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jueves, 5 de diciembre de 2024

¡De nuevo la Unión Balompédica Conquense!

Esta noche a las nueve juega en partido de Copa del Rey la Unión Balompédica Conquense con (¿contra?) toda una Real Sociedad de San Sebastián. Copio literalmente el titular del diario deportivo AS.

Puente colgante hacia la ilusión

El Conquense, modesto club con más de 75 años, sueña con una gesta gigante.

https://as.com/futbol/copa_del_rey/puente-colgante-hacia-la-ilusion-n/

Aprovecho para revivir una vieja entrada de mi blog (y yo con ella) sobre el segundo club de mis amores. Escrita hace un montón de años, cuando todavía era alto, rubio y con ojos azules, la dejo tal cual, viejuna como toca. Un abrazo a todos los amigos balompédicos que en ella se dan cita.

https://rodolfolopezisern.blogspot.com/2017/03/la-union-balompedica-conquense.html


lunes, 29 de enero de 2024

Saber perder y saber ganar

La única manera noble de saber perder es la del abuelo que deja a su nietecilla hacer trampas para que le gane al parchís. Son tremendas. Al menor descuido mueven la ficha de matute o trucan el dado. ¡He ganado, he ganado! chincha la princesa mientras reparte besos bajo demanda. Los dos son felices. Es el único caso que conozco en el que el perdedor se alegra excepto si se trata de un partido amañado con fajos y maletín. Siempre me acuerdo del boxeador Butch Coolidge (Bruce Willis) en la excepcional Pulp fiction huyendo al galope de la mafia del juego tras incumplir el acuerdo de dejarse noquear en el quinto asalto y apostar fuerte por sí mismo. El dinero habla decía hace unos días John McEnroe, el deslenguado tenista, al referirse a Rafa Nadal y su contrato estratosférico para potenciar el deporte en Arabia Saudí (como Jon Rham y Cristiano Ronaldo). El ocaso de los ídolos, el hechizo del desierto al que sucumbió Lawrence de Arabia.

Lo que tienen en común todos los deportes de competición es que al final unos van al cielo y otros al infierno. Que me lo digan a mí, seguidor del atleti por circunstancia y vocación, que he vivido las tres finales palmadas de la Copa de Europa; y la agonía semanal. Peor era el juego de pelota de los mayas, el pok ta pok (onomatopeya de los rebotes en las paredes), tatarabuelo del baloncesto con un contenido ritual y religioso. Según los expertos, los perdedores eran sacrificados a los dioses. Literalmente rodaban cabezas. Los ganadores sobrevivían partido a partido. Me recuerda al Quidditch un juego de tres aros y escobas voladoras que practicaban los aprendices de brujo del Colegio Hogwarts en la serie de Harry Potter. Me leí una novela tras otra durante el confinamiento. Olvídense de Descartes. El Quidditch es uno de los mejores tratados de las pasiones que se han escrito. Dejemos a Clarín los cuentos morales: el único valor del deporte, es ganar, ganar y volver a ganar. Olvídense de los valores olímpicos y otros mitos. Solo lucen durante las ceremonias de inauguración y clausura. Lo mismo que el Rei de los judocas, expresión de cortesía antes de dislocarse en el tatami. O el saludo severo de los grandes maestros del ajedrez en señal de respeto delante del tablero, el borgiano ámbito en que se odian dos colores. Séneca, Agustín de Hipona, Sánchez Ferlosio: Splendet dum frangitur (brilla mientras se rompe) debería ser el lema claroscuro del deporte.

Hablemos de fútbol que es lo que realmente nos importa. Hay un prepartido, partido y pospartido. Todo comienza con las tertulias nocturnas que puso de moda García, tormentas en un vaso de agua que sirven para dormirnos con la radio puesta. Sigue la rueda de prensa de los entrenadores. Elogios del rival, líneas, compromiso, preparación. Una alusión equívoca hacia propios o extraños puede convertirse en una declaración de guerra. Después hay que aclarar los malentendidos sacados de contexto, desdecirse de lo evidente, pedir perdón y volver a la casilla de salida como en el juego de la Oca (otra invitación a que nos gane la nieta). El resultado es una enorme burbuja en todas las cadenas del dial que tarda al menos una semana en deshincharse. Olvidaos de lo que habéis oído y del público. Ellos juegan su partido y nosotros el nuestro, decía Luis Aragonés antes de saltar al campo. El mismo que a la pregunta de un listillo sobre por qué en los saques de esquina su equipo no buscaba el palo corto, respondió: ¿Palo corto, está seguro, creía que los dos eran iguales? La tres cuartas partes del programa la ocupan el Madrid o el Barça. Las preguntas de la prensa del gremio y las respuestas de los protagonistas son líneas paralelas que nunca llegan a encontrarse. Es lo mejor que puede suceder porque, como en política, si se encuentran acabará en bronca. La única nota negativa es la llegada del autobús del equipo visitante entre una lluvia de piedras y tachuelas.

Entramos al estadio reventón donde ondean las viejas banderas, salen los equipos con los niños de la mano, retumba el himno a coro, los que van a morir se saludan, los capitanes intercambian banderines, suerte al trío arbitral y tras el pitazo comienza la madre de todas las batallas. El mundo cambia: en la grada de animación aparecen las esvásticas, las bengalas y los estandartes confederados; por su tamaño, la única explicación es que estaban a buen recaudo en los sótanos del estadio. Se alternan los insultos a los tránsfugas, el racismo darwiniano y las cuentas pendientes. No insisto, lo saben de sobra. No es un juego sino la guerra; es sólo fútbol, pero nos gusta. Nuestro cerebro reptiliano está vinculado a pautas de conducta como la competencia, la dominancia, la defensa territorial y la agresividad. Sin estas pulsiones ancestrales nos dejaría indiferentes, como cuando nos derrumbamos resignados en el sofá para sufrir una insulsa final de la copa australiana. Si alguien te dice que le gusta el fútbol en sí mismo, sin defender unos colores desde su más tierna infancia es que no le gusta el fútbol. Cuando mi nieta cumplió un año, lo primero que hice fue comprarle en la tienda oficial la equipación del atleti con su nombre en el dorsal. De momento canturrea el himno.       

Al final, lo único que acaba en el césped es el resultado. Una legión de analistas, exjugadores, árbitros jubilados, periodistas, tertulianos y seguidores de renombre cobran los dividendos del pospartido. Buen título para un nuevo intento. 

sábado, 9 de septiembre de 2023

El caso Rubiales

 

Un personaje tan notorio como Woody Allen, en una entrevista al diario El Mundo, ha realizado unas polémicas declaraciones durante la presentación de su última película en el Festival Venecia, Coup de chance, en las que quita hierro al pico del inhabilitado presidente de la Real Federación Española de Fútbol.

Es difícil entender que una persona pueda perder su trabajo y ser penalizada de esa manera por dar un beso a alguien. Si fue inapropiado o demasiado agresivo, hay que decirle claramente que no haga eso y que se disculpe. No es que haya asesinado a alguien. Pero lo suspendieron de su cargo y podría perderlo todo. (…) Fue resultado del "momento" y la "emoción de la victoria". (…) Lo primero que pensé es que no se escondieron ni la besó en un callejón oscuro. No la estaba violando, era solo un beso y era una amiga. ¿Qué hay de malo en eso? En la primera información no sabíamos si la mujer se apartó y le dijo: “No hagas eso” (…) Como ciudadano medio, estuvo mal, hizo algo incorrecto… pero no fue como si hubiera quemado un colegio (…) Fue algo público. No la estaba besando en su despacho con la puerta cerrada ni nada parecido donde ella estuviera amenazada. Fue claramente a la vista de todos y ella no estaba en peligro. Pero claro, ella tiene todo el derecho a dejar claro que no quiere, y él tiene el deber de pedir disculpas y de asegurar que no lo volverá a hacer. Y hecho eso, seguir los dos adelante…

Sólo una persona completamente ajena al affaire Rubiales podría haber opinado así. Es curioso que el más cercano, el cesado presidente, y el más lejano, el célebre director, no entiendan lo que ha ocurrido. Ambos juzgan un hecho concreto, una acción aislada, un acontecimiento en sí mismo; no lo que es: una enmienda a la totalidad.

El beso robado y el gesto obsceno de Rubiales no es la causa sino la ocasión de ajustar viejas cuentas con el fútbol profesional femenino. Si la selección española no hubiera hecho la proeza de ganar el Mundial 2023 nada habría salido a la luz. El problema viene de atrás. Hace más de un año, quince jugadoras enviaron un correo a la Federación Española de Fútbol para comunicar su renuncia a jugar en la Selección por su desacuerdo con los métodos y decisiones del entrenador, Jorge Vilda; las capitanas pidieron además su destitución. La respuesta de Rubiales y Vilda fue contundente: el primero desautorizó la pretensión de las jugadoras por incompetencia y amenazó con sanciones legales por incomparecencia; el segundo se aferró al cargo sin más explicaciones. Posteriormente doce de las quince rebeldes solicitaron su disposición a volver a la selección. Hace días Jorge Vilda ha sido destituido por su estrecha connivencia con Rubiales. En la Asamblea de la RFEF fue uno de los que aplaudió a rabiar el discurso exculpatorio de su jefe (igual que el actual entrenador de la selección nacional masculina, Luis de la Fuente). Cuando cambió la dirección del viento ambos se sumaron a las críticas e improvisaron unas endebles excusas: el contexto emocional, dijeron, los había arrastrado a ponerse en pie y sumarse al sentimiento unánime del grupo. Lo cierto es que muchos asistentes se sentaron con las manos en los bolsillos y miraron al suelo.    

