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miércoles, 21 de febrero de 2024

El fin del mundo

 

Recién llegado de un congreso en Lyon sobre Jean Fouquet, el mejor pintor y miniaturista francés del siglo XV, me cité con el coronel Carlos Abengoa, doctor en historia por la UNED, al que no veía desde hace meses. Compartimos mesa para disfrutar de unos callos a la madrileña en el restaurante García de la Navarra con un amigo común, Eduardo Barrios, profesor titular de la asignatura de Procesos y computación en la Escuela Superior de Ingenieros Informáticos.

Según parece, dijo Barrios tras apurar su primera copa de Ribera del Duero, el último logro de la Inteligencia Artificial consiste en clonar la imagen y la voz o convertir texto en contenido audiovisual en minutos. Los emprendedores han encontrado por fin su Arcadia digital. Imaginen las empresas de nueva creación: Burial o Lazarus resucitan a los seres queridos, incluidos perros y gatos, para que hables, discutas o llores mediante modelos exactos de telepresencia holográfica sin dispositivos audiovisuales de apoyo. O con apoyo. La semana pasada tuve la oportunidad de recorrer Florencia con unas gafas Apple de realidad virtual. Por supuesto, es más perfecta que la realidad real. Una Florencia de ensueño. Puedes ver en un entorno de 360 grados y alta definición 8K el humo de las tazas de chocolate que saborean los turistas en las terrazas de la Piazza della Signoria; o los imperceptibles defectos del mármol blanco de los dedos del David de Miguel Ángel. En Uffizi, la Venus de Botticelli te ofrece sus labios entreabiertos… O mejor, en medio del Ponte Vecchio sales tú de una joyería treinta años más joven de la mano de Margot Robbie a la que acabas de regalar unos pendientes de oro blanco, diamantes y esmeraldas. Por no hablar de las posibilidades que se abren a la industria del sexo manipulado, el fraude cibernético o la falsificación profunda. Será imposible que no te estafes a ti mismo.

En todo caso, metí baza, de los innumerables usos de la Inteligencia Artificial, el más crucial y, a la vez, más secreto es su aplicación a la industria militar. Asistimos a la invención de tecnologías cada vez más letales e indetectables. Los escenarios bélicos y las maniobras por tierra, mar y aire se han convertido en el escaparate de las grandes potencias militares. Armerías a escala mundial. Nos quejamos del control de las grandes tecnológicas sobre la vida privada. Pequeñeces. Te inundan de publicidad, llamadas durante la siesta y correos tóxicos con faltas de ortografía. Como mucho las redes sociales te advierten que no te pases o te bloquean por impresentable. Por supuesto que tus comunicaciones están monitorizadas por los servicios de inteligencia; o por los ojos electrónicos de una atmósfera saturada de satélites capaces de detectarnos con una resolución de menos de un metro; a no ser que te metas en líos serios o seas el hilo conductor de alguno les importas un bledo. Y viceversa. En unos años la Luna será el objetivo estratégico de los señores de la guerra. El peligro de la IA para la extinción de la humanidad a corto plazo no es el imperio final de las máquinas tipo Matrix en que los algoritmos dominan el mundo y se dedican a cultivar humanos, sino el Armagedón devastador que puede desencadenar la carrera de armamentos. Sabrás que el mundo cesa por una súbita luz incandescente, el temblor de las paredes y la temperatura anormal de la cuchara del café.

Se habla de las capacidades creativas de la IA, intervino el coronel. Ningún gran maestro ni computadora programada es capaz de derrotar a la impresionante Alpha Zero, la inteligencia artificial creada por Deep Mind, propiedad de Google. Tras jugar casi cinco millones de partidas durante cuatro horas, Alpha Zero obtuvo el mismo conocimiento que los humanos en casi 1.400 años. Lo he leído en el vuelo. Peter Heine Nielsen, analista de Magnus Carlsen, campeón del mundo, declaró a la revista CHESS Magazine: Siempre me he preguntado cómo sería si una raza superior aterrizara en la tierra y nos enseñara cómo juegan al ajedrez, y ahora siento que ya lo sé.

Profetizó el ingeniero informático (tercera copa de Ribera) que, aunque nosotros no lo veremos, una máquina de inteligencia artificial será capaz de escribir capítulo a capítulo las andanzas del caballero andante y su fiel escudero todavía mejor que Cervantes, como en el relato de Borges Pierre Menard Autor del Quijote. Ante mis airadas protestas por la vinosa distopía, Barrios me sugirió que todo es mejorable, la ciencia en primer lugar. Los avances en micro y macrofísica no serían posibles sin la aplicación de modelos de IA a la mecánica cuántica. ¿Por qué no imaginar que pueden aplicarse el arte? Quizás el Don Giovanni de Mozart oculta dos arias maravillosas o la décima sinfonía de Beethoven está latente en las anteriores. O que Johannes Vermeer no supo sacar de su paleta su obra maestra y la IA será capaz de darle luz y color. 

Replicó Abengoa que detestaba la analogía entre nuestros amigos inhumanos que nos superan en los escaques y las creaciones literarias, musicales o pictóricas. Por ahora, prosiguió, la capacidad de la inteligencia artificial como autor carece de sustancia. Los intentos que se han hecho han sido un fracaso. Hace poco la Orquesta sinfónica y Coro de RTVE interpretó en el Teatro Monumental de Madrid la primera obra compuesta con IA. El resultado ha sido calificado por la crítica especializada de pastiche. El director, prudente con los patrocinadores, dijo que nos podía servir de ayuda. Los relatos sobre temas sencillos, sacados, por ejemplo, de las fábulas de Samaniego son tópicos decepcionantes. Si se trata de narrar un tema más complejo como los celos es una mera clasificación o un dislate. Algunas madres utilizan El ChatGPT para disponer de cuentos infantiles que leen a sus hijos en voz baja antes de que doblen por la noche. Los que conozco son simplones, predecibles y aburridos. Ignoro si se ha alimentado algún programa de inteligencia generativa con las obras de los clásicos de la literatura o de las artes plásticas y cuál ha sido el resultado. Después de todo, imitar a Modigliani no es tan difícil. Según parece la mitad de los que cuelgan en los museos son falsos.

En cualquier caso, opiné, si se cumplen las profecías estéticas del Doctor Barrios (algunos apocalípticos afirman que la música de Bach responde a patrones matemáticos) será el momento de reconocer que el fuego, la rueda, la imprenta o internet no han sido los principales inventos de la humanidad. Y de aceptar que a medio plazo no tenemos la más mínima posibilidad de sobrevivir a las máquinas. Lo que sucederá después es inevitable. Si todavía estamos a tiempo será el momento de bombardear las bases de datos. 

