta un andamio de conceptos preconcebidos para apuntalar la trama. Es difícil que la segunda alternativa funcione porque al rematar la obra es imposible desmontar por completo los travesaños que esconden la fachada, ocultan los detalles y arruinan la totalidad. Al revés tampoco funciona, como sugiere Adorno a propósito de Kierkegaard: Toda vez que se pretendió entender los escritos de los filósofos como creaciones literarias, su contenido objetivo fue pasado por alto: la filosofía, por su propia ley de forma, requiere que la realidad sea interpretada mediante una relación armoniosa de conceptos.

Dos ejemplos de un mismo autor: En la obra maestra de Tolstoi (y de la narrativa rusa y europea del XIX) Guerra y Paz, la sabiduría infinita sobre la condición humana fluye al hilo de unos personajes únicos y los recursos narrativos de un genio. Sin embargo, en su última novela, Resurrección, Tolstoi antepone al talento espontáneo las brumosas concepciones que tenía del cristianismo, sus reflexiones pedagógicas sobre la moral social y la dudosa convicción ilustrada del progreso histórico. 

Un ejemplo de la mejor tradición literaria son las novelas de Paul Auster. Hay en ellas un conjunto de ideas recurrentes que se desarrollan sin que se vea el andamio. La idea central es el azar. Cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento y trastocar el curso de la vida. Los métodos heurísticos de predicción son un laberinto sin salida. Lo esencial no es el proyecto que anticipa la experiencia ni la secuencia regular de los hábitos sino la pura indeterminación de lo real. La libertad es una ilusión metafísica, el sujeto constituyente una consolación de la filosofía. Dependemos exclusivamente de los vaivenes imperceptibles de los hechos. No controlamos nada. El hombre no es la medida de todas las cosas sino al revés. Solo podemos hablar del orden de las causas a corto plazo y en voz baja. La causalidad es para el hombre repentina inmediatez y promesa quebrada.

Para Auster, la vida supera lo imaginable. Los hechos son siempre accidentales. El modo de existencia burgués consiste precisamente en poner límites a la contingencia. Aunque en vano, porque la cosa en sí no es la razón o la voluntad sino el azar. Por eso los personajes de Auster aceptan el reto, no tratan de dominar las circunstancias, sino que asumen el riesgo de ser arrastrados por ellas. Aún más, se empeñan en convocar lo inesperado para que el azar destape cuanto antes la caja de Pandora. La selección de alternativas, el compromiso, la evaluación de las consecuencias siempre viene después. Como en la sentencia hegeliana sobre la filosofía, cuando el búho de Minerva levanta el vuelo una imagen de la vida ya se ha consumado. El azar precede a los esquemas mentales de la decisión; la acción pospone el proceso cognitivo; después surgen amplificadas la duda, el error, la culpa y el remordimiento.

Este predominio radical de la acción hace que no entendamos fácilmente a sus personajes. Son seres desarraigados, ajenos a los estereotipos sociales. Individuos anómicos, extraños a los sistemas normales de interacción, raros en el doble sentido del término. Sus vidas son viajes en busca de lo insólito. Pero lo crucial para Auster no es reivindicar lo insólito como tal sino convertirlo en la expresión literaria de las cosas mismas. Lo insólito es la vía de acceso a la contemplación del caos como sistema del mundo. Las novelas de Auster son una recreación literaria de la realidad a escala cuántica: no le es dado al hombre determinar si el gato de Schrödinger está vivo o muerto, sólo si al abrirla hay algo en la caja. La cosa es independiente en cuanto puede acontecer en todos los posibles estados de cosas. (Wittgenstein).

Auster tampoco acepta la presunción de la identidad personal. Para él, lo característico del individuo no es el sustrato permanente de la experiencia interior, tampoco la memoria como principio de unidad pues el azar borra los recuerdos o los vuelve irreconocibles. El sujeto es siempre existencia fragmentada. El azar nos somete a mutaciones imperceptibles, manifiestas o latentes. De ahí que un día, por acumulación o de forma subitánea, sus personajes no se reconocen en el cristal. La introspección se convierte entonces en un ejercicio inútil o autodestructivo hasta que otro accidente les permite desprenderse del molde vacío de su anterior existencia e intentar reinventarse. Pero el juego impone dos condiciones: la imposibilidad de comprender al otro y salvar la distancia que nos separa de un mundo indescifrable, de proporciones infinitas. Al pensamiento sólo le cabe reconstruir sin ningún criterio de verdad consistente las caras cambiantes del poliedro, orientar la acción por motivos puntuales o pragmáticos, tomar decisiones por la presencia de detalles nimios, a menudo irrelevantes. 

