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lunes, 8 de mayo de 2023

El caso de los contadores

Era entonces presidente de la comunidad de propietarios donde todavía vivo. El primer marrón serio que me encontré fue el estado lamentable de la instalación eléctrica. Algunos vecinos que tenían acceso al cuarto de contadores porque alguien les había proporcionado una copia de la llave (?) llamaron a su electricista particular e hicieron por su cuenta y riesgo (nunca mejor dicho) ajustes para trampear en beneficio propio el registro del consumo, incluso derivando líneas ilegales hasta sus viviendas, con la consiguiente manipulación, estrujamiento y deterioro de los cables en las canalizaciones. Peligro de incendio, según un ingeniero de la casa. Ante el desacuerdo en la junta de propietarios de la mayoría atónita y los autores del fraude, que negaron la evidencia, encargué a la empresa suministradora una inspección técnica que destapó la chapuza en un informe detallado y la advertencia final de denunciarnos al Ministerio de Industria si no deshacíamos el entuerto en los plazos correspondientes. En la siguiente junta, tras fotocopiar el informe y meterlo en los buzones de correo, la cabeza visible de los implicados sentenció alto y claro: Se trata de una interpretación. A lo cual repliqué de inmediato: No, se trata de un hecho.

Lo cierto es que pienso que hechos e interpretaciones son lo mismo. Etimológicamente el término “hecho” significa “lo construido” (Facio, factum, es un verbo latino que significa “hacer”, “construir”, realizar). Un acontecimiento puro, en el sentido que aquí asigno al término, es lo que está ahí dado en sí mismo (por tanto, incognoscible) y no es un hecho porque todavía no ha sido hecho (y puede no serlo nunca). El mundo como tal no consta de hechos sino de acontecimientos. Como comienza el Tractatus de Wittgenstein: El mundo es todo lo que acaece. Y lo que acaece para el hombre son los hechos. Sin seres humanos habría acontecimientos, pero no hechos. Lo real no es lo mismo que lo fáctico. La mecánica cuántica ha demostrado que las partículas subatómicas alteran su estado original al ser observadas; el observador de un acontecimiento influye en la manera en que es percibido. No existen los hechos objetivos. No hay una realidad neutral igual para todos. Sin acontecimientos no hay hechos; pero tampoco hay hechos sin una interpretación que los constituya (científica, ideológica, religiosa, deportiva o moral). Los hechos, desde los más simples a los más complejos, son siempre construcciones subjetivas. La menos subjetiva de las interpretaciones es la ciencia. En el ejemplo de los cables y contadores no es lo mismo el mundo de los honestos que el de los deshonestos. El cabeza visible de los implicados llevaba razón: se trataba de una interpretación. Aunque la interpretación finalizó con la renovación de la instalación eléctrica de todo el inmueble. 

viernes, 19 de febrero de 2021

Defensa del sentido común

 

El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, como creía Descartes; pero lo utilizamos de forma discontinua y eso nos pierde. En realidad, es el mejor remedio para casi todas las quimeras que nos envuelven. No es fácil de explicar: utilizamos el sentido común en la mayoría de las circunstancias. Normalmente nos guiamos por el principio de identidad, contradicción y tercero excluido. Consideramos que una cosa es la misma y no otra, que no es posible a la vez una cosa y la contraria o que no se puede afirmar que una cosa es verdadera y también la contraria. La realidad se ordena cómodamente si los respetamos.

Pero en un momento determinado el sentido común comienza a parecernos aburrido (y más en tiempos de encerrona), insuficiente (la verdad gusta de ocultarse) o poco fiable (las apariencias engañan) por lo que decidimos cambiar de lógica y apartarnos de sus saludables principios. Ese es el momento en que, al revés de lo que pensamos, nos convertimos en personas vulnerables, en víctimas de la insensatez del populismo político, de la crispación y el ventilador, de los delirios de profetas tóxicos, de las ocurrencias virtuales de los señores de la red (influencersyoutubers, memeros), de la recurrencia de tertulianos falsarios, del auge de famosos insustanciales, de los mistificadores de las ciencias y las letras y todo un elenco de famosos del deporte, de la gente guapa y del desnudo mercenario. Al final caemos en la trampa y acabamos participando de la impostura. 

Sus relatos (otra palabra de moda) no son tan complejos, no hace falta recurrir a la filosofía ni al método científico para desmontarlos. Basta con observar atentamente para descubrir el truco.