P.D. A los postres (torrija con bola de helado y chupito de melocotón) la Inteligencia Emocional que reúne a los viejos amigos nos condujo a la Antica Hosteria Romanesca en la Plaza del Campo dei Fiori. Hacía una año que habíamos compartido mesa sin más pretensiones que comer un plato de pasta regado con Chianti, observar el trasiego del popular mercado y contemplar la estatua dedicada a Giordano Bruno, en el centro de la plaza (lugar de las ejecuciones capitales) donde el jueves 17 de Febrero de 1600 la Inteligencia Natural más fascinante del Renacimiento, acusado de herejía, fue quemado vivo en la hoguera por decreto de la Santa Inquisición durante el papado de Su Santidad Clemente VIII, Pontífice Máximo de Roma.  

miércoles, 27 de diciembre de 2023

La Superliga

 

En estas fechas me suelo reunir con mi buen amigo el coronel Carlos Abengoa, doctor en historia por la UNED, al que conocí durante mis viajes profesionales a un país africano por encargo de la Agencia de Cooperación Internacional. Siempre generoso, esta vez me invitó al elegante té de la tarde en el lujoso salón del Mandarín Oriental Ritz. Eché de menos la tortilla de patatas, las croquetas de gambas y el jamón bien cortado. La verdad es que no me convencen los bocaditos de filigrana, los hojaldres rellenos de no sabemos qué, las infusiones de jazmín y aromas exóticos o los sabores demasiado delicados de la repostería. Asentimos a las conferencias gastronómicas del impecable servicio con interés educado y preguntamos un par de chorradas por no parecer demasiado paletos. En mitad de la desconexión unas espectaculares bellezas cruzaron el salón entre cantos de sirena. Fue el momento de las grandes preguntas kantianas. Toda una experiencia navideña si no la pagas tú.  

- Resulta sorprendente, dije, mientras cogía con melindre un canapé de mousse de cangrejo, que Miguel Ángel Gil Marín, un buen gestor en las antípodas de su padre, se dejara embaucar por Laporta y Florentino para que el Atlético fuera uno de los doce equipos fundadores de la Superliga. De inmediato el prepotente Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, los fulminó con la espada flamígera de la expulsión. Excepto los dos grandes de España y algún indeciso italiano, el resto volvió grupas al día siguiente.

- Lo cierto es que son imprescindibles unos organismos que regulen y organicen de abajo arriba las innumerables competiciones del ancho mundo, añadió Abengoa. El problema no son las federaciones sino su perversión. La mesa de los siete pecados capitales. Por ejemplo, nunca me he creído los sorteos de octavos de la Champions League. Están teledirigidos. Fíjate en el último. Nunca se cruzan los grandes expresos. Con alguna excepción ocurre lo mismo en los sorteos anteriores. A un equipo grande siempre le toca uno mediano o menor. Hay tal volumen de intereses en juego que la UEFA no se puede permitir duelos a muerte entre los clubs más rentables. Tengo dudas de lo que se cocina en cuartos.

- Barça y Madrid unidos por la pasta, recordé, mientras mordía uno de los bollos cremosos con ademán de buen inglés a la hora del té.      

- He leído la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la Superliga. Acusa a la FIFA y a la UEFA de abuso de posición dominante -la expresión es una tautología- y violación de las normas de competencia, libre mercado y monopolio. Se veía venir. No temáis, pues os anuncio una gran alegría: los aleluyas de Florentino están justificados personalmente, pero carecen de contenido objetivo. A partir de ahora se acabaron las amenazas y empieza la nada. La frase lapidaria de que a partir de ahora los clubes serán los dueños de su destino es un brindis al sol. Dudo que sea posible promover una competición europea al margen de la UEFA. Pueden hacer lo que quieran, espero que empiecen lo antes posible con... dos clubes, ha ironizado Ceferin. 

- Bern Reichart director ejecutivo de A22 Sports Management, la empresa creada para gestionar la Superliga, ha dicho que los clubes necesitan tiempo para darse cuenta de que el miedo ha perdido su base legal. Lo saben de sobra, pero nadie mueve un dedo. Aunque Reichart tiene razón en que el actual modelo financiero es insostenible. Las obras faraónicas, los fichajes de escándalo y los salarios al alza provocan entre los clubs desequilibrios competitivos (“los doce magníficos”) y fuertes tensiones en la balanza de pagos. El fútbol debe controlar el gasto y depender exclusivamente de los ingresos que genera, no de inyecciones externas de capital. El apalancamiento siempre acaba en desastre. Lo bueno del fracaso de la Superliga es que la UEFA se tiene que replantear muchas cosas, entre otras su manga ancha en la aplicación de los controles económicos.

- Una competición de clubes europeos al margen de la UEFA es inviable. El espejo en el que la Superliga se mira es la NBA norteamericana una liga privada de baloncesto profesional creada en 1946 por once equipos y bendecida por las correspondientes organismos oficiales nacionales e internacionales. La Superliga, al revés, se ha enfrentado a la oposición de las federaciones, los clubes, las televisiones de pago, los aficionados y los gobiernos. También con los jugadores que ya están demasiado exprimidos y no quieren más roturas de cruzados. Además, lo que propone ya está inventado: en el fondo, la Star League, la Gold League y la Blue League, son una fotocopia de la las tres competiciones europeas, Champions, Europa y Conference. En principio, el banco de inversión JPMorgan apoyó el proyecto con la promesa de cinco mil millones de dólares, pero las pérdidas en bolsa y la bajada de calificación crediticia hicieron que los que deciden en la última planta del rascacielos se replanteasen el negocio. Bronca a la división de evaluación de riesgos y ya veremos. Conclusión: lo que no puede ser, no puede ser y además es improbable (cambiamos el adjetivo porque en el fútbol no rigen las leyes de la física clásica).

jueves, 2 de marzo de 2023

El mal en el mundo

El último de mis diálogos socráticos con mi buen amigo el coronel Javier Abengoa, doctor en historia contemporánea, licenciado en filosofía y jubilado, tuvo lugar en Casa Lucio, el conocido bistrot madrileño de los míticos huevos rotos, el rabo de toro, los callos a la madrileña y la carta de vinos. Pedimos como plato principal judías con faisán y esta vez pagamos a escote porque la fama tiene un precio. En mitad del almuerzo, Lucio se acercó a nuestra mesa, el coronel se levantó, se abrazaron y me lo presentó. Cuando le pregunté por su relación con el veterano chef, cambió de tercio (hace mil años le hice un pequeño favor, sin más).

- Me he permitido, coronel, adelantarme un mes a su cumpleaños con una sorpresa: una caja regalo. La abrió y me agradeció la confortable escapada de fin de semana al País Vasco, su tierra natal, donde no había vuelto desde que perdió hace lustros a un hijo víctima de la más cruel intolerancia, un continuador, como su padre, de la noble tradición de los militares ilustrados españoles. No era el objetivo, pero estaba allí.