Podemos explicar los avatares del azar de muchas maneras, aunque todas las perspectivas tienen el mismo valor. Tan solo difieren por el grado de certeza que les asignamos; y la certeza es la cantidad de incertidumbre que somos capaces de soportar. Conocer consiste en confirmar la potencia absoluta de los fenómenos, aceptar que el mundo de la vida transcurre mediante saltos y lo característico del devenir es la ausencia inocente y cruel de sentido.

domingo, 28 de abril de 2024

La ética de Kant cumple trescientos años

 


Lo que tiene auténtico mérito moral, según Kant, no son las acciones que están dirigidas por la inclinación natural e incuestionable del ser humano a la consecución de fines o bienes que, en el fondo, pretenden siempre conseguir la felicidad, sino las acciones que tienen como objetivo el cumplimiento del sentido del deber. Por más que la mayoría de los hombres, incluso todos, actuaran de acuerdo con las éticas materiales o felicitarias, desde la Crítica de la razón práctica resulta imposible aceptar que sean el fundamento último de la moralidad. Son éticas de circunstancias.

Ejemplos fáciles. Tiene poco o ningún mérito moral devolver el dinero que uno se encuentra y que ha extraviado su propietario anónimo por temor a las consecuencias que tiene incumplir la ley. Pero sí lo tiene cuando se hace por acuerdo de la conciencia moral con su obligación de respetar los bienes ajenos, aunque el castigo por incumplir la ley jamás pudiera alcanzarlo. Tiene un relativo mérito moral no copiar en un examen por el mero temor a ser descubierto y suspender la asignatura. Pero plenamente lo tiene no copiar para evitar el fraude, incluso cuando el profesor te ha dejado a solas en su despacho con los apuntes y lo has visto por la ventana dirigirse a la cafetería de enfrente.

Es imposible, según Kant, encontrar el fundamento de la moralidad en las éticas materiales: sus normas son imperativos hipotéticos o condicionados; no son leyes morales universales y necesarias sino normas particulares y accidentales. Por ejemplo: “Me conviene en este caso (o conviene en general) cumplir lo acordado porque si no mi credibilidad personal puede disminuir o desaparecer y eso me perjudicaría en muchos aspectos de la vida, entre otros, el trabajo”. Tampoco se trata en sentido estricto de decisiones libres por cuanto la voluntad está sometida a un determinismo causal de carácter fisiológico, psicológico, sociológico, jurídico, educacional, político o religioso... que propician el predominio natural de los motivos más fuertes.

En este punto, Kant se pregunta qué puede ser considerado un bien en sí mismo, es decir, algo bueno sin limitaciones ni condiciones. Descarta los fines o bienes últimos de las éticas materiales puesto que los que parecen incuestionables finalmente no lo son. Por ejemplo, la autorrealización, el placer, la riqueza, incluso la buena salud y el conocimiento, entre otros, pueden (suelen) tener usos y abusos indebidos. Sabemos que alguien puede “realizarse” a costa de perjudicar o hundir a otros o que un placer puede ser costoso para la salud, el dinero y el amor. No es preciso insistir en la posibilidad de hacer un uso inmoral de la fama y la riqueza. Asimismo, la búsqueda de la salvación personal para un creyente puede ser egoísta e hipócrita y el afán de conocimiento nos puede apartar de otras dimensiones vitales o a la construcción de tecnologías destructivas.

Kant responde que lo único que puede ser considerado un bien en sí mismo es una buena voluntad, una voluntad cuya intención es impecable, independientemente de los contenidos concretos y las consecuencias de su acción. Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar en nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres). 

