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domingo, 23 de agosto de 2015

Diccionario filosófico. Intuición


¿Quién no ha tenido claro de pronto el pronóstico de una quiniela, o la palabra exacta en una carta o un poema; que tu compañero del alma es en el fondo un farsante, que la amiga de tu hermana te ama con pasión, que lo tuyo es de quirófano, o que tal ocurrencia es la clave de la bóveda celeste? De pronto lo incuestionable se manifiesta, se hace la luz y la vida se torna transparente… Hablamos, por supuesto, de la intuición.  
Si tuviéramos que mostrar mediante la viñeta de un comic en qué consiste la intuición sería fácil: un personaje se levanta como un resorte de su mesa con una sonrisa demente mientras una bombilla se enciende en el globo que pende sobre su cabeza. Es el famoso ¡Eureka! de la famosa leyenda del matemático Arquímedes de Siracusa tras descubrir mientras estaba en la bañera, que el volumen del agua desalojada era igual al volumen del cuerpo sumergido.
Según el “Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana” de Joan Coromines, el término significa: Adivinación, comprensión penetrante y rápida de una idea. Tomado del latín tardío intuitio-onis, imagen, mirada (derivado de intueri, mirar), que en el latín escolástico tomó el sentido filosófico. A su vez, el primer significado que da el “Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua” es: Facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento.
La intuición es, por tanto, un conocimiento directo e inmediato de la solución de un problema; por contraposición, el razonamiento (deductivo, inductivo o práctico) es un conocimiento indirecto y mediato. Mediante el razonamiento conocemos algo de forma indirecta tras una serie de pasos que nos llevan a la conclusión. Cuando explicamos, argumentamos, generalizamos, hacemos malabarismos dialécticos o espesos silogismos, razonamos. Al revés, en la intuición no hay antecedentes explícitos, conocemos de forma fulminante. En la intuición se ilumina la mente con la evidencia de una certeza indudable. La captamos sin cadenas de premisas, a pecho descubierto, lo cual no implica que tras la conclusión subitánea no haya un ovillo inaccesible, una noche donde todos los gatos son pardos o un cajón de sastre al que llamamos “vivencias” intencionales. De la potencia creadora de la intuición proceden la visión pura del matemático, el hallazgo innovador del físico, la sentencia esencial del filósofo, la visión creadora del artista, la convicción luminosa del creyente o la certera decisión del individuo (la famosa intuición femenina)…
El Diccionario de la RAE añade un segundo significado del término, el filosófico: Percepción íntima e instantánea de una idea o una verdad que aparece como evidente a quien la tiene. Lo más relevante es la segunda parte de la definición. La primera dificultad de la intuición filosófica es que, parafraseando el dicho popular, de intuiciones ciertas están los infiernos llenos. Bien pudiera ocurrir que la intuición sea propiamente un procedimiento heurístico, es decir, un atajo mental que nos permite desenvolvernos con éxito en el mundo vertiginoso de la vida, pero no un método lógico-racional (perdón por la tautología) de conocer la verdad.

