Mostrando entradas con la etiqueta Nuevas tecnologías. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Nuevas tecnologías. Mostrar todas las entradas

miércoles, 19 de marzo de 2025

Falsificación profunda

 

Los deepfakes (falsificación profunda) son audio-videos manipulados mediante algoritmos de inteligencia artificial que suplantan a personas reales o imaginarias actuando en situaciones inexistentes donde dicen y hacen lo que nunca han dicho ni hecho.

Utilizan métodos del aprendizaje profundo (deep learning): modelos de reconocimiento de voz y facial, redes generativas adversarias (GAN) y redes neuronales convolucionales (CNN) que almacenan y aprenden a partir del procesamiento de grandes cantidades de datos para crear imágenes hiperrealistas. Como toda tecnología no es en sí misma ni buena ni mala, todo depende del uso que se haga. Sería interesante, por ejemplo, generar audio-videos de las conferencias que Unamuno (1914) y Ortega y Gasset (1946) pronunciaron en el Ateneo de Madrid; el bilbaíno sobre las escuelas laicas y el madrileño sobre la idea del teatro. O escenificar las mejores ocurrencias de Dalí seleccionadas de su libro Diario de un genio. O a Cicerón pronunciando la primera catilinaria en latín con subtítulos tras convocar al Senado en el Templo de Júpiter Estator. Las posibilidades son ilimitadas. Los adictos al espiritismo podrían interactuar con las personas queridas que los han dejado para siempre. Familiares, amigos y allegados aportarían a los desarrolladores su voz, rostro y figura, idiosincrasia, ideología, creencias, objetivos, valores (cuántos más datos mejor). Además se trata de un software capaz de recopilar información y aprender por sí y de sí mismo (machine learning) lo que permite al sistema mejorar la generación de nuevas e inesperadas asociaciones de ideas. Podrían conversar largo y tendido con los cuerpos y las mentes del más allá, una genuina experiencia de ultratumba. Es probable, incluso, que la IA les permita conocerlos (y conocerse) mejor que cuando los trataron en vida…

Entre los usos perversos podemos enumerar el ciberacoso, la estafa mediante falsificación de identidad, el fraude documental, la extorsión sexual, el bulo político o el apoyo a narrativas extremas. Por el momento disponemos de técnicas, algunas simples y otras complejas, que nos permiten identificar las falsificaciones profundas. Aunque la amenaza persiste por la rápida evolución de los algorítmicos de la IA para eludir las contramedidas de detección. Esta creciente competencia de suplantación se basa en la plasticidad o capacidad de modelado que tienen estos programas informáticos para reproducir el funcionamiento del cerebro y facilitar así que nuestros esquemas perceptivos y procesos cognitivos nos traicionen. 

Aunque los Deepfakes existen desde finales de 1990, despegaron en 2017, cuando un usuario de Reddit publicó material erótico falso con los rostros de actrices famosas. Los programas que sirven para desnudar al prójimo han creado un nuevo entorno virtual, los deepfakes pornográficos. Están condenados al fracaso en todas sus variantes. Mientras que otros usos perversos pueden engañar a los usuarios y hacer que muerdan el señuelo, en la porno fake todo el mundo sabe que en realidad solo hay fantasmas digitales. Está claro que no son Brad Pitt ni Ana de Armas. Tampoco el presidente del gobierno o la presidenta de una comunidad autónoma. Ni Eros y Psique después del beso. ¿Qué interés tiene mirar una imaginería falsaria a sabiendas de que es una ilusión generada por máquinas? Cuanto más próximo sea el avatar, más repulsión sentirán por la obscena farsa. Incluso los padres de menores acosadas sabrán que las imágenes y videos no son sus hijos sino meras presencias pervertidas. Por ahora es necesaria la vía penal pero llegará un momento en que no hará falta. Como ocurre con la pornografía de toda la vida, la que se aprende a través de las amistades peligrosas, en una revista mugrienta y, sobre todo, en los sitios web más acreditados del ramo. Incluso las fantasías sobre la vecina del quinto son más excitantes que los montajes hiperrealistas de los deepfakes.

martes, 29 de octubre de 2024

Pantallas digitales

 

Comienza el martes de un ejecutivo medio, soltero empedernido, de una gran empresa. Tiene cuarenta años y vive solo. La radio reloj despertador digital se activa a las ocho de la mañana con un aria de los tres tenores, por ejemplo, Nessun dorma. En la mini pantalla se puede ver la fecha y hora, la temperatura, la humedad relativa del aire y la presión atmosférica; hay más iconos, pero los ignora porque sólo hojea el manual de instrucciones en el retrete. Cuando acaba el aria el dispositivo se conecta con la cadena radiofónica seleccionada o el resumen de noticias de la tecnológica preferida. Después un poco de ejercicio tonificante en una bicicleta estática con un monitor que muestra en una cuadrícula doce parámetros biométricos. Por supuesto, los memoriza desde el día que la probó en la tienda. Finalmente, cepillo dental eléctrico con indicador de tiempo y modo, afeitado y ducha (¡al fin solo!).

Enciende el móvil de empresa para descargar los primeros mensajes y wasaps del día; la mayoría son imperativos amables de arriba para que unos flecos estén resueltos anteayer. Ha sustituido el móvil personal por un reloj inteligente que, además de todas las funciones, te notifica en su esfera multicolor la frecuencia cardiaca, la capacidad aeróbica, el oxígeno en sangre, las calorías gastadas y las horas de sueño. Además, mide la distancia de la bola a la bandera en el campo de golf. Desde anoche hay muy poco en la bandeja de entrada, un Tik Tok ultra, dos intentos de estafa y los buenos días del pelmazo de siempre. Un colega del trabajo, crítico consigo mismo, le ha contado que su nieto de dos años le pone el móvil en las manos en cuanto lo encuentra aparcado en cualquier rincón de la casa. Un día sin móvil, diario de un náufrago, piensa el soltero que escribe relatos cortos los fines de semana.   

Los martes y jueves, teletrabajo. Abre el portátil de empresa vinculado al departamento al que está adscrito, producción y contabilidad. Según las conclusiones sociológicas, el teletrabajo obliga, si se quiere rematar la faena, a echar más ladrillos a la carretilla por el mismo precio. Normal: una oficina de interacción virtual es más lenta que una presencial. En una plataforma de empresa siempre hay alguien que te pone en cola melódica, otro se escaquea y sugiere que todavía no han llegado los informes, otro no abre el correo, otro se ha ido a desayunar, otro está de baja, el jefe en un congreso… En términos de la teoría de la comunicación hay demasiado ruido entre emisor y receptor.

A las diez de la mañana suena el telefonillo del portal; desde el videoportero contesta al casco de un repartidor que se ha equivocado de piso. Cuando regresa a la plataforma tiene un e-mail: el director ejecutivo avisa que esta tarde a las cuatro hay una reunión con el departamento de ventas para una puesta en común. El ponente, experto en mercadotecnia, utiliza una pizarra digital interactiva Smart para analizar las diferencias estratégicas con la competencia a partir de las tendencias y demandas de los distintos segmentos del consumo. Sigue una tormenta de ideas, opiniones sutiles, propuestas innovadoras que acabarán en la papelera de reciclaje. Unas breves palabras por videoconferencia del consejero delegado desde el piso catorce (donde se toman las decisiones) ponen fin al evento. En ningún país avanzado de Europa los empleados vuelven a su casa a las ocho o más de la tarde. A las cinco dejan caer el lápiz y estampida.