También ha sido decisivo el irresistible ascenso del feminismo, siempre con años de retraso, en nuestra sociedad. El affaire Rubiales ha tenido la singularidad de encrespar a todas las tendencias feministas en una escala ascendente de descalificaciones: desde la impresentable actitud machista hasta el abrazo mataleón. La jugadora Jenni Hermoso que inicialmente se mostró perpleja y después molesta por el achuchón subitáneo, denuncia ahora formalmente al implicado, lo cual ha activado una querella “a la mayor brevedad” de la teniente fiscal de la Audiencia Nacional por indicios de agresión sexual. Rubiales pasa de ser cesado a juzgado. Incluso un alto comisionado de la ONU ha condenado el caso por abuso de posición dominante.

Por supuesto, los partidos políticos han puesto en marcha la máquina de picar carne y se han posicionado en torno al beso no consentido. El PSOE considera que Rubiales "no puede seguir representando ni los valores del deporte, ni los valores de un país al que no representa”. El PP ha pedido que se "escuche a la sociedad y a las futbolistas e insta al Gobierno a que actúe para no llegar tarde a la solución del problema”. Sumar pide la "suspensión inmediata" de Rubiales al Consejo Superior de Deportes que, a su vez, ha remitido la documentación pertinente al Tribunal Administrativo del Deporte que estudia el caso como "una infracción grave pero no muy grave". Por tanto, el CSD no tiene vía libre para la suspensión definitiva y deja en cueros al Gobierno. Vox, por su parte, denuncia la "cacería política" contra el expresidente, critica el “falso feminismo”, carga contra la ley del “solo sí es sí” y pide la dimisión de Sánchez. Lo cierto es que PP y PSOE permitieron e incluso promovieron cuando gobernaban el ascenso de altos cargos federativos poco capacitados (un eufemismo) para una gestión eficaz del deporte. De aquellos barros estos lodos. En fin, lo de siempre.   

P.D. A esto se unen las tertulias de mañana, tarde y noche que, aunque pregonan que sólo deberíamos dar protagonismo al triunfo de la Selección Femenina de fútbol, campeonas del mundo (increíble dadas las circunstancias masculinas), en realidad de lo que único que hablan es del caso Rubiales. En breve una serie de Netflix.

domingo, 28 de mayo de 2023

El caso Vinicius

El affaire Vinicius ha sido últimamente el epicentro de la prensa y las tertulias deportivas. También ha tenido una amplia difusión en los medios de comunicación generalistas porque los insultos racistas que ha sufrido el jugador han sido condenados por los máximos organismos internacionales del fútbol (que no son un modelo ejemplar) y, lo que es peor, por los presidentes de gobierno de algunos países, Biden entre otros. Incluso se ha puesto en entredicho la idoneidad de nuestro país para organizar el Mundial 2030 junto con Portugal y Ucrania. (Cuán largo me lo fiais, amigo Sancho). En cuanto surge la ocasión los que debieran callarse por la viga en ojo propio nos restriegan una versión de la leyenda negra (valga el retruécano) tan vieja como el fútbol. A Luiz Pereira, el defensa brasileño del Atlético de Madrid le cantaban a capella en el Bernabéu ¡Que baile el negro! y hasta el árbitro se partía de risa. Además, el caso Vinicius tiene el valor añadido de que en período electoral todos los políticos quieren utilizarlo a cambio de un costal de votos. Las declaraciones se suceden con los trazos gruesos de cada formación: cordón sanitario al fascismo en los clubs, España no es racista y tampoco Madrid, ciudad de acogida, al final se ha impuesto el largo brazo de Florentino y sus socios, Vinicius provocador profesional. Me gusta el término emocracia porque recoge el sentido reptiliano de lo que ocurre en los estadios al insultar y en los colegios electorales al votar.

El caso Vinicius se explica como una disonancia insalvable entre ética y sociología. Cuando el dislate ha sucedido todo el mundo da lecciones de ética: hay que desterrar de los estadios cualquier atentado a la dignidad, somos personas antes que futbolistas, todos los seres humanos son iguales sin distinción de raza, color o sexo. ¡Todos somos Vinicius! El incremento del tono didáctico en foros y forillos es el primer aviso de que las razones éticas son un brindis al sol: el deporte debe trasmitir valores a los niños, afán de superación, trabajo en equipo, autocontrol, respeto al rival, juego limpio, sana competencia, saber perder y, sobre todo, saber ganar. Ni siquiera se cumple en los campeonatos escolares. Lo cierto es que la ética ocupa un espacio-tiempo más bien discreto en el fútbol: antes del partido, directivos, entrenadores, jugadores, viejas glorias se hacen la pelota (otro retruécano malo) mientras comen sabrosuras en un restaurante diez; los equipos saltan al campo con traje de gala; ondean los colores de la afición tonante, los equipos se saludan, el árbitro pita el comienzo del partido… y ahí el mundo cambia. Pasamos de la ética a la sociología.

Según los neurólogos, en nuestro cráneo conviven de mala gana tres cerebros: el cognitivo o neocortex, el límbico o emocional y el reptiliano o instintivo. El fútbol nos gusta porque nuestro cerebro reptiliano, el menos evolucionado, está vinculado a pautas de conducta como la competencia, la dominancia, la defensa territorial y la agresividad. Sin estas pulsiones la confrontación entre equipos rivales nos dejaría indiferentes, como sucede cuando nos derrumbamos resignados en el sofá para sufrir una final insulsa entre dos equipos australianos. Las manifestaciones de la agresividad en el fútbol son las pedradas al autobús del rival, los insultos racistas durante el partido y los enfrentamientos de los ultras en la calle. Pero no seamos hipócritas: lo que realmente sentimos es que el patadón por detrás, la falta de juego limpio, la violencia verbal, son la salsa del fútbol. ¿A quién le puede interesar un fútbol de guante blanco? ¡Es la guerra! Que diría Groucho Marx. En una eliminatoria de la Recopa de Europa en 1986, Luis Aragonés (cuenta un protagonista) les dijo a sus jugadores en el descanso: fijaos en el rubito, el extremo, está más caliente que el culo de una plancha, si le soplas revienta. En efecto, a la primera entrada programada del defensa le soltó un gancho al mentón que lo tumbó. Expulsado y la segunda parte con diez. Otra analogía: en el fútbol como en política el fin justifica los medios. El piscinazo en el área, agonizar en el césped por una carga legal, perder el tiempo descaradamente cuando vas ganando, cortar el juego con faltas continuas. Lo que pasa en el campo debe quedar en el campo, todo un mensaje de lo que largan bajo cuerda con la mano en la boca.

Vinicius se queja con razón de que lo paran a zarpazos, que los árbitros no lo protegen, que los leñeros además le provocan, que al final se lleva la tarjeta por quejarse. Lo que se calla son sus protestas airadas por casi todo, el desprecio al colegiado, los malos modos besando el escudo, las celebraciones faraónicas del gol, los gestos desafiantes a la grada de animación. El presidente, el entrenador, los compañeros y un par de psicólogos deportivos tienen que convencerle de que perjudica a todos y a sí mismo el primero. Debiera tener en cuenta, por ejemplo, la trayectoria errática de Neimar. Aguantar carros y carretas va en el abultado sueldo. 

martes, 28 de marzo de 2023

VAR

 

Todos los que se interesan por La Liga de Fútbol Profesional, o sea, el 99% de la opinión pública, han tomado partido a favor o en contra del VAR, el asistente del arbitraje por video. El 1% restante son los indiferentes a todos los deportes conocidos; y apuesto a que en el caso del fútbol las mujeres ganan por goleada; recuerdo las tronchantes tiras de Maitena sobre el desmadre machista en el mundial de Argentina. Simplemente se trata de una cuestión hormonal, de la testosterona y demás bomba química de la fisiología masculina. El fútbol femenino es un fenómeno nuevo y emergente que merece una consideración aparte.

