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miércoles, 12 de marzo de 2025

La nada anonada

La Real Academia Española de la Lengua define el término “nada” como Inexistencia total o carencia absoluta de todo ser. Etimológicamente procede de la expresión latina res nata, es decir “cosa nacida”, lo cual, sin el non delante, contradice su significado. Ocurre lo mismo con el término res (nada) en la lengua catalana. Supongo que la lingüística histórica tiene mucho que decir sobre esta antónima evolución semántica. Como categoría gramatical desempeña múltiples funciones: sustantivo (la nada), pronombre indefinido, adverbio de negación, adjetivo (no hacer nada), interjección (¡para nada!) o locución (de nada). 

De la filología a la física. La física teórica no identifica la nada con el vacío. No son términos sinónimos. Sólo considera al vacío un concepto científico. Como aclara un investigador del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN): Saquemos los muebles de la habitación, apaguemos las luces y vayámonos. Sellemos el recinto, enfriemos las paredes al cero absoluto y extraigamos hasta la última molécula de aire, de modo que dentro no quede nada. ¿Nada? No, estrictamente hablando lo que hemos dispuesto es un volumen lleno de vacío. Y digo “lleno” con propiedad. Quizás el segundo descubrimiento más sorprendente de la física es que el vacío absoluto (aparentemente) no es la nada, sino una entidad con propiedades. Aunque no como las otras... El vacío absoluto es el estado cuántico que contiene la menor energía posible, aunque en su interior fluctúan, tanto ondas electromagnéticas, que no necesitan un medio material para propagarse, como partículas que aparecen y desaparecen constantemente. En este punto conviene consultar el concepto de fluctuaciones cuánticas del vacío en el Chat GPT de pago. Asimismo, la teoría de la relatividad no confunde la nada con la antimateria compuesta de antipartículas hasta ahora sólo investigadas en condiciones de laboratorio. En el universo la nada no tiene cabida. La pregunta límite de Heidegger, ¿Por qué hay ser y no, más bien, nada?, carece de significado cosmológico. En realidad no tiene ningún significado porque la nada ni existe (curiosa frase) ni es pensable. Tenía razón Parménides, uno de los físicos presocráticos, cuando en su poema Acerca de la naturaleza concluyó categóricamente sobre el ser y el no ser:

Pues bien, yo te diré, cuida tú de la palabra escuchada,

las únicas vías de indagación que se echan de ver.

La primera, que es y que no es posible no ser,

de persuasión es sendero (pues a la verdad sigue).

La otra, que no es y que es necesario no ser,

un sendero, te digo, enteramente impracticable.

Pues no conocerías lo no ente (no es hacedero)

ni decirlo podrías con palabras.

De la Física a la Filosofía. Cuando me jubilé me propuse dedicar seis meses a la lectura en el salón de la Biblioteca Nacional de dos obras imprescindibles para explorar el lenguaje críptico de la antropología fenomenológica, ni siquiera al alcance del Chat GPT que se limita a un enorme refrito de lugares comunes. Era una de mis asignaturas pendientes porque en mi casa ambos libros me redirigían en menos de media hora a una novela policíaca. Lo conseguí con Ser y tiempo; sufrí lo indecible, creí que lo entendía, que no es lo mismo que entenderlo; me fabriqué éxtasis artificiales y decepciones naturales en torno a los existenciarios o modos en que el mundo se da al Ahí del ser o Dasein, o sea, al hombre. La angustia revela la nadaLa nada se abre paso en el ser, pero no como ente. La nada nadea, es decir, está siempre manifestándose, etc. Decía Heidegger que pensar, lo que se dice pensar, solo es posible en griego y alemán. Llegué a la conclusión de que era un excepcional filósofo, pero sobre todo el ideólogo de la jerga de la autenticidad (Adorno), del lenguaje de los elegidos, de las esencias mismas, de los ideales arcanos, mistagógicos y ahistóricos del nacionalsocialismo. Un pensador, un pueblo, una verdad. Heidegger se adhirió al partido nazi el 1 de mayo de 1933 y lo dejó e 1945. Abordé el otro libro de culto, El ser y la nada. Abatido por fárrago y la mala traducción de la edición de Losada no pasé de la página ochenta de la réplica de Sartre a Ser y Tiempo sobre el sentido o sinsentido de la existencia, de la libertad obligatoria o la mala fe del perezoso. Devolví frustrado el tomo y en su lugar encargué al bibliotecario la novela de Carmen Laforet Nada

De las Filosofía a la Teología. La nada tiene su origen en el creacionismo de la religión judeocristiana. El libro bíblico del Génesis comienza con un poético fragmento sobre la creación: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. No hay entelequia que pueda coexistir con Dios antes de la creación del mundo en siete días. Por tanto, de la nada, nada es y puesto que algo hay, queda demostrada por sus efectos la necesidad de una primera causa incausada a la que, para entendernos, llamamos Dios. Por cierto, tales efectos son el principal argumento a favor del ateísmo. Frente al tiempo circular o cíclico de los mitos y las cosmologías griegas donde la materia es eterna, el tiempo judeocristiano es lineal, tiene un comienzo en la creación y un final escatológico. La física creacionista actual, un invento francés que resucita periódicamente la existencia de Dios mediante un modelo paracatólico, tuvo un pico de ventas en las librerías teosóficas del barrio latino y las cajas verdes de los buquinistas vendehúmos del Sena, para desplomarse después en el olvido de las modas intelectuales. 

Otros hilos conductores del concepto van de la nada a la nada: el misterio de la vacuidad (shunyata) en el budismo, la pulsión autodestructiva de los instintos tanáticos en Freud, el pesimismo solipsista de Max Stirner: Yo he basado mi causa en nada, el lema del escéptico radical: No me creo nada de nadie o el marxismo marginal de Groucho: He llegado de la nada a la más absoluta miseria.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Alma, universo, Dios

Fue Kant quien puso de manifiesto la inevitable tendencia de la razón a la realización de síntesis cada vez más generales que acaban siempre por ir más allá de los límites de la experiencia. En la Crítica de la razón pura el filósofo de la Ilustración analizó la posibilidad de la metafísica como ciencia, así como el alcance y límites de sus tres ideas absolutas: la síntesis última de la totalidad de la experiencia interior, el alma; la síntesis última de la totalidad de la experiencia exterior, el universo y la síntesis última de la totalidad de la experiencia interior y exterior, Dios. Bajo la influencia de la física matemática newtoniana concluyó, como es sabido, que la metafísica es una ilusión epistemológica y, por tanto, no es posible un conocimiento válido de tales ideas… al menos para la razón teórica.

No obstante, la ineludible querencia, la necesidad del pensamiento de especular sin tregua en el vacío, una especie de ejercicio compulsivo de bicicleta estática sin cadena, se manifiesta de forma recurrente en ámbitos distintos y distantes de la cultura. Incluso entre la comunidad científica contemporánea prosperan profusas variantes de las síntesis kantianas. Se trata de teorías no contrastadas empíricamente que se aceptan porque son la única explicación posible (y provisional) que permite encajar todas las piezas del rompecabezas.

