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viernes, 16 de mayo de 2025

Los tres votos

 

Como es sabido, los tres votos fundacionales de los clérigos de la Iglesia Católica, desde el diácono hasta el cargo supremo del Papa, son obediencia, pobreza y castidad. El primero supone la renuncia humilde a la iniciativa individual de interpretar la doctrina de la fe y la sumisión de abajo arriba a la autoridad eclesiástica. El segundo, la renuncia a los bienes materiales, al lujo y a la riqueza, contrarios a la sencillez de la vida de Jesús y el mensaje evangélico. El tercero, la renuncia a la unión conyugal y a la sexualidad, a la aceptación del celibato como pacto de entrega y dedicación plena a la misión universal de la Iglesia. En fin…

Hace quince años participé en un proyecto del Ministerio de Educación y la Agencia de Cooperación Internacional para elaborar los programas de Bachillerato de un país centroafricano. Dirigía el equipo interdisciplinar un representante de la Alta Inspección. El obispo de la diócesis de la capital, hombre culto según parece, al tener noticias de nuestro proyecto invitó al inspector a una cena en el palacio episcopal. Parte de la crónica del atónito huésped fue literalmente la siguiente: Mientras unas camareras con delantal y guante blanco servían los entrantes en bandeja de plata irrumpieron en el comedor tres ruidosos churumbeles seguidos de dos mujeres que se los llevaron de las orejas para que no molestaran.

- ¿Quiénes son, pregunté intrigado por la inesperada visita?

- Son mis hijos y sus madres.

Guardé un pasmado silencio, pero cuando pasamos al salón a tomar café no pude reprimir la pregunta obligada.

-  Con todo respeto Monseñor y disculpe mi indiscreción, ¿es acorde con la doctrina católica que un obispo tenga esposas e hijos?

- Un Pastor auténtico, respondió con naturalidad, debe compartir las costumbres ancestrales de su fieles. Sólo así podrá ejercer su sagrado magisterio y llevar la palabra de Dios a las familias.

- ¿Nadie de sus superiores le recrimina su forma de vida ni le llama la atención? Y decidí no hacer más averiguaciones.

-  Claro que no. Si lo hicieran pediría mi inmediato traslado de sede. Por supuesto, lo saben pero también lo comprenden. Esto es África, el lugar del mundo más olvidado por la divina providencia.

Salíamos de la Basílica de San Pedro en nuestro tercer viaje a Roma para dirigirnos a las estancias y galerías de los Museos Vaticanos. Al llegar a la puerta escuchamos el murmullo de los visitantes y unas voces firmes que rogaban abrir paso a una solemne comitiva. Prego, lasciate passare le eminenze. Nos detuvimos. Una doble fila de diáconos (me enteré luego del cargo) ocupaba el centro de la Basílica escoltando a tres purpurados que descendieron a la Plaza donde les esperaba un Mercedes 600 negro con chófer uniformado y bandera papal. Almuerzo en Scarpetta, supuse, uno de los restaurantes más exclusivos de la Via Veneto. Durante el paseo (esta vez saqué entradas con antelación) hasta la entrada de los Museos en territorio italiano me acordé de lo que había escrito hacía diez años en mi segunda visita: El Vaticano no está en Roma sino al revés. Roma es uno de los vastos dominios pontificios y una extensión de la autoridad espiritual de la Santa Sede. Es el Vaticano quien ha concedido el derecho de extraterritorialidad a la Ciudad Eterna. Vamos del Vaticano a Roma: hay que recorrer en sentido inverso la Via della Conciliazione para comprender donde estamos.

Estudié primero y segundo de Bachillerato en un colegio salesiano de Cuenca. Después mis padres me sacaron porque no les convencía el bajo nivel académico, el ambiente sobrecargado de religiosidad y los rumores morbosos que circulaban por la ciudad. Nunca pertenecí a la JUSAVI o Juventudes de Domingo Savio, un grupo de alumnos elegidos por su compromiso personal y naciente vocación. La clase de tropa los evitaba porque eran los oídos de los curas. Un JUSAVI de alto rango (había varios escalones), llamó a capítulo a varios descarriados, entre los que me contaba, porque Don Vicente consideraba negativa nuestra actitud ausente en la arenga matutina antes de empezar las clases, los bostezos crónicos en la misa diaria y el desinterés manifiesto por los ejercicios espirituales. Lo cierto es que si mis padres no me hubieran sacado del colegio me habrían echado. Un colega de la JUSAVI, que entró más por peloteo que por convicción religiosa, huyó despavorido en cuanto se dio cuenta de los tocamientos y desórdenes que se producían en las reuniones semanales. Los mayores hablaban y todos escuchábamos. Se sabía lo que pasaba. Una de las víctimas de los abusos sexuales fue el hijo de un coronel del ejército de tierra que al enterarse de lo que ocurría puso el grito en el cielo, se plantó sin cita previa en el despacho del director y le faltó poco para sacar la pistola. Lo cierto es que su hijo era un alma cándida, aspirante a víctima, que no distinguía el amor al prójimo con dejar que te soben. Sólo se lo contó a su padre cuando las cosas fueron a mayores. El escándalo le costó el traslado forzoso al director, al jefe de estudio, al coadjutor que dirigía la JUSAVI y algún cura libidinoso. Después el obispo activó el cortafuegos. Para entonces yo estudiaba tercero de Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media Alfonso VIII, a salvo de la quema.  

domingo, 4 de mayo de 2025

La Semana Santa. Lo sagrado y lo profano.