Volvamos al VAR: la sociedad está polarizada, pero sin crispación populista. La polémica, atizada por los tertulianos del gremio, se ha presentado como una supuesta antinomia, una figura lógica o recorrido de la razón en el que tanto la tesis como la antítesis tienen la misma fuerza probatoria; por ejemplo, si la tortilla de patatas debe o no llevar cebolla; dicho de otro modo, es posible proponer argumentos igualmente convincentes a favor de una u otra posición. Comenzamos por la antítesis. Contra el VAR, se aduce que la discrepancia al uso de la tecnología para ayudar al árbitro es una forma de reivindicar el error como algo inherente al mundo de la vida. El fútbol, como cualquier deporte, no es el juego de la perfección; al contrario, nos gusta porque es una actividad humana, demasiado humana. Hay que contar con los fallos de presidentes, directores técnicos, entrenadores, jugadores y, por supuesto, del árbitro. El patadón brutal sin tarjeta, la tangana sin castigo por escupitajo bajo cuerda y el penalti que sólo el árbitro no ha visto son la sal del fútbol. Según los antropólogos, algunas pautas de conducta heredadas genéticamente desde la antropogénesis como la caza, la competencia, la dominancia, la defensa territorial, el esquema defensa-ataque y la agresividad son propias del varón. (La prueba es que en el fútbol femenino estas cosas no ocurren). ¿Pero a quién le puede interesar un fútbol de guante blanco donde las aficiones bailen al final del partido el corro de la patata? ¡Es la guerra! Que diría el inefable Groucho Marx.

Los partidarios de la tesis, de las bondades del video-arbitraje, reclaman la definición de justicia que acuñó Ulpiano hace dieciocho siglos: vivir honestamente, dar a cada uno lo suyo y no dañar al otro. Algo que sólo puede lograrse con un sistema no humano a salvo de los errores que influyen en el resultado del partido. Resulta curioso que la prensa deportiva incluya una clasificación paralela de los equipos de primera división sin las intervenciones del VAR. Obviamente el Madrid y el Barça estarían arriba, pero con menos puntos. El problema de la tesis es que el VAR, como toda máquina, depende del componente humano que maneja la sala de control: el Comité Técnico de Árbitros. Y aquí comienzan las lagunas, los grises y los clamores. Si la pelota traspasa la línea de gol es un hecho irrefutable y se enciende la bombilla, pero el resto son interpretaciones. Las líneas del fuera de juego se trazan con rotulador, las tarjetas dependen del carácter del árbitro, el criterio sobre las manos en el área es un enigma cambiante, en fin, quedan muchos huecos por cerrar. Por eso algunos clubs, de forma legal o ilegal, contratan exárbitros para asesorarse sobre una de las variables más relevantes del fútbol.     

En realidad, se trata de una falsa antinomia: las tecnologías forman parte imprescindible del siglo que nos ha tocado; que les pregunten a los jubilados maduros por las abrumadoras gestiones bancarias en las oficinas en línea en la calle o en su casa. Pregúntese cuántas pantallas utilizan a lo largo del día o cuántos dispositivos domésticos funcionan en la intimidad del hogar (¿hay realmente intimidad?). El VAR es la síntesis inapelable del arbitraje en el fútbol. Como todas las nuevas tecnologías ha llegado para crecer y multiplicarse. Únicamente podemos aspirar a una mejor automatización y rapidez en los procesos de supervisión de las jugadas y a una intervención cada vez menor de la mano vacilante que toma decisiones. El modelo es el ojo de halcón en tenis y aun así hay brocas con el juez de silla y raquetas estampadas contra el suelo. No resulta fácil educar nuestro cerebro reptiliano.

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El Mundial

El único patriotismo no contaminado, sin mezcla de mal alguno, sin adherencias patológicas, dentro de las limitaciones morales de la especie, es el que suscitan los Juegos Olímpicos organizados por el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA. Ambos acontecimientos se celebran cada cuatro años. En el primero participan (divisa de los perdedores) más de doscientas naciones mientras que en el segundo sólo treinta y dos equipos disputan la fase final, esta vez en Catar 2022. Sin embargo, la temperatura patriótica sube muchos grados durante El Mundial. Es evidente que las masas nos volcamos más en el deporte rey que en la natación, el salto de altura o los cien metros vallas. Excepto los estadunidenses que se inclinan por una versión brutal del fútbol (el soccer o fútbol americano) a medias entre el rugby y la lucha libre. No conozco a nadie que conozca sus reglas.

No voy a comentar las circunstancias extradeportivas del Mundial, habladas, escritas y vistas por los cuatro costados: desde el irresistible empeño de la FIFA para que Catar fuera la sede hasta la túnica honorífica que el jeque del emirato colocó sobre los hombros de Messi como señal de respeto por el guerrero victorioso que, dicho sea de paso, es, junto con Kylian Mbappé, la estrella binaria del Paris Saint Germain, propiedad del emir de Catar. En la final ganaba siempre. Se puede resumir en la sobada frase l’argent fait tout, el dinero lo puede todo y los famosos versos de Quevedo. El resto es evidente. Ya comienzan a iluminarse ciertos rincones oscuros y lo que te rondaré, morena. Esperemos que al final no nos corten la calefacción.  

Rindamos ante todo homenaje a la entrega incondicional de la gran afición. A los seguidores que se han endeudado hasta el juicio final, arruinado el fondo de pensiones, malvendido el adosado de la playa con tal de viajar a los confines del desierto para dar la vida por su selección. Ondean en las gradas las viejas banderas, los colores nacionales pueblan el estadio, resuenan los cantos de batalla y el sonido vibrante de los himnos. Con el pitido inicial comienza la eterna agonía de los contrarios desde el primer toque del balón hasta el último penalti. ¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre que la de enfrentarse a su terrible destino, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?

Pasemos de la poética a la retórica y comencemos por el papel de la selección española en Catar. El término tiki-taka, inventado por el genial comunicador Andrés Montes, que tristemente nos dejó en 2009, está recogido en el diccionario Oxford: Estilo de juego consistente en asegurar pases cortos y en enfatizar la retención de la posesión del balón. Entrenadores tan ilustres como Johan Cruyff, Luis Aragonés, Giuseppe Guardiola (que odiaba la expresión) o Vicente del Bosque lo adoptaron y perfeccionaron hasta el punto de considerarlo el estilo propio del Barça del sextete y de la selección española, campeona de Europa en 2008 y 2012 y del mundo en Sudáfrica 2010. En Catar, Luis Enrique ha optado por dar continuidad al legado de sus mayores. Con trazo grueso, es lo contrario de la defensa numantina y el contrataque relámpago, por ejemplo, de la selección de Marruecos que nos descabalgó en octavos con todo merecimiento. En realidad, superamos la fase de grupos de rebote. El tedio de los mil pases y la falta de puntería anunciaban lo peor. Después de su eliminación, cuando la prensa deportiva española le preguntó a Mario Kempes, el argentino del guante en la zurda, ganador del Mundial 1978 que se celebró en su país en plena dictadura militar, contestó diplomáticamente, pero con guindilla: cualquier sistema es bueno; el problema del tiki-taka es que hace falta una plantilla con mucha calidad para que funcione. Se podría decir, en términos eróticos, que la selección española acaricia una y otra vez el cuerpo del amor, la pelota. Pero no encuentra las zonas erógenas que la llevan en volandas al orgasmo universal, es decir, al gol.

En mi opinión es, además, una forma superada de entender el fútbol. De 62 partidos sólo 23 con posesión se ganaron. El estilo actual debe ser polimorfo y perverso, es decir, recurrir a una multiplicidad de cambios tácticos sin una estrategia rígida y, a la vez, explotar al máximo los errores del contrario. La optimización de resultados exige cambios de marcha polivalentes no esquemas de pizarra fijos. De ahí la discontinuidad en las fases de los mejores partidos. Ha sido el Mundial de la presión en todo el campo hasta que el cuerpo aguante, de ahí la importancia de acertar con las sustituciones, la vuelta a los marcajes individuales y el papel secundario de los dogmas del entrenador, convertido ahora en gestor de recursos humanos sobre la marcha. También la exigencia de cohesión psicológica en torno a un líder: Achraf, Neymar, Modrić, Kane, Mbappé, Messi… El máximo exponente fue la impresionante final asimétrica, imprevisible, entre Francia y Argentina. El triunfo de la voluntad de poder. El fútbol de un Mundial no tiene nada que ver con los planteamientos homogéneos, identitarios, de las ligas nacionales e internacionales. 

La victoria de la selección argentina ha reavivado la respuesta imposible, como los problemas matemáticos que no tienen solución, de quién es el mejor jugador de la historia. Di Stéfano, Cruyff, Pelé, Maradona o Messi. Los que realmente interesa es comparar a los dos últimos. El único parámetro objetivo es el palmarés. En cuestión de números, Messi es el ganador. Pero la ley del corazón nos dice que nadie ha tenido el talento de Diego Armando. Messi es humano, Maradona leyenda. Es imposible dar un paso más para dirimir la cuestión. Personalmente me inclino por el mito.   

martes, 11 de octubre de 2022

Trampas en el ajedrez

 

Desde pequeño me ha interesado el ajedrez. Hace años escribí una entrada sobre mi temprana afición al juego de los escaques. Su origen es todavía un misterio; circulan diversas leyendas, aunque la versión más fiable es que proviene de Oriente, probablemente de Persia hacia el siglo III a.C. Lo considero una de las diez maravillas del mundo. Es una síntesis perfecta de las mejores tradiciones culturales de todos los tiempos: la competición, la ciencia y el arte.