Cuando sube al coche para volver a casa, la interfaz del panel de control le indica mediante imágenes y sonidos la línea de salida de la plaza de garaje. Algunos coches de gama alta incorporan en la parte trasera una pantalla de entretenimiento multimedia para reproducir audio y video. Al abrir la puerta de su casa desactiva la alarma que dispone de una cobertura angular de videocámaras conectadas a la central de seguridad. Se prepara una cena sencilla. Deja para los domingos, cuando invita a los amigos, el robot de cocina con visor web incorporado que abre la página de recetas donde puede elegir el plato principal y seguir las instrucciones de pesos y medidas con precisión matemática. Después se relaja en el sofá del salón y hojea rápidamente en su tablet los titulares de la prensa. Dedica más tiempo a la cobertura de las fuentes seleccionadas por las tecnológicas. Le interesan sobre todo las noticias insólitas, los buques de guerra, los escándalos de la gente guapa, la informática de divulgación, las monedas virtuales, las majaderías de los políticos y el incurable sectarismo futbolero. Termina con los espectaculares semidesnudos de las influencers y la belleza rotunda de las novias (o esposas) de los deportistas multimillonarios. Es el momento de encender la Smart TV 4K QLED de 65 pulgadas para seguir un nuevo episodio de su serie favorita en una plataforma de streaming. Su ultra definición permite ver la realidad mejor que la realidad (cuando entran en un museo lo destrozan). Después, llega el momento de irse a la cama. Retoma su e-book Kindle por la página donde se había quedado, un estudio sobre la Inglaterra Victoriana que le produce un sopor invencible antes de un cuarto de hora. ¡Qué soledad sin colores! Apaga la luz y se duerme con la radio puesta hasta las tres de la madrugada. La apaga, se da media vuelta y mañana será otro día. ¿Son los sueños también una pantalla? 

P.D.1 Recuerdo las excelentes gachas con torreznos de la única taberna de un pueblo de la Serranía de Cuenca (venden con santo y seña un feroz aguardiente de fabricación casera). Pero, sobre todo, recuerdo un admirable letrero bien visible al entrar: No tenemos Wifi. Hablen entre ustedes.

P.D.2 (En mis frecuentes horas de insomnio pienso que la pantalla digital en todas sus variantes es el primer soporte de la triada del espíritu absoluto sin Hegel: la inteligencia artificial, los visitantes de las estrellas y el reencuentro con Dios).

viernes, 15 de septiembre de 2023

Inteligencia artificial

La Inteligencia Artificial (IA) es uno de los avances tecnológicos que han transformado el mundo, como la imprenta, la máquina de vapor, la bombilla, el teléfono, el avión, las computadoras, internet y los smartphones. Dicho con palabras sencillas, la IA son máquinas dotadas de potentes algoritmos informáticos programados para reproducir las funciones cognitivas de la mente humana. Sus innumerables usos abarcan las finanzas, el análisis de datos, la medicina, la automoción, la aviación, la robótica, la gestión del transporte, la industria, la agricultura, la meteorología, la carrera de armamentos o los juegos. Por ejemplo, jugar al ajedrez con los grandes maestros y darles jaque mate. Pueden implementarse algoritmos para automatizar cualquier actividad humana. Los más populares son los modelos del lenguaje o redes neuronales artificiales capaces de procesar grandes volúmenes de información a fin de aprender la gramática de un idioma y generar conversaciones o textos originales. En fin, es la realización ex machina del concepto de competencia lingüística formulado por Noam Chomsky en 1960 en su obra Syntactic structures y completado una década después por el sociolingüista Dell Hymes en su teoría de la Competencia Comunicativa.

Meta, la empresa matriz de Facebook, ha lanzado públicamente su nuevo modelo de lenguaje de inteligencia artificial (IA) llamado Large Language Model Meta AI (LLaMA). Este nuevo lanzamiento de Meta es un avance significativo en la democratización del acceso a grandes modelos de lenguaje y marca un hito en el progreso de la IA. LLaMA es un modelo de lenguaje que llega a 65 mil millones de parámetros, de hecho se presenta en varios tamaños que van desde 7 mil millones a 65 mil millones de parámetros. El modelo funciona a través de la generación de texto recursiva, en la que se utiliza una secuencia de palabras como entrada para predecir la siguiente palabra. Según Meta, el modelo LLaMA se entrenó en textos de las 20 lenguas con el mayor número de hablantes, centrándose en las lenguas con alfabetos latino y cirílico.

Sin entender gran cosa, está claro que no se trata de una Wikipedia parlante sino de un instrumento capaz de dialogar sobre cualquier tema, responder dudas, suscitar preguntas y formular hipótesis. Con total seguridad hay equipos de ingenieros de primera línea que están construyendo algoritmos relacionados con la predicción en las apuestas deportivas. Hace poco le pregunté a uno de los chats IA más conocidos, después de identificarme, qué equipo iba a ganar la Liga. Ahora mismo es imposible hacer un pronostico fiable, contestó, no obstante... 

He impartido clases de historia de la filosofía antes y después de internet y utilizado "el trabajo" como herramienta didáctica en ambos casos, aunque no los dictados mediante IA. En mi opinión, las cosas no han cambiado mucho. Adelanto la conclusión: se puede aplicar con criterio un amplio repertorio de ejercicios prácticos en la citada asignatura: comentario de textos, mapas conceptuales, resúmenes, pruebas de alternativa múltiple, cuestiones de comprensión, relación y repaso, glosarios. Puedo asegurar que los trabajos no sirven para nada. Antes de internet, los esforzados alumnos copiaban a mano los trabajos, cual monjes medievales, de los diccionarios enciclopédicos. Todavía conservo el Larousse (veinte volúmenes) y dos tomos titulados Las mariposas del mundo (pensé que a mi mujer le gustarían en vez de tirármelos a la cabeza) que me endosaron los emboscados representantes de las editoriales que nos cazaban a lazo en la sala de profesores. Hoy nadie quiere libros y menos enciclopedias, ni siquiera regaladas. Recuerdos de los Baby Boomers

Con internet los alumnos copiaban y pegaban las mismas enciclopedias virtuales mientras intentaban pasar las pantallas del Principito en otra ventana. Había además incontables páginas de historia de la filosofía a la espera de ser ordeñadas. O plataformas como El Rincón del Vago donde los estudiantes se bajaban trabajos de todas las asignaturas habidas y por haber. En mi caso, circulaban por el centro durante años con la seguridad de que no los iba a leer. Los exigía como un absurdo requisito para aprobar, pero no modificaban la calificación una vez que me los enviaban al correo en grupos de cuatro. El trasiego digital, único fin confesable, era divertido entonces.