En torno al alma, el emergentismo es un modelo explicativo que trata de resolver el problema ancestral de la relación entre la mente y el cerebro. En un reciente libro del escritor Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga La conciencia contada por un sapiens a un neandertal, el científico justifica la definición verbalista de la mente como una propiedad emergente del cerebro: Lo de "propiedad emergente" es una fórmula que usamos los científicos para eludir hablar de algo que no entendemos. Lo más que podemos decir es que cuando los componentes de un sistema alcanzan cierta complejidad y actúan entre sí, pueden surgir propiedades que no estaban por separado en ninguno de sus componentes y que no eran deducibles por tanto de los elementos de ese sistema. Algo parecido a lo que el premio Nóbel de Medicina en 1963 John C. Eccles y el filósofo Karl Popper propusieron en su libro conjunto El cerebro y la mente (1980). Sostienen que los componentes del cerebro (neuronas, árboles dendríticos, conexiones sinápticas, áreas funcionales) son insuficientes para comprender los procesos mentales, algunos de ellos de una gran complejidad como la autoconciencia, la identidad personal, el carácter voluntario de la acción humana, el inconsciente o el pensamiento creador. Tales procesos hacen necesaria la hipótesis de una mente autónoma. En consecuencia, desarrollaron la hipótesis mentalista de que en la corteza cerebral interactúan las dendronas (agrupaciones de dendritas) de carácter neurofisiológico y la psiconas (agrupaciones de unidades de activación mental) de carácter psíquico. La interacción entre ambas se explica mediante una inextricable teoría bioquímica rechazada por la comunidad científica. En realidad, desde los órficos y los pitagóricos no se ha avanzado mucho en la solución del dualismo antropológico; únicamente podemos afirmar que tanto el cerebro como la mente son estructuras demasiado complicadas (y todavía más su interacción) y que, en todo caso, han servido para enriquecer el léxico de los diccionarios académicos. El infierno de la retórica y el paraíso del neologismo, en palabras de Giorgio Agamben.

Si nos referimos al universo, segunda síntesis, los vacíos cosmológicos se multiplican: la teoría del Big Bang, incapaz de explicar en qué consiste esa singularidad infinitamente densa que originó el universo tras la gran explosión; la materia oscura, invisible al no emitir ningún tipo de radiación electromagnética y que, según los físicos, contiene un 85% del universo; las ondas gravitacionales, demostrables con sólo tirar un lápiz e indetectables para la tecnología actual; los agujeros de gusano que sólo convencen a los guionistas de ciencia ficción; la teoría de cuerdas, un constructo matemático que no funciona a menos que el universo tenga diez dimensiones. O el destino del universo: ¿Seguirá expandiéndose como un globo hasta el infinito y más allá como supone la teoría de la inflación cósmica o habrá una gran implosión o Big Crunch que lo comprimirá hasta el estado previo a la gran explosión y vuelta a empezar en un universo cerrado y pulsante?

Del otro lado, el espeluznante mundo de la mecánica cuántica (Einstein dixit) y sus teorías sobre el microcosmos o los sistemas atómicos y subatómicos. Richard Feyman, el genial físico, premio Nobel en 1965, afirmó que Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha entendido… sentencia que se aplicaba a sí mismo. Por no hablar de la ecuación formulada por el físico británico Paul Dirac, Premio Nobel en 1933 compartido con Erwin Schrödinger, quien predijo la existencia de la antimateria, sin que nadie se explique por qué sólo se observa en condiciones experimentales o de laboratorio, pero no se detecta en ninguna formación del universo. La NASA envió al espacio en 2011 la sonda Alpha Magnetic Spectrometer para buscar indicios o restos de antimateria, pero sin resultados concluyentes hasta la fecha. Algunos cosmólogos duermen tranquilos tras anunciar su desaparición hace millones de años.   

¿Es posible hablar de Dios desde la ciencia? La variante de la última síntesis kantiana. Es conocida la frase lapidaria de Einstein para refutar la mecánica cuántica y sus principios indeterministas: Dios no juega a los dados con el universo. Se trata de una metáfora. No así la respuesta de Pierre S. Laplace (1749-1827) a Napoleón cuando el emperador, tras conocer la fama del Traité de Mécanique céleste, lo recibió en su biblioteca con la siguiente observación: Monsieur Laplace me dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y nunca habéis mencionado a su creador. Laplace inflexible con sus principios se levantó y replicó bruscamente: No tenía necesidad de tal hipótesis.

La mayoría de los científicos consideran que la existencia de Dios es un tema que está fuera de la ciencia. En sentido kantiano: Dios no es un problema de la razón teórica, sino de la razón práctica. Aunque algunos no están de acuerdo y defienden la hipótesis de Dios en el sistema del universo. La cuestión es si se trata de ciencia o de teología camuflada mediante un selecto repertorio de términos científicos; el mismo recurso que utilizan los programas de misterio, enigmas sobrenaturales y platillos volantes. Hay publicaciones recientes: Dios y la ciencia, hacia el metarrealismo de Jean Guitton y otros; Dios, la ciencia, las pruebas, el albor de una revolución de Oliver Bonnassies y Michel-Yves Bolloré. Todo muy francés y católico (ver las biografías). No se trata, en ambos casos, de defender un panteísmo que identifica el universo y Dios en una unidad en el fondo materialista. Según parece, postulan la existencia de un Dios creador y ordenador del universo. Me recuerda al primer motor inmóvil de Aristóteles o a la primera causa incausada de Tomás de Aquino. Pero como no he leído ninguno de los dos libros no puedo opinar sobre estas nuevas teorías del Punto Omega y otras entelequias.

domingo, 4 de agosto de 2024

Cosmopolitismo I

 

Diógenes Laercio, principal cronista de los filósofos griegos, atribuye a su tocayo Diógenes de Sinope (412-323 a. C.), fundador de la escuela cínica en la antigua Grecia, la primera definición de cosmopolitismo. Cuenta que el sabio se enorgullecía de ser un perro callejero que escarbaba en la basura, veneraba a sus amigos y ladraba a los que le tiraban piedras. Cuando le interrogaban en el ágora, centro de la vida pública, por su ciudad natal (desterrado por falsificar moneda se trasladó a Atenas), por su andrajoso atuendo, su hogar tinaja, su afición a sestear en los puertas de los templos, su incordio permanente en las calles, es decir, quién era… Diógenes respondía: Soy ciudadano del mundo (kosmopolitês). El cosmopolitismo era una causa perdida, una contracultura, un ideal opuesto al nacionalismo de las principales polis griegas. Sólo en patios, pórticos y jardines propios se permitían los seguidores de las escuelas postaristotélicas exponer y poner en práctica sus ideales morales. Diógenes el cínico era temido por sus sentencias insolentes, incluido Platón, y por la crítica acerba a las leyes y costumbres de las ciudades Estado donde vivió (Atenas, Egina, Esparta y Corinto). Son sabrosas las anécdotas, reales o imaginarias, que se cuentan, incluidas las impertinencias que le soltó a Alejandro Magno en un encuentro casual en Corinto durante los Juegos Ístmicos y que el futuro rey cosmopolita aceptó y alabó, según narra Plutarco: Pues yo, de no ser Alejandro, de buen grado me gustaría ser Diógenes.