Hace océanos de tiempo compraba libros y reproducía las partidas en el precioso ajedrez Staunton que me regaló mi abuelo (y todavía conservo a salvo de mis nietos). Suelo seguir sin grandes pretensiones las partidas que comenta Leontxo García en El País digital en su sección El rincón de los inmortales. También procuro asistir e incluso participar en las sesiones de partidas simultáneas que organiza en el Club de Campo el gran maestro Pablo San Segundo. Este año nos ha visitado El Rey Enigma, un curioso personaje disfrazado de tablero blanquiazul que viaja por doquier para organizar partidas con los aficionados que quieran retarlo. Ninguno de las veinticinco oponentes de todas las edades conseguimos siquiera unas míseras tablas, por lo que el premio de 300 euros quedó desierto.

En todos los deportes profesionales se practica el juego sucio. También en ajedrez. Las malas prácticas dentro y fuera del tablero vienen de lejos. La más sencilla es dejarse ganar. Imagino que lo más prudente era no darle jaque mate al rey persa Ciro el Grande si no querías caer en desgracia o algo peor. Otra es hacer burdas trampas. Recuerdo que jugaba de niño con un tío soltero que venía con frecuencia a casa de mis padres. Era un aceptable ajedrecista de casino. En cuanto se daba media vuelta uno de sus caballos negros volaba del tablero. No se inmutaba. Cuando repetía el invento y le quitaba un alfil, me decía tranquilamente: creo que me has comido el alfil de casillas blancas sin darte cuenta… Al final, cuando con dos piezas menos me tenía acorralado, se levantaba, sacaba la petaca, liaba un cigarro y concluía: lo más justo son las tablas; has mejorado mucho desde la última vez (será como tramposo, pensaba yo).      

Es conocida la infiltración de analistas espías en el equipo de aspirantes al torneo de candidatos al título mundial. Arturo Pérez Reverte lo narra en su divertida novela El tango de la guardia vieja. En este caso se trata de una joven gran maestra con pretensiones, novia del aspirante, que pasa información a los rusos.

En la final por el título mundial celebrada en Reikiavik (Islandia) en 1972, entre el norteamericano Bobby Fischer y el ruso Boris Spasski, defensor del título, pasó de todo. Para empezar, se celebró en plena Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, con el consiguiente traslado de la tensión política a la deportiva. La URSS extrapolaba su supremacía en el tablero a su hegemonía mundial en un alarde de simbolismo socialista. Parte de los problemas se debieron al carácter conflictivo y ególatra del aspirante. Sus caprichos, desplantes y constantes condiciones descolocaron a Spasski a pesar del séquito de veinte personas que lo asesoraban. Bobby rechazó la habitación de su hotel y exigió trasladarse a un lugar fuera de la ciudad, exigió cambiar la iluminación de la sala de juego y protestó por lo poco espaciosa que era (después se quejaría de que había mucha gente), también por la mala calidad del mobiliario; les recriminó a los organizadores la cercanía del público; reclamó que se prohibiera entrar a menores de 10 años, pidió que se examinara al público y se requisaran las golosinas envueltas en papel de celofán porque hacían ruido al desenvolverse, despotricó por los incómodos relojes de la mesa y el orden de ingreso en la sala de jugadores. Lo que no le impidió llegar siete minutos tarde a la primera partida. A la segunda no se presentó por la presencia de la televisión. Insufrible. Spasski cedió en todo y se comportó como un caballero. Al final perdió el título ante el inmenso talento del gran maestro norteamericano, primus inter pares, posiblemente el más grande entre los grandes, incluido José Raúl Capablanca. Después renunció a defender el título y desapareció en la nada.

El enfrentamiento en 1978 por el título mundial en Baguio (Filipinas) entre Anatoli Karpov, representante oficial del Estado soviético, y Viktor Korchnoi, la antítesis de los valores del partido y el primer gran maestro soviético que desertó en 1976 fue un circo. Primero la guerra de las banderas. Pronto, la delegación de Korchnoi se quejó de un yogur de arándanos que se entregó a Karpov durante la primera partida porque podía contener información en clave. Korchnoi se calaba unas gafas de sol reflectantes mientras le tocaba jugar a su rival. Se analizaron las sillas de ambos contendientes con rayos X. No se daban la mano. El equipo de Karpov fue más allá al incluir un "parapsicólogo", el Dr. Zukhar, presente en la sala de juego para hipnotizar a Korchnoi e interferir en sus decisiones. Korchnoi aceptó “la ayuda” de una secta llamada Ananda Marga que creía en las influencias telepáticas: se presentaron en la sala varios extraños personajes con túnicas de color azafrán y miradas penetrantes. El enfrentamiento concluyó con la ajustada victoria de Anatoly Karpov y fue descrito como "una experiencia surrealista" por el Gran Maestro inglés Michael Stean, primer analista de Korchnoi.

Hace doscientos cincuenta años un autómata llamado El Turco construido por Wolfgang von Kempelen en 1769, era capaz de vencer a adversarios de todos los niveles. La máquina asombró a las capitales de toda Europa y el inventor del ingenio se hizo de rico y famoso.

Tenía la forma de una cabina de madera de 1.20 cm × 60 cm × 90 cm, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado. La cabina tenía puertas que una vez abiertas mostraban un mecanismo de relojería y cuando se hallaba activado era capaz de jugar una partida de ajedrez contra cualquier rival a un alto nivel. En realidad, la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un maestro del ajedrez de baja estatura esconderse en su interior y operar el maniquí gracias a que sus ojos enviaban al maestro del ajedrez las posiciones de las piezas del tablero por medio de espejos.

Fulminó en una célebre partida al mismísimo Napoleón Bonaparte en 24 movimientos con el consiguiente manotazo imperial a las piezas. Pero hubo que esperar hasta 1997 para que la supercomputadora Deep Blue diseñada por IBM para jugar al ajedrez derrotase al entonces campeón del mundo Gary Kaspárov, aunque el jugador ruso planteó ciertas dudas sobre la posible intervención humana en el desarrollo de las partidas para que la máquina jugara mejor de lo que sería capaz de hacerlo por sí sola. Las dudas nunca quedaron resueltas. Kaparov exigió la publicación de los registros de los procesos de Deep Blue. IBM se comprometió a hacerlo, pero nunca los entregó. En el fondo es lo mismo que El Turco.

La capacidad de las máquinas para procesar información, los cálculos a prueba de errores, el almacenaje ilimitado de información en su memoria y la ausencia de emociones hacen que nuestros amigos inhumanos, como dice Leontxo García, sean prácticamente imbatibles. En consecuencia, el fraude en el ajedrez actual consiste es utilizar a los inhumanos como medios infalibles para fines inconfesables. El escándalo estalló hace unos meses cuando Magnus Carlsen, campeón del mundo cinco veces consecutivas y el jugador con mayor ELO de la historia decidió retirarse de la Sinquefield Cup de San Luis tras perder con el americano Hans Niemann y acusarle de hacer trampas durante la partida… sin aportar pruebas concretas. Surgieron entonces las hipótesis más pintorescas; la más sonada es que Niemann llevaba insertadas unas bolas anales vibratorias de fabricación china, indetectables para los controles habituales de los torneos. Su cómplice computarizado le transmitía mediante pulsos las jugadas precisas. Niemann reconoció que cuando tenía doce años había hecho trampas en partidas on line; los expertos del principal portal ajedrecístico, Chess.com, han analizado las partidas de Niemann y han constatado en un informe de 72 páginas que sus movimientos serían en demasiados casos los mismos que haría una computadora. Se afirma que probablemente recibió ayuda ilegal en más de 100 partidas on line hasta 2020. Por otra parte, su irresistible ascensión en poco tiempo (se convirtió en gran maestro a la edad de 17 años) es un caso bastante raro por no decir sospechoso. Por supuesto, el presunto tramposo lo niega todo y sigue ganando partidas en el arranque del Campeonato de Estados Unidos 2022 donde participa junto a otros 13 ajedrecistas. La Federación Internacional de Ajedrez tiene un buen marrón entre manos. Por este caso y porque los tramposos suelen ir por delante de los sistemas de vigilancia y control.

viernes, 19 de agosto de 2022

Comienza la Liga: la ley de la palanca

 

El fútbol es un deporte de masas y un negocio de minorías. Obviamente las cuotas de abonados y las entradas de taquilla sólo cubren una parte discreta de los gastos de un club. Hay que recurrir, por tanto, a otras estrategias de financiación: los derechos de televisión, los patrocinadores, los ingresos por participar en las grandes competiciones nacionales e internacionales (estas últimas las más rentables); los jugosos contratos por las giras de pretemporada, la financiación bancaria o apalancamiento, por ejemplo los préstamos ICO, para cumplir con las restricciones económicas del fair play financiero que impone la UEFA (con criterios muy peculiares) para evitar endeudamientos excesivos y posibles quiebras; la venta de productos del club o merchandising, incluidas las visitas guiadas a las instalaciones deportivas; los acuerdos entre los fondos de inversión y las ligas europeas (utilizo esta denominación genérica) para vender una parte de la tarta con la consiguiente inyección de liquidez para muchos clubs en situación comatosa: por ejemplo, el acuerdo entre CVC Capital Partners y La Liga española; la adquisición de clubs enteros por magnates del petrodólar o por grupos de inversión (los llamados clubs Estado), la salida a bolsa, el pelotazo en el parqué, una vía de financiación avalada por los expertos que garantiza una imagen de marca eficaz y un reclamo emocional para captar accionistas: una cosa es ser de un equipo y otra muy distinta es que el equipo sea tuyo; se trata de una opción todavía no explorada por los equipos españoles, mientras que más de veinte clubs europeos cotizan en sus mercados. Por último, están los fichajes, tema al que nos vamos a referir con algún detalle.