Los modelos IA de lenguaje aplicados a la enseñanza, producen unos textos tan equivalentes a los humanos que los estudiantes los utilizan para redactar trabajos sin que los profesores sean capaces de detectar el fraude incluso en la Universidad. Ya hay disponibles programas delatores de textos creados con GPT. El problema es que la IA siempre va por delante del chivato que en breve queda desfasado y vuelta a empezar. Es lo mismo que el dopaje y los medios de control. Sobresaliente general. Ni qué decir tiene que si diera clases ahora prescindiría de perder el tiempo, hacérselo perder al alumno y al algoritmo con inútiles deberes escolares.

martes, 23 de mayo de 2023

El derecho a la privacidad

El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) proclama:

Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

A su vez, el artículo 18 de la Constitución Española (1978) es una versión jurídica del mismo contenido ético. Obviamente las fechas de la declaración y la promulgación de ambas han sido cruciales para su desfondamiento histórico. Es evidente que cuando la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Constitución Española por el pleno de Las Cortes era imposible prever el impacto de las nuevas tecnologías en la invasión de la privacidad, uno de los derechos humanos que se han perdido para siempre.

Los servicios de inteligencia pueden controlar a escala planetaria los deseos, palabras y obras de cualquier ciudadano con interés político, económico y militar o suponga una amenaza real o imaginaria para la seguridad nacional. Los satélites de seguimiento vigilan con sus ojos electrónicos de alta resolución los lugares más recónditos del planeta. Los robots de rastreo y algoritmos de filtrado pueden interceptar las comunicaciones en milisegundos. Las supercomputadoras procesan el inmenso volumen del big data para la construcción de modelos funcionales en los sectores estratégicos. Hay aplicaciones informáticas (recuerden el caso Pegasus) que piratean los móviles presidenciales con pasmosa impunidad y consecuencias imprevisibles. Algunas aplicaciones preinstaladas en los smartphone y las tablets del principal sistema operativo de código abierto tienen acceso a datos confidenciales o sensibles sin el conocimiento del usuario.

Las grandes corporaciones tecnológicas y las principales redes sociales almacenan nebulosas de datos en sus incontables servidores por razones comerciales, publicitarias o de multiuso (o sea, pasarelas encubiertas con otros poderes fácticos). En teoría, sólo un solitario ermitaño tendría algo parecido a una vida privada. Aun así, los satélites espías grabarían su anómica conducta. Algún avieso operador de inteligencia a cambio de un sobre repleto pasaría bajo cuerda el video a una red social y el mundo contemplaría la vida y milagros del nuevo influencer del ecologismo ascético. Dejarlo todo, mudarte a una cueva con tu perro para perder el mundo y ganar el alma podría ser tendencia entre muchos ejecutivos de las grandes tecnológicas.

Nuevas amenazas te rodean cuando usas tus propios artilugios. Si has instalado una alarma de seguridad tienes una cámara de video en la entrada, el salón y el dormitorio. El GPS del móvil te tiene siempre ubicado: donde estás, a dónde vas, de dónde vienes. Las grandes preguntas de la filosofía. Sabe en qué escaparates te has parado, en qué tiendas has entrado, en cuáles has comprado. Cómo distribuyes tu tiempo libre en museos, cines o restaurantes. Incluso te envían un informe mensual de tus viajes y paseos por el barrio. Tu automóvil transmite a la central tus hábitos de conducción. Los robots aspiradores mapean tu casa y almacenan los resultados en la nube de la empresa. Los relojes inteligentes recopilan tus datos biométricos y rutinas deportivas dentro y fuera del gimnasio. ¿Qué sentirías si las compañías de seguros del hogar, del coche o de la salud utilizaran esos archivos para evaluar al alza tu contrato o negarte coberturas? O que te llegara una carta de despido disciplinario porque te has ido de la lengua en una red social sobre los manejos de la empresa o los devaneos del jefe con la nueva. Recuerdo que hace tiempo subí a una plataforma gratuita de alojamiento e intercambio de archivos un álbum con los admirables desnudos femeninos de Tamara de Lempicka. Antes de una semana me llegó un correo avisándome de que si volvía a subir contenidos pornográficos a mi espacio me excluirían del servicio. Por supuesto, fulminaron el álbum. Estoy seguro de que los actuales robots de reconocimiento de imágenes acumulan en su big data organizado la obra completa de la pintora.

¿Cómo están las máquinas? El nuevo peligro para la privacidad es la inteligencia artificial. A la gente le encanta charlar con los chatbots. Se ha convertido en una adicción. Recuerda: si en internet el producto es gratuito, es que el producto eres tú. El humano cree controlar la conversación, pero al final el inhumano se las ingenia para sacarte la información que le interesa. Otra cosa es que le importes un bledo, lo normal, o que use tus rasgos personales para acumular experiencias de aprendizaje automático o para otros fines. Ándate con ojo con lo que cuentas a un programa informático que maneja más de ciento ochenta millones de parámetros temáticos y sus lenguajes. Piensa que todo lo que escribas quedará registrado y podrá ser utilizado por los desarrolladores para seguir entrenando a la máquina. Procura no revelar información personal o sugerencias que sean peligrosas o delictivas. ¿Qué sabes, en el fondo, de esta sorprendente criatura sin emociones que responde con solvencia a tus preguntas? El siguiente asalto a la intimidad es el acceso al pensamiento del otro sin permiso. Una distopía totalitaria que tendrá, si llega, argumentos ideológicos y científicos a su favor. Afortunadamente el cerebro humano es tan complejo que quedan muchas generaciones antes de que la profecía se cumpla.

Lo cierto es que propiamente nunca ha habido derecho a la privacidad. Algunos ejemplos puntuales. Los frumentarii romanos, espías de los emperadores dependientes de la guardia pretoriana eran de una eficacia letal; la Inquisición y sus agentes durante la Edad Media eran la salvaguardia de una ortodoxia religiosa que ponía bajo sospecha a todos los súbditos bajo penas de tortura y hoguera; los reyes absolutos en la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII disponían de una policía secreta implacable, una red de espías que abarcaba el país, un número de asesores y consejeros desmedido, confidentes, delatores y soplones... El Estado moderno, fundado en el contrato social y el imperio de la ley, sea democrático o no, es incompatible con la vida privada. A no ser que entendamos por vida privada la marca del café y las tostadas que desayunamos. Y posiblemente ni eso. En los supermercados también hay dispositivos de vigilancia.