- Hay cajas y cajas, se repuso el coronel. Me pidió el móvil, tecleó menos de un minuto y leyó: Cuenta Hesíodo, que Prometeo había logrado capturar todos los males y los había encerrado en una vasija, pero la funesta Pandora, llena de curiosidad por saber que contenía la vasija que su marido le había prohibido abrir, quitó la tapadera, saliéndose entonces todos los males y esparciéndose por la tierra. Cuando se apresuró a cerrarla, solo quedaba en el fondo Elpis, el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses habían puesto en su interior. El final se parece a su caja.

 - Cuando nos sirvieron el arroz con leche, abrí una rendija en la caja de Pandora: ¿Por qué, hay una distancia insalvable entre el libro de Alexis de Tocqueville La democracia en América y las hordas que asaltaron el Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021? ¿Cuál es la razón de que haya una discrepancia abismal entre la obra de John Stuart Mill Sobre la libertad y el mimetismo insustancial de un partido político en vías de extinción que dice representar el auténtico liberalismo en nuestro país? ¿Qué relación hay entre La ideología alemana de Karl Marx y los obsesivos dogmas feministas de la izquierda de la izquierda cuyo lema es homo feminae lupus? Por un lado, Kant, Montesquieu, Bentham, Hans Küng, Mahatma Gandhi; por otro, la ética de circunstancias, la politización del poder judicial, la corrupción sistémica, las desigualdades sociales, las mansiones de los príncipes de la Iglesia.

- Serían buenos ejemplos para explicar en clase de filosofía la división platónica entre el mundo de las ideas y la realidad sensible. También el mito de Caverna (los prisioneros encadenados, la hoguera, la tapia, las sombras proyectadas en el muro) sería una excelente metáfora de la cultura de la imagen que nos envuelve. Estoy de acuerdo con ese viejo cascarrabias inglés, Alfred North Whitehead, en que la filosofía occidental consiste en poner notas a pie de página a la obra de Platón. Por lo demás, hace tiempo que nos rondan los cuatro jinetes del apocalipsis. La guerra, el hambre, la peste, la muerte… El mal en el mundo. Obviamente, es aquí donde queríamos llegar.

- Según la respuesta clásica, dije, el origen del mal y sus funestas manifestaciones proceden de la naturaleza, del hombre o de Dios. Nos referimos, insisto, al origen, no a sus consecuencias. Descartemos, por tanto, la naturaleza: la ciega necesidad del terremoto de Lisboa de 1755, el desarrollo de células anómalas que se dividen y se diseminan sin control en cualquier parte del cuerpo, el devastador tsunami del 26 de diciembre de 2004 en el océano Índico, la maquinaria biológica del virus de la polio o del Sars-CoV-2, la erupción volcánica de La Palma en 2021… El mal humano es más bien lo antinatural.

- También interviene el azar, repuso Abengoa, si es que esa palabra significa algo. Cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento y trastocar el curso de la vida. Lo esencial no es la predicción que anticipa el orden regular de los hechos sino la pura indeterminación. El sentido último de la existencia humana no es el orden, la secuencia lineal, sino los saltos discontinuos. Los sobresaltos. Lo normal no es lo esencial. Dependemos de los temblores sísmicos (superficiales, intermedios, profundos) del azar en un mundo de proporciones infinitas. El hombre no es la medida de todas las cosas sino al revés. Solo podemos hablar del orden de las causas a corto plazo y en voz baja. La felicidad es para el hombre inmediatez, consuelo y a menudo promesa quebrada.

- ¿Le gusta poetizar? Veo que le pueden los recuerdos. El mapa del mal trazado por el hombre, insistí, es un territorio demasiado extenso. Se lo cedemos a los que quieran dar contenido al libro de Borges Historia universal de la infamia. ¿Le interesa la teología? Es lo único que nos queda.

- Desde luego, repuso Abengoa sin vacilar. La primera versión sobre el origen del mal está presente en el mito bíblico de la caída cuando Dios impone a Adán el siguiente mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio. Al romper la mujer y el hombre el pacto sobre el árbol prohibido Dios los destierra del Edén con espada de fuego y los condena a elegir entre el bien y el mal. En ese momento Dios crea al hombre real y lo que fuera antes de la caída es algo imposible de saber y un pretexto simbólico. Muchos santos, artistas y visionarios han imaginado un paraíso terrenal en el que la mayoría de las personas no desearía vivir.    

Otra versión teológica es que existe un dios del bien y otro del mal. Este dualismo ya está en la serpiente, la más astuta y maldita entre las bestias del Edén, que seduce con palabras engañosas a la mujer y provoca la cólera divina. Se trata de Satán, Lucifer, el más poderoso de los ángeles caídos, la criatura más hermosa de la legión de demonios que lo siguen al abismo, señor de las sombras, funesto hacedor de todos los males… El maniqueísmo, la idea de que el mundo está regido por dos principios contrarios y complementarios, el Bien y el Mal, es quizás la interpretación más lúcida del árbol bíblico de la ciencia.

Una tercera versión del mal es la que propone el cristianismo, también presente en el mito de la caída. Para el cristianismo la primera consecuencia de la expulsión del Edén es la libertad que Dios impone al hombre para escoger entre el bien y el mal. El mal no sería, por tanto, imputable a Dios, que ha creado un mundo perfecto, sino al libre albedrío del ser humano que por su condición imperfecta está sujeto al error contra Dios, es decir, al pecado, a la maldad y al sufrimiento. Lo cierto es que es difícil hacer compatible la omnisciencia y omnipotencia de Dios con el libre albedrío puesto que todos los actos individuales estarían previstos en la razón y la voluntad divina. Del determinismo teológico se sigue la idea reformista de la predestinación por la cual unos hombres están destinados, por un decreto misterioso e incomprensible pero justo a salvarse y otros a condenarse. Todavía más insoportable que los caminos de la libertad.

- Cabe una última explicación teológica, concluí, el ateísmo de Camus: aceptar a un Dios que permite la atrocidad o mira siempre a otro lado significa simplemente no aceptar el mundo tal y como es. Terminamos el café y el chupito de melocotón, invitación de la casa, pagamos, nos despedimos de Lucio y nos fuimos a dar un paseo para bajar la comida hacia la Plaza Mayor.

domingo, 4 de diciembre de 2022

El coronel Abengoa. La idea de progreso

 

Invité a comer un arroz abanda en el restaurante La Barraca a mi buen amigo el coronel Don Peio Abengoa Garmendia, doctor en Historia Contemporánea y Licenciado en Filosofía, oriundo de Mondragón. Me lo presentó el agregado cultural de la embajada de un país del África Ecuatorial en uno de mis viajes de trabajo. Se había jubilado con la setentena y hacía casi dos meses que no nos veíamos. Siempre lo he considerado mi Sócrates particular, un maestro en el arte de la dialéctica. 