Se suele distinguir entre certeza intuitiva y verdad discursiva. La primera es, por muchas vueltas que le demos, un estado mental de carácter psicológico. Mediante la certeza intuitiva, el sujeto afirma tener conocimiento de la evidencia de un pensamientoPor su parte, la verdad discursiva es una proposición meramente lingüística de carácter lógico o metodológico. Mediante la verdad discursiva el sujeto demuestra o comprueba la consistencia formal o la correspondencia empírica de un enunciado formulado en un lenguaje riguroso. Dicho con otras palabras, el conocimiento científico, lugar de la verdad discursiva, somete a cualquier intuición, sea cual sea su grado de certeza o evidencia, a un proceso metodológico de depuración.
Para salvar esta dificultad, Husserl, el principal valedor de la intuición como forma científica de conocimiento, defendió en innumerables y sesudas páginas el carácter lógico de la intuición eidética frente al psicologismo y el carácter metodológico de la reducción trascendental frente al irracionalismo. Se trata de un ambicioso intento de unificar certeza intuitiva y verdad discursiva. Su logro no ha sido tanto la unificación (imposible) de ambas, sino mostrar que la fenomenología, la ciencia de la intuición trascendental de las esencias, es el camino más seguro de la filosofía.
¿Debemos relegar la intuición al reino de la subjetividad o al llamado mundo de la vida? Es preciso aceptar que la intuición por sí misma no es una fuente válida de conocimiento objetivo. Su ámbito de aplicación no es, por tanto, la ciencia sino otras formas del saber: la filosofía, el arte, la moralidad, la experiencia religiosa o la vida cotidiana... Es conocido el papel de la intuición en el arte. Términos clásicos como inspiración, llama del genio, don o dádiva, imaginación creadora o talento son con frecuencia consecuencias de la intuición artística.
La segunda dificultad de la intuición estriba en que la psicología cognitiva la incluiría en una de las etapas intermedias del proceso o secuencia del pensamiento creador. La psicología cognitiva distingue entre pensamiento convergente, el que se dirige o converge hacia la solución correcta de un problema y pensamiento divergente, el que se aparta de las soluciones correctas, comúnmente aceptadas y se dirige al descubrimiento de respuestas originales pero valiosas para la solución de problemas. Este último es el pensamiento creador. Se entiende por pensamiento creador la capacidad mental caracterizada por la sensibilidad ante los problemas, la fluidez, la flexibilidad, la innovación, la facilidad asociativa, la capacidad de análisis, síntesis y redefinición de los mismos.
La secuencia cognitiva (simplificada) del pensamiento divergente o creador es la siguiente (la intuición sería la tercera etapa).
- Preparación. Presentación, contextualización y exposición precisa del problema y sus componentes.
- Incubación. Gestación involuntaria e inconsciente del material acumulado para la solución de un problema. Las ideas se agitan por debajo del umbral de la consciencia. Es como una fase de “cocción a fuego lento” cuya duración es impredecible. Tal maduración interna no provoca respuestas externas u observables por tratarse de un procesamiento de la información en segundo plano. En ciertos casos, requiere la desconexión del problema, para así desechar u olvidar estrategias erróneas o ineficaces. 
- Iluminación. Descubrimiento súbito; certeza psicológica de la solución correcta. La solución surge de improviso cuando la totalidad cobra sentido, todo está integrado y claro. La solución salta a la consciencia y sorprende incluso al propio sujeto en el momento de aparecer. Mediante la intuición o iluminación el sujeto "capta", percibe (insight), "internaliza" o comprende, una "verdad" que se le revela como cierta. Puede ocurrir inesperadamente, en medio de un trabajo profundo de construcción o por el uso de procedimientos algorítmicos o metacognitivos.
- Verificación. Comprobación lógica o metodológica de la adecuación y validez de la solución aportada así como el análisis crítico del alcance de la misma. Es la fase de evaluación y consolidación (o rechazo) de los resultados.
- Desarrollo. Adaptación de la idea a los posibles fines, encadenamiento con otras ideas e interrelación con teorías anteriores, perfeccionamiento de sus matices y derivaciones para su puesta en práctica.
Si admitimos, por tanto, que la intuición es una función secuencial del pensamiento, la psicología cognitiva no aceptaría definirla como el conocimiento directo e inmediato de la solución de un problema. Esta definición tendría, por supuesto, toda la noble carga filosófica que se desee pero no sería válida en el mundo de los hechos objetivos. Ahora bien, en términos kantianos, si la razón científica es incapaz de acceder al conocimiento de las ideas metafísicas puesto que es imposible un conocimiento nouménico o especulativo, no pueden excluirse otras vías de acceso a la intuición...