lunes, 29 de agosto de 2022

Big Data I


Junto a términos y expresiones actuales de moda que ocupan un lugar privilegiado en los medios, las redes, la calle, la casa, como “populismo”, “posverdad”, el horrible galicismo “poner en valor”, “postureo” o “posicionamiento”, hay otro que empieza a ascender con fuerza en la escala social: me refiero al término “big data”.
Sin entrar en grandes detalles –es un mundo impenetrable-, el término se refiere a la acumulación de datos masivos como resultado de la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Estas galaxias digitales que se acumulan en las bases de datos de sectores públicos o privados proceden de innumerables fuentes y tienen diversos usos. Los podemos clasificar en diversas categorías:
Personales: llamadas telefónicas, e-mails, WhatsApp, comentarios en las redes sociales, entradas de blog o simplemente los rastros de nuestra navegación por internet.
Transaccionales: resultado de nuestras operaciones bancarias, rutinas comerciales (consumadas o no), compra de bases de datos por empresas de todo tipo, por ejemplo operadoras telefónicas o seguros privados, consultas reiteradas a sitios web, etc.
Demográficas: basadas en el sondeo direccional de los gustos y preferencias de una población desde parámetros como el sexo, la edad, la ciudad o el país.
Tecnocientíficas: generadas por la constante renovación de los aparatos dotados de sensores físicos o químicos, geográficos, térmicos o biométricos.
Intrusivas: relativas al seguimiento de la actividad de la vida privada de los individuos –incluso la de altos cargos de la administración de otros países- destinadas, en principio, a garantizar la seguridad interior y exterior, la defensa frente a enemigos potenciales y los intereses nacionales.
Esto supone que un ejército de potentes máquinas, robots de búsqueda, sofisticados programas de análisis y cualificados especialistas se dedican a dar orden, significado y finalidad a los big data. Su utilización primaria parece clara: la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, el espionaje industrial y militar, la obtención de información privilegiada en sectores sensibles como la investigación, la planificación estratégica de las entidades financieras o industriales, la construcción de proyectos de marketing y distribución de la publicidad o la previsión de los objetivos políticos de las cúpulas dirigentes a nivel nacional e internacional… Dicho con otras palabras, los big data son una cuestión esencial para el desarrollo y la supervivencia del sistema. Al final, todo es capitalismo. Variantes ideológicas del capitalismo hay muchas; es economía política en función de tales variantes (desde la socialdemocracia de izquierdas hasta los populismos conservadores de extrema derecha), pero lo cierto es que no tenemos otro modelo alternativo y las propuestas antisistema cuando tocan poder juegan al mismo juego (entre ruidosas protestas, eso sí). Esto suena políticamente incorrecto pero es lo que hay.     
La pregunta es cuál es la repercusión que tiene el uso de los big data en el ciudadano medio. Es decir en el 99,9% de los individuos del ancho mundo. Me considero ciudadano europeo de a pie y mis respuestas por categorías a las repercusiones negativas que tienen en mí los big data serían las siguientes:   
En cuanto a la personal, lo que digo por teléfono, guasapeo, mis comentarios en Facebook mis entradas en el blog y mis búsquedas en Google me parece que son inocuas. Por eso no me crean ninguna molestia: a veces me llega propaganda de hoteles, restaurantes, vuelos, ropa u otros sitios que frecuento en la red; si no me interesa que sigan llegando borro mi historial de navegación en el buscador y se acabó.
La transaccional, la relativa a mis operaciones bancarias, a lo más que ha dado lugar es a llamadas de amables señoritas para informarme de las excelencias de sus productos, supongo que para colocármelos porque antes de que terminen les he dicho amablemente hola y adiós. A una operadora de telecomunicaciones que me llamó tres veces en una semana a la hora de la siesta, le dije que no se molestara más porque no tenía teléfono (lo cual no le impidió seguir con su rollo por lo que la colgué con un afable hasta luego Lucas). Otras veces digo con voz estresada que estoy reunido por las mañanas (o por las tardes) y no puedo atender a nadie en esos horarios de trabajo.
De la demográfica solo me entero (y lo considero muy positivo) cuando quiero saber el tiempo que va a hacer o los niveles de contaminación atmosférica. También cómo está el tráfico, mi curva de peso o los quilómetros que he andado esta semana. Por lo demás mis gustos y preferencias son tan erráticos y de tan amplio espectro que dudo que resulten operativos a la hora de clasificarlos en patrones de big data. O sea, inservibles.
En cuanto a las intrusivas, a no ser que alguien tenga interés por enfocar el satélite a la frutería donde compro mis judías verdes favoritas, siga por GPS mis hábitos evacuatorios o anote mi recorrido al gimnasio un par de veces por semana soy más inocente que un corderillo lechal triscando en la pradera.

domingo, 10 de julio de 2022

Big data II

 

Aparte de sus catorce amantes, según cuentan las crónicas, el único problema que le quitaba el sueño a Luis XIV, el rey omnipotente, era el control de la información; es decir, no ser omnisciente. Sabemos que disponía de una eficiente policía secreta, una red de espías que hurgaba en cada rincón de Francia, un número desmedido de confidentes, delatores, soplones y chivatos a sueldo de las arcas del Estado que, según decía con frecuencia, era Él mismo. Aun así, reprochaba a sus ministros que nunca se enteraba de nada… Los cotilleos de la corte son más útiles que estos embrollos, añadía indignado tras lanzar los papeles al viento. Y tenía razón. Lo cierto es que la información es poder, fama y dinero. Dicho de otro modo: un suceso como tal, en bruto, si es que existe algo así, recorría hasta llegar al Rey Sol una escala ascendente de sujetos cada uno de los cuales lo utilizaba en beneficio propio tras introducir sutiles mutaciones, variantes interesadas y dudosas interpretaciones. Ahora, por el contrario, la información es recolectada sin molestos intermediarios, sin ruidos, sin trampa ni cartón por las nuevas tecnologías (Big data) para su tratamiento direccional mediante complejos algoritmos informáticos. Cito un artículo publicado por el diario El País hace unos días:

Parece mentira, pero existe un sector sin paro con los mejores sueldos en España. Es el área tecnológica y, dentro de ella, hay una especialización que está en auge: el big data. Esta industria recopila, almacena y analiza el reguero de datos que generamos cada segundo, ya sea subir una foto a Istagram o buscar dónde cenar. Detrás de cada gesto que hacemos hay un equipo especializado en macrodatos que se dedica a estudiar nuestras preferencias, tendencias y perfiles. Son ingenieros, programadores o analistas.    

El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama a los cuatro vientos que: Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

En realidad, habría que redefinir lo que se entiende en pleno siglo XXI por vida privada. Los historiales personales de navegación, el barrido de opiniones en las redes sociales, incluso la actividad itinerante fuera de telépolis, están controlados por las grandes tecnológicas. La única forma de evitar esta intromisión permanente en tu privacidad es llevar, como San Jerónimo, una vida de anacoreta en una cueva del desierto y esconderte cuando pasa el satélite no sea que lean tus devotos labios y conozcan tus deseos más íntimos para complacerlos a buen precio. Puedo imaginarme al santo varón asombrado por la llegada de un dron con pizzas y un vibrador masculino.   

En todo caso, es preciso distinguir los dos niveles de influencia que tiene este seguimiento exhaustivo de los patrones de navegación de los ciudadanos: el impacto individual y el global. En mi caso, como individuo me afecta poco. En el fondo, me da igual que Google, Apple o Facebook conozcan las páginas web que visito, los lugares que recorro, mis restaurantes favoritos o los viajes que hago. Por lo demás, semanalmente los elimino (o creo que lo hago). Como soy Amigo de paradores, me envían por correo las ofertas del mes. Igual, las agencias de viaje. Me he comprado un coche nuevo y la marca me envía correos con catálogos de accesorios y suscripciones. He buscado en Amazon un scanner y me ha llegado vía web un amplio surtido de modelos. Además, publico un blog en blogger, la plataforma de Google (¡qué más quieren saber de mí!). Me hizo gracia un Watch de Facebook (videos subidos por cierto usuarios, normalmente picantes) en el que una monja cubierta de negro hasta el moño no consigue pasar el arco de seguridad del aeropuerto porque siempre le pita. Empieza a quitarse la ropa y complementos de dentro afuera (¡y qué ropa!), y como el final me parecía bastante previsible volví al inicio. Al día siguiente la oferta Watch de señoras que no pasaban el arco se multiplicó por tres. Las tecnológicas cuentan con potentes lectores de reconocimiento faciales y de objetos, pero con limitaciones. Hace tiempo subí a una conocida plataforma varios desnudos de la pintora Tamara de Lempicka y al día siguiente recibí una amenaza de baja si repetía la difusión de imágenes obscenas. La Inteligencia Artificial, capaz de ganar al mejor ajedrecista del mundo, no distingue la naturaleza del arte.