- He leído hace poco, le dije, la novela de Arturo Pérez Reverte, Algunos hombres buenos, literatura de pandemia (añadió), es distraída desde la primera página, bien escrita y con una documentación, real e imaginaria, excelente. Es el típico libro que te engancha y no puedes dejarlo hasta que el mal perece y el bien prevalece. Los buenos y los malos están bien construidos, no como nuestros políticos bipolares que convierten la vida nacional en una mala novela del Oeste. Me gustó volver a esa idea del progreso indefinido de la humanidad que defendían con tanta convicción los grandes filósofos del siglo de las luces (Kant incluido), sobre todo los franceses que forman parte de la intrahistoria de la narración. Es admirable su confianza ilimitada en la eficacia y universalidad de la razón. ¿Qué le parece, coronel, la idea ilustrada de progreso?

- Es una idea metafísica, una síntesis absoluta de la totalidad de la historia. Se trata en el fondo de una utopía determinista, teleológica, que sostiene, como el marxismo de Marx o el positivismo de Compte, la existencia de unas leyes o estadios que rigen el sentido interno de los hechos históricos cuyo sujeto activo o pasivo es el hombre. En todo caso, habría que trocear la historia en sus elementos constituyentes, las instituciones, y aplicarles la idea de progreso. Me refiero a la familia, la moralidad, la religión, la economía, la educación, la política, la medicina, el deporte…

- Aun así, es muy complicado, le dije. Imposible llegar a un acuerdo consistente. Cuando nos conocimos en la embajada española usted era amigo (y consejero) del embajador y yo uno de los expertos de un equipo interdisciplinar encargado de elaborar con los profesores del país ecuatorial los programas de Enseñanza Secundaria y Bachillerato. Mis colegas me comentaron las enormes dificultades que tuvieron con la asignatura de Ética. Al proponer los Derechos Humanos como principal referencia normativa, los profesores nativos se resistieron. Los Derechos Humanos, argumentaban, son un invento europeo. No son universales. Nuestro país se rige por otros valores, a veces contrapuestos, basados en las relaciones de dominio interétnico, el carácter supranacional de las etnias, el patriarcado, la poligamia, la supremacía de los jefes tribales y el liderazgo hereditario. Al final, curiosa paradoja, tuvo que intervenir el líder supremo para imponer nuestro criterio. Necesitamos libros de texto homologables con los planes de estudios europeos sin excepción, fue, en resumen, la conclusión.

- En el fondo, comentó Abengoa, la ley del más fuerte. 

- En tal caso se podría afirmar que en sentido estricto sólo se podría aplicar la idea de progreso a la ciencia. Esta esta era la idea fundacional del pensamiento ilustrado que tuvo su culminación en la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.      

- Ni siquiera a la ciencia, dijo Arbeloa. Más que de progreso científico habría que hablar de sustitución de la realidad. El mundo de la física aristotélica es distinto al de Galileo y este al de Descartes que es inconmensurable con el de Newton, a su vez radicalmente distinto al universo relativista que, por otra parte, tiene graves incompatibilidades con la mecánica cuántica. No existen los hechos puros, cada paradigma o marco teórico determina los suyos, cada revolución científica descubre un nuevo universo. La evolución de la ciencia no es acumulativa sino discontinua. La existencia objetiva, la cosa en sí kantiana, es incognoscible. El único vínculo con la cosa en sí, aunque vacío, es el lenguaje matemático. En fin, aceptemos por un momento que existe el progreso científico-técnico. Más bien habría que llamarlo avance o desarrollo parcial; solo cuando suponga una mejora para el resto de las instituciones cabría llamarlo progreso. Las vacunas cumplen este requisito, pero no las tecnologías energéticas o militares. El mayor logro tecnocientífico de la historia contemporánea, internet, es completamente ambivalente. De hecho, la mayoría de las utopías científicas acaban en distopías.  

- ¿Qué podemos decir del resto de las claves de la razón práctica? ¿Hay algún tipo de progreso moral, político, religioso, económico?

- No si lo sometemos al amplio tribunal de las ideologías, la idiosincrasia, el relativismo cultural o el etnocentrismo, sentenció el coronel. Sólo es transitable la vía de la opinión. Los derechos humanos, la democracia participativa, el laicismo tolerante, la paz perpetua son ideas platónicas. Una parte nada desdeñable de la humanidad las ignora, otra las rechaza. Ni siquiera los creyentes las respetan. ¿No sigue el mundial de fútbol? Quedamos usted, yo y algún ingenuo ilustrado. Incluso se cuestiona la utilidad del árbitro asistente por video, el famoso VAR.

- Quizás se trate, en el fondo, de un falso problema, terminé. Habría que definir qué se entiende por progreso. Después de todo la primera acepción del término latino progressus (prefijo y verbo) es ir o caminar hacia adelante, ni más ni menos. 

sábado, 19 de noviembre de 2022

El coronel Abengoa. Comentarios en Facebook

 

Coincidí con el coronel Abengoa, Doctor en Historia contemporánea y profesor titular de la UNED jubilado, en una conferencia sobre Julio Caro Baroja en el Ateneo de Madrid. Desde que lo conocí hace años en un país de África ecuatorial comíamos una vez al mes callos al estilo de Madrid (como el célebre chotis) o rabo de toro a la cordobesa en un restaurante de la calle Montalbán. También manteníamos una fluida relación virtual a través de Facebook, en la que hacía sabrosos comentarios sobre algunos artículos de mi blog (nos cuidábamos) y otros más ácidos sobre sus amigos de la red, algunos comunes.

Días atrás, en la sobremesa (de postre cañitas a la gallega) me habló de su escepticismo sobre lo que Heidegger entendía por poetizar a propósito de una antigua entrada Poesía y verdad. El libro de Heidegger Hölderlin y la esencia de la poesía, una jerga telúrica de la autenticidad, afirmó, ha sido el origen de una interpretación esencialista de la poesía, donde todo es acongojantemente profundo. La metapoesía contamina a la poesía. La veneración de Heidegger por Hölderlin resulta más bien un empobrecimiento pues se desentiende de lo verdadero de su obra: el contexto poético. He visto más montañas de las que hay en la Tierra, poetiza Pessoa. Y no hay más. No hay fundación original del ser por parte del poeta, la poesía no es un decir ontológico, sólo creación literaria cuyos dioses y demonios no pueden separarse del poema ni ser rescatados de su exilio mediante un lenguaje mitopoético y un sobresentido adánico. La poesía es un género literario, dicho sea de paso, mucho más exigente y menos flexible que la prosa. Tengo la convicción de que la poesía es muy buena o se diluye sin dejar huellas. Esta es mi tesis, propuso Abengoa: la poesía es un legado cultural destinado a extinguirse. El paso previo a su desaparición será su relevo por sucedáneos filosóficos en verso, la prosa poética troceada será su última morada. La poesía dejará de habitar la Tierra y nadie lamentará su pérdida. Por cierto, el poema de Rafael Cadenas De falsas maniobras (1966) que has enviado a mi muro no está nada mal. Aborda con potencia creadora el tema clásico de la identidad personal perdida y recobrada, plural y unitaria, fenoménica y fenomenológica. Demasiadas palabras. En todo caso, prefiero a Machado cuando conversa con el hombre que siempre le acompaña.  