 

Los precursores de las procesiones de la Semana Santa en España son los Autos de la Pasión medievales, obras litúrgicas de teatro que se representaban en las iglesias y los pórticos con intención didáctica y ejemplarizante. En la Baja Edad Media cobraron auge las procesiones penitenciales de nazarenos (seguidores de Jesús de Nazaret) que desfilaban por las calles para mostrar arrepentimiento público aunque anónimo. La vestimenta consistía en una túnica de color morado, el color de la Pasión, un cíngulo o cinturón que se usaba para sujetar la túnica y un capirote o capuz puntiagudo como el que llevaban los condenados por el Tribunal de la Inquisición hasta donde se consumaba el auto de fe. Un símbolo de escarnio y arrepentimiento. Muchas tradiciones penitenciales siguen vigentes: los portadores de la cruz a cuestas, los nazarenos descalzos con el cilicio bajo la túnica, Los Picaos de San Vicente de la Sonsierra, disciplinantes de la Cofradía de la Santa Vera Cruz que se flagelan la espalda, incluso La Rompida de la Hora en Calanda donde después de 26 horas de tamborrada se suceden los desmayos, el histerismo místico y las manos ensangrentadas.

Las primeras cofradías de Semana Santa surgieron en España a partir del siglo XV. Se organizaban como gremios de creyentes que se asociaban para exaltar la fe y celebrar la Pasión de Cristo mediante desfiles procesionales. El culto a las imágenes se fortaleció tras El Concilio de Trento entre 1545 y 1563 y La  Contrarreforma. La Iglesia Católica, preocupada por la expansión del luteranismo, pidió a los creyentes manifestar públicamente su fe en las calles. Es una verdad a medias considerar a la Semana Santa una expresión de la religiosidad cristiana. Sería más riguroso decir “religiosidad católica”. Para el cristianismo reformado, protestante, la justificación mediante la fe y la lectura literal de la Biblia excluye el culto a los santos y todo tipo de signos externos: imágenes, lujo y ostentación en los templos, desfiles procesionales, peregrinaciones, liturgia. Quizás el desbordamiento de la fe en determinadas fechas, no sólo en Semana Santa, se deba a que la mayoría de los católicos son creyentes a tiempo parcial, mientras que los protestantes lo son todo el tiempo. En realidad, los textos revelados de las grandes religiones monoteístas (el Judaísmo, el Cristianismo, el Islam) prohíben la sacralización, adoración e incluso la representación figurativa de las imágenes.

Las procesiones de Semana Santa en las ciudades, pueblos y aldeas españolas conforman una variada y variopinta cultura religiosa. La Iglesia católica permite el culto a las imágenes para honrar el mensaje evangélico, pero prohíbe la idolatría. Sin embargo, la línea entre ambos conceptos es en ocasiones muy tenue. Por ejemplo, los paisanos que alardean de no asistir a la misa dominical pero son capaces de partirse la cara con sus vecinos del pueblo colindante por la excelencia comparada de sus Vírgenes patronas. O la madrugá de Sevilla; o la procesión malagueña del Cristo de la Buena Muerte escoltado por La Legión; o El Encuentro en la Calle de la Amargura de Valladolid; o la solemne procesión de la Virgen de las Angustias en Cuenca. Hace tiempo publiqué una entrada en tono menor, irónica pero sin pasarme, pensé, sobre mi visión de la Semana Santa conquense que me valió una andanada de insultos y las críticas beligerantes de algunos cofrades ofendidos. Yo mismo fui hermano de la cofradía conquense del Santo Entierro. Túnica negra, capa y guantes blancos, capirote blanco con la cruz de Santiago en el pecho, cíngulo blanco con borlas. Tres pasos. Abría la procesión el yacente, seguido de la Cruz Desnuda y Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz. Cuando desfilaba en mi época universitaria en las filas del yacente y cuando lo contemplo ahora en la bajada de la Plaza Mayor acompañado del canto del miserere siento el mismo estremecimiento y se me escapan las mismas lágrimas.  

Lo cierto es que la Semana Santa presenta aspectos no religiosos, el turismo vacacional, las especialidades gastronómicas (las torrijas, los huevos de Pascua, los pestiños, el resoli, el potaje de vigilia) y ciertas costumbres en declive: en los años sesenta se cerraban los cines, los bares y las salas de baile, sólo se escuchaba música religiosa en la radio, se recomendaba ayuno y abstinencia, no tener relaciones sexuales, usar ropa oscura o de luto (nunca roja), no jugar a los naipes, no decir groserías ni palabrotas, no clavar clavos el Viernes Santo y acudir a los oficios (en las ciudades de provincias se conoce todo el mundo). 