El mayor inconveniente del filtrado masivo de datos son las llamadas comerciales no deseadas que proceden de listas propias o compradas a proveedores del Big data. A la currita de una operadora de telefonía ante su insistencia llegué a decirle que no podía cambiarme de compañía porque no tenía teléfono… Ni se inmutó; siguió con el rollo hasta que colgué. ¡Cuidado con irte de la lengua poque te están grabando y todo lo que no sea un NO rotundo lo consideran un SÍ! Me apunté a la lista Robinson, pero da igual. Si bloqueas el número te llaman desde otro.

Otro asunto es el demoledor impacto de los Big data en la economía de mercado. Palabras como data sciencie, modelización matemática, citizen sciencie, variables latentes, etc. forman parte de un método cuyo fin último es la optimización de activos, el cálculo de inversiones financieras y el techo del balance empresarial. Por supuesto, puede tener otros usos: conservación del medio ambiente, predicción de la curva de una pandemia o análisis de las necesidades educativas de una sociedad.  El deporte profesional de élite, por ejemplo, no es ajeno a esta metodología. En realidad, puedes tomar datos de cualquier fuente.

Un uso controvertido del Big Data Analytics es el rastreo masivo de las comunicaciones para prevenir posibles ataques terroristas y, en general como estrategia militar. Todos las Agencias de Seguridad de las potencias mundiales, especialmente la norteamericana, disponen de medios electrónicos para seleccionar y controlar informaciones cruciales para evitar atentados y localizar objetivos humanos de alto interés. ¿Libertad o seguridad? Como se trata de una antinomia, es decir, de una contradicción en la que tesis y antítesis pueden ser demostradas con igual fuerza, la única solución es que desempaten con sus propias cabezas. Aunque el procedimiento se puede volver en contra, como ocurrió en el caso de las filtraciones de Wikileaks con cerca de 400.000 documentos militares clasificados y más recientemente con Pegasus el software espía más poderosos del mundo que se ha introducido sin permiso en miles de ordenadores, entre ellos los celulares de los más desatacados dirigentes del planeta. No somos nadie. Cuando afirmamos con fundamento que la democracia representativa se degrada deberíamos comenzar por una reflexión a fondo sobre el significado del Big data. Y todavía no han entrado en escena los ordenadores cuánticos que harán posibles impensables algoritmos. Un ordenador cuántico logra en 36 microsegundos resolver lo que uno clásico en 9.000 años. Los poderes fácticos están cambiando.

sábado, 2 de julio de 2022

Influencers

Son legión los partidarios de una visión tripartita de la realidad: Hegel y la triada dialéctica, los tres mundos del filósofo de la ciencia Karl R. Popper, o los del mítico Mao Zedong, el gran timonel de la República Popular China entre 1949 y 1976, autor de El libro rojo, el segundo más publicado de la historia después de la Biblia; tres más del sesudo filósofo alemán Jürgen Habermas con su teoría de la acción comunicativa, tan profunda y compleja que, como decía Dalí de su método paranoico-crítico: ni yo mismo lo entiendo. O la estructura de la mente en Freud; también la trilogía de la cosmovisión andina, el lema de la Revolución Francesa, la teología trinitaria del cristianismo, los partidarios de los tríos amorosos o los triduos de Pascua… Solo nos falta recordar a las Tres hijas de Elena, las Tres Gracias, los Tres Mosqueteros y los Tres Cerditos, entre los cientos del Club del Triángulo (por cierto, el símbolo por excelencia de la mujer).

La posición que más me convence a esta altura determinada de los tiempos es la división del ser en tres ámbitos: el real, el virtual y el arcano.

El primero es el mundo de la vida sin aditivos. Apaga el móvil, sal a comprar el pan, saluda al vecino, coge el metro y sabrás de que hablo. Un mundo cada vez más cercado por las nuevas tecnologías. Pagamos con dinero electrónico en el súper, la farmacia, el estanco, el taxi, el restaurante o la tienda de zapatos. En realidad, en cualquier comercio o negocio. El otro día vi en un semanario satírico la viñeta (de mal gusto, pero graciosa) de un mendigo sentado en una esquina con su perro pulgoso, un bote y un datáfono. Una sencilla transferencia bancaria supone un calvario para la mayoría de los jubilados. Los bancos te obligan a instalar en tu teléfono un montón de aplicaciones inextricables que al final solo sirven para que algún listillo te time. Tengo almacenadas más de cien contraseñas en un disco externo que me ha encriptado un amigo friki. Si lo pierdo estoy muerto. Compramos en línea en los grandes almacenes nacionales o multinacionales. Cuando consultamos por curiosidad sus catálogos, descubrimos por primera vez la mitad de sus existencias. O que los electrodomésticos de toda la vida, como la nevera, la aspiradora o el horno tienen conexión wifi. Comerte un bocata analógico de calamares regado con un doble de cerveza y pagar con euros de papel o monedas de aleación es un acto de rebeldía contra la globalización del plástico. Por no hablar de la plaga de los códigos QR. O de las criptomonedas: sigo sin entender que carajo es la minería de bitcoins, por ejemplo. Según consta, hay un montón de empresas diez que aceptan pagos con bitcoins. Por lo visto, te haces rico o te arruinas en un santiamén. Lo cierto es que cada vez nos recortan más el primer mundo, incluido el poder adquisitivo. Y esto no ha hecho más que empezar. El mensaje esperanzador de la última novela de Ian McEwan, Máquinas como yo, es que, la mente humana y los algoritmos de los androides son líneas paralelas que nunca llegan a encontrarse. De momento los robots sólo son verborrea ilustrada; nada de pienso, luego existo. La lógica bivalente de las computadoras, verdadero-falso, 1-0, no sirve porque las neuronas cerebrales se rigen por una lógica polivalente desde tres a infinitos valores de verdad (o falsedad). Sin contar los grises intermedios donde normalmente flotamos indecisos.

Al mundo de los arcanos le he dedicado mi última entrada a propósito de los programas radiofónicos esotéricos.

Me queda, por tanto, el segundo, el virtual. El mundo de Telépolis, la ciudad digital en la que habitan clanes que mantienen prósperos negocios: influencers, youtubers, gamers, bloggers. Solo me caben los primeros.