- Por cierto, Abengoa, nunca te he preguntado, quizás por ser una cuestión menor, qué piensas de una red social como Facebook, nuestro lugar habitual de encuentros e intercambio.

- Como cualquier red social, es algo imposible de definir. Ignoramos qué es una red social. Sus confines son inabarcables. Desde la masiva intervención ideológica, las influencias en los mercados de la moda, las pendencias de los famosos, el video del viaje a Nueva York hasta la fotografía de tu mascota moviendo el rabo. La persona más rica del mundo ha comprado hace menos de una semana una de las redes sociales más famosas, pero no sabe qué hacer con ella. Incluso puede tratarse de un visionario que pretende hacerla desaparecer por obsoleta para crear un gigante tecnológico más rentable. Cada usuario de Facebook sabe de sí mismo y algo de sus amigos cercanos: tú, por ejemplo, lo utilizas para dar publicidad a tu blog, pero no para mostrar tu vida privada.

- Lo que me parece menos aburrido de mi vida está en los artículos del blog. En cambio, tú practicas el voyerismo intelectual hasta que algo te remueve el pretérito imperfecto. Tus notas a pie de página son sinceras hasta el límite de lo que puede ser dicho en Facebook. Otros ni eso: despachan con tres líneas los últimos desmanes de los políticos o reciclan chistes malos en versión Millennials. La mayoría de los jóvenes han emigrado a Instagram, un espacio más cómodo para perder el tiempo. Mi impresión es que se ha impuesto una masiva cultura de la imagen, ajena al lenguaje, de ahí las Historias de Facebook, todo un salvavidas, o la apuesta arriesgada de Meta. Lleva razón Heidegger cuando sostiene que Nosotros, los hombres, somos habla. El ser del hombre se funda en el lenguaje. (…) El lenguaje es un bien en un sentido más originario. Es el bien que sirve como garantía de que el hombre puede ser histórico. El lenguaje no es una herramienta de que se pueda disponer, sino ese acontecimiento que dispone de la más alta posibilidad de ser hombre.   

- Todavía hay en Facebook gentes, entradas e hilos conductores dignos de interés, repliqué. Lenguaje.

- Desde luego, prosiguió, el coronel, el otro día tuve una difícil disputa con una potente activista de la derecha tecnocrática.

- No hablo de prohibir nada, argumentó la activista. Insisto. Solo trato de poner de manifiesto lo que se oculta, aquello de lo que no se puede hablar. Dejemos totalmente al margen, si es que es posible, los aspectos religiosos, morales, jurídicos, sociales, políticos y psicológicos de ciertos temas y centrémonos exclusivamente en su dimensión biológica. Les invito a que lo consulten en las investigaciones de la Clínica Mayo, entre otras. Por ejemplo, de los riesgos y efectos secundarios de la terapia hormonal de masculinización en adolescentes en período de desarrollo físico; las posibles y frecuentes complicaciones de las intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo, los efectos secundarios de la pastilla del día después, los cambios biométricos en la mujer al interrumpir artificialmente un proceso viable de gestación, las disfunciones de la pareja homosexual en la crianza del neonato… Y saquen las pertinentes conclusiones.

- ¿Qué le replicaste?

- Aplacé la contienda antes de tener más información mediante el viejo truco de negar la mayor. Le dije que era imposible tratar los temas a los que se refiere exclusivamente desde su dimensión biológica. De momento pierdo la partida, aunque desconfío de sus evidencias científicas. He quedado en mi casa con un viejo conocido de la familia, investigador del Centro de Biología Molecular del Severo Ochoa para contrastarlas. Después espero tu colaboración, sea cual sea el resultado, para darle una merecida respuesta. No hay prisa. Tengo la impresión de que sí intenta prohibir bastantes cosas, aunque alabo su inteligente celada. 

martes, 6 de septiembre de 2022

El coronel Abengoa. El fin del mundo

 

Mi última conversación con el coronel Abengoa fue en el Café Gijón a petición suya. Hace mucho, me dijo, participé en una tertulia de cierto renombre en aquellas mesas del fondo; siento nostalgia de aquellas tardes en las que tuve el privilegio de escuchar a ilustres académicos, catedráticos purgados, críticos con voz propia, escritores famosos, algún Nobel de literatura. Pero ese no es el tema que nos trae aquí. Usted me recordó ayer por teléfono una frase que le llamó la atención durante nuestras charlas. Se la repetí: La especie humana apareció gracias a la técnica y será la técnica la que hará que desaparezcamos de la Tierra. Sí, asintió; pero quizás convenga comenzar desde el principio, como en las declaraciones oficiales del sospechoso en comisaría. Obviamente, como individuo, la muerte es el fin del mundo. Así pues, con la muerte el mundo no cambia, sino cesa, según la proposición de Wittgenstein. Le comenté al coronel que había dedicado un artículo aforístico al tema, Sentencias sobre la muerte. Bien, prosiguió, pero lo que nos trae aquí no es la desaparición del individuo sino la extinción de la especie. No hay que confundir el fin del mundo con el fin de la humanidad. Cuando se habla, por ejemplo, de los estragos irreversibles del cambio climático no anunciamos el fin de la Tierra sino de la raza humana. La expresión “nos estamos cargando el planeta” es meramente antropomórfica. La astrofísica predice que dentro de 5.500 millones de años el Sol se convertirá en una gigante roja (fase final de toda estrella) que se expandirá más allá de la órbita de la Tierra para incinerar nuestra patria y morada. Si antes no hemos sido arrasados por un meteorito de proporciones terminales.

La expresión fin del mundo se ha usado como una mezcla sincrónica del fin de la Tierra y del hombre. Es el tema favorito de las teorías proféticas, apocalípticas o conspiranoides. Las diez más famosas son el milenarismo, el número de la bestia, el diluvio germánico, el cometa Halley, la puerta del cielo, la alineación de los astros, el efecto 2000, el colisionador de Hadrones, el calendario Maya y el planeta X. Por no citar los delirios de Nostradamus, Rasputín, el Evangelio de San Juan o los Testigos de Jehová. Si le aburren los sudokus ahí tienen un pasatiempo de largo recorrido para el invierno. Pasemos página de lo que no interesa y centrémonos en el final de la especie, le sugerí al coronel.

Son dos las posibles causas tecnocientíficas de la elisión total del hombre sobre la Tierra, continuó: llamadas o no llamadas están presentes y el final es incierto. Es evidente que la primera es la fuga accidental de un laboratorio de biotecnología de un virus con una estructura genética capaz de mutar en variantes cada vez más malignas, contagiosas y resistentes. La segunda es la guerra. La mejor solución para ambas sería que la tecnología empate con la tecnología, como si se tratara de una partida de tres en raya donde no es posible un final ganador. ¿Es usted optimista, le espeté? Respecto a la primera lo soy con matices. En absoluto respecto a la segunda, contestó sin vacilar. Tenemos los lustros contados.

