sábado, 26 de mayo de 2012
Diccionario filosófico. Liberal
domingo, 20 de mayo de 2012
La visión trágica del lenguaje
miércoles, 16 de mayo de 2012
Imágenes y palabras
Giorgio Agamben, Profanaciones. Desear
Desear es lo más simple y humano que existe. ¿Por qué, entonces, nuestros deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué es tan difícil ponerlos en palabras? Tan difícil que terminamos por esconderlos; construimos para ellos una cripta en alguna parte de nosotros, donde permanecen embalsamados, a la espera.
No podemos trasladar al lenguaje nuestros deseos porque los hemos imaginado. En realidad la cripta sólo contiene imágenes, como un libro de figuras para niños que todavía no saben leer, como las images d’Epinal de un pueblo analfabeto. El cuerpo de los deseos es una imagen. Lo inconfesable del deseo es la imagen que nos hemos hecho de él.
Comunicar a alguien los propios deseos sin las imágenes sería brutal. Comunicarles las propias imágenes sin los deseos, un aburrimiento (como contar los sueños o los viajes). Pero, en ambos casos, resulta fácil. Comunicar los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua. Por eso la postergamos. Hasta el momento en que comenzamos a comprender que el asunto quedará para siempre sin despachar. Que nosotros mismos somos deseos inconfesados, para siempre prisioneros en la cripta.
El mesías viene por nuestros deseos. Él los separa de las imágenes para satisfacerlos. O mejor dicho, para mostrarlos ya satisfechos. Aquello que hemos imaginado ya lo hemos tenido. Quedan –imposibles de satisfacer- las imágenes de lo que ha sido satisfecho. Con los deseos satisfechos, él construye el infierno; con las imágenes que no pueden ser satisfechas, el limbo. Con el deseo imaginado, con la pura palabra, la beatitud del paraíso.
lunes, 14 de mayo de 2012
Democracia biosocial
jueves, 10 de mayo de 2012
¡Campeones!
Hay que saber perder (¡qué nos van a contar a los atléticos!) y saber ganar. Es la ética y la estética del fútbol, que no es un deporte propiamente dicho (c’est la guerre plutôt!). Y puesto que en las grandes finales sólo existe el bien o el mal y no hay grises como en la vida, lo primero es consolar a ese gran equipo vasco, joven y con casta, con historia y actualidad, que es el Athletic de Bilbao. Lo hicieron Antonio López y Simeone al acabar el partido; se hizo un pasillo cordial a los subcampeones y el célebre y nunca bien ponderado Cerezo puso por las nubes a la afición bilbaína (menos mal que no atribuyó la victoria a las bendiciones del Papa… ¿recuerdan la visita del club y sus palabras?: ¡Hemos estado con Benito 16!).
Además el Athetic es nuestro padre natural, algo que conviene señalar: el 26 de abril de 1903, un grupo de estudiantes vizcaínos de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas decidió fundar un equipo filial del Athletic Club de Bilbao, el cual se denominó Athletic Club de Madrid. (¡Gracias por todo!)
- ¿Papá -dice el tierno infante- qué es más importante, la Champions o la Europa League?
- (Silencio reflexivo) Eso depende...
La final de ayer es historia en el sentido literal del término: el campeón nos recordó al Atleti de leyenda, aquella escuadra genial que armaba su fútbol con una defensa rocosa, un centro del campo ágil y unas lanzas astutas y letales. El Glorioso. No cito nombres del pasado por no sollozar. Revivimos el famoso contraataque que nos hizo ganar ligas y copas, y medirnos con éxito a los grandes expresos europeos (esas multinacionales que nos birlaron al Kun y pronto pujarán por FalK.O.).
¡VIVA POR SIEMPRE EL ATLETI!
lunes, 7 de mayo de 2012
La gaviota, Anton Chéjov
Es conocida -y afortunada- la exclamación del crítico y autor Jules Lemaître ante una adaptación teatral "a la altura de nuestro tiempo": Dios mío, que exasperantes son las ideas modernas cuando alguien forma parte de los clásicos… Es lo que le ocurre a la obra de Anton Chéjov La gaviota, representada en el Teatro Galileo de Madrid bajo la dirección de Rubén Ochandiano.