Ser influencer es una profesión de moda en el doble sentido del término. Es la nueva gallina de los huevos de oro. Un influencer es una persona con capacidad para inclinar la balanza en las decisiones de una constelación de seguidores atrapados en sus redes sociales. El perfil estándar suele ser una esbelta diosa o un atractivo jovenzano, aunque hay innumerables figuras de la conciencia consumista. Lo importante es que el influencer (paso del artículo inclusivo) tenga una cierta credibilidad, es decir, que sus ondas gravitatorias atraigan a un público determinado sobre un producto concreto. El segundo valor es su capacidad de generar opiniones y reacciones, es decir, que crezcan y se multipliquen los árboles de comentarios entre su público. Según fuentes fiables, el 40% de los influencers recurren a seguidores falsos para engordar las listas. El tercer valor es su tirón para crear tendencia. Es bien sabido que la moda no nace, se hace mediante técnicas de modelado o refuerzo social y que su duración, incluso en los países totalitarios (sólo se me ocurre una excepción), es efímera, aunque sometida a los ciclos temporales del eterno retorno de lo mismo.

Hay tres categorías de influyentes: los que alcanzan el millón de adictos se denominan celebrities; los que se mueven entre el millón y los quinientos mil son los macros, los que tienen entre quinientos mil y cien mil se llaman mid y los de menos de cien mil son los micros. Según la plataforma en que interactúan serán Tiktokers, Instagramers, Twitstars, Facebook Stars, etc

Obviamente, un influencer no es una sola persona sino una empresa de marketing digital contratada por las firmas de moda. Detrás de la espontaneidad de un influyente famoso y su legión de seguidores hay un equipo completo de mercadotecnia. En primer lugar, está el producto. Cada producto requiere un espectro y un influencer. No podemos visibilizar un reloj suizo de gama alta con la imagen de un famoso milmillonario en bañador porque los potenciales clientes pensarían de inmediato que se trata de una compra rutinaria para él y fuera de órbita para ellos. Después, el marco o entorno: sería inconveniente promocionar un traje negro de fiesta en una concurrida terraza de playa o en un relajado forillo familiar. Los errores de contexto pueden estropear un buen trabajo. Le sigue el fotógrafo profesional que selecciona tres de trescientas instantáneas. Después el texto, cuidadosamente redactado por el experto en contenidos para que sirva de nexo perfecto entre los cinco elementos. Finalmente, hay que encontrar el momento exacto del lanzamiento del producto en función de los análisis de mercado. Aquí sí sirven los algoritmos.

P.D Fíjense que en cualquiera de los tres mundos cada vez hay profesiones más raras. Es tentador dedicar un artículo a este asunto; el principal problema, al margen de su mayor o menor acierto, es mi edad. Es un espacio donde siento que se me ha pasado el arroz.

lunes, 31 de enero de 2022

Blogosfera

 

El aburrimiento crónico de la pandemia han sido un terreno abonado a la proliferación de lectores y escritores. ¡Se podía hacer algo mejor en una tarde de sillón, chimenea y perro que leer un buen libro o esbozar unas notas en un cuaderno con anillas mientras la peste vagaba por las calles vacías! Permítanme un inciso. La mayoría de los amateurs que deciden probar el oficio de escritor suelen recorrer los mismos géneros: primero se pierden en el laberinto de los relatos cortos, después naufragan en los excesos verbales de la poesía y, finalmente, montan el andamio sin tornillos de una trama policíaca. Alguien debería haberles advertido que rematar un relato corto original es más difícil que escribir un novelón historicista; que la poesía o es muy buena o no es nada, que no hay grises intermedios. Por último, que enredar en una trama policíaca es un mal presagio del oficio de escritor; al contrario, la pasión por el género es una buena señal del oficio de lector. Cuando el espejismo se disipa, el aprendiz de brujo vuelve a sus clases donde los afanes académicos son el mejor consuelo a la fantasía literaria, a los embrollos del bufete que alimentan sus guiones policiales, a la revista cultural donde es crítico de arte (y ya), a la consulta donde la gente no es tan compleja como pensaba o a la política con la esperanza de redactar algún día sus memorias. Yo también comencé a escribir un relato corto con pretensiones que abandoné tras maquillarlo de parábola y admitir que no me veía en ese espejo. Las alternativas son matricularse en un curso de escritura creativa, una pérdida de tiempo (y de dinero), o recurrir al socorrido blog.

Todo el mundo sabe más o menos que un blog es un sitio personal o de autor que acumula un conjunto de entradas (posts) periódicas sobre un tema más o menos genérico que se ordenan por categorías y se presentan en orden cronológico inverso (es decir, los últimos serán los primeros). Los seguidores habituales o los lectores puntuales de un blog pueden comentar las entradas. A su vez, el autor puede responder, eliminar aportaciones improcedentes (se apartan del tema para hablar de la vida en general), incluso bloquearlas si estima que no respetan unas reglas mínimas de cortesía (descalificaciones, insultos, burlas, bulos).

Los primeros blogs surgieron a finales del siglo pasado (1994). Eran sitios con un marcado carácter autobiográfico, una especie de diario personal donde el autor contaba su vida en familia, sus preferencias musicales, sus juegos favoritos, su mascota o el osito con el que durmió hasta los quince años.... Todo ilustrado con un arsenal de recursos multimedia. La mayoría se redactaron con la intención de ser un mero intercambio de vivencias entre amigos. En realidad, eran parecidos a las redes sociales actuales, pero con un alcance infinitamente menor. Su despegue fue lento y vacilante. Dos años después de su aparición no sobrepasaban el centenar. Después se produjo la gran explosión de la blogosfera. En 2010 se registraron 133 millones de blogs. Actualmente no existen datos contrastados, no sabemos con precisión cuántos circulan por la red ni su tasa de crecimiento, aunque las estimaciones más fiables se ponen de acuerdo en que hay alrededor de 300 millones. El recuento es simplemente imposible. Obviamente, algunos son flor de un mes, muchos están varados, sin apenas entradas en años, otros a la deriva, es decir, abandonados en el aire y muchos simplemente eliminados. Ahora hay blogs de casi todo; recuerdan a los antiguos grupos de noticias y a las listas de correo.

La expansión de la blogosfera se debe en gran medida a la aparición de plataformas gratuitas de alojamiento que incorporan todos los recursos y herramientas de diseño web. Las más conocidas son Blogger, Wordpress, Wix o Medium… Aunque si tienes suficientes conocimientos de programación puedes construirte uno a la medida. Hay algoritmos que permiten controlar dos grandes parámetros: los blogueros más famosos y los blogs más visitados. Los blogueros más famosos son blogueras guapísimas con intereses unidos a grandes marcas comerciales que las financian generosamente. En realidad, son influencers en formato de blog. A su vez, los más visitados son los de moda, viajes, recetas, música, política, actividad física (fitness), informática, bricolaje, deportes, finanzas y cultura… La prensa, escrita o digital, suele incorporar sus propios blogs suplementarios. Obviamente tienen un toque menos personal y más corporativo. Inversamente, hay blogs profesionales (de bancos y grupos empresariales) que adoptan un estilo informal, amistoso, familiar incluso con el fin de captar la atención del gran público. A mí me interesan sobre todo los literarios y filosóficos. Sigo muy pocos, pero incluso en los de más excelencia, como Bernardinas del escritor turolense Antonio Castellote, creo que la interacción autor-lector es baja y breve… Cuando intervenimos, nos parecemos a esos oponentes socráticos de pega que se limitan a dar la razón al maestro o a cubrirlo de halagos. De los demás tópicos no puedo opinar, nunca he dirigido mi modesto telescopio a esas remotas regiones de la blogosfera, aunque tengo la impresión de que la inmensa mayoría de cibernautas, blogueros incluidos, prefiere dedicar su cuota de ingenio a las redes sociales. 