Mi teoría es que estas desviaciones del sano sentido común, es decir, de los hechos, se deben a que vivimos en una sociedad inundada de imágenes narcisistas, de constelaciones construidas por aquellos que en vez de mirar a las cosas mismas se miran al ombligo: son las sombras proyectadas en la pared que contemplan los prisioneros encadenados de la Caverna de Platón. Al final, nos convertimos en partícipes de la impostura. ¿Hace falta poner ejemplos? Nuestra mente funciona en clave narcisista: perdemos la identidad personal y nos convertimos en un montón de etiquetas autoimpuestas. Según el disfraz, aceptamos mensajes incompatibles (de una contradicción se sigue cualquier cosa); admitimos que las certezas de hoy son contrarias a las de mañana. Nos convertimos en actores de un inmenso teatro de máscaras. Al final los raros son las personas normales.   

Tres frases radicalmente opuestas al imaginario narcisista: Yo soy el que soy de la Biblia, conócete a ti mismo de Sócrates, La educación, misión imposible de Sigmund Freud.

viernes, 25 de octubre de 2019

Unamuno


Hace unas semanas en la boda de una sobrina, uno de mis cuñados sentado a mi lado en la mesa redonda del salón del convite nupcial, me preguntó en voz alta, durante una de las treguas intermitentes que los amigos de los novios conceden para rellenar las copas, qué opinaba de la situación política en nuestro país. Es la típica pregunta de amplio espectro cuya principal función es iniciar una conversación que suelte la lengua a los invitados de la parte contratante de la segunda parte para conocerlos y calzarles la etiqueta. Estábamos en mitad del primer plato, una crema caliente de calabaza con lágrimas de nata y todavía el vino no había hecho efecto, por lo que por el momento nadie, excepto yo, se dio por aludido.
- No tengo una visión global, les dije a todos. En todo caso creo que en todas partes cuecen habas pero aquí las cocemos con jamón. España es diferente, pero matizar esta afirmación me llevaría doscientas páginas. Tú hazme preguntas lo más concretas posibles sobre lo que quieras y yo te contesto. Por ejemplo, el recorrido de Ciudadanos tras las últimas elecciones, por qué ha fracasado el acuerdo entre PSOE y Unidas podemos, la consistencia del líder del PP o el acierto o no de sacar a Franco del Valle de los Caídos…
La estrategia pareció funcionar porque de pronto casi toda la mesa se lanzó al ruedo de la opinión. Mientras discutes con los de la otra familia, argumentas sobre la cosa misma mientras pones la etiqueta; cuando discutes con los de tu familia la etiqueta está puesta y los argumentos se convierten en cuestiones personales. Procuro hacer de moderador encubierto. Descubres que un marido joven trata de monopolizar las verdades. Se escucha complacido, mientras una señora mayor, tía abuela de la novia, guarda un silencio relajante: escucha por interés, por educación o simplemente no escucha. Lo cierto es que el joven pontífice decía cosas sensatas en términos gastronómicos (el contexto lo es todo): Ciudadanos estaba seguro de comerse al PP y va a ser al revés; el PSOE apuesta por pegarle un suculento bocado a los votos de Unidas Podemos; a Pablo Casado le falta un hervor y al tema del Valle de los Caídos se le ha pasado el arroz.
Hace una semana vi la película de Pedro Amenabar Mientras dure la guerra. El planteamiento histórico es correcto con algunas licencias cinematográficas. Por cierto, la derecha periodística, la fiel infantería, como la llama José María Izquierdo, ya ha descubierto 18 errores históricos según ella. Lo que me interesó sobre todo fue la figura de Don Miguel de Unamuno que asocié con mi postura en la boda: Tú hazme preguntas lo más concretas posibles sobre lo que quieras y yo te contesto. Para mí Unamuno es más un literato que un filósofo, si es que se pueden separar ambas facetas. Lo que realmente me interesa de su pensamiento es su asistematismo, posiblemente por influencia de Kierkegaard. Cada pregunta requiere una reflexión puntual, a veces única como cada ser humano, sea la fe religiosa, la cuestión social, la familia, los totalitarismos de izquierdas y de derechas o la regeneración de España.
El principio de contradicción, la negación es el motor de la filosofía unamuniana pero en sentido inverso a Hegel. Para Unamuno ninguna posición queda englobada y superada en el sistema del espíritu absoluto. La única totalidad es Dios y resulta inalcanzable. En eso consiste el sentimiento trágico de la vida: "La vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción. El no saber es toda tu esperanza de Agustín García Calvo. La razón es el reino de la subjetividad. Pero las preguntas que se hacía Unamuno eran metafísicas, teológicas, morales… Acaso esa fue la razón de que no comprendiera el significado político de la guerra civil española. Por una parte, los excesos de la izquierda radical contra la Iglesia; por otra, la tensión existencial, explosiva, nunca resuelta al modo escolástico, con que Unamuno vivió las relaciones entre razón y fe, concluyó con su apoyo a la sublevación militar contra la República en nombre de la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana. Aunque para mí, la razón última de su apoyo inicial, que parece quebrarse tras su sonado enfrentamiento con Millán Astray en el paraninfo de Universidad de Salamanca, la que más íntimamente sintió, no fue la defensa retórica de los valores de la cristiandad como eje vertebrador de la cultura europea, sino la protección de su familia primero y de la Universidad después frente al terror y la barbarie.