En fin, debemos a la teología protestante la música de Bach, las Pasiones, las Cantatas, la Misa en sí menor, los Himnos y Corales.  A la católica el resto del gran arte sacro. Las tallas de muchos pasos de Semana Santa tienen un gran valor histórico y artístico. Destacan, sobre todo, la escuela castellana y la escuela andaluza. La primera tiene su centro en Valladolid y sus máximos representantes son Gregorio Fernández y su sucesor Andrés Solanes, Francisco del Rincón, Juan de Ávila y su hijo Pedro. La segunda repartida entre las ciudades de Sevilla, Granada y Málaga, incluye artistas como Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena, Pedro Roldán y su hija Luisa o Juan de Mesa.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Hegel: el pensamiento de Dios


El concepto es el espíritu mismo y su vida.
La vida del concepto es proceso y realización como pensamiento infinito. Su imagen es la espiral que crece produciéndose dialécticamente a sí misma mediante nuevas síntesis  o totalidades concretas.
La dialéctica es el pensamiento mismo que conoce la unidad de los opuestos, desde la cual se resuelve siempre en síntesis o totalidades superiores en la cuales se suprime, se conserva y se supera.
La dialéctica es pensamiento infinito desde el cual se puede contemplar la infinitud de todas las posibles totalidades concretas, cuya resolución o identidad final (el absoluto como verdad) el pensamiento finito tan solo se atreve a presentir.
La dialéctica tiene su principio en la negación allí donde el pensamiento empírico acaba anunciando el final. La ciencia experimental es un momento del desarrollo del espíritu, a saber, la conciencia como entendimiento o conocimiento fundado de lo inmediato existente en tanto que leyes o relaciones constantes.
El concepto es la potencia creadora del espíritu como infinitud pensante que se determina a sí misma realizando en el proceso su contenido y sus determinaciones.
Las determinaciones del pensamiento reflexivo están en la Ciencia de la Lógica, cuyo apartado último se ocupa, precisamente, de su culminación en la lógica del concepto.
El concepto como producción constituyente, efectividad cumplida, proceso realizado, relación reflexiva de “todo con todo”, es decir, como totalidad agotada, aspira al saber absoluto. En esto consiste la infinitud de la reflexión determinante sobre la realidad y su relación mutua fundamentada.
La verdad, en términos lógicos, es el juicio infinito, la pura identidad mediada como juicio en el cual no sólo queda superado el juicio de existencia singular, al negarse la inmediatez del concepto que subsume, sino que la razón misma en su infinitud queda concluida en la idea absoluta.

Puesto que se ha hablado de la idea absoluta, se podría pensar que es ahora cuando viene lo bueno, que es aquí donde se va a encontrar todo. Se puede desde luego declamar insustancialmente a todo lo largo y lo ancho acerca de la idea absoluta; sin embargo, el verdadero contenido no es otro que todo el sistema, cuyo desarrollo hemos contemplado hasta aquí.
Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas  

La dialéctica de la razón es una infinita espiral en la cual lo mismo que se dice se va agrandando (la verdad de un juicio es un proceso infinito de determinaciones mediadoras).
El juicio es la realización del concepto en la reflexión determinante.
La verdad del juicio es el propio concepto determinándose, produciéndose reflexivamente hasta el infinito.
El razonamiento es el concepto mismo en su absoluta necesidad.
El pensar del razonamiento necesario es la objetividad.
La tarea de la filosofía a través de la infinita contradicción mediadora del concepto y de su desenvolvimiento hasta la idea es hacer reductible lo que para el pensamiento absoluto (Dios) es absoluta unidad o identidad acabada: se podría decir que el pensamiento divino es actualidad existente y verdadera en su totalidad infinita.
La primera implicación teológica de la filosofía de la filosofía hegeliana es que “Dios no ha muerto”.
La Lógica no es un libro que sugiera cómo hay que pensar para hacerlo correctamente (reflexión extrínseca), ni siquiera para realizar el pensamiento (reflexión determinante), sino que es el reflejo mismo de la eternidad, de cómo era la mente de Dios antes de la creación.
La Lógica es la realización de la igualdad formal entre el pensamiento humano y divino.
La Lógica de Hegel es un gigantesco silogismo cuyo contenido es Dios, es el pensamiento de Dios en su absoluta necesidad y en su libertad infinita.
La auténtica verdad es la necesidad y también la libertad misma (esto es lo que tiene de sorprendente y paradójico la verdad hegeliana).
La Lógica hegeliana sugiere y expone la infinita omnisciencia y omnipotencia del pensamiento absoluto de Dios.
La filosofía hegeliana es la teología suprema, la cual comporta la muerte del cristianismo (fe, individuo, gracia conciencia, subjetividad). En esto consiste la hipocresía de la fe, en su efectividad presupuesta pero no fundada: sólo el pensamiento hace al hombre verdadero.
Todo el pensamiento de Hegel se basa en la necesidad de la infinitud misma, del pensamiento infinito, de Dios. La necesidad de Dios surge de la infinitud del pensamiento y de la realidad, como en el tercer postulado kantiano de la razón práctica: Dios es la síntesis absoluta de la totalidad de lo real.
Lo más parecido al espíritu absoluto hegeliano “a esta altura determinada de los tiempos” es Google o, en general, los motores de búsqueda en Internet. A través de Google se puede acceder a la totalidad del saber humano como producción colectiva siempre aumentada y cada vez más elevada en la espiral del conocimiento. Los enlaces o hipervínculos semejan la función mediadora de la dialéctica al poner en relación todo con todo en cantidad y cualidad. La principal diferencia es que Google es un reflejo de la totalidad de la historia, no de la eternidad, es decir, del pensamiento absoluto realizado y concluido de Dios.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Deus sive natura