Según Kant, una voluntad es considerada buena sin restricciones por la razón práctica si decide y actúa exclusivamente por sentido del deber. La voluntad orienta su acción mediante tres tipos de imperativos o normas:

Contrarias al deber (“Engaño a mi esposa con otras porque me apetece divertirme y sólo se vive una vez”).

Conformes al deber (“No engaño a mi esposa con otras porque puede divorciarse y perjudicar a mis hijos, a mi consideración social y a mi profesión”).

Por sentido del deber (“Soy siempre fiel y leal a mi esposa porque como persona casada es una obligación sin excepciones”).

En este último caso, cuando la voluntad actúa por imperativos de deber, la voluntad se somete sin condiciones ni limitaciones a una ley moral no por placer o utilidad sino por respeto a la propia ley. Según Kant, solamente estos imperativos tienen valor o mérito moral sin limitaciones. A una buena volunta no le interesa la materia del acto moral, no establece lo que se debe hacer de acuerdo con el contenido empírico y la consecuencias del bien, sino sólo con la forma en que debe actuar. Se trata de una voluntad para la cual lo importante no es lo que se haga o materia del acto moral, sino que lo que se haga sea por acuerdo completo de la voluntad con su sentido del deber o forma de acto moral. Por contraposición a la multiplicidad de éticas materiales (eudemonismo, hedonismo, utilitarismo, altruismo, naturalismo, humanismo, etc.) la ética kantiana es la única ética formal posible.

Una voluntad que actúa por puro sentido del deber orienta su acción mediante la forma del imperativo categórico, cuya propuesta más general es “Se debe hacer X siempre”. El imperativo categórico es una forma universal y necesaria, exclusiva y vacía de contenido, aunque admite distintas formulaciones. Con palabras de Kant: obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal. Otra: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio. Y una tercera similar: Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma mediante su máxima como legisladora universal. La utopía de una república de ciudadanos libres.

De la forma vacía del imperativo categórico se siguen los múltiples ejemplos de imperativos de deber que son leyes morales con contenido específico (“se debe respetar la vida siempre y sin condiciones”, “no se debe jamás engañar a nadie”, “la verdad debe prevalecer en todos los ámbitos de la vida privada y pública”, “bajo cualquier circunstancia se deben respetar las ideas ajenas”, etc.).

Una buena voluntad, en sentido kantiano, es además autónoma y libre. Se considera autónoma una voluntad que se da su propia norma mediante imperativos categóricos ya que tal decisión procede de su respeto interno a la ley moral y no de motivos externos o heterónomos. Una voluntad autónoma es además libre. En las éticas materiales la voluntad está determinada por la causalidad natural. Actúa movida por motivos externos (como los citados) que la impulsan necesariamente en una dirección. Por tanto, como cualquier otro objeto de la naturaleza está sometida al principio de causalidad. Sólo puede considerarse libre una voluntad que no actúa por motivos empíricos, sino que es capaz de actuar al margen, e incluso contra el orden de las causas naturales y darse a sí misma sus propias leyes. En este sentido se ha hablado de la ética formal de Kant como una antinaturaleza.

 

PD. Kant lo reconoció, por supuesto: la inmensa mayoría de los imperativos categóricos (por no decir todos) son imperativos hipotéticos encubiertos, disfrazados. Lo que denominó el ideal de la santidad es, a la vez, el significado profundo de la moralidad y algo inalcanzable para el ser humano. En fin, la ética kantiana es una síntesis genial de racionalidad ilustrada y teología protestante. 

jueves, 18 de abril de 2024

Corrupción

 

En el convite nupcial de una sobrina política nos asignaron por familia la mesa número 12, Balcón de Europa, a cuatro matrimonios jubilados. Boomers. A mi derecha se sentaba Jaime, primo segundo y profesor universitario de economía financiera lejos de Madrid, al que solo trataba de boda en boda. Durante una parte inevitable de la cena me había dedicado a esquivar con diplomacia vaticana las crudas opiniones políticas del resto de mis parientes, gente de orden, mediante términos como “diálogo”, “respeto”, “colaboración”, “acuerdos”, todos sospechosos de sanchismo disfrazado. Imposible con esa gente, primero que se vayan fue la respuesta unánime. Como no me gusta discutir y menos que me sacudan, el resto fue silencio. Es cada vez más difícil ser un viejo y entrañable liberal en esta España nuestra.  