La situación económica de la Liga Santander no es precisamente boyante. Sólo doce equipos entre primera y segunda división acabaron con  beneficios contables. El negocio del fútbol ha sido uno de los más perjudicados por la pandemia. El parón de las competiciones ha supuesto un duro golpe para la tesorería de los clubs. Cada vez se oye más el término “palanca” en las tertulias futboleras, un síntoma de las dificultades que arrastra el fútbol español. La generación de ingresos mediante fichajes se ha complicado. El lema grabado a fuego en el despacho de las juntas directivas (el mismo de las puertas del metro) es antes de entrar, dejen salir. Las tradicionales idas y venidas de los jugadores de un club a otro, los clásicos fichajes de invierno y verano, un mercado fluido que les permitía financiarse económicamente y reforzarse deportivamente se ha bloqueado. Crece la incertidumbre. No deja de ser irregular que la Liga comience sin estar cerrado el mercado de fichajes. Siempre ocurre que, en el último día, incluso en el último segundo, un treintañero de gama alta se marcha a un club forrado de la Liga inglesa que le promete iniciar una nueva edad de oro (en realidad todo estaba hablado hace meses). El entrenador al que le han comido la pieza se rasga las vestiduras. Tiene que rehacer la partida y decir a la prensa que no pasa nada. El equipo de origen se queda descolocado, o colocado, según las circunstancias a menudo impredecibles.

Es esencial moverse con la máxima cautela en las arenas movedizas de la masa salarial. Los jugadores con fichas desmedidas y bajo rendimiento de los que la entidad quiere desprenderse no se van ni a tiros porque el club de destino les obligaría a bajarse el sueldo a la mitad o menos... en el caso de que alguien los quiera. Los jugadores intransferibles no se avienen a bajarse las fichas o lo hacen tras ofrecer una resistencia numantina y con la promesa de recuperar pronto las pérdidas. Como lo principal es hacer caja, a veces saltan chispas entre la directiva y el cuerpo técnico. Los precios de los traspasos se han disparado, de tal modo que un jugador en alza cuesta lo imposible; las ofertas por las grandes estrellas escasean. Los pocos fichajes sonados (o los fiascos forzados) de figuras de primer nivel se hacen no para cubrir las necesidades de la plantilla sino para potenciar el valor económico del club. El jugador libre de obligaciones contractuales que desea marcharse se ha convertido en una pieza codiciada. Antes de que le caduque el contrato, el club trata de movilizar a sus representantes para venderlo cuanto antes. Al final, mucho ruido y pocas nueces. El objetivo del apalancamiento es cumplir rigurosamente con el estricto control financiero de La Liga. Los clubes se han vuelto conservadores. En cualquier caso, el gran circo se ha puesto en marcha.

P.D La ley de la palanca fue descubierta por el científico griego Arquímedes (287-212 a.C.). Es conocida su frase desafiante: Dadme una palanca lo suficientemente larga y un punto de apoyo para colocarla, y moveré el mundo. Dejo los detalles matemáticos y las aplicaciones técnicas al esforzado lector. Cualquiera que haya empujado una carretilla sabe de qué hablo. También el randa que fuerza el cerrojo con una palanqueta. Es la ley del fútbol actual.

lunes, 1 de agosto de 2022

El periodismo deportivo en la radio

 

Mi bisabuelo Damián fue director del periódico decimonónico La Unión. Mi abuelo Joaquín trabajó durante su estancia en Buenos Aires en distintas secciones del diario La Nación. En mi caso, colaboré hace un montón de años con el Diario de Cuenca en uno de los trabajos más divertidos de mi vida y no tanto por el insípido contenido de las columnas que me solicitaron para cubrir al galope unas jornadas culturales que les desbordaban (no era para tanto), sino por la gente que conocí en las madrugadas alcohólicas del periódico. El redactor jefe me echaba la bronca por sistema, aunque llegara a la hora prevista y con las palabras contadas. Luego me aleccionaba con sus monsergas sobre el oficio. Por suerte nunca reventé de risa en sus narices. Juanjo, el cronista deportivo escribía igual que hablaba. En fin, un diario de provincias con solera es un microcosmos memorable, siempre que tu estancia no sobrepase la semana. Con la edad he sentido la voz de mis abuelos por lo que cada vez me interesan más los artículos periodísticos y menos otros formatos filosóficos o literarios. 

En esta ocasión me refiero al periodismo deportivo radiofónico. Lo cierto es que no oigo la radio para informarme sino para dormirme y despertarme. "Con la radio me acuesto, con la radio me levanto, con la bronca futbolera y el último escándalo". De noche suelo escuchar estrepitarse en una puesta en escena bastante lograda a los colaboradores de El Partidazo de la Cope, programa dirigido por Juanma Castaños y Joseba Larrañaga cuyas estrellas lucientes en su momento le dieron un sonoro portazo a la Cadena Ser. Montan un circo de lo más divertido con tormentas en un vaso de agua sobre las finanzas ruinosas del Barça o el imposible fichaje de Cristiano por el Atleti. Estoy seguro de que a Simeone le pone tenerlo por repetir lo de Suárez hace dos años. Pero la afición manda casi tanto como el Cholo en el Metropolitano, aunque a veces se pase tres pueblos y rompa placas del Paseo de la Fama de jugadores centenarios que tanto nos han dado. De pronto alguien provoca el obligado incendio de las bajas pasiones de merengues y culés con el ventilador en marcha para avivar el fuego. Lama, atlético tapado, aprovecha su labia para dar caña a dos bandas en estilo indirecto. Incluso en temporada alta les encantan los temas recurrentes que cocinan por entregas. Son los folletines de nuestro tiempo. Con el caso Mbappé han construido un prisma de infinitas caras cuando sólo tiene cuatro: una enorme caja cuadrada repleta de petrodólares.

Como lo que me interesa es el fútbol cuando la Cope se pasa al baloncesto, al motor, al atletismo o al tenis recorro a oscuras el dial de la AM en busca de Onda Cero (pérdida irreparable la de Joserra) y de la Ser (resurgida de sus cenizas tras el éxodo masivo de sus figuras). El problema actual de la Ser es la radiación madridista de fondo que sobrevuela El Larguero de Manu Carreño; la salida del gran Manolete con quien mi hijo compartió asiento en San Siro en la tercera final que los rojiblancos hemos perdido sin perder durante los noventa minutos reglamentarios, ha dejado un vacío irremplazable. El viernes en la Cope toca boxeo con Garci y compañía en el Campo del Gas, por lo que vuelvo grupas con todos mis respetos. Por lo poco que los he oído, se dedican a mistificar a las leyendas del ring en un alarde de sabiduría pugilística dirigida a la inmensa minoría. Boxeo, NBA, Béisbol, Fútbol Americano, Hockey Hielo, même combat. Salvamos el golf que es un invento escocés con historia.

Otra cabeza de cartel es Julio Maldonado: si alguien como Maldini se dedica en cuerpo y alma al deporte rey, a seguir las grandes ligas mundiales, a llevar un archivo de los magos del balón comparable a los catálogos de la Biblioteca Nacional, una videoteca monotemática que llenaría un almacén de Fuenlabrada y reproducir no menos de cinco partidos diarios… pues bien, pues bueno, pues vale. El problema que tengo con Julito crack es que no conozco a la mayoría de los jugadores que citan sus oyentes, y sus comentarios son demasiado técnicos e irrelevantes para el trasnochador medio. ¿A quién le importa que un lateral de un equipo sueco pueda ser el complemento perfecto de la plantilla del City? Además, se nota que le han pasado el cuestionario con tiempo para que luzca su erudición. Cuando retrasmite un partido es justo al revés, todo es pedagogía al uso y comentarios demasiado razonables. Prefiero como analistas, por este orden, a Jorge Valdano en La Ser y a Santiago Segurola en Onda Cero. El primero cuenta con el aval de mundialista ganador, compañero de Maradona, entrenador y director técnico del Real Madrid. Sabe de qué habla y lo hace muy bien, con verbo fácil, intuición precisa y matices que iluminan el césped. Forma parte de la nobleza madridista, pero sobre todo ama el fútbol. Segurola, devoto del Athletic Club, se recrea en la espiral creciente de sus sólidos argumentos, siempre certeros y con fundamento. Desmenuza y reconstruye con cirugía cartesiana el partido de la jornada. Mas que charlar, da sustanciosas conferencias. Sienta cátedra. A nadie como a Segurola le cuadra el famoso hexámetro de la Eneida cuando aparece el héroe: Conticuere omnes intentique ora tenebant (Todos callaron y mantenían sus rostros atentos). Ambos son ajenos a la matraca del tertuliano que toca de oídas, con expresiones sacadas de las ruedas de prensa de los entrenadores y los videos de YouTube: bloque bajo, presión alta, desmarque de ruptura, pase filtrado, basculación, atacar el espacio, lateral largo, etc., que aplican profusamente en sus parlamentos para mirarse al ombligo y convocar los bostezos del oyente.   