La solución al problema teológico (no religioso, no hablo aquí de creencias basadas en la fe) de la existencia y esencia de Dios que más me ha convencido con bastantes cabezas sobre los demás colocados ha sido la del filósofo holandés de origen sefardí hispanoportugués Baruch Spinoza (1632-1667). Una solución realmente comprometida con la razón y la intención de verdad, al contrario que la apuesta de Pascal sobre la existencia de Dios, ventajista y con aroma de sofisma.

Resumimos su argumentación filosófica: dice Spinoza, dentro de la clásica distinción del pensamiento cartesiano: por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí; esto es, aquello cuyo concepto, para formarse no precisa del concepto de otra cosa. Es, por tanto, autosuficiente. Con arreglo a esta definición, en sentido estricto existe una sola sustancia: la sustancia infinita, es decir, Dios. Dios, tiene infinitos atributos, de los cuales el hombre sólo puede conocer dos: el pensamiento y la extensión (los principios fisicomatemáticos de la materia como principal atributo de la naturaleza). El pensamiento es la manifestación espiritual de Dios. El universo, el cuerpo como parte de la naturaleza, es su manifestación material. Dios no es trascendente sino inmanente al universo y al hombre como partes de Sí mismo. De este modo, pensamiento y materia son sólo dos modos o expresiones cognoscibles de la sustancia infinita. A la pregunta de si la razón absoluta es un atributo de Dios, Spinoza diría que no lo podemos saber, aunque se manifieste como pensamiento en el hombre. La afirmación “Dios piensa” puede ser una trivialidad (quizás un modo secundario sub especie aeternitatis) o un modo exclusivo del Dios en el hombre. Podemos afirmar que el hombre, un modo de la sustancia infinita, puede pensar a Dios, pero nada más…

En tanto que natura naturans, Dios es y da origen a infinitos modos o atributos (natura naturata). Para Spinoza Dios es todo y fuera de él nada existe. Se trata de una teología panteísta. El panteísmo identifica a Dios con la totalidad de lo real. Dios está en todo. Todos los seres del Universo son parte de Dios. El universo, la naturaleza, es una manifestación o despliegue ontológicamente diferenciado de Dios. Estas ideas, incluso en la tolerante Holanda, le valieron la expulsión de la comunidad judía y el destierro, así como la censura o prohibición de sus escritos. Al menos no acabó en la hoguera como Giordano Bruno por sostener ideas similares.

Sin embargo, sus escritos y obras permanecieron y fueron apreciadas por una gran cantidad de creyentes y sabios a lo largo de la historia. Uno de ellos fue Albert Einstein. El autor de la teoría de la relatividad en algunas entrevistas manifestó su dificultad para contestar a la pregunta de si creía en la existencia de Dios. Si bien no compartía la idea de un Dios personal, providente y finalista manifestó que la razón no es capaz de comprender la totalidad del universo, a pesar de ser capaz de describir matemáticamente la existencia de una armonía y un orden admirables. Cuarenta mil años de evolución del cerebro humano no son suficientes para descifrar un enigma dentro de un misterio que es el universo conocido, surgido de una inimaginable explosión hace catorce mil millones de años; acaso una cáscara de nuez flotando en un océano de infinitos universos paralelos con distintas dimensiones. Quizá podemos especular que inteligencias más antiguas y avanzadas del cosmos profundo alcancen a conocer otros atributos del Dios de Spinoza. Si el artesano pulidor de lentes, profesión a la que se dedicó Spinoza tras su expulsión de la comunidad hebrea, hubiera conocido los telescopios actuales, habría afirmado que la talla de tan potentes instrumentos nos permite vislumbrar pinceladas fugaces del gran retablo de Dios.    

Aunque a menudo se le consideró un ateo convencido, la experiencia religiosa de Albert Einstein estaba más cerca de un sofisticado panteísmo. El ganador del premio Nobel de Física manifestó que la concepción teológica más sugerente era la de Spinoza: un Dios que constituye el todo y se manifiesta a través de sí mismo. Para Einstein, las leyes naturales, hasta donde conocemos, existen y constituyen un orden irrefutable, necesario y perfecto: Dios no juega a los dados con el universo, sentenció metafóricamente. Como Spinoza, Einstein no dio un paso más. Deus sive natura; Dios o la naturaleza. Esta es la cuestión en la que detiene cualquier afirmación racional sobre el tema, desde Tomás de Aquino hasta la más avanzada física teórica. Incluso la afirmación de otro gran físico Stephen Hawking: El Universo no necesitó ayuda de Dios para existir puede ser interpretada desde una perspectiva panteísta.

Acaso la forma más pura de religiosidad (cambiamos de perspectiva) sea la de aquel que cree firmemente que Dios existe pero que a partir de esta convicción no expresa nada más (ni a nadie) ni interior ni exteriormente porque sabe que Dios no se ocupa del hombre y lo contrario es mera superstición desmentida por el mundo. 