jueves, 10 de octubre de 2019

Primeras lecturas


El primer libro que me regaló mi abuelo materno (del paterno, un gran hombre, sólo me queda la memoria histórica) fue el Quijote. Tenía catorce años. Era una edición de la Librería Hernando, modesta, de letra minúscula y abigarrada, que por desgracia desapareció en una mudanza. Ahora con el transcurso de los años digo del Quijote, mutatis mutandis, lo mismo que el propio Cervantes dijo de la batalla de Lepanto (en la que participó y resultó herido) en el prólogo de la segunda parte de su obra: La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. ¿Estaría pensando Cervantes en su obra inmortal antes que en la batalla?  Después vienen las grandes obras literarias de todos los tiempos; pero en un escalón superior siempre estará el Quijote. Por supuesto, mi abuelo no pretendía que a esa edad lo leyera entero. Ni siquiera que lo leyera porque era él mismo cuando venía a casa quien me leía y explicaba un capítulo. Nunca más de uno cada día. A veces repetíamos. Es lo mismo que les recomendé a un grupo literario de amigas que me invitaron a una de sus reuniones para que charláramos del Quijote. Les aconsejé que evitaran ediciones resumidas, adaptadas pedagógicamente o con “prosificación moderna”. Que no vacilaran en disfrutar del privilegio de leer el original en su propia lengua. Una buena edición con notas a pie de página harían la función de mi abuelo. En realidad, las lecturas eran para ellas un excelente motivo para viajar a los lugares por donde transitaba el libro de turno. En este caso la ruta cervantina, incluida la excelente biblioteca dedicada al Quijote en el Toboso o el Mesón del Quijote en Mota del Cuervo. Les dije que a mí me parecía que Sancho Panza el escudero estaba más loco que el Caballero de la Triste Figura, porque Don Quijote estaba loco a tiempo parcial y el resto era sabiduría, mientras que Sancho Panza estaba loco todo el tiempo por creerse a pies juntillas todos los delirios de su señor. Lo importante, les aconsejé, es descubrir tus magias parciales del Quijote; por ejemplo, las dudas de Sancho Panza sobre la sin par Dulcinea tras su visita al Toboso.
El segundo libro que me regaló mi abuelo, un año más tarde, fue La isla misteriosa de Julio Verne. Esta vez sí lo leí entero. Hace menos de un mes lo he releído, lo he devorado en una semana con la misma fascinación que entonces. Han pasado océanos de tiempo, pero tanto entonces como ahora es la joie de lire, la felicidad única que proporciona la lectura, lo que realmente cuenta. Y ahí debería terminar la verdad de La isla misteriosa, pero dada mi tendencia a complicar las cosas, por un lado, y como en cada lectura se revela un libro nuevo, aunque lo retomes a la semana de haberlo terminado, con toda seguridad no podré evitar la tentación de hacer algunas reflexiones marginales. A bote pronto se me ocurre que sólo en grupos humanos muy reducidos pueden darse lo que los sociólogos consideran las condiciones ideales para el buen funcionamiento colectivo: eficiencia, cohesión, solidaridad, imaginación, autoconciencia, moralidad, empatía…  Pero eso lo dejamos para otra micromega.

viernes, 12 de abril de 2019

¡Mira que bonito!