Soy, en cambio, un admirador de la dialéctica envolvente, interminable de Manolo Lama capaz de defender lo que no dijo que dijo o viceversa con argumentos de una altura tal que nadie se atreve a decir lo contrario (¿de qué?, concluyes al final); siempre quiere tener esa última palabra que los demás le otorgan por extenuación. Otro mérito: tiene un hijo en el filial del Atleti. Pero mi colaborador preferido es Tomás Guasch, un periquito de oro que no se mete con nadie y derrocha ingenio por los cuatro costados. Recuerdan su lamento ¡Y Australia sin Hewitt! en el mundial de 2014. Además, cuando le dejan decir más de cuatro frases sin interrumpirle con chorradas encadena un montón de verdades últimas. En las repuestas de botepronto al oyente es el único que salpimenta las ocurrencias banales. También me gusta el tono ponderado, el argumento ecuánime de Santi Cañizares, incluso cuando repudia a diario a la junta directiva del Valencia. O las entrevistas conjuntas a gente de la farándula futbolera: por ejemplo, Florentino aburre con sus declaraciones espesas, repensadas, con la responsabilidad de quien soporta el mundo sobre sus hombros. Enrique Cerezo es lo contrario: ocurrente, simpático y dicharachero. Larga el primer disparate que se le pasa por la cabeza y le sale bien. En el punto medio está Joan Laporta que tiene cierto encanto cuando se despacha en su lengua materna, pero se convierte en tostón cuando traduce sus opiniones a un castellano con acento. Pues es lo mismo pensamiento y lenguaje.

Cuando llega el celebrado Grupo Risa ya me he dormido.              

martes, 19 de julio de 2022

The Open Championship

 


Para Nacho

Si el fútbol es el deporte que más me apasiona, soy el patriarca de mi gran familia atlética, el golf es el único que practico desde hace más de treinta años. He dedicado alguna entrada de mi blog tanto a este juego imposible como a mis amigos de Superseniors, compañeros de alegrías y fatigas en el Club de Campo Villa de Madrid.

No hay unanimidad entre los estudiosos del golf sobre sus orígenes. Durante el Imperio Romano se sabe por fuentes difusas que algunos habitantes rurales se divertían golpeando con un palo curvado una bola emplumada para no sabemos qué. Las crónicas confirman que el golf como deporte oficial y reglado es un invento escocés. Se cuenta en el tiempo del mito que dos pastores de las Tierras Altas tras recoger a sus ovejas en el aprisco encendieron sus pipas con la lumbre de la chimenea tras dar buena cuenta del Scotch haggis, el queso Chedar y el whisky añejo.

-He visto a unos señoritos de la capital inventarse un juego muy raro. Golpean una bola con un bastón varias veces, luego se paran, escriben algo y siguen con lo mismo.

- ¿Y cómo se llama ese juego?, le espeta su compañero.

-  No lo sé, pero se pasan todo el tiempo diciendo: ¡shit! (¡mierda!).

Sobre la procedencia del nombre, la teoría más aceptada es que ha evolucionado de las palabras holandesas Kolven (garrote) y Kolv o Kolf que significa palo. En el 1754 nació la asociación St. Andrews Society of Golfers, conocida posteriormente como Royal & Ancient Golf Club of St. Andrew, la máxima autoridad normativa internacional. El recorrido universal de 18 hoyos procede también de aquí. El campo de St. Andrews es el más emblemático del mundo. Este año, del 14 al 21 de Julio, se ha jugado The Open Championship en el Royal & Ancient para conmemorar su 150 aniversario; es el más prestigioso de los cuatro majors o grandes torneos del golf masculino (el Masters de Augusta, el Abierto de Estados Unidos, el Abierto Británico de Golf y el Campeonato de la PGA). Cada día lo han seguido en vivo alrededor de 150.000 aficionados, entre ellos mi hijo, aguerrido golfista y, al revés que yo, jugador en alza. Todo amante del golf debe peregrinar al menos una vez en su vida a St. Andrews Old Course. Si además quieres medirte con el campo, la demora en la concesión de las reservas ronda el año y medio, son siempre nominales para evitar trapicheos y requiere que la Federación Nacional de Golf certifique que el titular de la concesión tiene un hándicap bajo para evitar retrasos y búsquedas interminables. Se dispone de un tiempo razonable para completar el recorrido y si no se cumple el Marshall puede suspender el partido y ordenar la retirada del campo de un jugador o del equipo. ¿Sabían que el Old Course cierra los domingos para convertirse en un parque para el disfrute de los habitantes del pueblo donde pueden pasear con la familia y el perro, almorzar sobre la hierba o simplemente contemplar el entorno?

The Open Championship (no British Open, denominación incorrecta que los organizadores detestan) se juega siempre en los campos links escoceses o ingleses. El término Link ha evolucionado a partir del inglés antiguo "hlinc", que significa cresta o terreno elevado. Un Link genuino es un campo construido en un Linksland, un terreno de suelo arenoso con llanuras y ondulaciones cubierto de hierba gruesa, cercano al mar y sometido a las inclemencias del viento. El toque definitivo para certificar su autenticidad es que los campos Link están diseñados de “dentro-afuera”, es decir, los salidas y los greenes de los hoyos 1 y 18 son los puntos más cercanos a la casa club (donde empieza y acaba el recorrido), mientras que las salidas de los greenes del 9 y del 10 son los más alejados.

Hay campos Link en todos los países, aunque solo el 1% son reconocidos. Además de St. Andrews, solo una selecta lista, diez en total, son la sede del torneo de golf más antiguo del mundo. Entre los más famosos están Muirfield (Escocia), Royal St. George’s (Inglaterra), Royal Liverpool (Inglaterra), Royal Troon (Escocia), Carnoustie Golf Links (Escocia), Royal Birkdale (Inglaterra) o Turnberry (Escocia). The Open 2023 se trasladará al Royal Liverpool.

El golf que se juega en los links es otra historia. Por ejemplo, un mes antes de comenzar el Open se deja de regar el campo excepto las salidas y los greenes. Si llueve (lo normal) la hierba de las calles adquiere un verde único, pero si hay sequía (como este año) las calles amarillean. El golpeo se hace más espeso. La naturaleza decide, es el lema. Aunque el diseño técnico es exquisito, se trata de un terreno donde las máquinas apenas han modificado el paisaje. Los bunkers imitan a los antiguos refugios del ganado cuando arreciaba el viento. La mayoría tienen taludes apenas salvables. El desafortunado jugador que los visita tiene que sacar a menudo la bola de la arena hacia atrás y perder distancia como mal menor. O declararla injugable si está cerca de los bordes con la consiguiente penalización. El cartel de un pub del pueblo muestra a un esqueleto dentro de un bunker, un palo y una bola; debajo dice: Lo intentó. En el caso del Old Course hay siete greenes compartidos por dos calles; por tanto, cada uno tiene dos hoyos con banderas de diferente color. Esto retrasa el juego cuando coinciden dos partidos en el mismo green, aunque la organización, muy eficiente, está acostumbrada a dirigir el tráfico para evitar parones. Los greenes, de acuerdo con esta visión, son irregulares, con caídas impredecibles y numerosos pianos y plataformas. Leerlos correctamente es uno de los siete misterios del golf. Pero la defensa natural de un Link es el viento del mar. Si no sopla, se pueden hacer vueltas bajas, pero si se levanta se convierte en un infierno intratable. Un Link es lo contrario de un campo de golf norteamericano, por ejemplo, Augusta National: calles anchas y planas, arbolado circundante, bellos obstáculos de agua, macizos de flores y trampas de arena blanca. Bastantes profesionales norteamericanos no irían al Open si no estuvieran obligados por contrato. Otros, aunque no están a sus anchas, van por tratarse del primero entre los grandes y, por supuesto, el montante de los premios. El ganador de este año, el australiano Cameron Smith, se ha embolsado dos millones y medio de dólares. Los patrocinadores, las marcas, los derechos de imagen y otros beneficios compensan de largo los impuestos.

Adenda. Incluyo las impresiones de mi hijo tras asistir al abierto británico.

En realidad, puedes jugar cualquier día en el Old Course siempre que quede un hueco en algún partido; eso sí, tienes que estar a las seis de la madrugada cuando se abre el campo con la bolsa preparada y apuntarte en la lista de espera. Si la suerte te acompaña, te comunican la hora de salida y solo queda esperar. Antes de comenzar, son especialmente cuidadosos en presentarte a los jugadores con los que vas a compartir recorrido.