Lo cierto es que, desde una perspectiva actual, aunque el término suena políticamente correcto, resulta muy complicado definir en qué consiste el cosmopolitismo. ¿Qué significa ser ciudadano del mundo? Si lo identificamos con el interculturalismo, el respeto a todas las culturas, el concepto no funciona puesto que obviamente no todas las culturas son ética y políticamente respetables. El Plan para la Alianza de Civilizaciones que propuso en la ONU el prolífico José Luis Rodríguez Zapatero basada en cincuenta y siete medidas para fomentar el entendimiento entre culturas y aislar a quienes utilizan la diversidad racial o religiosa para avivar la intolerancia y el extremismo, fue como mucho una mera ocurrencia buenista que acabó en la papelera de reciclaje.

Si identificamos el cosmopolitismo con la multiculturalidad, un espacio común dónde conviven en feliz armonía diversas culturas, pensamos en una Arcadia bucólica (y despoblada) que solo existe en el mito; o en la utópica República Galáctica bajo la protección de la Orden Jedi en la serie cinematográfica Star Wars; o en el Madrid castizo y cañero que nos pinta negro sobre blanco la presidenta de la Comunidad, donde los madrileños acogemos a los foráneos con los brazos abiertos (sobre todo a los grandes inversores) sin preguntarles de dónde vienen y adónde van. Trata de colarnos por cosmopolita el nacionalismo matritense (es decir, una contradicción en los términos).

Si identificamos el cosmopolitismo con la globalización, nos referimos a la globalización neoliberal, es decir, a la expansión mundial de la economía de mercado, a la libre circulación de capitales y tecnologías, así como a la universalidad formal de los derechos humanos. Las democracias occidentales habrían demostrado una incontestable superioridad moral, política y económica sobre el resto de las formas de organización social. Francis Fukuyama (1952), autor norteamericano de origen japonés, profetizó el inevitable “fin de la historia” tras la unificación de los bloques hegemónicos en un único modelo a escala planetaria. Lo cierto es que el recorrido de los acontecimientos históricos ha sido el inverso: cada vez somos menos cosmopolitas y los bloques están a punto de desencadenar el Armagedón.

¿Puede haber una definición del cosmopolitismo más decepcionante que la que nos propone Paul James, profesor de Globalización y Diversidad Cultural en la Universidad de Sídney?

El cosmopolitismo puede definirse como una política global que, en primer lugar, proyecta una sociabilidad de compromiso político común entre todos los seres humanos en todo el mundo y, en segundo lugar, sugiere que esta sociabilidad debe privilegiarse ética u organizacionalmente sobre otras formas de sociabilidad.

P.D. He preguntado a un conocido asistente de Inteligencia Artificial por el término en cuestión. La respuesta es notablemente inferior a la que dieron los estoicos a principios del siglo III a. C.  

jueves, 27 de junio de 2024

Cosmopolitismo II

 

Anaxágoras le dijo a un hombre que se lamentaba porque iba a morir en un país extranjero: “El descenso al Hades es el mismo desde todas partes”.

Diógenes el Cínico


La idea del cosmopolitismo, literalmente “que un individuo se sienta ciudadano del mundo”, procede, como todo concepto cultural, de la antigua Grecia, en concreto de las escuelas filosóficas postaristotélicas o helenísticas (s. IV-III a.C), los cínicos y los estoicos entre otras. Estos últimos entendieron el cosmopolitismo como la consecuencia de una Ley Natural compartida por todos los hombres por el mero hecho de serlo y participar así de forma eminente en La Razón Cósmica (Lógos) que rige necesariamente el mundo. Esa ley común innata que descubre la recta razón es independiente de cualquier convención legal y debe ser la medida de las acciones morales y políticas. Zenón de Citio llegó a proponer la necesidad de un Estado universal filantrópico con un solo gobierno y una sola ley. De acuerdo con el testimonio de Plutarco, habría sostenido …que no habitemos en ciudades ni pueblos, separados cada uno por sus propias leyes, sino que consideremos a todos los seres humanos como nuestros compatriotas y conciudadanos, que haya un solo modo de vida y un único orden justo, como si se tratara de un rebaño que pace junto y se alimenta de una ley común. Tal idea surgió como una forma de rechazo al rígido nacionalismo de las ciudades estado griegas que promovían un ethos (costumbres) y un nomos (leyes) autónomos y diferenciados.

También el cristianismo original, el de San Pablo, tiene un componente cosmopolita (aunque no político) puesto que todos los hombres son hijos de Dios y por tanto comparten fraternalmente los mismos principios religiosos y morales. En Gálatas III, 28, afirma: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Nótese el sorprendente giro "feminista" del Apóstol de las naciones). La caritas o amor incondicional al prójimo es el valor que traspasa los límites de fronteras, etnias y naciones para reunir a los humanos en una sola comunidad espiritual. La famosa oda o himno a la alegría de Schiller que Beethoven inmortalizó en su Novena Sinfonía es el cosmopolitismo cristiano convertido en poesía y música. Lo cierto es que la Reforma protestante acabó radicalmente con la unidad de los principios fundacionales. Nada más distante de la teología cristiana católica que la protestante. La teocracia pontificia católica todavía conserva un cierto cosmopolitismo urbi et orbi, mientras la cristología reformada se ha fragmentado en innumerables iglesias, confesiones y sectas con interpretaciones imposibles de reunir en una sola fe conciliar en el doble sentido del término.   

Kant, en su obra La paz perpetua, propone una federación de Estados libres o sociedad de todas las naciones fundada en el derecho a la ciudadanía mundial cuyo principal valor es la hospitalidad porque todos los seres humanos están en el planeta Tierra y, sin excepción, tienen el derecho a estar en ella y recorrer sus lugares y los pueblos que lo habitanLa Tierra pertenece comunitariamente a todos. Nadie debería sentirse extraño en un mundo generoso de fronteras abiertas. Entre las condiciones de la hospitalidad entre naciones están la desaparición de los ejércitos permanentes y la prohibición expresa de cualquier declaración de guerra. La ley moral no solo obliga a los individuos, sino también a los pueblos (como conjunto de individuos) a sobreponerse a su tendencia natural al dominio y a la confrontación con el otro. La utopía kantiana, como la estoica o la cristiana, ponen al mundo cabeza abajo.

El universalismo, cuyo punto de partida fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) tras la Segunda Guerra Mundial, es otro ideal cosmopolita. La Declaración establece, por primera vez en la historia, los derechos fundamentales que deben inspirar las Constituciones del mundo entero. La DUDH es reconocida por haber propiciado la formulación de más de setenta tratados de derechos humanos en todos los ámbitos sociopolíticos que tienen vigencia internacional. El universalismo defiende que se debe fomentar el encuentro, la comunicación y el diálogo permanente entre las naciones en un plano de completa igualdad en el que tengan cabida todas los rasgos, complejos e instituciones particulares, pero siempre sobre la base de la aceptación de un pacto intercultural que promueva, proteja y respete los derechos humanos. En teoría, todos los países de la ONU se acogen a esta Declaración… Seguimos en el mundo platónico de las ideas.

¿En realidad qué sentido actual tiene el cosmopolitismo? Cinco conclusiones.