Concluimos esta interpretación del pensamiento e influjo de Spinoza con el maravilloso soneto que le dedicó Jorge Luis Borges.


Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales.)

Las manos y el espacio de jacinto
que palidece en el confín del Ghetto
casi no existen para el hombre quieto
que está soñando un claro laberinto.

No lo turba la fama, ese reflejo
de sueños en el sueño de otro espejo,
ni el temeroso amor de las doncellas.

Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas.

lunes, 27 de noviembre de 2017

La vida monacal


Si quieres matar a un fraile, quítale la siesta o dale de comer tarde (dicho burgalés).

He visitado por tercera vez el Monasterio de Silos. Volvimos, tras un recorrido por la Rioja, no tanto por la belleza del doble claustro románico, la sala capitular, la puerta de las vírgenes, el museo, la botica o el enhiesto ciprés al que Gerardo Diego dedicó uno de los más bellos sonetos de la lengua castellana, sino para escuchar en vivo por primera vez la solemne monodia del canto gregoriano. Ignoraba que el monasterio tuviera una biblioteca con más de 160.000 ejemplares sólo accesible a los monjes o a los investigadores que lo soliciten.  
Al final, lo que realmente me enganchó fue el misterio religioso de la vida monacal. Del famoso ORA ET LABORA, el lema que expresa la vocación y la vida monástica benedictina, lo que me interesó fue el primer término de la locución; por tanto, no me refiero aquí al funcionamiento mundanal del monasterio: ni a las labores internas (la distribución del trabajo entre los miembros de la comunidad: la economía, la limpieza, el mantenimiento, la cocina, la encuadernación, la alfarería, la orfebrería, el huerto y la granja, entre otras muchas); ni a las externas (la hospedería, la tienda, las grabaciones, la comunicación con los medios, las visitas de los turistas, las misas por encargo, la relación institucional de la abadía de Silos con la jerarquía eclesiástica y la Congregación Benedictina o los acuerdos legales de la orden con la comunidad autónoma de Castilla y León).  Por cierto, La Abadía dispone de una estupenda página web.  
Hizo esta vez de guía un monje joven, de no más de treinta años, con el hábito negro benedictino; iba sin capa y con sandalias, a pesar de la rasca que estaba cayendo a la caída de una tarde brumosa de finales de otoño. Tenía un suave acento andaluz. Al hilo de sus explicaciones sobre el significado de los relieves de los ángulos del claustro (prescindió de los capiteles), nos fue examinando entre bromas y exageraciones sobre distintos aspectos de la religión y la liturgia católica; y, sobre todo, de la vida monacal como itinerario que va desde la toma del hábito, los votos de obediencia, castidad y pobreza, la renuncia a la vida extramuros (voto claustral), incluida la familia y la integración en una nueva familia (la comunidad de monjes), hasta el ideal del perfeccionamiento de la fe y la obtención de la salvación eterna. La llamó El Paraíso y tuve que morderme la lengua para no preguntarle qué entendía exactamente por El Paraíso. Además estaba seguro de que me hubiera contestado que el encuentro con Dios, lo cual me hubiera dejado igual. El joven insistió en el relieve de La duda de Santo Tomás situado en el ángulo noroeste del Claustro. La fe es un don que Dios otorga al monje en forma de llamada, pero es un camino largo, incierto y lleno de peligros. Al despedirse, nos rogó con voz queda que rezáramos por su persistencia en la fe verdadera. Llamaba la atención la espontánea bondad de su mirada. Hacía mucho que no veía algo así.   
La pauta de la vida espiritual, la oración, tal y como ordenó su fundador, San Benito, se basa en la Liturgia de las Horas Canónicas que se oficia siete veces al día basándose en el libro de los Salmos (“Siete veces al día te alabaré”) y obliga a los monjes a rezar en siete momentos puntuales de la jornada. Sólo es obligatorio que la comunidad se reúna en la Iglesia para celebrar las horas mayores (maitines, laudes y vísperas). Las horas menores pueden celebrarse en el lugar donde se encuentren los monjes tras interrumpir sus labores. Las oraciones están relacionadas con cada momento del día, que a su vez se vincula con las distintas etapas de la vida (sería demasiado prolijo entrar en materia): maitines (4 y media de la mañana), laudes (en torno a las 7 de la mañana), tercia (alrededor de las 9 de la mañana), sexta (a las 12 de la mañana), nona (a las 3 de la tarde), vísperas (6 y media de la tarde) y completas (entre las 8 y las 9 de la noche).
El ORA benedictino tiene que ver con la creencia en el poder y la eficacia de la oración tal y como el propio Jesucristo manifestó en reiteradas ocasiones en el Evangelio. La oración cumple una triple función: ascética en cuanto contribuye a perfeccionar la vida espiritual del monje, de apostolado para aumentar la presencia y persistencia de la fe entre los hombres y de intercesión ante Dios para pedir ayuda por las necesidades más acuciantes de la humanidad. La clausura monacal impide, por supuesto, desarrollar labores propiamente sociales: atención a los pobres, cuidado de los enfermos o dedicación a la enseñanza.
Nosotros asistimos a vísperas. Coincidió con la festividad de la Almudena en Madrid por lo que La Iglesia de la Abadía estaba llena. Mi primera decepción es que la comunidad era sólo de 27 hermanos. La segunda que sólo cantaban 10, los de la bancada de la izquierda. La tercera es que no cantaban tan bien como esperaba. Nada que ver con las espectaculares grabaciones que puedes comprar en la tienda del monasterio. Lo que me fascinó fue la pompa y circunstancia del ritual, el silencio reverencial de los asistentes, el olor a incienso, los siglos de historia que sobrevuelan los muros... Lo sagrado.
Es evidente, como reconoció con gracejo nuestro guía, que la crisis ha alcanzado también a las vocaciones. Es difícil desvelar los motivos que pueden llevar a la vida monacal. Comprendo que en la Edad Media era una forma de comer en los hijos de las familias pobres y una obligación en los hijos de las familias ricas, pero en la actualidad ambos motivos han caducado. A mí me da la impresión, mera intuición sin conceptos, que los monjes de clausura se consideran los depositarios últimos de una fe que declina, los conservadores privilegiados de una verdad universal que ha de ser mantenida en su pureza original, los intercesores auténticos entre Cristo y los hombres. Se consideran la última puerta del baluarte de la Iglesia. Son los apóstoles de una espiritualidad y una visión mística que resultan a la vez muy sencillas y muy difíciles de explicar.