Me había fijado que durante la cena Jaime había empinado el codo con prudente mutismo sin entrar al trapo de disputas vanas y respuestas sobradas. Al levantarnos de la mesa después del reparto de puros me acerqué curioso a mi primo para pedirle su opinión sobre el problema crónico de la corrupción. Mero tanteo posicional en medio de las albricias alcohólicas, servilletas al viento y cantos regionales de los amigos de los novios. Tras llevarnos sendos gin-tonic lejos de la zona del baile me contestó con cierta ironía que en una economía de mercado una cantidad aceptable de corrupción es necesaria para lubricar los engranajes del sistema. Los mercados deben constatar que existe un margen estable de estrategias no declaradas, de atajos no aceptables pero aceptados que les faciliten abrir y cerrar con éxito un número crucial de inversiones, operaciones y contratos. Es más, añadió, los derechos humanos son el soporte ideológico del capitalismo industrial y financiero. Aunque políticamente incorrectas, estoy convencido de que la mayoría de los comensales de la mesa número 12 hubieran sonreído ante ambas afirmaciones. 

Eran tan imprevisibles que le rogué explicarse un poco más. En el fondo son lo mismo, dijo. La ley de la oferta y la demanda, dogma del capitalismo desde Adam Smith, supone que la libre competencia entre privados establece las condiciones óptimas del mercado y la máxima utilidad social. La famosa mano invisible según la cual la suma de los legítimos intereses individuales determina el máximo beneficio colectivo sin la intervención del Estado que debe ser un mero garante de las reglas del juego. Asimismo, el liberalismo económico precisa el soporte constitucional del liberalismo político propio de las democracias representativas cuya inspiración literal es La Declaración Universal de Derechos Humanos. Aunque sería más exacto decir de algunos derechos humanos. Todo esto es muy conocido, concluyó.

El problema es que la ley natural de la oferta y la demanda es falsa. La única ley que rige los mercados es la acumulación de capital, no la competencia responsable. El capital industrial y financiero sabe que el librecambio y la no intervención estatal, es decir, la propuesta fundacional de dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por sí mismo no sirve para aumentar los beneficios, mejorar la balanza de pagos y alcanzar una posición dominante. Al revés, para lograr tales objetivos es preciso buscar estrategias de competencia irregulares con la complicidad de la clase política, es decir, del Estado. Del rey abajo todos valen.

Hablemos, pues, de la corrupción de los políticos, prosiguió Jaime tras darle un tiento a la copa. La prevaricación, la malversación, los sobres, los sobornos, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, las puertas giratorias. Muy conocido también. Lo que me interesa es el proceso que lleva a un político a dejarse corromper. Primer paso: la corporación, la empresa o la entidad bancaria tientan al representante electo que podría ocuparse de lo suyo con maletines, cuentas en Suiza o jugosas canonjías. Una vez que el implicado está presto al intercambio se suceden tres figuras jurídicas de la conciencia corrupta: la legal, la alegal y la ilegal. En todas, el político se rodea de una corte de abogados de confianza que le asesoran. Es decir, le dicen lo que quiere oír a cambio de un buen precio o de una participación en el premio gordo.

En la legal le aseguran que sus componendas caben dentro de dos estrechas líneas paralelas que delimitan lo que el código penal considera permisible. Adelante con los faroles. Lo cierto es que mientras sean paralelas el embrollo funciona, pero en la primera curva descarrila con estruendo en medio de las portadas de según que prensa.

En la alegal lo persuaden, tras largas deliberaciones en restaurantes de moda y encuentros exclusivos, que el tejemaneje que se trae entre manos permanece en un limbo legal. No hay, según ellos, legislación vigente que lo prohíba y lo que no está prohibido está permitido. Brillante sofisma que no tarda mucho en esfumarse. Las tertulias del bando contrario se frotan las manos por las mañanas temprano.     