En primer lugar, es una etiqueta progresista sin ninguna influencia práctica, aunque opuesta (que no es poco) al nacionalismo excluyente, al populismo demagógico, al patriotismo reaccionario y al internacionalismo comunista (algo que ya no existe).

En segundo lugar, no hay que identificar el cosmopolitismo con la globalización. Esta última es, sobre todo, un fenómeno económico que describe la expansión planetaria del modo de producción capitalista basado en el principio de la libre competencia y en la circulación de capitales a través de las transacciones financieras. La tesis de que el liberalismo económico y la democracia representativa sean el modelo cosmopolita definitivo (el fin de la historia, como anunció Francis Fukuyama) es cuestionada por los que consideran que tras la mundialización de la democracia y de los derechos humanos se esconde el interés de las grandes potencias occidentales, de las empresas y los monopolios transnacionales por controlar política, económica y militarmente el planeta. Democracia formal (cuando no falsaria) y derechos nominales son el aceite lubricante de los grandes negocios.

En tercer lugar, en mi opinión, sólo el europeísmo, el ideal de una Unión Europea fundada en un auténtico cosmopolitismo, todavía por definir y del que nada sabemos, es el único horizonte de sucesos ético y político que mantiene viva la esperanza en una ley común.

En cuarto lugar, en un tono más distendido, el cosmopolitismo ha servido de soporte ideológico a los guiones cinematográficos de las sagas galácticas más conocidas: Star Trek, la historia de la Flota Estelar de La Federación Unida de Planetas de los cuales forma parte la Tierra; y La Guerra de las Galaxias, cuya República Galáctica comprendía decenas de miles de sistemas estelares bajo un mando único. En ambos casos, un cosmopolitismo atacado sin tregua por las fuerzas del mal.  

Por último, estoy de acuerdo en que Madrid es una ciudad cosmopolita. Para mí significa que una parte importante de los madrileños no han nacido en Madrid y que nadie les pregunta, a no ser por sana curiosidad, de dónde son sin darle mayor importancia a la respuesta. Al contrario, se empeñan en ver el lado bueno del lugar de procedencia y, como mucho, se toman a guasa los tópicos y tradiciones. O les da lo mismo. Los demás madrileñismos son monsergas de encefalograma plano. Ya saben a qué me refiero.

sábado, 3 de junio de 2023

Intelectuales

 

Para no resultar demasiado pelmazo con las etimologías les resumo en una expresión castiza, sin cultismo latiniparla, el significado originario del término intelectual. Intelectual, sustantivo, es una persona leída, que según la RAE se refiere a alguien que ha leído mucho y es persona de muchas noticias y erudición. Intelectual, adjetivo, se refiere a todo lo que pertenece o es relativo al entendimiento. En ambos casos, el problema es que la gente culta y sus sesudos problemas conforman un conjunto matemático demasiado extenso. Dicho de otro modo: el concepto de intelectual es polisémico, polémico y tiene unos límites indeterminados. Hay mucha gente que ama la lectura y no es un intelectual. Por otra parte, el término entendimiento es especulativo, sin rigor científico (también el de voluntad). Memoria, entendimiento y voluntad son las tres potencias del alma desde San Agustín. Memoria para recordar, entendimiento para saber y voluntad para quererte mucho más… Podría ser la letra de un vals criollo.

Un escritor, un profesor, un investigador, un director de orquesta, un realizador de cine, un crítico literario, un pintor abstracto, un divulgador científico, un filósofo de moda, un especialista médico, un académico de la lengua, un jurista reconocido y un catálogo interminable de perfiles responderían a esta denominación de origen. Aunque lo más probable es que algunos considerasen redundante el calificativo y otros lo ignorasen con un gesto displicente por reconocerse exclusivamente en su profesión. La única forma de agruparlos sería meterlos a empujones en los manifiestos a favor o en contra de una causa del tipo Los conocidos intelectuales abajo firmantes… La lista de los intelectuales más conocidos del planeta publicada hace años por la revista norteamericana Foreing Policy que edita el Washington Post incluía nombres como Benedicto XVI, Al Gore, Norman Foster o Garry Kasparov. El único español de la lista era Fernando Savater, filósofo, profesor, escritor, articulista; estoy convencido de que considera superfluo el título de intelectual. 

Recuerdo el impacto a finales de los años sesenta del libro del lingüista Noam Chomsky La responsabilidad de los intelectuales. El gran filólogo denunció la apatía crítica, cuando no la subordinación de la inteligencia norteamericana al poder durante la guerra de Vietnam para añadir dos propiedades al conjunto cantoriano: el compromiso con la sociedad y la autoridad moral ante la opinión pública. No creo que los nuevos atributos aumenten o disminuyan los elementos del agregado. Son los mismos personajes heterogéneos. No añaden nada especial a sus señas de identidad.

El término intelectual y su plural son relativamente nuevos. Su uso en cualquiera de las lenguas modernas en contextos cotidianos, en los medios de comunicación y en las ciencias sociales no va más allá del último tercio del siglo XIX. De acuerdo con la versión aceptada surgió en Francia durante el debate que movilizó y dividió a la opinión pública en torno al “caso Dreyfus” (1898). Hasta entonces, el vocablo había circulado marginalmente en revistas de la vanguardia anarquista y simbolista parisina. En conclusión, el concepto resulta anticuado, decimonónico y afrancesado. Debemos desconfiar de la presunta universalidad de las élites culturales francesas; precavernos de su seductor inconsciente colectivo. 

Propongo para rematar dos definiciones contrarias del término. Según la primera, un intelectual es alguien que pretende hacer de la alta cultura un modo de vida. Según la segunda, un intelectual es un cultureta diletante que se mira en el espejo cóncavo de las ciencias y las letras para sentirse superior a los demás.

lunes, 20 de marzo de 2023

Imágenes

 

No resulta fácil explicar el término “imagen”. Demasiados usos del lenguaje y demasiados contextos de uso. Es posiblemente la palabra más polisémica que conozco. Genéricamente hay cinco tipos de imágenes: materiales, digitales, virtuales, psicológicas y sociales.

“Imagen” procede del latín imago cuya traducción literal es “representación, retrato”. En la Antigua Roma designaba la máscara de cera o efigie de los muertos que se exponía en el Forum Romanum. En plural imagines se aplicaba a los retratos de los antepasados que los patricios y familias distinguidas colocaban en el atrio de sus casas guardados en armarios adosados a las paredes y unidos entre sí formando el árbol genealógico de la familia. Tiene, por tanto, un significado material. Una imagen material es una representación visual de un objeto real o imaginario con fines muy diversos: entre otros, informativo, emotivo, persuasivo, normativo o artístico. Las imágenes materiales son el soporte de las artes visuales tradicionales: dibujo, pintura, escultura, grabado. Las imágenes materiales pueden ser digitalizadas mediante dispositivos de conversión analógica-digital y descargadas a través de Internet en sitios web, plataformas y redes sociales. Un ejemplo: hago una fotografía del David de Miguel Ángel con mi cámara digital (normalmente un móvil) y la subo a mi perfil de Facebook con un comentario sobre mi viaje a Florencia. Las redes sociales han creado una cultura planetaria de la imagen. Hay aplicaciones como Instagram o TikTok que permiten a los usuarios subir fotos, montajes y videos para interactuar con las publicaciones de otros perfiles. Hay dos grandes categorías de usuarios: seguidores y seguidos. Los segundos son los que cuentan con un gran número de adictos. Hablo de cientos de miles. Son los llamados influencers que muestran cómo se debe vestir, comer, divertirse o descubrir el sexo. Detrás de los influencers profesionales están las grandes firmas de moda y complementos, restauración, vida nocturna o los “juguetes sexuales”. En realidad, en Internet el producto eres tú.