viernes, 19 de junio de 2015

Diccionario filosófico. Hedonismo


¿Qué es el hedonismo? ¿Hay una definición universal del hedonismo? ¿Vivimos en una sociedad hedonista?
El término “hedonista”, como es sabido, procede etimológicamente de la palabra griega δονή que significa “placer”. En general, se considera hedonista a una persona cuyo principal valor es el placer.
En todo caso, desde los tiempos de su fundador, el filósofo griego Epicuro (341- 270 a. C.), un aguerrido defensor de los placeres intelectuales, hasta nuestros días, resulta evidente que el concepto de hedonismo no es unívoco ni transparente.
Para descubrir al hedonista que llevamos dentro hay que saber antes las clases de placer que se dan en el mundo. Podemos distinguir a grandes rasgos, sin complejas escalas ni pirámides descendentes, entre placeres sensuales (degustar un gran reserva de la ribera del Duero o saborear los mariscos de las rías gallegas), físicos (gozar del arte de amar o de los choques neurofisiológicos de los opiáceos), intelectuales (iniciarse en los conceptos de la lógica de Hegel o en las ecuaciones de la teoría de la relatividad), espirituales (leer, a ser posible sin traducciones, À la recherche de Proust o La Chartreuse de Parme de Stendhal), psicológicos (encontrar la armonía interior o tocar con los dedos la erótica del poder) y materiales (conducir un BMW de gama alta o disponer de un piso en Venecia). ¡Demostremos la tesis biológica de que la especie humana fue viable gracias al polifacetismo!
Tras elegir, hay que referirse al compromiso personal con los placeres, es decir, a la intensidad, la coherencia y el hábito. De la síntesis entre placeres mundanos y compromiso vital han surgido los sistemas hedonistas, los proyectos y las figuras actuales de la conciencia hedónica. Dejemos los sistemas para la historia de la ética, los proyectos para la filosofía moral y observemos con atención algunas figuras del placer:
- El hedonismo suave, débil, de quienes aman “los placeres de la vida cotidiana”, como lo haría “cualquiera que no fuera considerado un bicho raro”. Placeres cuya forma y contenido lo fijan en cada momento las tendencias colectivas del agrado: gastronomía, vacaciones, ropa, arte.

- El hedonismo vital de quienes piensan que sólo se vive una vez y hay que disfrutar al máximo de cada instante. Que el sentido de la vida consiste en apurar la copa de las oportunidades buscadas o encontradas y que nada ni nadie pueden interponerse en la satisfacción egoísta del deseo. El placer a cualquier precio: se comienza por celebrar la propia vida y se acaba por arruinar la de los otros.

- El hedonismo errático de una parte de la juventud que pretende satisfacer de manera directa e inmediata sus gustos comunes, fugaces la mayoría, no pensados con la propia cabeza. Una forma de fetichismo social en el que finalmente la autoconciencia no se reconoce en sí misma sino en la diversidad superficial de los objetos que codicia.  

- El hedonismo burgués del bon vivant que abarca sin mediaciones la paleta completa del placer, un estereotipo social trabado de matices triviales y una manera de vivir aprendida en las revistas de divulgación y en los libros “Cincuenta consejos para ser feliz”.

- El hedonismo especializado de ciertos maníacos de un solo placer, arquetipos de hombre unidimensional y candidatos seguros a la infelicidad a largo plazo, como algunos personajes de Michel Houellebecq obnubilados por el sexo; o los protagonistas de La grande bouffe, el film de Marco Ferreri. 

- El hedonismo polvoriento de algunos eruditos (por ejemplo, de la filosofía o de la historia) dedicados a aburrirse eternamente y a intentar amodorrar a los demás con citas incontables, polémicas superfluas y apetito de cargos.

- El hedonismo farsante de los que buscan la paz en sectas de cuota y grilletes, iluminaciones astrales los martes, el yoga en casa, el grupo de meditación budista del barrio, el centro esotérico de artes marciales o el curso de pilates para jubilados. También en la moda chic del psicoanalista a más de cien euros la hora.

- El hedonismo estetizante de los que se complacen en los productos administrados por la industria cultural: series efectistas, filmes rutinarios, música metálica o sincopada, pintura chapucera, géneros calculados por expertos que reproducen sumisos lo que anuncian rechazar a voces.

- El hedonismo adictivo de los que han decidido conscientemente una vida breve pero intensa (o más bien las drogas duras han tomado la decisión por ellos). Splendet dum frangitur (brilla mientras se rompe) pinta su escudo.

- Finalmente, el hedonismo de la nobleza de cuello blanco, los protagonistas de “las grandes hazañas de la banca y de los negocios”, los del “poderoso caballero es don dinero”, los que rinden culto a la alta costura, las firmas italianas del coche, las cortesanas exclusivas o los yates en la Costa Azul. Placeres logrados al precio de la corrupción, la mentira y el sufrimiento.
En mi opinión, no importa tanto la definición de hedonismo que cada figura propone como la cantidad de definición que seríamos capaces de soportar si ampliáramos su significado sin vendas, parches o cataplasmas morales (lo cual aquí no se hace ni se pretende).