En la ilegal, le sugieren que el momio no es del todo transparente y podría haber tropiezos legales. Aunque no hay que preocuparse. El desliz es tan leve que el juicio sería de primero de derecho. Además, al tratarse de alguien tan influyente, es prácticamente intocable. Error de lesa codicia. En la época del periodismo político de investigación el tropiezo se convierte en una caída desde un quinto piso y el desliz en un escándalo que promete una futura serie de varias temporadas.    

Los tres casos suelen acabar igual: un desfile de imputados, investigados, encausados y procesados. Jaime volvió la mirada hacia los recién casados que bailaban felices. La pregunta que nos quema la lengua, dijo, es cuantos se salen con la suya. 

sábado, 6 de abril de 2024

Interrupción voluntaria del embarazo

 

Francia es el primer país del mundo que incluye actualmente el derecho al aborto en su Constitución para que no se promulguen en el futuro leyes que impidan u obstaculicen su pleno ejercicio. La Asamblea Nacional ha inscrito en el artículo 34 de la Constitución el siguiente apartado: La ley determina las condiciones por las cuales se ejerce la libertad garantizada a la mujer de recurrir a una interrupción voluntaria del embarazo.

Los supuestos están recogidos en nuestro país en la ley orgánica 1/2023 de 28 de Febrero: violación (supuesto criminológico), riesgo grave para la salud física o mental de la madre (supuesto terapéutico), malformaciones y patologías genéticas del feto (supuesto eugenésico). En general, es legal la interrupción libre del embarazo hasta la semana catorce de la gestación a partir de los dieciséis años sin que sea obligatoria la autorización parental. Según datos estadísticos de la Dirección General de Salud Pública los motivos más frecuentes que se alegan en el “cuarto supuesto” son las dificultades económicas, la marginación de las madres solteras, la crisis de la pareja, la pérdida del puesto de trabajo, la edad avanzada, la incompatibilidad profesional o diversas disfunciones psicológicas reales o imaginarias. El año pasado se realizaron 98.136 abortos en España, según datos del Registro Estatal de Interrupciones Voluntarias del Embarazo publicado por el Ministerio de Sanidad a finales de septiembre, lo que supone una tasa de 12 mujeres de cada 1.000 entre 15 y 44 años.

La hija de unos vecinos de toda la vida se quedó embarazada antes de cumplir catorce años sin haber terminado cuarto de la ESO. Su novio, mayor de edad, estaba empleado en una superficie comercial. Las circunstancias son de sobra conocidas: dinero fresco, salida a las tantas de una discoteca coladero cargados de copas, aparcamiento del coche en un solitario lugar de las afueras o habitación prestada de un piso de colegas que están en ignorado paradero, la emoción de hacer el amor sin tomar precauciones, aquí te pillo y aquí te mato… En fin, constatar el comentario que hizo aparte a los desolados padres la ginecóloga al comunicarles el embarazo indeseado: una adolescente o una joven entre los catorce y veinte años se queda embarazada con solo mirarla. Este frase me parece más pertinente que los cursos sobre educación sexual que se prodigan en los Centros de Apoyo a la Familia e Institutos de Secundaria. Me lo cuenta una profesora de francés recién jubilada que tuvo que asistir por obligación de tutora a una de estas charlas sobre identidad de género impartida por una jovial pareja que se presentaba como masters en educación sexual. Obviamente hubo que cazar a los alumnos a lazo. Tampoco está claro que no se pida permiso por escrito a los padres para autorizar la asistencia de sus hijos a estas actividades extraescolares. Muchas no son orientativas y “transversales”, como se anuncian, sino ideológicas. Tendenciosas. Crean problemas donde no los hay. Por ejemplo, propician el embarazo no deseado. Atrapados varios grupos de la ESO en la jaula, comenzó la sucesión interminable de presentaciones, imágenes de los genitales y alusiones a zonas erógenas que, según la profesora, nunca había oído. De pronto, el ruido de fondo cósmico del tedio se desgarró por el aullido orgásmico de un alumno de la última fila. Su amiguita del alma, quizás movidos por la charla, se había dedicado a complacerlo desde hacía rato y el final fue un enhiesto surtidor de sombra y sueño que a las estrellas casi alcanza. Por fortuna se impuso la risa inextinguible de los dioses. Mi amiga se troncha cada vez que lo cuenta. Recuerda la palidez mortal de los expertos que antes de salir por la puerta falsa susurraron: libertad a la madrileña. Obviamente la Asociación de Padres de Alumnos (APA) tuvo noticias del caso.  