Las imágenes virtuales solamente existen de forma aparente; se trata de una realidad alternativa e inmersiva que permite la interacción entre usuarios. Son imágenes construidas mediante programas informáticos, como los videojuegos. Tres ejemplos. El metaverso es un universo virtual al que nos conectamos mediante dispositivos telemáticos que nos permiten crear nuestro doble o avatar e interactuar con los personajes del área temática a la que nos teletransportemos, incluidos los avatares de otras personas conocidas o desconocidas. Podemos incluso diseñar personajes con retales imaginarios. El Deep fake es una tecnología basada en la Inteligencia Artificial capaz de generar una imagen, un audio o un video mediante sofisticados algoritmos que imitan a la perfección la apariencia y la voz de una persona. El truco de sustituir el original por la ficción no es nada nuevo, pero el grado de realismo de los deepfake es tan convincente que resultan demoledores. Su uso en la publicación de videos pornográficos, por ejemplo, está creando graves problemas a figuras conocidas de todos los sectores de la vida social, especialmente en los cinematográficos. Los Chatbots crean imágenes sonoras (un robot propiamente “no habla”). Son programas informáticos basados en la inteligencia artificial capaces de mantener una conversación con un internauta sobre un tema específico. Es una especie de compañero virtual que se integra en sitios web, aplicaciones o plataformas. ChatGPT, con 175 millones de parámetros lingüísticos, es un prototipo de chatbot desarrollado en 2022 por OpenAI que se especializa en el diálogo. El chatbot es un modelo de lenguaje, ajustado con técnicas de aprendizaje tanto supervisadas como de refuerzo acumulativo. Es una especie de diccionario enciclopédico parlante que tiene tres funciones: informar, opinar y orientar. Desconocemos sus posibilidades futuras a medio plazo. Por el momento es una mera curiosidad.

Las imágenes también tienen, por supuesto, un significado psicológico. En su versión más simple, una imagen es una copia o representación mental de un objeto percibido por cualquiera de los sentidos. Podemos tener la imagen de una rosa, del sabor del chocolate, el olor de la hierba mojada o la textura de la piel (Mi sintaxis es la piel de Roberta, decía un famoso semiólogo francés en plena catarsis erótica). La cosa se complica porque en la escena de la mente entran y salen numerosas imágenes: oníricas, subliminales, alucinatorias, fantásticas… O inconscientes: el psicoanalista Carl Jung, discípulo de Freud, utilizó el término Imago para referirse a la imagen mental o modelo idealizado de los personajes que más han influido de forma positiva o negativa (padre, madre, hermanos) en nuestra infancia. Demasiado complejo para diletantes de la psicología profunda. O imágenes abstractas: Los conceptos son géneros universales, nombres formados a partir del lenguaje. El nombre de la rosa. De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos.

El último tipo de imágenes son las sociales. Las democracias liberales no son el reino de la libertad sino de las imágenes. El voto se consigue con etiquetas no con argumentos. Los asesores de imagen se dedican a orientar a los candidatos sobre su forma de hablar, gesticular o el color de la corbata, pero también a construir imágenes denigrantes de sus rivales. Ha surgido una próspera industria del descrédito en las redes sociales. Todo vale: bulos, embustes, patrañas. Hay incluso granjas de noticias falsas. Los recortes manipulados y los discursos del odio inundan los medios. Desde hace años los móviles se llenan de basura sectaria. Hay expertos en el lavado de imagen de políticos con un pasado impresentable. O vender humo con currículos cebados. Todas las falacias están permitidas para alcanzar el rodillo. Incluso se borra o se cambia el pasado de la historia, como en 1984. Ahora la historia no la escriben los historiadores. Nunca la política se había alejado tanto de sus referentes. La ética, en primer lugar: la corrupción envuelve las instituciones. El deporte entre otras. Tratan de vendernos que un cierto tráfico de influencias es saludable para los mercados. Después la lógica: es rentable negar la evidencia de una pésima gestión, proponer en campaña una cosa y la contraria según dónde, prometer que proyectos incompatibles no lo son si gobernamos. Sobre todo, la epistemología: la verdad es un valor en extinción. Los políticos se protegen de sus efectos indeseables. Decir la verdad les suele costar salir por la ventana. Estamos en la era de la posverdad.

 

lunes, 6 de febrero de 2023

Sobre la retórica

 

Hay un desinterés general por una disciplina clásica que merece ser tratada con mayor respeto y atención: la retórica. En parte se debe a los tópicos negativos y a los usos y abusos que injustamente se le achacan. Lo cierto es que fuera de la academia se recurre con frecuencia a sus fecundos ardides, lo mismo que se recurre en numerosos contextos al argumento probado o a la discusión jacobina: por ejemplo, en las tertulias futboleras, en el Parlamento o en las broncas de Nochebuena con los cuñados. En la vida diaria, lógica, dialéctica y retórica se mezclan de un modo intuitivo, espontáneo: son los ingredientes de la salsa trabada de la comunicación verbal. 

La acepción que aquí me interesa es la que expresa mejor su sentido etimológico: la palabra "retórica" proviene del griego rhetorikè téchne, es decir, el arte del hablar en público y se refiere a la práctica de un discurso convincente. La expresión latina ars bene dicendi que se puede traducir en versión libre como reglas de la elocuencia tiene el mismo significado. La Real Academia Española de la Lengua la define así en su primera entrada: Arte del bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover. Recoge literalmente la expresión latina, pero añade nuevos matices textuales y literarios. En cualquier caso, la retórica tiene menos que ver con el qué se dice, con el contenido o materia del discurso, y más con el cómo del decir. El objeto de la retórica no es la verdad científica cuyo lenguaje es unívoco e intocable, sino con la construcción de un lenguaje persuasivo, elegante, expresivo, capaz de plenificar los argumentos, divertir, emocionar o sorprender mediante la palabra hablada o escrita.