Llama la atención lo alargado que es el campo, encajado en un rectángulo estrecho con greenes comunes. Cuando estás allí no sólo vives la experiencia única de seguir a los mejores jugadores del mundo; los demás: marshalls, público, ayudantes, staff del campo… todo el mundo entiende de golf, no hay nadie ajeno a esta pasión ni turistas que van a mirar al mar. Obviamente, la mayoría del público son jugadores aficionados de todos los niveles. Es una inmersión golfística total. Se trata del máximo evento internacional de este deporte. Ciudadanos del mundo se reúnen bajo dieciocho banderas. El ideal cosmopolita más noble se cumple durante cuatro días. El pueblo de Saint Andrews (con más tiendas de golf que restaurantes) se vuelca en la organización de lo que es el acontecimiento del año. Y se nota en cada hoyo y en cada rincón. Gradas colocadas en sitios estratégicos, asistentes amables, accesos sin colas, puntos de restauración asequibles. Aunque muy difícil, puedes hacerte un selfie con alguna figura nacional en el campo de prácticas. Una organización perfecta.

La experiencia del hoyo dieciocho durante la última jornada y, sobre todo, la finalización del Open es increíble. Confluyen ríos de gente para seguir el último partido, miles de personas deseosas de disfrutar de los últimos golpes, sea quien sea al ganador.

Sobre Tiger. Es su último Open como jugador competitivo y lo sabe. El público rindió el viernes (no pasó el corte) un homenaje multitudinario a una leyenda entre las leyendas del golf. En el dieciocho había tanta gente como en el último hoyo del último día. Su llegada con paso vacilante, sin poder controlar sus emociones, sus saludos, sus lágrimas son la mejor crónica de la trayectoria de uno de los más grandes deportistas de todos los tiempos. Sólo Jack Nicklaus fue despedido así en Saint Andrews.  

Impresionante victoria del australiano Cameron Smith, aunque las querencias del público estuvieron más cerca del irlandés Rory McIlroy. No es fácil ganar con tanto viento a favor en el partido estelar.

lunes, 9 de agosto de 2021

El lado oscuro del deporte

Por fin, tras meses y meses de incertidumbre, han comenzado los Juegos Olímpicos 2021 de Tokio. Un dragón multicolor de doscientos cuatro países ha desfilado en paz, una tregua sagrada acorde con el espíritu olímpico de la Grecia clásica. Desde Barcelona 92 los avances tecnológicos han permitido que las ceremonias de inauguración y clausura sean cada vez más espectaculares. Como el Festival de Eurovisión, donde la ínfima calidad de las canciones es inversamente proporcional al suntuoso despliegue escénico. En Tokio, los drones, la alta definición y la realidad virtual han hecho maravillas con la cultura ancestral del país del sol naciente. Los juegos han comenzado con todas las limitaciones que ha impuesto la pandemia; lo cierto es que estamos de vuelta después de habernos tragado la Liga de fútbol sin público, con continuos sobresaltos por los positivos de las estrellas, las gradas rellenas de monigotes y animación falsa, así como el deterioro económico de los clubs que no han competido dopados de petrodólares… mientras los organismos federativos miraban a otra parte. El fair play financiero es un oxímoron, una contradicción en los términos. Algún día se conocerán las razones de esta ceguera que se convierte en mirada penetrante para asuntos menores. El lanzamiento de los Juegos Olímpicos es un buen motivo para hacer algunas reflexiones sobre el lado oscuro del deporte.

La especie humana, como la mayoría del mundo animal, lleva grabado en su código genético un conjunto de actitudes necesarias para que funcione el principio evolutivo de la selección natural: la rivalidad, la competencia, el reto, la demostración, el enfrentamiento, la dominancia y la territorialidad (léase nacionalismo en la especie humana). Los enfrentamientos, incluso a muerte, entre los machos durante la época de celo por la posesión de las hembras garantiza la mejora de la descendencia y la continuidad de la especie. Son los valores reales del deporte. Lo llevamos en la sangre. Según expertos paleoantropólogos, el paso de la naturaleza a la cultura, de la antropogénesis a la sociogénesis, dio lugar a ciertas manifestaciones incipientes. Al comienzo, no cabe hablar en el hombre primitivo de deporte, sino de ejercicio físico consciente para propiciar los resultados de la caza o mejorar las estrategias de combate. En los últimos estadios de la prehistoria los arqueólogos han encontrado abundante material: tableros de puntuación, dados, palos, aros metálicos, bolas de piedra, artefactos de hueso. Tuvo que haber un primer momento en el que coexistieron dos garrotazos: el del líder en el círculo de fuego y el de vencedor en la arena. Después vinieron Sumeria, Creta, Egipto, China, Persia, Grecia, Roma... La historia del deporte.

Por supuesto, el evolucionismo social exigió la participación de la mujer en las competiciones, pero eso fue muy posterior, en concreto a comienzos del siglo XX. Las primeras olimpiadas con participación femenina fueron las de Sídney en al año 2000. Desde entonces no han dejado de incorporarse nuevas modalidades. En Tokio se han estrenado cinco: béisbol/softbol, karate, skateboarding, escalada y surf. Por cierto: no entiendo por qué el ajedrez no es deporte olímpico y sí el monopatinaje o skateboarding.

En realidad, el juego limpio, el respeto al adversario, el saber perder, lo importante es participar o el afán de superación son ideales del deporte. Lo que cuenta, como sentenciaba Luis Aragonés, es ganar, ganar y volver a ganar. Los únicos momentos en que se muestra lo que algunos denominan ética deportiva son la magia del escenario, la salida de los contendientes, la presentación de los equipos, el intercambio de saludos, los himnos nacionales, la pasión de los hinchas. El resto es el drama de la selección natural trasladado al juego: el nacionalismo montaraz, ¡A por ellos!, el cielo y el infierno, sonrisas y lágrimas, vencedores y vencidos. La esencia del deporte consiste en fulminar al contrario. Lo demás es pantomima y teatro. A esto se refería Borges cuando afirmaba que "La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece".

Por supuesto (como en la contienda política), en el deporte el fin justifica los medios. Entre otros, esa lacra imposible de erradicar de la alta competición: la medicina deportiva. Las técnicas de control del dopaje van siempre un paso por detrás de las futuras sustancias prohibidas. Se sospecha que se usan pociones mágicas hasta en el golf. Según parece, el último tipo de fraude son los artilugios mecánicos en el ciclismo. Hay antiguos videos del Tour de Francia en las que un toque detrás del sillín daba alas a un ciclista conocido por sus prácticas ilegales. En el último Tour, algunos bravos del pelotón se quejaban de los extraños chasquidos que se oían en mitad de la carrera. ¿Habrá que someter a las bicicletas a un chequeo diario? Por no hablar de tanganas, escupitajos, lesiones graves, gritos racistas, hinchadas violentas, tenistas destrozando la raqueta contra el suelo, atletas (especialmente mujeres) sometidas a tratos inhumanos y degradantes…        

Pero el lado oscuro afecta a todos los niveles del deporte. Los aficionados imitan a los profesionales también en lo malo. Lo he vivido personalmente en el fútbol y en el tenis. En la categoría de alevines (cuando mi hijo comenzaba la ESO), algunos padres creían que sus hijos eran los magos del balón. Consideraban que el equipo tenía que ganar sí o sí, y si se torcía el resultado buscaban culpables: los “malos” del equipo (niños, compañeros de clase, a los que no dudaban en marcar delante de sus atónitos padres), el entrenador, el árbitro y, en última instancia, la dirección del colegio. He visto a padres encantadores, amigos míos, transformarse en Mr. Hyde cuando el entrenador, un joven profesor de educación física, mandaba al banquillo a sus hijos para hacer rotaciones y que todos los niños pudieran saltar al campo. Llegaron a insultarlo, amenazarlo e incluso zarandearlo. Por supuesto, el entrenador dimitió, muchos padres sacaron a sus hijos del equipo y otros tuvieron una desagradable entrevista con el director del centro.

En el fútbol juvenil (cuando mi hijo terminaba el Bachillerato) he visto entradas salvajes alentadas por un público encrespado. Y lo que es peor, los jugadores, al final del partido, no solo le negaban la mano al rival, sino que acababan a empujones y trompadas. El vestuario era un polvorín. He visto llegar a una ambulancia y sacar a un chaval en camilla, o acudir la policía nacional con luces y sirena al rescate del árbitro, incluso una furgoneta de antidisturbios para ponerse en medio de dos hordas de padres enfurecidas.

Recuerdo los campeonatos de tenis en el Club de Campo de Madrid (cuando mi hijo estudiaba en la Universidad) que organizaban los profesores del club. En las fases de clasificación, todas las pistas estaban ocupadas por lo que, dejaban que los jugadores se arbitraran a sí mismos. Muchos, bajo la mirada atenta de su padre, no sabían perder y cantaban como malas, bolas buenas del contrario y al revés. Al final el perjudicado (o su padre) se hartaban y se armaba la trifulca. El profesor acababa aplazando el partido hasta nueva orden tras tomar nota de las tormentas en un vaso de agua. Según la fase de la competición se repetía el partido con árbitro o ambos quedaban descalificados, es decir, pagaban justos por pecadores.