El texto de Chéjov ha envejecido como el vino en la barrica: tres ejemplos, hoy nadie se suicida por amor, solloza en los brazos de su madre ni rumia las penas a orillas de un lago solitario. Eso sin contar con que los personajes rusos nos parecen habitantes de otro planeta. Uno de los lemas de la crítica, que aparece en el cartel, anuncia: Una obra real como la vida misma. Me parece un dislate. Sólo las turbias relaciones que se desgranan en escena, donde todos aman (no digo desean) a la mujer del prójimo y se reconocen en la imagen fantástica del otro (porque no se aman a sí mismos)... conectan con la parte menos sustantiva de los tiempos que corren.
Comprendo también que el estreno de La Gaviota en 1896 fuera un sonoro fracaso y Chéjov tuviera que salir por la puerta trasera. Al público de finales del XIX tampoco le importaba el ámbito espeso de los autores, actores y adictos. A muchos escritores les sucede lo que a los periodistas, esa variedad menor del oficio: siempre están mirándose al ombligo, hablando de sí mismos y de su papel crucial en el sistema del mundo. La gente normal (ahora le doy brillo al adjetivo), entre la que nos gusta incluirnos bastantes veces, va al teatro para disfrutar del ingenio épico o lírico de la obra… no a atufarse con las plastas solipsistas del autor (la mayoría de las cuales son indecentes y mezquinas). ¡Vaya tropa!
Por ambas razones, el tiempo y el tema, la actualización de la obra de Chéjov nació condenada al fracaso. Además el marco material del Galileo no resulta adecuado. Se trata de un “teatro taller” con un escenario radial, en contacto directo con el público. El invento no funciona. En mi opinión, al revés, habría que llevar la obra a su lugar natural y alejar al público de la escena del drama: por ejemplo al teatro María Guerrero; por supuesto, con vestuario de época y un texto sin alteraciones ni símbolismos. No es de extrañar que la “comunión espiritual” con el espectador, la síntesis de los elementos en juego, la sangre del teatro, brotara en contadas ocasiones; en las demás, parecía el trabajo de un grupo muy bueno de aficionados. Las idas y venidas de los actores por el patio de butacas, un recurso del taller para tapar las carencias del montaje, sólo empeoraron las cosas. No critico por criticar: es que la entrada es muy cara.
jueves, 3 de mayo de 2012
Le lance-pierre
Un lance-pierre (c’est mon truc !), c’est le bidule de mon enfance que je
souhaiterais retrouver derrière un canapé abandonné dans la mansarde de mes
parents. Le lance-pierre dont je vous parle n’est pas un objet industriel qui a
été fabriqué en série, avec une fourche métallique, des élastiques jaunes et
une « basane » plastifiée. Il s’agit plutôt d’un authentique « gomero »
artisanal, fait sur mesure en bois de merisier, avec deux élastiques en
caoutchouc vulcanisé et une véritable basane en cuir. À l’âge adulte, j’ai eu
beau chercher, je ne l’ai pas retrouvé !
Quand j’avais douze ans, j’ai passé une fois mes
vacances d’été dans un petit village de la province de Cuenca : Valverde del
Júcar. Mes parents étaient en voyage en Europe et mon oncle Gustavo, qui
habitait et travaillait dans le village, m’avait accueilli avec plaisir chez
lui. C’est à Valverde que j’ai connu le fils d’un travailleur de l’entreprise
de mon oncle : Victoriano. C’était aussi un adolescent, bien qu’il ait toujours
vécu à Valverde et moi à Madrid. Il écoutait en prêtant attention, comme s’il était
hypnotisé, les histoires de Madrid que je lui racontais : les gens, les rues,
les monuments, les stades, etc. Par contre, il me montrait tous les secrets de
la vie de campagne : pêcher à la ligne, monter sur la herse pour battre le blé,
trouver les nids des oiseaux, faire une cage pour les grillons, allumer un feu
l’après-midi… Je ne pourrai jamais oublier ce mois-là. J’ai connu à travers ma
vie le Bonheur (avec majuscule) en dix occasions. Celle-là est la troisième…
Quand les vacances se sont terminées, la veille du
départ, mon ami Victoriano m’a fait un cadeau vraiment spécial : un
lance-pierre fabriqué par lui-même pour que je me rappelle de ces vacances
ensemble. Auparavant, je lui avais dit : « Le lance-pierre, ça me dit beaucoup,
j’en ai assez des bidules mécaniques ». Pendant l’hiver à Madrid, le
lance-pierre disparut après une plainte du professeur de religion du lycée… et
depuis lors, je le cherche désespérément ; mais fidèle au dicton, je ne m’avoue
pas vaincu : « l’espoir fait vivre ».