En la adolescente las consecuencias de dar a luz serán inmediatas: los apoyos incondicionales de los miembros de las asociaciones provida, los fárragos burocráticos de las casas de acogida, las soflamas de los grupos parroquiales; amigos, conocidos y parientes de circunstancias una vez que se produce el parto desaparecen como por ensalmo. Serán los abuelos quienes se ocuparán de criar al nieto sin tener edad ni estar en condiciones de representar el papel de padres. Los verdaderos todavía menos. La condición de madre soltera a esa edad es un estigma social. Los estudios, la socialización y el desarrollo de la educación afectiva se verán alterados y frustrados. Eso sin contar con la impredecible reacción del padre del recién nacido; la norma es que se desentienden del problema; en todo caso conviene obviar las fogosas promesas matrimoniales. En fin, algunas pautas para interrumpir el embarazo como aconsejó la doctora: al no haber violación, hacerlo cuanto antes, físicamente es más fácil y el trauma menor. Además, los cambios físicos y psicológicos que experimenta la mujer encinta serán más leves. Inconveniente: los ginecólogos de la Seguridad Social no practican este tipo de intervenciones. Se suelen acoger en bloque al derecho a la objeción de conciencia (lo cual es otro tema del cual habría mucho que hablar). Aducen, además, que el servicio se sobrecargaría si atendieran los abortos. La misma Sanidad Pública te deriva a ciertas clínicas privadas. Si no te convencen y te lo puedes permitir, coge un vuelo con presupuesto y cita. Allí te encontrarás con un ambiente más normalizado, menos denostado socialmente y no tendrás que sufrir el acoso callejero ilegal de grupos ultras con preces, pancartas y furgonetas del último recurso. Tras la intervención lo mejor es que nadie fuera del círculo íntimo lo sepa. Difícil. Imposible en ciudades de provincias. En todo caso, una vida por delante descarta de raíz las habladurías. Y asunto no concluido, porque un aborto es algo que ninguna mujer, tenga la edad que tenga, podrá olvidar en su vida. Es una tragedia materna que requiere duelo y consuelo. Incluso conviene buscar ayuda profesional para restaurar la confianza entre los padres y la hija y la hija consigo misma. El embarazo se gesta en el cuerpo y en la mente de la mujer. Ambos son suyos, pero también de la vida que lleva dentro, de los que la necesitan, la quieren y la esperan. Algunos desalmados y desalmadas confunden un drama indeleble con una fiesta.

viernes, 15 de marzo de 2024

El cuerpo del amor

 

La pandemia ha supuesto un renovado interés por el culto al cuerpo. Recordad el omnipresente ¡Cuídate! Las salas de fitness, están a reventar, las aceras pobladas de corredores o runners que resoplan al adelantarte, en los parques se han instalado barras, bicicletas y otros artilugios, en cualquier esquina puedes tropezarte con alguien haciendo sentadillas, flexiones o estiramientos. Por no hablar de la penitencia de la gastronomía ecológica.

Otra variante en auge del culto al cuerpo son los institutos o clínicas de cirugía y medicina estética, el negocio más próspero del barrio junto con los gimnasios, las terrazas y los chinos. Sus clientes son por el momento mayoritariamente femeninos, pero hay cada vez más presencia masculina (hetero y homo) según datos de las propias clínicas, en parte ciertos y en parte hinchados en un intento de autopromoción. Algunos se retocan por exigencias profesionales (políticos, reyes, locutores, actores, influencers, deportistas), otros por contemplar su imagen en el espejo, sin olvidar a los que buscan el elixir de la eterna juventud.     