Del pensamiento de Thomas Hobbes: El hombre en estado de naturaleza aspira a poseerlo todo y sus deseos e intereses no encuentran más limitación que la que se deriva de su propia razón, la cual le prescribe que su derecho alcanza a todo lo que tiene utilidad y beneficio para él.

¿Es usted hedonista? Responda, por favor, al siguiente cuestionario…

domingo, 1 de febrero de 2015

Diccionario filosófico. Historia


Hay cuatro grandes enfoques o filosofías de la historia: el positivismo, el idealismo, el personalismo y el materialismo.
- El positivismo concibe la historia como una colección de hechos dados, observables y verificables. La imagen positiva de la historia es la de una inmensa base de datos recolectada por los sabios a lo largo del tiempo. El historiador, según la época, desempolva estos anales y los ordena causalmente para que sirvan de cuadro fidedigno del pasado. El problema es que no hay hechos objetivos. La existencia de una base observacional neutral, “positiva o dada”, es una leyenda precientífica. Sólo hay hechos dentro de un marco teórico que les confiere sentido: tal marco establece lo que son y no son hechos; su función es seleccionar los que están dentro y los que quedan fuera de la historia. Por tanto, lo que los positivistas denominan hechos objetivos son en realidad valoraciones e interpretaciones. La Historia de los Papas de Leopold von Ranke o la Historia de Roma de Theodor Mommsen son buenos ejemplos de la historiografía positivista.
- El idealismo, a su vez, entiende la historia como la realización necesaria de las ideas metafísicas (o teológicas) que nos hemos forjado sobre la humanidad, las naciones y los pueblos. Los acontecimientos y procesos históricos responden a un inmenso plan manifiesto o latente, trascendente o inmanente que la razón puede conocer. El desarrollo de las civilizaciones se ajusta a categorías, etapas o ciclos previamente establecidos. El historiador constata y justifica el acuerdo forzoso de las ideas y los hechos, todo lo racional es real. El conflicto y las contradicciones empíricas se convierten en una logomaquia universal. Se trata, por tanto, de una concepción deductiva y apriorista, de carácter imaginario y carente de rigor. La historia se convierte para el idealismo en una utopía necesitaria que roza los límites de la profecía autocumplida. Las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal de Hegel o el Estudio de la historia de Arnold J. Toynbee se ajustan a los supuestos filosóficos del idealismo.
- El personalismo cree que acontecimientos y procesos son el resultado de las decisiones de los grandes actores de la humanidad. Los personajes privilegiados son el motor de la historia. Ellos son los que conciben los fines, disponen de los medios y de la capacidad de aplicarlos en los momentos cruciales. Detrás de cada coyuntura histórica está la voluntad de un genio o de un héroe. El resto de los actores, activos o pasivos, son los elementos circunstanciales del cambio. El problema del personalismo es que transforma la explicación científica en un relato literario. Hechos y ficción se se mezclan en una concepción mitopoética. Se confunde la historia con la intrahistoria. Acontecimientos y procesos se proponen, finalmente, como una narración sugerente y amena pero esencialmente incompleta y a menudo errónea. Las memorias de ultratumba de Chateaubriand o Los episodios nacionales de Galdós ilustran los principios de esta teoría.
- El materialismo, por último, se basa en el reconocimiento de los factores económicos como el núcleo preponderante de la historia. Las condiciones materiales de una sociedad fundamentan los acontecimientos, los procesos y las leyes que los rigen. Los hechos dados, las ideas abstractas o las acciones de los grandes personajes solo pueden ser comprendidas desde la investigación de sus bases económicas. La estructura productiva determina la superestructura ideológica y los estratos de una sociedad. El reduccionismo de este planteamiento oculta que la historia es más bien el resultado de un conjunto de procesos interdependientes: políticos, jurídicos, culturales, económicos, sociales, religiosos, científicos y técnicos. En un momento determinado uno o varios se imponen y controlan a los demás… o bien pasan a segundo plano para resurgir luego con fuerza. En cualquier caso, no existe un superfactor dominante. El 18 brumario de Luis Bonaparte de Marx o Civilización material, economía y capitalismo de Fernand Braudel son obras que utilizan el método economicista aplicado a la historia.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Diccionario filosófico. Belleza


Cada dimensión de la racionalidad práctica tiene un valor: La ética, el bien. La política, la justicia. La filosofía del trabajo, la realización individual y colectiva. La teología (si admitimos que forma parte de la razón práctica), la salvación. La estética, la belleza.