Recuerdo que en nuestra primera conversación usted afirmaba, coronel, que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, al poder militarApuremos la lógica perversa de esta convicción, sugerí. Sería, por supuesto, arguyó, una confrontación directa entre los grandes bloques hegemónicos dotados de unos arsenales nucleares capaces de borrar treinta veces la vida del planeta. Estoy convencido que la tercera y definitiva guerra mundial comenzará en el ciberespacio. Creo que la frase es de Bill Gates o de algún gurú de Silicon Valley. En internet prenderá la mecha que apagará para siempre la música de Mozart. Por suerte también arderá el ángel oscuro del mal. Se dice que Einstein comentaba que no sabía con qué armas se lucharía en la tercera guerra mundial (por supuesto que lo sabía) pero sí en la cuarta: palos y mazas. Ni siquiera con eso. Las películas posnucleares del tipo Mad Max son una mera distopía semigore.

Y añadió: por el momento, los servicios de inteligencia se acechan, se atacan y contratacan con mayor o menor intensidad. El último embate conocido ha sido Pegasus, un sofisticado programa de software espía capaz de colarse por la aspiradora de tu casa (o de la del presidente de cualquier país). No obstante, hay un cierto status quo, aunque solo la superficie del mar está en relativa calma. Según las más acreditadas compañías de seguridad digital, los equipos de ciberdelincuentes se distribuyen del siguiente modo: un 49% son financiados por Estados y países (¡ojo al parche!), un 26% son activistas que pretenden influir en procesos sociopolíticos, un 20% se dedican exclusivamente a sacar el máximo beneficio mediante estafas o inversiones opacas y un 5% son terroristas. En mi opinión, el peligro de desencadenar una reacción en cadena irreversible e irreparable proviene de estos últimos. El problema surgirá, en no más de diez años, cuando la computación cuántica está operativa y los sistemas de seguridad actuales sean ineficaces. Cualquier fallo informático, accidental o intencional, cualquier agujero en los sectores estratégicos podrá ser aprovechado por esa minoría decidida a provocar el holocausto. El ataque equivalente a las Torres Gemelas será la detonación de un dispositivo termonuclear sucio en una gran ciudad oriental y otro en una occidental. Es probable que el antisemitismo que impulsó la Segunda Guerra Mundial también lo haga en la Tercera. La única solución efectiva sería el acuerdo de las grandes potencias para desarrollar conjuntamente unos algoritmos criptográficos postcuánticos capaces de adelantarse y resistir cualquier posibilidad de intrusión imparable. Es la gran posibilidad de una federación cosmopolita. Aquí no caben desacuerdos. O todos a una o adiós mundo cruel.

¿Cabe suponer, le pregunté, que las máquinas, la inteligencia artificial, la capacidad de autoaprendizaje de los robots controlen e incluso acaben con la humanidad? Lo niego sin fisuras, respondió. Ahora y siempre serán fantasías narrativas o cinematográficas. Lo mismo que la colonización de otros mundos. Miren las increíbles imágenes del Telescopio Espacial James Webb y piensen en el mítico tema del grupo Siniestro Total: Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

miércoles, 31 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. La familia se sienta a la mesa

 

La siguiente cita con el coronel Carlos Abengoa fue en la cafetería del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Le recordé (no era necesario) el tema de nuestra anterior conversación en El Ateneo, a saber, los efectos negativos de la tecnociencia en las instituciones sociales. En el fondo una broma dialéctica, una especie de espejo curvo en el que se deforma la idea ilustrada del progreso indefinido del conocimiento experimental y sus consecuencias.

Piense usted, retomó el hilo don Carlos, en la más básica de las instituciones: la familia. Recuerde, por ejemplo, el ritual de la comida. Recurro a la historia por defecto profesional. En la familia clásica de los años sesenta (analógica sugerí y al coronel asintió) el padre se sentaba a las dos en pijama y zapatillas detrás de la prensa, el Ya o el ABC, el ama de casa servía la sopa de Gallina Blanca con fideos gruesos y huevo escalfado o las croquetas de cocido mientras los hijos se daban toñas invisibles y patadas debajo de la mesa. El cabeza de familia doblaba indolente el periódico y se unía al concierto familiar más o menos armónico según el día. Le toca a la pequeña: el niño Jesús que nació en Belén bendiga esta mesa y a nosotros también (risas contenidas). Si eran más de cuatro retoños (lo normal entonces) y se alborotaba el gallinero, el padre repartía estopa sin discriminación de género. De segundo, el filete más grande se lo adjudicaban al varón primogénito y por orden de la señora madre no se encendía la televisión (la única pantalla de la casa excepto las de las lámparas) hasta que comenzaba el telediario. Después se iniciaba una conversación asimétrica a tres o más bandas. Si el abuelo vivía con ellos, canto gregoriano. ¿Vais a misa los domingos, os confesáis, comulgáis a menudo? El padre frunce el ceño porque sabe que también va por él. El perro, el único de la familia no sometido al régimen disciplinario, da la murga alrededor de la mesa petitoria si es que no pone las patas en el hule y saca la lengua a pasear. El que decía “esto no me gusta” repetía en la cena.

A partir de los noventa, con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo se impone un modelo familiar radicalmente distinto. Sigamos con el ejemplo, anunció Abengoa. La madre se lleva la comida en un táper hermético y termo o come en la cafetería de la empresa o se premia los viernes con el menú del día de un restaurante del barrio. Los hijos, que ya son dos, se apuntan al comedor del colegio y el padre, que trabaja cerca, vuelve a casa un par de horas para despachar unos macarrones con tomate de lata y una pechuga de pollo a la plancha que le ha preparado la asistenta. Cabezada y al despacho. Por esas fechas, le dije al coronel, Microsoft lanzó su primera versión del entorno Windows. Los primeros paleo ordenadores comenzaron a utilizarlo en todos los rincones del planeta. En 1991 se anunció públicamente la World Wide Web, un año después había un millón de computadoras conectadas a la red. Siete años más tarde nació Google (todavía sin posición dominante); Facebook se creó en 2004. En ese momento Internet contaba con mil millones de usuarios.

