WILLIAM BURROUGHS, YONQUI
Pocos minutos después llegó una enfermera con una jeringa. Era demerol. El demerol ayuda algo, pero no es ni remotamente tan efectivo como la codeína para aliviar la carencia de droga. Por la noche vino un doctor a hacerme un examen físico. Mi sangre era espesa y concentrada debido a la pérdida de fluido corporal. En las cuarenta y ocho horas que había estado sin droga había adelgazado cinco quilos. El doctor tardó veinte minutos en sacarme un tubo de sangre para hacerme un análisis, porque la sangre era tan espesa que tupía la aguja constantemente.
A las nueve de la noche me pusieron otra dosis de demerol. No me hizo ningún efecto. Generalmente el tercer día y la tercera noche de carencia son los peores. Después del tercer día la enfermedad comienza a remitir. Sentía una quemadura fría por toda la superficie del cuerpo, como si la piel fuera una colmena compacta. Parecía que millares de hormigas se arrastrasen bajo mi piel.
Es posible distanciarse de uno mismo en la mayoría de los dolores –muelas, ojos y genitales presentan las mayores dificultades- de forma que el dolor sea experimentado como una excitación neutra. Pero de la carencia de droga no hay escapatoria alguna. La carencia de droga es lo opuesto al impulso hacia la droga. El impulso hacia la droga consiste en que es imprescindible tenerla. Los yonquis funcionan en tiempo de droga y con metabolismo de droga. Son calentados y enfriados por la droga. El impulso hacia la droga es vivir bajo las condiciones de la droga. No se puede escapar de la enfermedad de la droga ni se puede escapar del impulso hacia la droga después de un pinchazo.
Me encontraba demasiado enfermo para levantarme de la cama. No podía permanecer en calma. Bajo la enfermedad de la droga cualquier línea de acción o inacción que puedas concebir parecen intolerables. Un hombre puede morir simplemente porque no puede resistir la idea de permanecer dentro de su cuerpo.
A las seis me dieron otro pinchazo, que pareció hacerme un poco de efecto. Luego me enteré que no era demerol. Incluso fui capaz de tomar un poco de café y una tostada.
Cuando más tarde llegó a verme mi mujer, me contó que estaban ensayando un nuevo tratamiento conmigo. Este tratamiento había comenzado con la inyección de la mañana.
- Noté la diferencia. Creí que lo de esta mañana era morfina.
- Hablé con el doctor Moore por teléfono. Me dijo que es la medicina maravillosa que buscaban para el tratamiento de la adicción. Elimina los síntomas de carencia sin crear un nuevo hábito. No se trata de un estupefaciente, es un antihistamínico. Creo que se llama Thephorin.
- Es decir, que los síntomas de carencia serían una reacción de tipo alérgico.
- Eso dice el doctor Moore.
El médico que recomendó el tratamiento era el de mi abogado. No pertenecía al sanatorio donde estaba, ni era psiquiatra. A los dos días pude hacer una comida completa. Las inyecciones del antihistamínico duraban de tres a cinco horas, y entonces volvía e malestar. Los pinchazos eran como la droga.
Cuando me levanté y empecé a pasear, vino a hablar conmigo un psiquiatra. Era muy alto. Tenía piernas largas y un cuerpo pesado en forma de pera con el lado estrecho hacia arriba. Sonreía al hablar y tenía voz de plañidera. No era afeminado. Sencillamente no tenía nada de lo que, sea lo que sea, hace de un hombre un hombre. Era el doctor Fredericks, jefe psiquiátrico del hospital.
Me hizo la pregunta que hacen todos:
- ¿Por qué siente usted la necesidad de utilizar las drogas, señor Lee? [Pseudónimo que usaba Burroughs]
- Las necesito para salir de la cama por las mañanas, para afeitarme y tomar el desayuno.
- Quiero decir físicamente.
Me encogí de hombros. Lo mejor sería darle el diagnóstico que quería para que se fuera:
- Me causa placer.
La droga no causa placer a un yonqui. La cuestión para un adicto es que la droga causa adicción. Nadie sabe lo que la droga hasta que se siente enfermo por la falta de ella.
El doctor asintió. Personalidad psicótica. Se levantó. Sin transición cambió de cara y arboló una sonrisa obviamente dirigida a mostrar su comprensión y diluir mis reticencias. La sonrisa se borró y se transformó en una mueca lúbrica y demente. Se inclinó hacia adelante y colocó su sonrisa junto a mi cara.
- ¿Su vida sexual es satisfactoria? –preguntó-. ¿Sus relaciones sexuales con su mujer son satisfactorias?
- Oh sí –respondí-. Cuando no estoy drogado.
Se enderezó. No le había gustado mi respuesta en absoluto.
- Muy bien, ya volveré a visitarle.
Enrojeció y se fue hacia la puerta. Me había parecido un farsante cuando entró en la habitación, era evidente que montaba su número de seguridad en sí mismo para él y para los demás. En todo caso, había esperado que fuera más duro y penetrante.
El doctor explicó a mi mujer que mis perspectivas eran muy malas. Mi actitud ante la droga era “bueno, ¿y qué?”. Podía preverse una recaída a causa de mis determinantes psíquicas que continuaban siendo operativas. No podía hacer nada si yo no cooperaba con él voluntariamente. Si tenía mi cooperación, podría, al parecer, desarmar mi psique y volver a armarla en ocho días.
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