lunes, 8 de mayo de 2017

La experiencia religiosa


A lo largo de la historia del pensamiento se han producido variados compromisos ante la experiencia religiosa y, en particular, diversas concepciones, incluso contrapuestas, de la existencia, significado y función de la idea de Dios. La Prehistoria y los primeros imperios arcaicos, La cultura grecolatina, la Edad Media, el Renacimiento, El Barroco, la Ilustración, el Romanticismo, el Siglo de la ciencia y la tecnociencia... Vamos a resumir el concepto que han tenido cada una de las grandes posiciones teológicas sobre el hecho religioso: animismo, politeísmo, teísmo, fideísmo, deísmo, panteísmo, ateísmo, agnosticismo, misticismo, solipsismo e indiferencia religiosa.
- Animismo. El hombre ha creído en lo sobrenatural desde la misma antropogénesis o proceso de hominización. Los yacimientos paleoantropológicos muestran al Homo erectus enterrado en posición de mirar a los cielos, de lo cual algunos especialistas han deducido unas incipientes inquietudes religiosas en los comienzos de la especie humana. Además, la mayoría de los monumentos funerarios en los yacimientos prehistóricos revelan la creencia en una vida sobrenatural después de la muerte. Las teorías antropológicas muestran la continuidad entre la religión y el animismo o suposición de que el mundo está poblado de espíritus poderosos, activos e intencionales. El dualismo antropológico, es decir, la creencia de que el hombre es un compuesto de un cuerpo material y mortal, y un alma espiritual e inmortal, es una concepción del ser humano que hunde sus raíces en las ideas animistas propia de la conciencia mítica. Asimismo, la hechicería o magia pública, cuyas prácticas propiciatorias no se limitan a buscar aplicaciones buenas o malas para los individuos, sino que buscan el beneficio de toda la comunidad, tiene una afinidad evidente con la religión. El antropólogo James George Frazer (1854-1941) autor del famoso libro La rama dorada, sostiene que en las etapas iniciales del saber humano las funciones de los magos y los sacerdotes no estaban diferenciadas. Esta superposición o mezcla de magia y religión se encuentra todavía en numerosas culturas actuales. Frazer afirma que el animismo da lugar a la magia y esta a la religión. Con toda probabilidad, la primera manifestación específica de religiosidad es el totemismo que consiste básicamente en un complejo sistema de ideas, símbolos y rituales, que vinculan de modo animista a un individuo o un grupo social, con un animal, un vegetal e incluso con un objeto. Los estudiosos afirman que las creencias y prácticas religiosas posteriores se derivaron del totemismo.