En conclusión, creo que el deporte es una actividad en la que simplemente se gana o se pierde porque en el mundo puede ocurrir cualquier cosa en cualquier momento ¿Pero a quién le interesa esto?

lunes, 26 de julio de 2021

El golf después de los cincuenta

Existe una ley moral única, pero distinta para cada edad.

El problema del golf es que la pelota (como la llama Miguel Ángel Jiménez) y la cara del palo no son un balón de fútbol ni una raqueta de tenis, por más que los modernos drivers sean cada vez más cabezones y los palos que las marcas inventan para los jugadores de hándicap alto perdonan más que un confesor octogenario adormilado y medio sordo. El golf como deporte serio es una causa perdida para el jugador aficionado y más a partir de los cincuenta. En realidad, se trata de un ejercicio cardio si consigues recorrer al menos nueve hoyos a pie con el carrito y la bolsa. Si vas en cochecito o buggie es una distracción en un entorno privilegiado del que apenas disfrutas quemado por el calentón de las bolas perdidas que otros encontrarán dichosos al pie de una encina.

También los profesionales son víctimas del misterio insondable del swing. Sergio García se consolaba en sus momentos más bajos, los del psicólogo deportivo y zapatos al lago, con la teoría, tras la ducha, de que lo crucial es cómo llega la cara del palo a la bola, pues los caminos de Dios son infinitos y a veces te extravías. Cuando juego bien al golf lo hago fácil pero no lo es, decía Ernie Els, el rey del swing de mantequilla. Nick Faldo (con algunos torneos grandes en su palmarés) confesaba que hasta que conoció a David Leadbetter, uno de los entrenadores más famosos (por su taller ha pasado la mitad de los profesionales del circuito americano), carecía de un swing consistente: era un ajuste continuo para ir tirando de un día para otro. ¿Os suena? En nuestro caso es para ir tirando de un hoyo para otro o menos. El problema es que de pronto das un golpe recto, alto y largo; bolón, te dices, lo apunto en mi diario en cuanto vuelva a casa; y en el siguiente hoyo cuando estás seguro de hacer lo mismo te sale un rabazo rastrero, casi perpendicular a la línea de vuelo y rumbo a lo más profundo del bosque. Nos falla la psicomotricidad (majadería al canto), te disculpa en plural uno de tus colegas de superseniors. ¿Has visto donde ha ido mi bola? Le preguntas después del mal trago. , contesta, pero ya no me acuerdo. Sonamos. Te pasas el partido cambiando todo sin arreglar nada, el peor defecto del amateur. Dar bolas en el campo de prácticas no vale: solo te acuerdas de los golpes decentes.

Esta es la cuestión: que nadie se pone de acuerdo sobre los fundamentos del “sube, gira y tira del palo”. Cada escuela defiende sus teorías sobre las facetas del juego, algunas contradictorias. Parecen tratados de teología medieval. Cada época tiene su estilo, cada entrenador su método, cada jugador su truco. Si contratas los servicios de un profesor en tu club, primero sale corriendo y luego pretende cambiarte todo. Aguantas un mes y te despides con cualquier pretexto. Al revés, la sucesión de entrenadores empeoró el swing de Tiger. Periódicamente alguno de los consagrados se pierde en la noche de los tiempos y un talento de veinte años salta a la fama y al dinero. Cuentan las crónicas del Club de Campo que en un ProAm (partido de entrenamiento previo a los premios donde un profesional juega con tres amateurs de buen nivel, normalmente gente famosa) Severiano Ballesteros harto de escuchar las continuas quejas de uno de sus acompañantes, un político que no daba una a derechas (que era lo suyo), Hoy estoy fuera de swing, le soltó impertinente: No estás ni dentro ni fuera porque para eso primero hay que tenerlo. El propio Seve, grande entre los grandes, al final de su gloriosa carrera lo perdió y no volvió a encontrarlo.

Como metáfora estética, el swing de los aficionados pasa del clasicismo ideal al barroco real. He visto los swings más extraños (incluido el mío). Artificiosos, retorcidos, alambicados. Prodigios del expresionismo más rebuscado. Todos tienen en común la suma de un montón de ajustes para que el último solucione los vicios del anterior y así sucesivamente. Es como las estafas piramidales: al final todo estalla y hay que comenzar de cero. Tejer y destejer, el lema del golf. Tampoco los libros arreglan mucho. Recuerdo haber comprado en la FNAC el libro de moda del citado gurú David Leadbetter “El swing de golf, defectos y correcciones”. Cuando le quité el celofán, me puse las gafas y lo abrí por la primera página, leí desolado: “Los diez principios del swing atlético”. Salí disparado a la tienda y lo cambié por una novela policiaca. Mi cuñado siguió los consejos del libro y estuvo dos meses en el fisioterapeuta y tres más sin darle a la bola. Tal vez el único jugador que hasta ahora ha dominado el swing ha sido Jack Nicklaus. Cuando ganó uno de sus tres Open británicos, firmó el último día una tarjeta de 62 golpes. El periodista oficial le preguntó a Tom Weiskopf, su compañero de partido, qué le había parecido el recorrido del oso dorado; el gran jugador norteamericano se limitó a encogerse de hombros: No sé, no le puedo decir, no conozco ese juego que practica Jack… Su respuesta, en mi opinión, es algo más que una broma.

Nuestro catálogo de rabazos es de sobra conocido: el topetazo de salida a ras de suelo, la madera de calle que se va al bosque como caperucita, el híbrido que acaba en el obstáculo de agua, el hierro medio que avanza veinte yardas, el filazo que avanza cien, el approach que aterriza en el bunker de la izquierda, el putt que se aleja cada vez más del agujero. Para que el golf no acabe con nosotros (o nosotros con el golf) es imprescindible disponer, como en la vida misma, de un buen repertorio de subterfugios. La idea general es que la culpa del rabazo la tiene cualquier persona, animal o cosa que no sea el jugador. Si los políticos tuvieran la retórica del golfista, nos convencerían de sus desmanes. Ejemplos de las excusas más corrientes después de un recorrido para olvidar: antes de jugar hay que dar sesenta bolas, no se puede jugar sólo los fines de semana, he dormido poco, me duele la espalda, tengo resaca, no habléis cuando voy a tirar, la hierba está alta (o rala), los greens rápidos (o lentos), el palo está sucio o la bola es vieja, es un golpe imposible, hay que mirar a la bola (¿?), he metido el hombro e incluso le he pegado demasiado bien y me he pasado. ¡Qué mala suerte!, otra treta después de dar un golpe perverso. En realidad, la suerte en el golf y en cualquier otro deporte se reduce a la respuesta de Niklaus a una revista del ramo: Sí, la suerte, yo cuanto más entreno más suerte tengo.

Para no desfallecer, la solución alternativa a las excusas son las trampas. Quien esté libre de pecado que tire la primera bola. No hace mucho en un partido, un jugador amateur de verdad, obseso del juego, de esos que se han divorciado y perdido el empleo por culpa del golf, al detectar el trampeo general me dijo con su mejor ánimo: Creo que tenéis reglas propias que desconozco, si hago algo mal me lo decísAlgunas trampas son muy conocidas: colocarte bien la bola en la hierba alta con el cuento de levantarla “para ver si es tuya”, patada de karateca para sacarla del arbusto a la calle, sacar bola nueva tras perderla y callar como un muerto, adelantarla metro y medio en el green al limpiarla; una de mis preferidas: quitar arena en el bunker detrás de la bola para dejar sitio al palo; otra que nunca he practicado pero que he visto hacer a las señoras: coger con la mano la bola que se ha quedado junto a la valla y lanzarla disimuladamente lo más lejos posible. O sumar los golpes con las cuentas del Gran Capitán… Como aquel jugador al que su marcador en un campeonato le preguntó por cortesía tras terminar el hoyo:  

- ¿Qué has hecho?

-  Par.

- ¿Cómo que par? Te hemos contado nueve golpes.

- Entonces impar.

Y si no funcionan las excusas ni las trampas, lo mejor es el cabreo. Todo el mundo se cabrea porque forma parte de la condición humana. Lo que varía son las formas. Hay dos inversas que reflejan el mal carácter del perdedor: el que se cabrea de puertas adentro y el de puertas afuera. El primero, con una sonrisa gélida en los labios, echa humo por las orejas, enrojece y le sale un sarpullido. El segundo, jura en arameo, escupe frenético y rompe el palo contra un árbol. Algunos reúnen las dos características. Lo que tienen en común es que pagan sus frustraciones con los demás: los introvertidos hacen comentarios viperinos de tu juego, te vigilan con lupa, te repasan celosos los golpes, te corrigen y te fastidian. Los extrovertidos se limitan a no dirigirte la palabra durante una semana. Prefiero los segundos.