La belleza ha sido interpretada de diferentes formas a lo largo de la historia de la estética. Entre las más significativas se encuentran: la belleza como armonía, participación, imitación, abstracción y desvelamiento.

La belleza como armonía procede de los Pitagóricos, la primera escuela filosófica que elaboró una teoría estética. Su interés por las matemáticas, tanto la geometría como la aritmética, les llevaron a estudiar las proporciones espaciales y las relaciones numéricas que se dan en los cuerpos. Pitágoras y sus seguidores descubrieron, entre otras, la dependencia entre los intervalos musicales y la longitud de las cuerdas de la lira e incluso especularon sobre la relación entre las armonías musicales y la armonía del alma. Creyeron que la belleza consistía en el orden interno de las partes y la composición del todo. El paradigma del arte como armonía es la música, el canto solemne del rapsoda que presentaba al pueblo los poemas épicos acompañado de cuerda y percusión.

La belleza como participación. Según Platón, la belleza ocupa el tercer lugar de una jerarquía ontológica cuyo vértice es la idea del bien seguida por la de justicia. La idea universal de belleza fue descrita de muchas maneras en los Diálogos: como finalidad cumplida, como utilidad, como placer, como bondad o como armonía en sentido pitagórico. En el Banquete desarrolla la dialéctica de la belleza en sus momentos o etapas, desde la belleza sensible de los cuerpos, la belleza de las almas, la belleza de las leyes e instituciones, la belleza de la sabiduría, hasta la idea de la belleza en sí misma. Una obra de arte es bella en la medida en que participa de la idea universal de belleza, en que la forma sensible se identifica con la esencia permanente. El antropocentrismo griego encuentra el ideal de la belleza en la unidad perfecta entre lo corporal y espiritual. El paradigma del arte como participación se plasma en la escultura clásica, en la búsqueda de la medida y las proporciones, el canon, cuya máxima expresión es la belleza desnuda, intemporal, del Doríforo de Policleto. 

La belleza como imitación. La reflexión aristotélica sobre el arte comienza con la división de la racionalidad humana en tres grandes ámbitos: la racionalidad teórica o conocimiento (theoría), la racionalidad práctica o acción (praxis) y la racionalidad productiva o realización (poiésis). Entre las actividades de esta última, poética en sentido literal, se encuentran las artes. Para Aristóteles, la actividad del artista consiste en re-crear en re-presentar, en hacer reconocible la realidad empírica mediante la obra. En esto consiste la imitación (mimesis) como producción de lo bello. El arte imita a la realidad mediante la pintura, el verso, la música, la danza, la comedia o la tragedia. Así, la representación de la acción humana a través del arte produce en el hombre el sentimiento de belleza que va acompañado de agrado, placer o liberación. Pero se trata de un placer no meramente sensible sino intelectual en el cual se reconocen los objetos, los acontecimientos, las acciones y las pasiones. El placer que procede de la imitación alcanza su más alta realización en la tragedia, género al cual dedicó Aristóteles la parte más completa de sus reflexiones estéticas. Aristóteles define la tragedia como la imitación de una acción digna y que, además de grandiosa, es completa en sí misma, escrita en un lenguaje agradable y cada peculiar deleite desarrollado en su parte correspondiente en forma dramática, no narrativa; con peripecias que provocan la conmiseración y el terror, de suerte que se cumpla la purgación (catarsis) de tales pasiones. 