Es preciso hacer un breve recorrido por la historia antigua y medieval para entender mejor el lugar de la retórica en la cultura europea. El progreso cultural de la polis ateniense durante el siglo V a.C. (la ilustración griega) trajo consigo nuevas necesidades sociales. En Atenas no había una educación reglada (centros estatales de enseñanza, cuerpo de docentes, ciclos formativos, titulaciones) por lo que los sofistas ocuparon ese vacío institucional; fueron los primeros educadores de Occidente y deben ser considerados como los precursores de los actuales profesores al dedicarse a la transmisión remunerada de conocimientos. Son hombres cultos procedentes de distintos puntos de Grecia que ofrecían a cambio de dinero enseñanzas útiles para triunfar en la vida pública. La evolución política de Atenas hacia la democracia supuso la aparición de un nuevo valor: el éxito social; todos podían aspirar a conseguirlo en virtud de sus méritos personales. Los sofistas eran maestros capaces de instruir a los atenienses en los medios para lograrlo. Enseñaban a convencer a sus conciudadanos en la Asamblea mediante el uso retórico del lenguaje para influir en la vida pública. Los dos sofistas más conocidos son Gorgias (aprox. 490-380 a. de C.) y Protágoras (aprox. 480-410 a. de C.). Pero el verdadero fundador de la retórica fue Aristóteles: su obra Retórica es un tratado sobre el arte y los medios de la persuasión. La retórica se contrapone, según Aristóteles, a la lógica (órganon o instrumento del razonamiento verdadero) y a la dialéctica (método de la argumentación verosímil). La función de la retórica es reforzar públicamente el valor de los argumentos probables; es el altavoz y adorno de la dialéctica.

En la Edad Media el ciclo de la educación escolástica tradicional, desde el siglo VI, se fijó en un Trívium, elemental, que comprendía la Gramática, la Dialéctica y la Retórica, y un Quadrivium, avanzado, que incluía la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía. Eran las denominadas artes liberales o estudios propios de las personas libres, contrapuestas a las artes serviles u oficios manuales del pueblo llano. Los grados o títulos universitarios que se podían alcanzar eran sucesivamente el de Bachiller en Artes, Maestro y Doctor. El Trivium se ocupaba de la Lengua. La Gramática enseña cómo es el lenguaje, la Dialéctica a razonar mediante el lenguaje y la Retórica a persuadir mediante el lenguaje. Durante la Escolástica la lógica formal aristotélica, la silogística, pasó a un segundo plano por su inutilidad en las disputas teológicas. Es sugerente señalar la proyección histórica de los curricula medievales en varios aspectos: la división entre letras y ciencias; la superior valoración académica y profesional de las titulaciones científicas; la inferior consideración social de los módulos de Formación profesional frente a los estudios de Bachillerato dirigidos a la Universidad; la evidente analogía entre los títulos universitarios medievales y los actuales: licenciado, licenciado de grado, doctor.

Los profesores de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria deberían incluir dos nuevas actividades a fin de pulir la expresión oral y escrita de sus alumnos: proponer algún tema que les pueda interesar (ardua labor, por cierto), por ejemplo, el uso del VAR en el fútbol o la posibilidad de usar el móvil en los exámenes. En el primer caso, dos alumnos (me niego a utilizar el lenguaje inclusivo), siempre a título individual, deberán convencer con su verbo fácil al resto de la clase, uno de la tesis y otro de la antítesis del tema. En el segundo caso, un grupo reducido de alumnos -tampoco conviene sobrecargar al profesor- defenderá por escrito con prosa fluida la conveniencia de la segunda proposición y otro de la contraria. No importan las creencias, ideologías o valores sino solo la capacidad de montar y desmontar convicciones envolventes. Se trata de una logomaquia, de un juego lingüístico, que una vez concluido se puede enviar a la papelera de reciclaje: debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.

Antes citábamos el papel de la retórica en la política. Cuando en los debates prelectorales aceptamos sin sectarismos que ha ganado tal o cual candidato suele ser la retórica y no las consabidas diatribas ni las estadísticas de cartón las que inclinan la balanza del espectador y el desplazamiento del voto. En los cara a cara finales, el ingenio, el sentido del humor y la ironía hacen estragos en las urnas. Hay otros ámbitos en los que la retórica tiene un papel destacado: la forma en que el médico le cuenta al paciente que su tumor no era tan benigno como parecía; el abogado que manipula al jurado con sofismas emocionales, figuras retóricas y peroratas de libro; también la retórica del humorista es indispensable en la preparación del buen chiste. Tres ejemplos más cultos. Los apasionados diálogos de Romeo y Julieta son paradigmas del uso retórico del lenguaje literario. El dúo del Acto I de la ópera Don Giovanni de Mozart, Là ci darem la mano, entre Zerlina y el noble libertino es una hermosa muestra de los recursos retóricos de la seducción. El Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein nos fascina no por su contenido, una exposición ortodoxa de las tesis del atomismo lógico, sino por el aura mística, rebuscada y puramente retórica de sus profundas (pero trasparentes) proposiciones.

Los algoritmos que programan el aprendizaje de la comunicación lingüística y la generación automática de respuestas en modelos como el GPT-3 (Generative Pre-trained Transformer 3) que maneja 175.000 millones de parámetros de entrada, recurren a la Gramática (sintaxis, morfología, semántica y pragmática), la dialéctica (comparación o refutación de puntos de vista) y a la retórica (aptitud para conducir direccionalmente la interacción comunicativa). O sea, una versión digital del Trivium. Se trata de programas de ingeniería social entrenados para mantener conversaciones y responder de forma coherente, discrepante o convincente a cualquier tema que un humano le proponga. Los chats que yo he leído son una versión avanzada del diálogo para besugos. También son capaces de producir “textos multitemáticos”, incluso poéticos, “difíciles de distinguir de los escritos por personas”. Obviamente, la pregunta es qué entendemos por poesía. Por el momento son pastiches de primero de secundaria. El metaverso, la tecnología 6G, los chats IA o los computadores cuánticos marcan los límites de la tecnociencia actual. Su alcance, según los expertos, es todavía difícil de predecir. Esperemos que no sean los signos del fin de los tiempos.

domingo, 14 de enero de 2018

Vida y filosofía


Primum vivere, deinde philosophari (Primero vivir, luego filosofar).
Esta es mi versión del antiguo precepto: Nada tienen que ver la vida y la filosofía. Son ámbitos independientes. La primera se basa en el carácter personal y los usos sociales y su virtud es la prudencia, pues la felicidad es imposible. La segunda se funda en la imaginación creadora y su virtud es el ingenio, pues la sabiduría es inalcanzable. El llamado “mundo de la vida” es un invento de la filosofía y nada tiene que ver con la vida. Puedes usar en cierto modo la filosofía a favor (o en contra) de la vida cuando vas por la vida (esto es lo que quería decir Gramsci con la frase “todo el mundo es un filósofo”) y viceversa; pero poco más. La pregunta clave es, por supuesto, qué pasa si en vez de mantenerlas "a raya", separarlas, las mezclas y las agitas…
Vida y filosofía son autosuficientes (en el sentido de las sustancias cartesianas). Para mí, la vida se rige por el principio de simplicidad, incluido el “no lo sé” como sistema. La filosofía, una construcción literaria, se rige por el principio de complejidad, incluido el “es posible conocer la cosa en sí”. En filosofía sobra la navaja de Ockham, mientras que en la vida sobran las síntesis últimas de la razón.