- Politeísmo. Se suele considerar al politeísmo como un estadio inicial de la religión. Consiste en la creencia en la existencia de una pluralidad de dioses o divinidades. Las culturas primitivas del Paleolítico Superior y del Neolítico (Asiria, Mesopotamia, Egipto, Persia) fueron politeístas. También la Cultura grecolatina. Las divinidades representan a las grandes fuerzas de la naturaleza (politeísmo naturalista) o a los modelos o arquetipos del pensar y sentir del hombre (politeísmo antropomórfico).  
- Teísmo. El teísmo es la posición doctrinal que sostiene que Dios existe y puede ser conocido. Los teísmos se diferencian entre sí por la vía de conocimiento que consideran más adecuada para acceder a la divinidad. Unos teístas consideran que tal vía es la razón, es decir, las facultades naturales del conocimiento, y otros la fe o conocimiento sobrenatural de Dios. A estos últimos también se les denomina fideístas. Los vamos a separar conceptualmente para darles un tratamiento aparte. El teísmo es una posición vinculada sobre todo a la teología cristiana medieval. San Agustín (354-430) y Sto.Tomás de Aquino (1224-1274) son teólogos teístas. En términos generales, mantienen que la existencia de Dios puede ser demostrada con argumentos o pruebas racionales: cosmológica (la razón exige que el universo tenga una primera causa incausada a la que llamamos Dios), histórica (todas las sociedades conocidas, de un modo u otro, tienen creencias y prácticas religiosas), antropológica (Dios forma parte necesaria de la condición humana, “es más íntimo al hombre que el hombre mismo”) y en particular, la prueba teleológica basada en la idea de que existe una inteligencia ordenadora de los fines naturales (leyes físicas) y humanos (ley moral).
- Fideísmo. El fideísmo mantiene que las solas facultades naturales del conocimiento son insuficientes para conocer plenamente a Dios. Sólo podemos conseguirlo con la ayuda imprescindible de la fe. La fe es un don sobrenatural, individual, invisible y misterioso que algunas personas reciben de modo gratuito e inexplicable de Dios. La fe no es siempre un otorgamiento puramente pasivo. Podemos propiciarlo mediante una apertura activa que nos permita acercarnos a ella y conseguirla finalmente. El fideísmo es una posición vinculada sobre todo a la teología cristiano-protestante. Lutero (1483-1546) es el máximo representante de esta postura teológica.
- Deísmo. El deísmo es la concepción teológica propia de la religión natural. Los supuestos doctrinales del deísmo son las siguientes:
Dios existe y es el creador del mundo y de sus leyes. No podemos conocer racionalmente la existencia ni la esencia o atributos de Dios. Una vez creado el mundo, Dios deja de intervenir en él, por tanto no existe la providencia divina. Dios no es responsable del mal en el mundo que solo es imputable al hombre. La reducción de la religión a los límites de la mera razón supone entender la religión como un código ético.
La religión natural y el deísmo son un producto específico del espíritu ilustrado del siglo XVIII, aunque su persistencia cultural y su aceptación individual en la actualidad estén fuera de duda. Fueron partidarios del deísmo pensadores ilustrados como Locke (1632-1704), Newton (1642-1727), Voltaire (1694-1778) y Kant (1724-1804).
- Panteísmo. Identifica a Dios con la totalidad de lo real. Consiste en la creencia o en la concepción racional de que Dios está en todo. Todos los seres del Universo son parte de Dios. El universo es una manifestación o despliegue de Dios. Los distintos niveles de la realidad son propiedades materiales de Dios. Giordano Bruno (1548-1600) o Spinoza (1632-1677) fueron filósofos panteístas.
- Ateísmo. Aunque la religión es una institución que se da en todas las sociedades, no es un fenómeno general entre los individuos. Hay actitudes y compromisos personales contrarios o ajenos a la experiencia religiosa: las tres más conocidas son el ateísmo, el agnosticismo y la indiferencia religiosa. El ateísmo consiste en creer simplemente o en demostrar racionalmente que Dios no existe. En el primer caso, se trata de un ateísmo práctico, el cual se sitúa al margen de la existencia de Dios, sin plantearse teóricamente el problema de su existencia. En el segundo caso, se intenta racionalizar el sinsentido o absurdo de aceptar la existencia de Dios. Muchos son, por otra parte, los grandes filósofos que han sido racionalmente ateos, como Marx (1818-1883), Nietzsche (1844-1900), Freud (1856-1939) o Sartre (1905-1980). Actualmente, científicos como Stephen Hawking afirman que la ciencia puede concluir experimentalmente la no existencia de Dios.
- Agnosticismo. Consiste en creer simplemente o en pensar racionalmente que no es posible conocer si Dios existe o no existe. No afirma ni niega la existencia de Dios. Sólo mantiene que las facultades del conocimiento humano no pueden demostrar la existencia de Dios o su negación. Igual que en el caso del ateísmo cabe distinguir una agnosticismo práctico y uno teórico. Tanto Bertrand Russell (1872-1970), como el intelectual español Enrique Tierno Galván (1918-1986) fueron firmes defensores del agnosticismo teórico.
- Misticismo. Sostiene la vivencia de la unidad del alma humana con Dios en su grado más perfecto y eminente (aunque tal experiencia solo sea instantánea o momentánea) mediante una visión directa y pura denominada éxtasis. Se define como un Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones. Entre sus representantes más ilustres están Plotino (siglo III d.C.), el maestro Eckart (1260-1328), Jan van Ruysbroeck (1293-1381), Tomás de Kempis (1380-1471), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), San Juan de la Cruz (1542-1591), Angelus Silesius (1624-1677) o Emanuel Swedenborg (1688-1772).
- Solipsismo. Posiblemente es la forma más pura de experiencia religiosa. Podemos llamarla la religiosidad “del creyente desconocido”. Nadie sabe nada de su fe: ni sus padres, hermanos o amigos; ni siquiera su esposa e hijos. Todo el misterio queda dentro de su conciencia y su vinculación con lo trascendente es personal e incomunicable. Dios es lo inefable (lo indecible, de lo que no se puede hablar ni dar testimonio público). Nadie hace de intermediario entre él y lo santo. Tampoco es un místico (siempre dispuesto a manifestarse o a escribir sobre sus visiones ni tampoco apela al éxtasis). Los límites de su experiencia religiosa son el contacto secreto con Dios sin más. Tal contacto puede ser discontinuo y manifestarse exclusivamente en determinadas ocasiones y circunstancias. Su creencia no busca ninguna repercusión mundana ni defiende necesariamente la inmortalidad transmundana.  