La belleza como abstracción. La importancia decisiva de la reflexión de Tomás de Aquino (la tesis doctoral de Umberto Eco se titula El pensamiento estético de Santo Tomás) estriba en su consideración del doble componente sensible e intelectual de la belleza, continuando con la teoría aristotélica de la imitación. El gusto estético procede de los sentidos de la vista o del oído, todavía sospechoso en la Edad Media. El gusto, olfato y tacto (como la risa) están aun cristianamente excluidos por su consideración hedonista, algo ajeno a la filosofía griega. Pero afirmar que algo nos gusta, añade Aquino, ya es un juicio estético que incorpora un argumento explícito o implícito. Por tanto, la experiencia estética no es algo meramente sensible sino intelectual. El pánico del cristianismo a los goces sensibles llevó a la estética al camino de la reflexión. La belleza concierne al juicio racional, no a la intuición sin nombre. Los juicios estéticos no son inefables sino que se formulan mediante conceptos. La sensación sólo es el momento inicial del proceso. La belleza sólo muestra su causa final en el conocimiento abstracto. Inversamente a su sentido etimológico (aisthesis), la estética tiene carácter racional. Lo que constituye la belleza del mundo no es la apariencia sensible sino la contemplación de las formas inherentes a la materia, creadas, según Aquino, por la razón divina para que el entendimiento las aprenda. El paradigma del arte contemplativo es la arquitectura, los bosques sagrados de las catedrales góticas cuyo significado didáctico o teológico va más allá de la visión inmediata. Las lágrimas del peregrino ante la fachada de Chartres son las pruebas vivas de la existencia de Dios. 

La belleza como desvelamiento. Los estudiosos de la historia de la filosofía han subrayado que las reflexiones de Heidegger sobre la verdad del ser cambiaron de rumbo cuando a mediados de los años treinta pronunció una serie de conferencias sobre el origen de la obra de arte y la esencia de la poesía. A partir de ese momento, el interés por el desvelamiento de la verdad se dirige a lo que la obra manifiesta y de lo cual el artista es un mero (e inconsciente) depositario. Hasta ahora el arte se ocupaba, según Heidegger, de la belleza, no de la verdad. Pero la belleza es el modo original de la verdad. Los otros modos son, por este orden, la acción que funda un Estado, la proximidad de lo más ente del ente, el sacrificio esencial y el cuestionar del pensador que cuestiona lo digno de ser cuestionado. La verdad habla en la belleza. La creación artística consiste en la producción de aquel ente que muestra el sentido del ser y pone en juego la eterna agonía de las luces y las sombras. La obra de arte levanta el velo de lo que está patente, es desocultamiento ontológico, iluminación del enigma que sobrevuela el ser; pero no como modelo ideal de las cosas, ni como imitación del objeto, ni como concepto que abstrae la forma… sino como transferencia u otorgamiento. Este desvelamiento de la verdad del ser adviene, en primer lugar, en la poesía. La poesía es la esencia del arte. La poesía es un nombrar del ser constituyente de las cosas. En el poetizar, los dioses toman la palabra a través del artista, ese intermediario entre los dioses y los hombres, y el sentido se hace manifiesto. En los poemas de Hölderlin, los relatos que lloran el olvido de la tierra resuenan con fuerza; aunque nada se ha perdido de aquellos tesoros que forjaron los grandes demiurgos, tan sólo permanecen ocultos a la espera del poeta y de su voz. La poesía de Hölderlin es el acontecimiento fundamental del hombre; sólo en ella está contenida la respuesta, la revelación que une al poeta con los vivos para anunciar una forma más alta de vida. Dice Heidegger: La esencia del arte es el poema. La esencia del poema es, sin embargo, la fundación. Entendemos este fundar en tres sentidos: fundar en el sentido de donar; fundar en el sentido de fundamentar; fundar en el sentido de comenzar. (…) ¿Qué tiene que ser la verdad para que pueda acontecer e incluso tenga que acontecer como arte? 

sábado, 14 de junio de 2014

Diccionario filosófico. Determinismo


El determinismo es una teoría filosófica que sostiene la ausencia de libertad en la conducta humana. Según esta teoría, las acciones del hombre, como cualquier realidad, están sometidas al principio de causalidad natural. Se han aportado cuatro argumentos en contra de la libertad:


Determinismo físico. Las leyes de la conducta humana son las mismas que rigen el movimiento de las bolas de billar. Solo hay una realidad, la materia y sus estados emergentes, y no hay razón para suponer que exista una causalidad para la naturaleza y otra para el hombre. En la naturaleza no hay saltos; sus leyes son las mismas para  el hombre, la lechuga y el ratón y se aplican de un modo homogéneo al cerebro, una computadora biológica tan sofisticada que no es capaz de conocerse a sí misma. La conducta humana está, por tanto, determinada y su complejidad no significa que seamos libres. Lo que llamamos “libertad” no es otra cosa que la imposibilidad de controlar las innumerables variables que intervienen en cada acción. El atomismo necesitario de Demócrito, el mecanicismo de Laplace, el fisicalismo radical de los filósofos neopositivistas o la teoría unificadora de campos de partículas elementales, publicada por el premio Nobel Werner Heisenberg, son ejemplos de determinismo físico en la historia de las ideas.


Determinismo psicológico. El temperamento, que forma parte de nuestra herencia genética, el carácter, que forma parte de nuestro aprendizaje, la personalidad y sus rasgos, todos a la vez determinan la conducta. Nuestra organización mental no deja margen para elegir libremente aunque lo creamos por un prejuicio firmemente asentado. Por otra parte, siempre elegimos el motivo más fuerte y después justificamos nuestra elección con la conjetura de las decisiones libres. Simplemente vivimos la ilusión de la libertad. El voluntarismo de Schopenhauer y su teoría del motivo más fuerte, la hipótesis freudiana del inconsciente o el conductismo radical de Skinner son las concepciones más afines al determinismo psicológico.


Determinismo sociológico. Las conductas humanas son esencialmente sociales y, por tanto, impersonales. En realidad nuestra conducta individual no depende de nosotros sino que tiene, aunque tratemos de ocultarlo, un significado colectivo. En la vida social, el individuo no decide ni controla la acción, sino que más bien es controlado y movido a actuar en una dirección única. Una cultura es un sistema normativo que nos dice en todo momento lo que debemos hacer. Esta es la función de los usos sociales, las costumbres y las leyes. Asimismo, las normas institucionales (familiares, políticas, económicas, educacionales) nos empujan necesariamente a actuar dentro de unos estrechos márgenes que nosotros agrandamos con la imaginación. El economicismo de la filosofía marxista, el sociologismo de Durkheim desarrollado en su metodología de los hechos sociales y la explicación orteguiana de los usos son algunas de las teorías que han defendido el determinismo sociológico.


Determinismo teológico. Los creyentes y teólogos que admiten la omnisciencia de Dios como uno de sus atributos esenciales se ven de inmediato envueltos en la siguiente paradoja: si Dios todo lo sabe, entonces conoce la totalidad de nuestros actos y movimientos desde que nacemos hasta nuestro destino final. Lo cual supone que la secuencia completa de nuestra conducta está prefijada hasta en sus detalles más nimios y lo que interpretamos como libertad es predestinación objetiva. La teoría evangélica de la gracia en San Agustín o la doctrina calvinista de la divina predestinación son las versiones más conocidas del determinismo teológico.

martes, 4 de febrero de 2014

Diccionario filosófico. Verdad


Los dos términos de la verdad son el pensar y el ser. El sujeto y el objeto: de la distinta consideración y correlación entre ambos han surgido las diferentes concepciones epistemológicas, así como los diferentes criterios de verdad tanto científicos como filosóficos.

Desde el ángulo del pensar podemos establecer diferentes estados positivos o negativos sobre la verdad. Unos son de carácter lógico y el resto de carácter psicológico.

Los de carácter psicológico describen o se refieren a estados mentales subjetivos o ideas.

Los de carácter lógico se refieren a la formulación lingüística, extramental y objetivable de las ideas, es decir, a proposiciones o enunciados sujetos a los procedimientos de control lógico de la lógica formal o teoría de la deducción, de la lógica informal o teoría de la argumentación y de la lógica aplicada o metodología del conocimiento científico.

Estados positivos.

- Verdad. Estado en que el pensamiento tiene conocimiento y fundamento lógico para afirmar la verdad de una proposición (o expresión lingüística de una idea). Se trata de la verdad científica u objetiva.