La tercera versión de la familia es la digital. Viven en una casa inteligente en la que hasta la cisterna del retrete está conectada a la fibra óptica. Avisos, pitidos y melodías se suceden de la mañana a la noche. Se le ha olvidado conectar la alarma, el besugo está en su punto, ¿Desea que la cadena le ponga música Reggaeton? La comida dominical se parece al silencio sinfónico de la nieve. El padre revisa en el iPhone los correos del trabajo y los contesta mientras se enfrían las chuletas de cordero. La madre con el IPad engulle a la vez las chuletas y los chismes del Hola. El hijo, con el miniportátil Samsung en las rodillas, chatea con sus amigos en tres redes sociales. Por no hablar del teletrabajo y de los tele deberes del cole, intervine. Si el pobre abuelo viviera clamaría con razón: ¡en esta casa sobra el wifi, hablad entre vosotros, tirad esa basura, creced y multiplicaos!

viernes, 26 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. Técnica y tecnología

 

Hace tiempo sostuve unas conversaciones intermitentes con mi buen amigo el coronel Carlos Abengoa, hombre solitario, soltero profesional, misántropo sin malicia y militar ilustrado hasta donde alcanzo, pues es poco dado a confidencias personales y mi trato con él se reduce a unas breves estancias periódicas en un país de África Ecuatorial al que fui por razones profesionales. Nos presentaron durante una cena de cortesía que ofreció el embajador español en su residencia oficial al equipo de la Agencia de Cooperación Internacional (del que yo formaba parte) junto a otros miembros de la comunidad educativa; entre ellos, el coronel Abengoa, profesor titular de historia contemporánea en la extensión de la UNED de… Nuestra misión era asesorar a nuestros colegas africanos sobre el diseño curricular de las asignaturas de Bachillerato y la elaboración de los correspondientes libros de texto. Durante la cena el embajador se sintió obligado a disertar sobre las diferencias entre los rasgos culturales del país africano y el nuestro adobadas con anécdotas diplomáticas de perfil plano. En lugar de prestar atención y desconectar, algunos pelotaris avivaron con sus preguntas la hoguera de las vanidades. Un bostezo mal reprimido por mi parte, cuando un impecable mayordomo autóctono con uniforme de gala y guantes blancos retiró el segundo plato, fue la señal de nuestra futura amistad. Tras la cena nos dispersamos por la amplia residencia en grupos heterogéneos mientras el anfitrión seguía dando la matraca al representante de la Alta Inspección y al Agregado Cultural de la embajada. Algo achispados esa misma noche discutimos sobre la existencia de leyes históricas según el marxismo y otras teorías escatológicas. Siguiendo instrucciones muy precisas de las autoridades educativas españolas evitamos cualquier alusión crítica al país que solicitaba nuestra colaboración. Sobre todo, políticas. Sólo un detalle. La primera reunión oficial con las autoridades educativas fue peculiar. En la mesa presidencial estaba el gobierno al completo, incluido algún general con sable y colección de medallas. Durante los obligados discursos no dejaron de sonar los móviles de los profesores nativos sin que nadie se inmutara. Un rasgo cultural que el embajador, según parece, se olvidó de comentar. Luego me explicaron que era un símbolo de estatus y con algo más de malicia que era muy probable que se llamaran entre ellos. Quedamos Abengoa y yo con frecuencia en la Casa de España al amor del aire acondicionado y al buen trato del jefe de camareros, un simpático gaditano con buena mano para los cocteles étnicos. En nuestras charlas buscamos un terreno común lo que me dio la oportunidad de conocer sus ideas sobre filosofía de la historia. La primera era que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, se sustentan en el poder militar. Resumí sus argumentos en una entrada de mi blog titulada C’est la guerre!

Ahora, jubilado, el coronel, nacido en Mondragón, ha vuelto del continente africano a su tierra de adopción, Madrid, donde tuvimos oportunidad de reanudar nuestras charlas sobre ochenta y tres diversas cuestiones, como reza (nunca mejor dicho) el título del opúsculo de San Agustín, casi todas, en la cafetería del Ateneo de Madrid. Un sitio que, por alguna razón, le inspira especialmente. Fui socio antes de mi aventura ecuatorial, ahora me he reenganchado, sentenció sin más. Entre todas, por su continuidad con la tesis antes expuesta, me resultó especialmente lúcida su nueva versión del motor de la historia. Voy a tratar de recordarla lo más fielmente posible.

El término “técnica”, comenzó Don Carlos tras apurar el primer sorbo del gin-tonic, procede, como es sabido del griego tékhne, que significa arte u oficio, industria o habilidad para hacer algo. La especie humana apareció gracias a la técnica y será la técnica la que hará que desaparezcamos de la Tierra, no lo dude (siempre nos tratamos de usted, una de las pocas formas de preservar la amistad entre adultos). Como sabe, el conocimiento técnico es el más antiguo en la evolución biológica y cultural del ser humano. Sin la técnica, sin la utilización, primero, y la posterior fabricación de instrumentos y herramientas no hubieran sido posible los procesos de hominización y humanización. La gran ventaja de la técnica frente a otros estadios iniciales del conocimiento como el mito, la magia, la religión o el arte cavernario fue que se trataba de un saber de control y dominio real de la naturaleza y la sociedad (no imaginario, simbólico, ornamental o propiciatorio). Era un saber efectivo, reglado, público, especializado, predictivo, revisable. La gran revolución neolítica hace nueve mil años fue posible por la implementación de nuevas técnicas aplicadas a la agricultura y la ganadería. Asimismo, el descubrimiento de nuevos materiales hizo posible el paso de la prehistoria a la historia con el surgimiento de las primeras civilizaciones: Asiria, Mesopotamia, Egipto y Persia.

Lo segundo, prosiguió, el final de la especie humana, un problema especulativo, distópico pero fundado, tiene su punto de partida en la gran Revolución científica del Renacimiento que culmina con la obra de Newton a finales del siglo XVIII cuando la antigua técnica basada en reglas de tanteo y eficacia se transforma en tecnología, es decir, en un saber con soporte científico: la tecnociencia. Se puede afirmar que el resto de las instituciones que configuran el desarrollo de las civilizaciones, la economía, la política, las fuerzas armadas, la familia, el sistema educativo, la moral, la religión, la medicina e incluso el deporte dependen directamente de la tecnociencia como el factor subyacente del proceso histórico. No se trata, prosiguió Abengoa, de un planteamiento reduccionista sino transversal. Podemos afirmar que la tecnociencia atraviesa y da sentido al resto de los factores de la historia. Sería interesante explicar la relación de dependencia de cada una de las instituciones con el factor central que las transforma. Le invito a intentarlo con cualquiera de ellas, por ejemplo, la familia, la economía, las fuerzas armadas o el deporte. En cualquier caso, esta idea surge con la famosa Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (“Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”) editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert. Su adquisición por la Real Academia Española de la Lengua ha sido admirablemente novelada por Arturo Pérez Reverte en su obra Hombres buenos. Se la recomiendo (la conozco le dije). Por cierto, y lo digo como elogio Don Carlos, me recuerda usted mucho al personaje central de la novela, el almirante don Pedro Zárate. Prosiguió sin inmutarse: la tecnociencia como factor central sobre el cual pivotan el resto de los pilares de la evolución histórica puede ser entendida a partes iguales como esperanza de futuro y amenaza de extinción. Como propone el consabido tópico, la tecnología no es en sí misma buena o mala, todo depende del uso que hagamos de ella. Me gustaría que nos fijáramos ahora en la segunda acepción, justamente la contraria al espíritu de la Enciclopedia y a la idea ilustrada de progreso. En tal caso podemos intentar un breve esbozo de la presencia negativa de la tecnociencia en algunas de las instituciones citadas. Es decir, del mal uso y sus consecuencias.