Hoy tocamos este palo. No es lo mismo la cirugía plástica que la cirugía estética. La primera pretende restaurar la forma y función del tejido después de que haya sido afectado por diversas patologías: infección, traumatismo, extirpación, quemaduras, amputaciones, deformaciones congénitas… La segunda se utiliza para mejorar la apariencia personal y se puede realizar en diferentes áreas de la cara, el cuello y el cuerpo. No hay, por tanto, patologías previas. Se trata de un procedimiento electivo mediante el cual se modifican rasgos corporales a fin de optimizarlos. Hay muchos tipos de cirugía estética: el lifting o estiramiento facial, la rinoplastia, la liposucción, la otoplastia, la mamoplastia, el levantamiento de cejas, entre otros. Una variante no quirúrgica de la cirugía estética es la medicina estética orientada a perfeccionar el aspecto físico mediante tratamientos no invasivos o mínimamente invasivos: corregir imperfecciones del rostro, favorecer la calidad y textura de la piel, reducir las arrugas, corregir las líneas de expresión o promover la regeneración celular. La cirugía plástica o reparadora está cubierta por el Servicio Nacional de Salud, mientras que la cirugía y la medicina estética es sufragada por los usuarios, algo justo y necesario en ambos casos.

Hay un tema concomitante que cada vez cobra mayor actualidad y es objeto de polémica (agria entre los políticos): la transexualidad. La podemos definir como la identidad de género de las personas que se consideran a sí mismas individuos del sexo opuesto. Los transexuales tienen, por tanto, una identidad de género que no coincide con su sexo adscrito por nacimiento por lo que desean realizar una transición al sexo con el que se identifican. Para llevarla a cabo tienen que buscar asistencia médica mediante terapias de sustitución hormonal y cirugía de cambio de género. Esta última tiene dos modalidades completas: la cirugía de feminización o vaginoplastia y la cirugía de masculinización o faloplastia. Hay grados intermedios. La vaginoplastia consiste en una reconstrucción genital que incluye la extirpación de los testículos y el pene, la creación de una vagina, labios vulvares y un clítoris. La faloplastia tiene como objetivo crear unos genitales externos masculinos que permitan una función urinaria en posición vertical, una estimulación erógena y una penetración satisfactoria. La operación completa de reasignación de género en ambos casos es compleja porque implica a distintos especialistas y además costosa, en torno a los veinte mil euros o más en función de las características de cada caso.

Es problema ético y político es a quién corresponden los gastos de la cirugía de reasignación parcial o completa de género. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y las más reconocidas asociaciones de Psiquiatría no consideran a la transexualidad una enfermedad mental. La patología, denominada disforia de género, surge, más bien, cuando tratamos de disuadir a la persona de su identidad transexual en vez de ayudarla a que la asuma sin complejos. La contradicción surge, a mi modo de ver, en que si no se trata de una enfermedad sino de una elección subjetiva no corresponde al Servicio Nacional de Salud hacerse cargo de los gastos de las intervenciones de feminización o masculinización. No son un caso de cirugía estética, pero tampoco de cirugía plástica. Es más, por su propia finalidad institucional, el SNS quedaría al margen de cualquier protocolo, evaluación y procedimiento relacionado con la reasignación de sexo. Los transexuales tendrían, por tanto, que recurrir a centros privados (los hay y muy competentes, por ejemplo, la Clínica Mayo) y cubrir todos los gastos. Estoy de acuerdo en que muchos trans, por desgracia, no pueden costearse la intervención, pero de ahí no se sigue que tengamos que pagársela entre todos. Insisto, trato de expresar mi opinión, no de sentenciar sobre el caso. En nuestro país este matiz nunca está de más.

sábado, 9 de marzo de 2024

Meritocracia

Es conocida la sentencia firme de Alfred North Whitehead según la cual toda la filosofía occidental consistiría en una serie de notas a pie de página a la filosofía platónica.

La RAE define la meritocracia como el Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. En su Diálogo de madurez República, la primera utopía política conocida, Platón propone algo similar a lo que hoy entendemos por tal concepto: a la cabeza de un Estado ideal deberían estar los filósofos gobernantes designados entre la casta de ciudadanos que por selección eugenésica y formación específica predomina el alma racional cuya virtud es la prudencia o sabiduría práctica. Al final de su vida, Platón fue muy pesimista sobre la instauración en Grecia de una ciudad estado realmente justa. En realidad, estuvo a punto de perder su privilegiada cabeza en tres ocasiones a causa de sus ideas políticas.  