- Indiferencia religiosa. Consiste en creer simplemente o en pensar racionalmente que la experiencia religiosa, al margen de cualquier intento de penetrar en sus temas y problemas, carece de interés personal.

jueves, 5 de mayo de 2016

La teología luterana


Son profundas las diferencias que separan a la teología católica de la luterana (originalmente reformada y, en general, protestante). Diferencias que, por supuesto, se mantienen en la actualidad. Mucha gente piensa que “aunque no son exactamente lo mismo” es más lo que une a cristianos católicos y protestantes que lo que los separa. Nada más inexacto.
Martin Lutero (1438-1546), al igual que Erasmo, se caracteriza por su escepticismo sobre las posibilidades de la razón en cuestiones religiosas y la insistencia en considerar la unión con Dios como un asunto puramente personal. Para Lutero, las especulaciones filosóficas de la teología conducen a una excesiva racionalización del cristianismo y a un alejamiento e incluso a una pérdida de la fe. La teología luterana se vincula con la filosofía de San Agustín y Guillermo de Ockham y es contraria a la Escolástica medieval, en especial a la tomista. 

La doctrina luterana comienza con un nuevo concepto de la fe que deja de ser un acuerdo constante y total con el dogma infalible de la Iglesia Romana para designar la experiencia individual de una relación directa con Dios. Se trata de la doctrina de la justificación por la fe que se puede resumir en los siguientes puntos:
- El hombre entra en contacto con Dios mediante la fe, una profunda vivencia religiosa que Dios otorga a algunos hombres para su salvación.
- La absoluta trascendencia de Dios lo convierte en un ser oculto e infinitamente separado del hombre (Deus absconditus). Nuestro conocimiento de Dios debe iniciarse en la comprensión de la figura de Cristo: la fe cristiana se basa en el acontecimiento de la redención y muestra al hombre que el único atributo que se puede conocer de Dios es la misericordia, revelada en el sacrificio de la cruz.
- Solo una profunda fe en Dios, en su ilimitada misericordia, a la vez que el reconocimiento sincero de nuestra condición finita y pecadora puede justificarnos. A cambio de esta fe veraz, del reconocimiento expreso de nuestra condición culpable y del derecho de Dios a condenarnos, otorga Dios el don de la gracia y la posibilidad de salvarnos.
- Dios otorga la gracia a cambio de una fe auténtica sin que existan medios seguros para comprobar si tal fe es (o no) auténtica para Dios. Es imposible saber si alguien está entre los elegidos para salvarse pues todos los signos mundanos, incluida la pretensión de santidad, son inciertos y prejuzgan los designios de la voluntad divina. Por consiguiente, unos hombres reciben la gracia salvadora y otros no sin que nuestro entendimiento pueda descubrir las causas. De esto se sigue la idea de la divina predestinación por la cual unos hombres están destinados, por un decreto misterioso, incomprensible pero justo, a salvarse y otros a condenarse.
- La justificación por la fe excluye las garantías de salvación basadas en la valoración moral que los hombres hagan de sus propios actos. Sólo podemos salvarnos por la gracia otorgada y las obras no bastan puesto que es imposible para el hombre, aunque sea sacerdote o el propio Papa, saber con certeza lo que Dios considera bueno o malo. De ahí la famosa frase de Lutero: Sé un pecador y peca fuerte, pero deja que tu fe sea más fuerte aún.
- La Iglesia Católica no es la intermediaria válida entre Dios y el hombre ni la interprete fiel del dogma cristiano (lo cual relega la conciencia individual a un segundo plano). No existe una ley moral universal o natural que Dios comparte con los hombres. La única ley moral es la que dicta en cada caso, en cada acto individual, la voluntad omnipotente de Dios, sin que sus designios estén al alcance de la razón. La soberanía de Dios es superior al libre albedrío humano. Solo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo.

- Lutero excluye la autoridad de la Iglesia y del Papa como origen de la salvación personal (ningún hombre puede conceder dones sobrenaturales que propicien o garanticen la salvación) y también como fuente de verdadera religiosidad puesto que la única fuente fiable es la Biblia y la capacidad de interpretación que tiene la conciencia de cada cristiano (libre examen). Ningún hombre tiene el poder de perdonar los pecados, solo puede obtener el perdón un autentico arrepentimiento ante Cristo.
- La justificación personal excluye el culto a los santos y cualquier tipo de manifestaciones externas de la religiosidad, como imágenes (idolatría), ostentación y lujo en los templos, procesiones, peregrinaciones, liturgia…
- El sacerdocio es universal a través del bautismo y el orden sacerdotal es una mera designación de oficio (especialista en los textos sagrados). La Iglesia es un cuerpo místico e invisible de la que sólo Cristo es cabeza, cuya norma exclusiva es la palabra de Dios y cuyos únicos sacramentos son los instituidos por Cristo: bautismo y eucaristía.  Lutero defendió la separación entre la Iglesia y el Estado.