- Certeza. Estado en que el pensar tiene conocimiento y fundamento psicológico para afirmar la verdad de una idea. Se trata de la certeza subjetiva.

- Opinión. Estado en el que el pensamiento acepta una idea como cierta, aunque admite la posibilidad del error.

- Duda. Estado en el que el pensar aunque tiene conocimiento no tiene fundamento para afirmar la verdad o falsedad de una idea.


Estados negativos.

- Falsedad. Estado en que el pensamiento admite lógicamente como verdadero lo que no es y viceversa.  Es lo contrario de la verdad objetiva.

- Error. Estado en que el pensamiento admite psicológicamente como verdadero lo que no es y viceversa. Es lo contrario de la certeza subjetiva.

- Ignorancia. Estado en que el pensar admite su no saber radical o desconocimiento en torno a una idea.

- Mentira. Estado en el que el pensamiento propone como verdadero lo que subjetivamente considera falso y viceversa con ánimo de engañar. No tiene propiamente un significado epistemológico sino ético.

martes, 10 de diciembre de 2013

Diccionario filosófico. Mente y cerebro


El cerebro es el hardware o soporte neurofisiológico de la mente que hace posible el procesamiento de la información.

Ahora bien, el hardware precisa de un software o soporte lógico para ejecutarlo, es decir, necesita un sistema operativo y unas aplicaciones que funcionen (“corran”) sobre tal sistema operativo, como ocurre con cualquier ordenador.


El cerebro humano, en términos informáticos, está dotado de un sistema operativo que constituye el software básico de la mente y consta de dos componentes impresos neurológicamente en el cerebro (y cuya interna correlación está aún por descubrir):


Un sistema lógico, que son las estructuras lógicas o esquemas formales del razonamiento.


Un sistema lingüístico, que son las estructuras sintácticas o la gramática profunda de la lengua. La gramática profunda está constituida por los universales lingüísticos comunes a todas las lenguas.


A su vez, las aplicaciones que corren sobre este sistema operativo son los procesos cognitivos, es decir, los programas que utiliza la mente para el procesamiento de la información. Se trata de módulos independientes pero comunicados, como sucede con las aplicaciones de los grandes paquetes informáticos.

Tales módulos conforman, como sabemos, el denominado nivel cognitivo, el más exclusivo de los grados de la realidad, cuyas propiedades afectan exclusivamente al ser humano y constituyen el llamado psiquismo superior del hombre (ver la entrada Realidad de este Diccionario filosófico).   


Son los siguientes:

Procesos informativos, que incluyen la sensación, la percepción y las distintas modalidades de aprendizaje.


Procesos representativos, que incluyen los almacenes de la memoria (memoria sensorial, a corto y a largo plazo).


Procesos intelectivos, que incluyen el pensamiento y sus operaciones, y la inteligencia y sus tipos.


Procesos comunicativos, que incluye el lenguaje, sus características y sus sistemas gramaticales: fonológico, morfológico, sintáctico, semántico y pragmático.


Procesos afectivos, que incluye los complejos sentimientos vinculados  a la inteligencia emocional


Cada módulo cumple una función específica dirigida a procesar la información que le corresponde. El carácter modular de la mente supone, por tanto, que cada uno de los procesos cognitivos tiene características propias.

Es lo mismo que ocurre cuando estudiamos los diversos sistemas fisiológicos, como el sistema nervioso, el músculo-esqueletal o el circulatorio. Los aislamos y analizamos por separado, aunque es evidente su integración global en un organismo.

 

La analogía entre la mente y el ordenador permite a la neurociencia construir convincentes programas de simulación de los procesos cognitivos. Estas simulaciones recuerdan obviamente a los detallados menús, comandos y pantallas de las aplicaciones informáticas. Así, por ejemplo, el modelo explicativo de la percepción se compone de varios subprocesos: el procesamiento bidimensional de la imagen, el procesamiento tridimensional de la imagen, el procesamiento de la constancia perceptiva, el procesamiento semántico del patrón perceptivo, el proceso de inserción del objeto en un esquema perceptivo (entorno en que el objeto percibido se integra con sentido) y la percepción global de la realidad, en la que se ponen a prueba los innumerables esquemas perceptivos del sujeto.