(Continuará)

domingo, 21 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. C'est la guerre!

 

A lo largo de mis conversaciones con el coronel Abengoa, buen amigo y profesor asociado de historia en la extensión de la UNED de… al que traté durante mis desplazamientos profesionales a un país africano por encargo de la Agencia de Cooperación Internacional, tuve la oportunidad de conocer sus firmes ideas sobre filosofía de la historia. En las prolongadas tardes tropicales, después de la siesta, sentados en los mullidos sillones de piel de la Casa de España, al amor del aire acondicionado, me las fue desgranando al modo de la dialéctica socrática (yo hacía el papel del sofista perdedor).

La primera era que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, se sustentan en el poder militar. A pesar de tratarse de una evidencia, de una certeza inmediata que, en el fondo todos compartimos sean cuales sean nuestras creencias éticas, políticas, estéticas o teológicas, nos olvidamos de su abrumadora verdad. Me comentaba el coronel que la historia no es una ciencia en sentido riguroso (por supuesto), tampoco la filosofía y mucho menos la filosofía de la historia. Decía que la historia era poliédrica, otra evidencia, que tenía muchas caras puesto que, después de todo, la historia es, a escala humana, la totalidad de lo real. Un aguerrido historicista con galones. Tras pedir el segundo gin-tonic, me permití completar el argumento: hay una historia biográfica como la Historia de mi vida de Giacomo Casanova, las Memorias de ultratumba de François-René de Chateaubriand o Las Memorias de Winston Churchill; o una intrahistoria, como los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós; o la historia contada desde los grandes dirigentes de la Humanidad, Pericles, César, Carlomagno, Napoleón, Abraham Lincoln… o desde los grandes genios y los descubrimientos cruciales (mi preferido siempre ha sido Alexander Fleming); o la historia desde la economía política, al modo marxista; o desde los “hechos y las fechas”, le tópica lista de los reyes godos, como hace la historia positivista; o una mezcla de todas que recuerda a la miel multifloral. Pero la más convincente, según mi amigo, era la historia militar. Llegados a este punto, dedicamos varias tardes a repasar los principales acontecimientos bélicos que han marcado el devenir de la historia: el probable genocidio de los neandertales a manos de las violentas hordas de cromañones, las Guerras Médicas, las Guerras de Religión, La Revolución Francesa, el Octubre rojo, la inagotable Segunda Guerra Mundial, el atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Nos detuvimos porque seguir suponía pedir el tercer gin-tonic y nos gustaba plantarnos.

Al día siguiente, cuando saqué el tema, descartó sin miramientos la pretensión kantiana, expuesta en su obra La paz perpetua, de que “Los Ejércitos permanentes deberán desaparecer por completo con el tiempo”, porque el estado de guerra explícito o implícito, manifiesto o latente es una constante en la cualquier época y civilización. Y la utopía de una confederación planetaria bajo un mando único sólo se da en la saga de La Guerra de las Galaxias o en Star Trek. También en la estupenda novela de ciencia ficción Dune.

Prosiguió el coronel Abengoa: La confrontación violenta es una actividad consustancial al ser humano. Sigmund Freud distinguió dos instintos básicos, Eros o instintos de vida y Tanatos o instintos de muerte. Estos últimos generan pulsiones destructivas hacia el propio sujeto o hacia el exterior. Se ha cuestionado el carácter innato de los instintos tanáticos, que serían más bien adquiridos socialmente; lo cierto es que la agresividad, invocada o no invocada, siempre comparece. Según Rousseau y Abengoa, nacemos perfectos. El único bien, lo único bueno sin condiciones en este mundo es un recién nacido. La verdad absoluta, recuerda Nietzsche, es un niño. Las primeras formas de malestar cultural que imponemos al neonato son tratar de que coma o duerma a ciertas horas. Ambas represiones constituyen el punto cero, el Big Bang, el átomo primigenio de la inexorable guerra. Fascinante.

El coronel recomendaba el libro del historiador británico Ian Morris Guerra ¿Para qué sirve? cuya tesis es que la guerra es la clave principal del progreso humano: que los saltos cualitativos hacia nuevas formas de civilización tienen siempre su origen en la guerra. Eso sin contar que el propio Internet, los avances en navegación marítima y aeronáutica, los ordenadores más potentes y otras tecnologías electrónicas, la inteligencia artificial, la investigación médica se crearon para aumentar la capacidad operativa de los ejércitos. El pacifismo, la interculturalidad o las consideraciones sobre las condiciones de una guerra justa (desde San Agustín a John Rawls) son interpretaciones idealistas, éticas, sobre cómo debería ser el mundo, no sobre cómo es realmente. Discutible, contrataqué: ¿La Guerra Civil española?

Lo cierto, dijo, es que la carrera de armamentos, la carrera por el poder político y económico, solo se ha detenido en los despachos de la diplomacia. Comisiones de burócratas bien pagados (y alimentados) firman acuerdos, resoluciones y tratados de paz que al final son papel mojado. Las grandes potencias fabrican ingenios cada vez más sofisticados: (aviones indetectables, drones de ataque, satélites omniscientes, anti, contra, recontra misiles, robots soldados) y venden los excedentes desmochados al resto del mundo. Sin olvidarnos de las armas biológicas creadas en laboratorios secretos de ingeniería genética. Algunas teorías conspirativas sugieren que la actual pandemia pudiera ser la Tercera guerra mundial. Es cierto que las armas termonucleares han evitado la única madre de todas las batallas, el holocausto y el final de la especie; pero la guerra se ha trasladado a otro escenario: La Red. Por ejemplo, los devastadores ciberataques a sectores estratégicos de un país; asimismo, las agencias nacionales monitorizan, recopilan y procesan infinitos datos para fines de inteligencia y contrainteligencia. O sea, el espionaje a todos los niveles: pero no sólo de las comunicaciones de los líderes o facciones que suponen un peligro real o imaginario para la seguridad del Estado; se ha llegado a intervenir los teléfonos de altos dirigentes de países aliados. Por no hablar del espionaje industrial y financiero. La información es poder; también la desinformación: decía un conocido sociólogo que la nube tóxica es un arma cargada de futuro. Las redes sociales mediante oscuros algoritmos (otra palabra de moda) conocen, orientan y manipulan la opinión pública con fines comerciales y políticos. Brillante.

Regreso a la historia: El único problema que preocupaba seriamente a Luis XIV, el rey absoluto por excelencia, era el control de la información; disponía de una policía secreta implacable, una red de espías que abarcaba todo el territorio, un número de asesores y consejeros desmedido, confidentes, delatores, soplones, chivatos… Aun así, reprochaba a sus ministros que nunca se enteraba de nada interesante. Un friki, como el coronel Abengoa.