Un fantasma recorre la Unión Europea: la escasa competencia de la clase política. Es lo mismo que pensaba Platón de la corrompida democracia ateniense que ejecutó a Sócrates, su maestro. Abatido y en la lista negra de los disidentes, se refugió en Megara durante tres años. Posteriormente viajó a Egipto, Cirenaica e Italia. En Siracusa (Sicilia) convenció al tirano Dionisio el Viejo de que pusiera en práctica sus principios políticos, pero acabaron mal. El tirano se hartó de teorías abstrusas, lo cargó de cadenas, lo convirtió en esclavo y lo vendió en el mercado. Tras pagar un amigo el rescate volvió a Atenas donde fundó la Academia, una institución dedicada originalmente a la formación de políticos profesionales. A la muerte de Dionisio el Viejo, su hijo, Dionisio el Joven lo reclamó como instructor personal. Platón, pese a su anterior fracaso, volvió dispuesto a reivindicar las ventajas de un gobierno de los sabios. Pero el tirano, ajeno a las verdades del mundo inteligible, acabó por desen­ten­derse de su asesor y tras la caída del régimen a causa de una conspiración, el filósofo, perseguido y desmoralizado, volvió de nuevo a Atenas lleno de dudas sobre su teoría de las ideas y de  sombras sobre la condición humana como reflejan sus últimas obras.  

Cambiando lo que se deba cambiar, aplicaremos el intelectualismo platónico, la meritocracia, a la democracia liberal. Las conclusiones son muy parecidas. En primer lugar, una vez eliminados los ministerios superfluos (en nuestro país la mitad) debemos asumir que el ministro de sanidad sea un médico reconocido, el de hacienda un economista prestigioso, el de educación un profesor emérito, el de justicia un jurista acreditado y así sucesivamente (si continuamos, el disparate surge pronto). Las dificultades se suceden: los profesionales más capaces no suelen estar interesados en la política. Más bien la evitan. Echen una mirada a los escuálidos curricula del arco parlamentario. Además, si los hubiera, deberían tener unas mínimas afinidades ideológicas con el partido al que representan: hablamos de democracia no de tecnocracia. No se trata de sustituir los fines ideológicos por los medios técnicos. Nuevo problema: que sea un excelente profesional de la medicina, la economía, la educación o el derecho no garantiza que sea un buen político. En realidad, no sabemos en qué consiste ser un buen político. Un misterio dentro de un enigma. Quizás el buen político nace, no se hace. Ya sabemos lo que dan de sí los licenciados en ciencias políticas y sociología. Ni siquiera la historia nos aclara quienes han sido buenos o malos. Siempre nos encontramos con un mosaico de luces y sombras. La meritocracia estricta, platónica, no funciona en la democracias liberales.

La segunda solución, en línea con la anterior, serían los consejeros áulicos. Los representantes electos se rodearían de técnicos cualificados, a tiempo parcial o total, para encontrar la mejor relación entre medios y fines. Pero surgen nuevos problemas: nuestros políticos tienden por sistema a priorizar los fines, mutados en intereses creados, a los medios expertos; o sea, a degradar el contenido objetivo de los sesudos informes, a esconderlos en un rincón escondido y cubierto de polvo o a enviarlos directamente a la papelera de reciclaje. Otrosí, los políticos profesionales no eligen por norma a los mejores técnicos sino a personajes afines al partido por dos motivos: oyen la música celestial que quieren oír y pagan las exigencias internas del insistente qué hay de lo mío. Después de todo la política es una carrera. Finalmente, los asesores son legión porque los situados extienden insaciables la red de influencias a familiares, amigos y conocidos. Al final prevaricación, cohecho y presuntos implicados. Tampoco esta variante de la meritocracia, la más plausible, la más llevadera, es por ahora la solución a la decadencia de la democracia liberal en España, Europa y Estados Unidos. Lo que sigue es algo que no hace falta imaginar porque ya está sucediendo. Y el futuro que se vislumbra es oscuro y confuso, si es que sobrevivimos como especie a corto plazo. Siempre nos quedará la ciencia, pero todo parece indicar que sus aplicaciones, la tecnología militar, las computadoras cuánticas, la inteligencia artificial, apuntan en una dirección inquietante.