- ¿Es usted feliz?
- Todavía no he caído tan bajo.
Baudelaire. 

jueves, 13 de octubre de 2016

Fragmentos


Comestible. Susceptible d'être mangé et digéré. Comme un ver pour un crapaud, un crapaud pour un serpent, un serpent pour un cochon, un cochon pour l'homme et l'homme pour le ver.
Ambrose Bierce

Para la ciencia, al contrario que para las diversas formas de teología (por ejemplo la ontología fenomenológica y otras metafísicas trascendentes) no existe el misterio sino el problema. El misterio es para la razón científica lo no conocido, no “lo desconocido”: algo envuelto en la densa bruma de las epifanías, sobresentidos y “cosas en sí”.
La distinción entre mundo interno y externo es una falacia. Todo es mundo externo. La distinción entre sujeto y objeto es lo mismo que si dijéramos que el bazo es parte de mi cuerpo interno y las uñas de mi cuerpo externo.
A la hora de explicar ciertos acontecimientos de interés, tengan relevancia filosófica o no, hay finalmente dos teorías: la teoría empirista y la teoría de la conspiración. Prefiero siempre la segunda porque es más divertida, sugerente y además puede tener finales alternativos.
Preferir el pensamiento disperso al sistema, el ensayo al tratado. Cada lugar del universo contiene demasiadas esquinas. El exceso de principios coherentes, sólidos, convincentes, ahoga las ideas. “Ironía o Iglesia”, este es la clave del pensamiento ilustrado. Sirve, en primer lugar, para reconocer si piensas con la cabeza de otro, en función de otro o, todavía peor, para recibir el reconocimiento de otro.
Lo que define al espíritu libre no es su posición ante la verdad, sino la cantidad de verdad que es capaz de soportar. Esto es lo que convierte a Nietzsche y a Kafka en hombres de conocimiento. En esto se basa la superioridad del artista trágico sobre el filósofo especulativo.

Interesante punto de partida para el viejo asunto kantiano: las edades de la vida. (¿Cuántas son?) En esta clasificación biológica indeterminada se basan las respuestas más probables a los problemas fundamentales del ser humano: Qué puedo conocer, qué debo hacer, qué me cabe esperar, qué es el hombre.
Vida y filosofía son ámbitos de realidad autosuficientes (en el sentido de las sustancias cartesianas). La vida se rige por el principio de simplicidad, incluido el “no lo sé” como norma. La filosofía, una construcción literaria, se rige por el principio de complejidad, incluido el “podemos conocer lo incognoscible”. La primera se basa en el carácter y su doble virtud es la amor y el humor, pues la felicidad es imposible. La segunda se funda en la imaginación creadora y su virtud es el ingenio, pues la sabiduría es inalcanzable. El llamado “mundo de la vida” es un invento de la filosofía y nada tiene que ver con la vida. Puedes usar en cierto modo la filosofía a favor de la vida (esto es lo que quería decir Gramsci con la frase “todo el mundo es un filósofo”) y viceversa; pero poco más… La pregunta clave es, por supuesto, qué pasa si las mezclas y agitas indebidamente.
¿El sentido de la vida? Consiste en pasar el mayor número de ratos agradables con las personas a las que quieres. No te dejes engañar por los falsos profetas ni por los sublimes. ¡Permaneced fieles al sentido de la vida!

martes, 13 de enero de 2015

El séptimo círculo

¿En qué consiste el milagro de la palabra? 
La versión actual de la famosa frase de origen aristotélico-escolástico de que "nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos" sería así: surge la palabra mediante la secuencia de transducción o transformación espontánea en centésimas de segundo de seis niveles de realidad totalmente heterogéneos (¡no estoy seguro de que seamos realmente conscientes del alcance del suceso!): primero, presencia de una oferta ilimitada de estímulos físico-químicos en el medio ambiente; segundo, su captación al vuelo por nuestra exquisita organización sensorial y la posterior conversión en mensajes nerviosos; tercero, su traducción neurológica en contenidos mentales o percepciones (sólo refiero aquí la secuencia de la percepción visual por no complicar demasiado las cosas: procesamiento de la imagen en dos dimensiones, procesamiento tridimensional, procesamiento del objeto o constancia perceptiva, procesamiento categorial o patrón perceptivo); cuarto, mutación del patrón perceptivo en signo lingüístico; quinto, codificación del signo lingüístico en gramática, sexto, traslación del signo lingüístico al pensamiento hablado o escrito.

Paul Auster, en su libro El palacio de la Luna, recrea el proceso (el misterio) de la construcción de la realidad pero al revés, no del objeto a la palabra, sino de la palabra al objeto. (¡Más difícil todavía y una genial intuición de las diferencias entre empirismo y racionalismo!). En el fondo se trata de una reflexión sobre el oficio de escritor y la emergencia de un séptimo nivel de realidad: la creación literaria. En el séptimo círculo el misterio se transmuta en prodigio: qué clase de flujos neurológicos y cognitivos se producen entre la mente y el cerebro, entre neuronas y psiconas, para que un poeta maldito francés susurrara a un periodista pelmazo que le preguntó: 

- ¿Es usted feliz?
- Todavía no he caído tan bajo...

¿Qué ves? Y eso que ves, ¿cómo lo expresarías con palabras? El mundo nos entra por los ojos, pero no adquiere sentido hasta que desciende hasta nuestra boca. Empecé a apreciar lo grande que era esa distancia, a comprender lo mucho que tenía que viajar una cosa para llegar de un sitio a otro.
En términos reales no eran más que unos centímetros, pero teniendo en cuenta los muchos accidentes y pérdidas que podían producirse por el camino, era casi como un viaje de la Tierra a la Luna. Mis primeros intentos con Effing [un viejo que se ha quedado ciego al que su acompañante intenta describir el mundo cotidiano] fueron terriblemente vagos, simple sombras que cruzaban fugazmente un fondo borroso. Yo había visto todo esto anteriormente, me decía; ¿cómo podía tener tanta dificultad para expresarlo? Un extintor de incendios, un taxi, un chorro de vapor que salía de la acera, eran cosas que me resultaban tremendamente conocidas, me parecía que me las sabía de memoria. Pero eso no tomaba en consideración la mutabilidad de las cosas, la forma en que cambiaban dependiendo de la fuerza y el ángulo de la luz, la forma en que su aspecto quedaba alterado por lo que sucedía a su alrededor: una persona que pasaba por allí, una repentina ráfaga de viento, un reflejo extraño. Todo estaba en un flujo constante, y aunque dos ladrillos de una pared se pareciesen mucho, nunca se podía afirmar que fuesen idénticos. Más aún, el mismo ladrillo no era nunca realmente el mismo. Se iba desgastando, desmoronándose imperceptiblemente por los efectos de la atmósfera, el frío, el calor, las tormentas que lo atacaban, y si uno pudiera mirarlo a lo largo de los siglos, al final comprobaría que había desaparecido. Todo lo inanimado se desintegraba, todo lo viviente moría. Cada vez que pensaba en esto notaba latidos en la cabeza al imaginar los furiosos y acelerados movimientos de las moléculas, las incesantes explosiones de la materia, el hirviente caos oculto bajo la superficie de todas las cosas. Era lo que Effing me había advertido en mi primer encuentro: no debes dar nada por sentado. Después de la indiferencia, pasé por una etapa de intensa alarma. Mis descripciones se volvieron excesivamente minuciosas, pues tratando desesperadamente de captar cada posible matiz de lo que veía, mezclaba los detalles en un desesperado revoltijo para no omitir nada. Las palabras salían de mi boca como balas de ametralladora, un asalto con fuego rápido. Effing tenía que decirme continuamente que hablara más despacio, quejándose de que no podía seguirme. El problema no era tanto de velocidad como de enfoque. Amontonaba demasiadas palabras unas sobre otras, de modo que en vez de revelar lo que teníamos delante, lo oscurecía, lo enterraba bajo una avalancha de sutilezas y de abstracciones geométricas. Lo importante era recordar que Effing era ciego. Mi misión no era agotarle con largos catálogos, sino ayudarle a ver las cosas por sí mismo. En última instancia, las palabras no importaban. Su función era permitirle percibir los objetos lo más rápidamente posible, y para eso tenía que hacerlas desaparecer una vez pronunciadas. Me costó semanas de duro trabajo simplificar mis frases, aprender a distinguir lo superfluo de lo esencial. Descubrí que cuanto más aire dejara alrededor de una cosa, mejores eran los resultados, porque eso le permitía a Effing hacer el trabajo fundamental: construir una imagen sobre la base de unas cuantas sugerencias, sentir que su mente viajaba hacia las cosa que yo le describía. Descontento con mis primeras actuaciones, me dediqué a practicar cuando estaba solo; por ejemplo, tumbado en la cama por la noche, repasaba los objetos de la habitación para ver si podía mejorar mis descripciones. Cuanto más trabajaba en ello, más en serio me lo tomaba. Ya no lo veía como una actividad estética, sino moral, y comencé a sentirme menos molesto por las críticas de Effing y a preguntarme si su impaciencia e insatisfacción no servirían a un fin más alto. Yo era un monje que buscaba la iluminación y Effing era mi cilicio, el látigo que me flagelaba. Creo que no hay la menor duda de que mejoré, pero eso no quiere decir que estuviera totalmente satisfecho de mis esfuerzos. Las exigencias de las palabras son demasiado grandes; uno conoce el fracaso con excesiva frecuencia para poder enorgullecerse del éxito ocasional. A medida que transcurría el tiempo, Effing se hizo más tolerante con mis descripciones, pero no estoy seguro que eso significara que se acercaban más a lo que él deseaba. Tal vez había renunciado a la esperanza o tal vez había perdido interés. Me era difícil saberlo. También puede ser que se estuviera acostumbrando a mí, simplemente.