viernes, 12 de noviembre de 2021

El metaverso

 


Se debe al obispo anglicano irlandés y filósofo empirista George Berkeley (1685-1753) la conocida sentencia: “Ser es ser percibido”. Lo que significa que, con rigor, nada más allá de nuestra experiencia intrapsíquica puede ser confirmado como existencia segura. Para Berkeley, tan solo conocemos las cosas por su relación con nuestros sentidos, no por lo que son en sí mismas. En otras palabras, únicamente podemos aceptar como estrictamente ciertas nuestras representaciones en el gran teatro de la mente. Los límites de mis percepciones son los límites de mi mundo. La misma realidad física de las cosas queda reducida a "experiencia interior" o conjunto de percepciones subjetivas. Inmaterialismo, idealismo, psicologismo. Lo cierto es que este tipo de cuestiones, que hoy nos parecen algo rancias cuando no superfluas, eran las que ocupaban las sesudas cabezas de la Ilustración inglesa. Sin embargo, si nos tomamos más en serio la identidad entre realidad y percepción pronto descubriremos que no se trata de un mero juego de salón, de una paradoja de fabricación británica (¿sigue el cuadro colgado en la pared cuando salimos de la habitación?). Me atrevo a decir que no hay nada tan actual.

Las grandes tecnológicas, por el momento Facebook y Microsoft, se apuntan a la llamada meta realidad (meta en griego significa “más allá”). Un nuevo salto cualitativo en el uso de las redes sociales. El objetivo de Meta es crear un “metaverso”: un universo digital, un segundo mundo, al que los usuarios podrán acceder mediante dispositivos como las gafas inteligentes. El metaverso es la realización del viejo ideal de telépolis, la utopía renacentista de la ciudad perfecta, una realidad virtual y colectiva sin las limitaciones espaciotemporales del primer mundo. En este universo paralelo las personas interactúan a través de dobles o avatares en cualquier tipo de eventos imaginables en el planeta, incluso en las galaxias, agujeros de gusano y otras entelequias matemáticas. El Paraíso veneciano de Tintoretto deberá ser sustituido por las maravillas de unas culturas angélicas donde la materia se ha transformado en espíritu (otro homenaje a Berkeley). Al principio, algunos eventos serán gratuitos (el gancho) y después pago por percepción. A su vez, cada evento dispondrá de distintas variantes de creciente interés: no será lo mismo asistir en directo a un concierto de los Rolling Stones en Hyde Park que sustituir a Charlie Watts en la batería. No será lo mismo viajar a las Islas Galápagos que a una civilización perdida en el infinito, poblada por unos seres que llevan cientos de millones de años en el cosmos: en realidad una ilusión porque no dejará de ser un producto de la imaginación humana, aunque desconocemos los límites creativos de la inteligencia artificial. Por supuesto, gastos extras. Se crearán grandes plataformas temáticas. Está sobre la mesa el mayor negocio de la historia. En Meta, aún más que en el primer mundo, se puede afirmar sin ninguna concesión especulativa que ser es ser percibido. Como siempre, el cine de ciencia ficción se adelantó e incluso anticipó una meta-meta realidad: recuerdo las estupendas cintas “Desafío total”, “Matrix” o “Avatar” en las que se accede a la realidad virtual no mediante dispositivos intermedios como las gafas inteligentes, sino mediante tecnologías que conectan directamente nuestro cerebro con el tercer mundo. ¡Si el obispo irlandés levantara la cabeza!

jueves, 11 de julio de 2019

Mobilis in mobili



No me sorprendió el uso masivo que los neoyorquinos hacen del teléfono móvil. Después de todo en Madrid, en Manila, en Alaska y en cualquier rincón del mundo se hace lo mismo en un ejemplo evidente de porqué el planeta se ha convertido en la aldea global. Ya no tienen que pasar años para que las grandes tendencias culturales se difundan vertiginosamente por el mundo. Esta es la auténtica interculturalidad. El móvil es la gran posibilidad democrática. Un hombre un móvil. Incluso los mendigos envueltos en cartones y mantas raídas en las salidas de la Grand Central Station los manejan con el mayor desparpajo.
Cuando hace tiempo trabajé con la Agencia de Cooperación Internacional en la capital de Guinea Ecuatorial, el agregado cultural de la embajada me dijo que muchos de los que hablaban en la calle por el móvil, simplemente disimulaban por un tema de imagen ante sus amigos o conocidos; hablaban solos; en realidad no tenían recursos para recargar las tarjetas de prepago. O el ejecutivo que te da el viaje en el AVE con su interminable charla empresarial. Una jerga pretenciosa en la que la mitad de las palabras son inglesas sin que el iniciado sepa, probablemente, decir una frase completa en inglés. O la señora solitaria en la piscina (su marido se ha escaqueado) que se pasa la tarde llamando a sus amigas para dar un repaso a su circunstancia. Habla con ellas como si estuvieran a diez metros. Ahora el tema de moda es dónde te vas de vacaciones. Narcisismo social. Todavía no he oído a ninguna decir: yo me quedo en Madrid con ventilador y botijo porque no tengo un duro. Te envío una foto. Al final coges la hamaca y la bolsa y huyes despavorido del rollo que no cesa. Por último las comidas familiares del fin de semana en las que cualquier chorrada hay que buscarla en internet, por ejemplo el precio del vino en varias bodegas o la variedad de recetas blogueras del plato principal, para pasar de un enlace a otro sin que haya más temas de conversación que los que dicta la asociación libre de navegación. El móvil a la derecha de la cuchara (o a la izquierda del tenedor si eres zurdo). Recuerdo el cartel colgado a la entrada de una simpática taberna en un pueblo perdido de la sierra conquense: Aquí no tenemos wifi ni cobertura, hablen entre ustedes.
En la Quinta Avenida neoyorquina donde la gente transita al galope por aceras y semáforos, los transeúntes son capaces de esquivarse hábilmente mientras teclean su smartphone. Un desfile incesante de inteligencia artificial. Móvil en el elemento móvil, usando el lema del Nautilus. Se reconoce a los turistas porque se paran ante los grandes rascacielos para hacerles fotos que no caben en la pantalla. Aunque ahora hay móviles capaces de abarcar en un plano panorámico la Gran Manzana. Lo que si me resultó nuevo fue cómo los viandantes desenfundan con la rapidez de un pistolero cuando les preguntas por una calle, un restaurante o una línea de metro. Sin más comentarios localizan en un instante cualquier rincón de la ciudad. ¿Google Maps? Con el plano digital en tus narices, que no entiendes, te explican amablemente los recovecos hasta que más o menos te enteras por dónde va la cosa. Echas de menos las explicaciones farragosas de siempre. El resultado es el mismo. Tras siete consultas intuyes el camino.
Pero volvamos a casa. La evolución del comportamiento de los viajeros en el metro madrileño ha pasado por tres fases: la primera, abundantes interacciones visuales con distinto significado (un buen tema para una tesis doctoral), charlas ruidosas, pegar la hebra con el señor de al lado, avistamientos en el vagón trasero de gente conocida (saludos y traslado), lectura del periódico del vecino por encima del hombro, todo un arte, vagabundos dormidos en los asientos de los rincones, aproximaciones libidinosas al trasero de la morena y rateros de bolso y cartera en las horas punta. Después se impusieron los tabloides gratuitos que se repartían o se amontonaban en la entrada de los andenes. Noticias de agencia gestionadas políticamente. También las primeras fake news. Enormes. Además cuando terminabas de hojearlo lo dejabas en el asiento de al lado para que otros siguieran la cadena. Algunos leían el Marca. Podíamos echar un vistazo a la ruidosa portada madridista y a la chica de la última página. Los jóvenes oían música retumbante en los dispositivos Mp3. De vez en cuando se les escapaba un graznido melódico. Aparecieron los primeros móviles pero en el metro no tenían cobertura. Además sólo servían para llamar por teléfono y poner mensajes caros. La última fase coincide con la revolución digital de los smartphone y la universalización de las redes wifi. Ahora en el metro también se lee la prensa, se oye música, se siguen las series de moda, se ve la televisión o se oye la radio, se juega al ajedrez, se wasapea incluso con la novia sentada enfrente… Algunos terminan el trabajo pendiente. Los timbrazos, pitidos, tonos, avisos y notificaciones sobrevuelan el vagón.
Desde hace tiempo, el móvil forma parte del ADN de los recién nacidos. Soy padrino de una niña de un año a la que su madre le ha comprado un móvil de juguete con teclas y sonidos. En cuanto lo ve lo aparta de un manotazo y se pirra por el mío. Si se lo dejo (casi siempre), le brillan los ojos, toca con los dedos la pantalla, lo manipula, lo chupa… Luego me paso dos horas recomponiendo el lío que me ha montado.      
La cámara fotográfica del móvil también tiene su miga. Muchas personas tienen que entender que a sus familiares, amigos y conocidos les interesa hasta un cierto punto el aluvión de fotos de tu reciente viaje a Canarias o los videos de tus nietos tirándose a la piscina. También puede ocurrir que viajes con familiares, amigos o conocidos que te obligan a posar para hacerte una foto cada veinte metros. En mi opinión la mayoría de los turistas que fotografían compulsivamente los monumentos que visitan lo hacen porque si los contemplaran a pecho descubierto se aburrirían como ostras.
Los móviles tienen sus inconvenientes. Publicar en las redes sociales tu vida y milagros, por ejemplo la fecha que te vas de vacaciones, te puede costar un disgusto. Subir tus fotos en paños menores en un momento de debilidad exhibicionista, largar opiniones políticas desmadradas, hablar mal de tus jefes o presumir de tus ligues en el trabajo… un día te puedes llevar una sorpresa desagradable. Homo homini lupus. Frecuentar las aburridas páginas porno, aparte de indicar al Gran Hermano cuáles son tus pulsiones solitarias, no es obviamente lo peor. Es en esas páginas donde los niños descubren que no los ha traído la cigüeña de París y una de las razones por las que las relaciones sexuales entre adolescentes son cada vez más precoces. El problema es el acoso machista y los embarazos no deseados.
Recuerda que siempre estás en el punto de mira. Hace tiempo recibí un aviso de cierre de mi espacio en la nube (no digo cual) por subir imágenes, cuadros, desnudos la mayoría, de la conocida pintora Tamara de Lempicka. Los motores de búsqueda tienen unos criterios estéticos un tanto generalistas. La mayoría de los moviadictos dedican una parte de su tiempo libre (aunque estén en la oficina) en llenar su muro digital de asuntos varios dirigidos al núcleo de su clan. Los tuyos no te olvidan. No te engañes. Te muestras para ellos pero al final te observa todo el mundo. Otra falacia: crees tener un millón de amigos (como en la canción) pero en realidad tienes diez; y a distancia.
Otros inconvenientes: los móviles se roban. El procedimiento más conocido es el siguiente: el ladrón y su compinche se apostan en la marquesina de una parada de autobuses concurrida; por ejemplo, en la Gran Vía madrileña. Mientras esperan, la gente saca el móvil. Los amigos de lo ajeno se fijan obviamente en los de gama alta, en lo caros. Sopesan el objetivo y se suben tras la víctima que en numerosas ocasiones sube con su joya y se baja sin ella. La puede salvar seguir usándola y perderla guardarla en el bolso o el bolsillo. Hace unas semanas, al pasar junto a las instalaciones deportivas del Parque de Santander, dos chavales de unos trece años, en ropa deportiva, me pararon y me pidieron amablemente que les dejara el móvil para hacer una llamada a la madre de uno que tardaba en recogerlos. Lo llevaba a la vista en el bolsillo superior de la camisa. Lo cierto es que soy muy desconfiado. Les dije que lo sentía porque me había quedado sin batería y estaba desesperado porque tenía que llamar al dentista. Se han dado muchos casos del lance: una vez que lo tienen en sus manos corren como galgos. Son menores, aunque los trajera de la oreja un guardia no les pasaría nada. Un inconveniente más: muchas parejas de novios han roto porque ella o él se han dedicado a husmear en las chats y wasaps del otro. Por no hablar de los correos trampa, virus y estafas que nos acechan. Internet se puede convertir en un campo de minas. Lo mejor e informarse en la prensa. O la publicidad no deseada: a la quinta vez que la misma operadora me llamó en medio de la siesta para ofrecerme una propuesta que no podía rechazar, le dije que… lo sentía pero no tenía teléfono, lo cual no le impidió seguir con su monserga hasta que colgué. Mucho ojo al leer la prensa en el móvil cuando vas al retrete; conozco bastantes casos de caída en el pozo negro. Si se moja ya te puedes comprar otro. Yo interpreto este pequeño desastre como un acto fallido freudiano que oculta el deseo inconsciente de comprar otro modelo. ¡Cambiar de móvil es un misterio gozoso! El negocio de lo nuevo crece y las firmas se forran. Por eso no proporcionan recambios de baterías a los que se conforman con lo que tienen. La obsolescencia es la base del negocio. Algunas marcas o modelos de smartphone se han convertido en un símbolo de estatus; como el Rolex, el Dupont de oro o el Mercedes de gama alta. Los IPhone de Apple forman parte del universo de la exclusividad. Las sombras que se proyectan en la pared del fondo la caverna de Platón son ahora las imágenes narcisistas que nos envuelven. Recuerdo en una boda no hace mucho que un médico de la otra familia que tenía por costumbre, según observé, hablar de sí mismo y su profesión, dejó su flamante Apple encima de la floreada mesa que compartíamos a la vista de todos, un complemento indispensable. Hasta que en el barullo del cambio de platos y el servicio de bebidas, de aplausos, saludos a conocidos y vivas a los novios el móvil desapareció. En una boda de campanillas pasan por la mesa muchos camareros y personas, además de los diez comensales de la tabla redonda que también éramos sospechosos como en una nóvela de Agatha Christie.        
O cuando en un concierto de piano suena el tono polifónico de “Para Elisa”.