miércoles, 2 de julio de 2014

El maniqueísmo


Un sistema filosófico es una concepción coherente y completa de la realidad. El buen lector de filosofía está convencido, mientras devora a un autor, de que la realidad encaja como un guante en su concepto de razón. Por eso se debe leer a los maestros pensadores de una vez, sin interferencias, aunque nos permitamos ciertos cruces, ciertas debilidades y muchas concesiones al entretenimiento, una categoría estética injustamente tratada: recuerdo una patética discusión de Savater con ciertos sepultureros a los que no les gustaba Tiburón o Parque jurásico. Los mismos a los que fascinaba la gilipollesca Gloria de Casavettes o la inaguantable Gritos y susurros de Bergman. Que les den morcilla.

Uno es partidario sucesivamente de la ley moral en Kant, la espiral del espíritu en Hegel, el advenimiento del paraíso socialista en Marx, el abismo del eterno retorno en Nietzsche; el hombre, accidente del lenguaje en Wittgenstein, las esencias transparentes en Heidegger (un año de mi vida me costó acabar “Ser y tiempo”). Mis filósofos favoritos. Y vuelta a empezar.
Mientras dura la inmersión en su obra intentamos pensar “con su propia cabeza”, poner a los demás entre paréntesis. Aceptamos con Whitehead que la filosofía occidental es un montón de notas a la obra del autor que nos envuelve. Al final, cuando el recorrido concluye y las aguas se remansan tratamos de fundar un nuevo espacio. 

Ahora soy maniqueo hasta la médula. En la Biblioteca Nacional me estoy metiendo, entre otros, el libro de Antonio Piñero, Pensamiento, orígenes y fuentes del maniqueísmo. El máximo especialista europeo es Henri Charles Puech, un incansable erudito francés. Me interesa la versión filosófica de esta sabiduría secular y menos sus orígenes religiosos.
La idea central del maniqueísmo, como sabemos, es que el mundo está regido por dos principios contrarios y copertinentes: el Bien y el Mal. Todas las religiones reveladas son un desarrollo histórico, geográfico, antropológico de este supuesto total que abarca la naturaleza, el hombre, los dioses, la sociedad, la moral y el Estado. El maniqueísmo es la versión más pura del conocimiento supremo de la ciencia del bien y del mal del que habla la Biblia.
Bien y Mal, Luz y Tinieblas, además de opuestos y complementarios, son potencias de igual rango o jerarquía. No cabe hablar por analogía eleática de que “el bien es y el mal no es y no es pensable de otro modo”, pues el ser de ambos es pleno y consistente. El mal no es una carencia como argumentaba la teodicea cristiana sino exceso y cualidad. Bien y mal son redondos y nada está decidido en su confrontación final como sucede en las malas novelas.

La versión más superficial del maniqueísmo afirma que los hechos, los actos, las palabras son buenos o malos sin más. Al revés, los grados intermedios, a veces de una sutileza impenetrable, conforman su esencia, pues tales estados son las vías no neutrales que conducen a un lado u otro de la fuerza. Cualquier punto de partida, cualquier cuestión o problema, cualquier decisión se inclina infinitesimalmente por la luz o las tinieblas. No se puede distinguir con una sonda lo que consideramos bueno o malo. El maniqueísmo es, al contrario, la gnosis, la filosofía original del conocimiento, la visión primordial de las cosas, una iluminación que pone a prueba los límites del entendimiento y la voluntad.

La lucha entre el Bien y el Mal es universal; la prevalencia de uno u otro convoca la eterna agonía de las luces y las sombras. Participamos necesariamente del juego pero las reglas no están escritas. A cada cual le toca elegir las suyas. El juego es la vida. El lema maniqueo es “ironía o iglesia”, entendida esta última como fijación dogmática de las reglas. Nada se detiene, sólo la impostura simula el final del viaje. La filosofía moral, igual que la teología, es una disciplina eclesiástica. El bien y el mal de la ética son variantes académicas de los usos y prejuicios sociales. 

Incluso los conceptos morales más nobles pueden mostrar de pronto la cara del monstruo. Son renglones torcidos, hijos del matrimonio del cielo y del infierno. Tampoco vale el esquema dialéctico de tesis, negación, superación. Puede tratarse de un falso conflicto o uno verdadero que no conduce a ninguna parte. La crítica banal que tacha al maniqueísmo de simplificar los problemas se derrumba. El maniqueísmo huye de los dilemas triviales, de los dualismos gastados: deslindar el bien del mal supone templar al máximo las facultades del conocimiento: intuir, analizar, separar, abstraer… Finalmente la distinción entre lo bueno y lo malo se decide, como en toda filosofía, en la conciencia subjetiva, pero no como punto de vista sino como producción efectiva. La realización del bien es el único criterio de verdad. El hombre de conocimiento entiende la vida como mezcla y separación de contrarios, contemplación del bien sin mezcla de mal alguno, razón práctica... consciente de que el maniqueísmo no es un atajo sino un territorio cuyo mapa puede cambiar a cada instante.