He releído un artículo bastante plúmbeo que escribí hace tiempo contra la inmediatez no reflexiva del juicio estético “me gusta”, equivalente por su simplicidad al juicio de hecho esto es un gato sin más especificaciones de sexo, raza y condición. Hoy, con un ejemplo, voy a darle la vuelta dialéctica al saber fundado de los puristas a favor de la sinceridad del consumidor sanote de cultura que proyecta las plácidas sombras de la curiosidad en la pared de la caverna platónica.
En una exposición de pintura, el me gusta brilla con luz propia. Su expresión verbal es el consabido ¡mira, qué bonito! Mejor nos olvidamos de las explicaciones porque hasta los más “entendidos” dicen chorradas. La pintura es tan compleja como la música. Hay que ser prudente y modesto y sobre todo sincero con uno mismo… como aquellos dos novios invitados (obligados a asistir) al concierto del sábado por la tarde por el padre de la chica porque no podía utilizar su abono conyugal por causas mayores (en realidad, un Madrid-Barça). Cogidos de la mano miraban extasiados a la imponente araña de la sala de conciertos mientras el aire se llenaba con la música de Bruckner, toses sin pañuelo y envoltorios de caramelos de menta. A la mitad de un allegro moderato, en un arranque de convicción, el joven susurra a su colega penitente: trescientas ochenta y seis. A lo que, aliviada al fin, la otra contesta : trescientas ochenta y siete si cuentas la fundida… ¡Viva el escuchar desatento! Siempre preferible a los comentarios del intermedio iguales a sí mismos toque lo que toque.
Si quieres enterarte algo más de la exposición, alquila el audio-guía o apúntate a la visita guiada. Aquí lo que decae es la atención. Nos interesa pero no tanto. Excepto honrosas excepciones el cicerone nos abruma con tal cantidad de información que el cerebro se bloquea. Es parecido al cuelgue del ordenador por tocar demasiadas teclas sin criterio. Se produce entonces el empane reparador y las travesías del desierto.
Para mí, lo mejor es ir por libre y tirar de Wikipedia cuando te interese. Mejor recurso es prepararte la exposición el día de antes pero tiene dos inconvenientes: primero, robarle un tiempo al ocio puro y duro, y segundo, aburrir al personal cuando largas tus informes. Si algún amigo o conocido los reparte fotocopiados se expone a que lo borres de tu lista de contactos o que advierta las miradas que lo fusilan. No insistas: tu señora o tu pariente más cercano te van a sugerir que pares. Mensaje implícito: para calentarte las meninges, cómprate un  libro o vete a una conferencia del Ateneo. Si la exposición es de arte abstracto los comentarios son de lo más sincero: ¿Dónde quedaría bien ese cuadro? Señala la joven mirando un pequeño lienzo plagado de manchas en blanco, negro y amarillo. En el retrete, contesta el chico mientras piensa que la hora de comer se acerca. Ese otro, un Mondrián, insiste la chica, sería excelente para diseñar un mantel de cuadros. Replica el joven: Mira aquel de enfrente no se entiende ni el cuadro ni el título, Omphalos IV. Eso lo pinto yo, dice un señor mayor que pasaba por allí.

viernes, 8 de marzo de 2019

Precariedad


Cuento lo que me contaron. Un matrimonio, vecinos de toda la vida, ha estado este verano una semana de vacaciones en La Habana. Un día cenaron en el destartalado hotel de cuatro estrellas en el que se alojaban. Paredes desconchadas, manteles grasientos y cubertería del tiempo de Maricastaña. Les llamó la atención la enorme cantidad de camareros que pululaban por el comedor, sombras invisibles que no atendían a nadie (tres mesas ocupadas) hasta que hartos de protestas se acercaban indolentes con la carta. Cuando pides solo quedan cuatro cosas. Por cierto, el arroz a la cubana no lleva tomate ni plátano. Al terminar el almuerzo, mi vecino le preguntó al camarero que parecía más simpático, tras generosa propina en euros, por lo curioso del caso: Pues ya sabe, en Cuba no hay desempleo. Nosotros hacemos como que trabajamos y el Estado hace como que nos paga. Trabajo hay, lo que no hay es dinero. A barrer carreteras o a cortar caña de azúcar por la sopa boba.
Me envía por WhatsApp desde Londres un pariente y amigo, muy aficionado al golf, un video en el que un robot parecido a un coche de fórmula pero más pequeño y achatado corre veloz por el campo de prácticas para recoger las bolas que tiran los socios desde las casetas. El ingenio mecánico sustituye al tradicional vehículo recogebolas con cabina metálica y bandeja delantera. Se trata de otro ejemplo de inteligencia artificial, no muy cara en este caso, que facilita la tarea de los humanos pero que, a la vez, los manda al paro. Un robot, le comentó a mi amigo uno de los profesionales del club, hace el trabajo de tres vehículos, es más rápido y molesta menos a los clientes. Resultado: tres puestos menos. Reducción de costes y aumento de beneficios. 
Más de lo mismo: en la actualidad, un joven (o una joven, no se moleste alguien) con un currículo premium (estudios universitarios, doctorado, Erasmus, masters, cursos, publicaciones) tras superar varias entrevistas consigue un puesto de becario mal pagado; dos años después le hacen un contrato laboral para hacer el trabajo de tres por un salario de medio. O sea, los jóvenes se dejan las pestañas y la empresa hace como que les paga. Mientras, accionistas mayoritarios, directivos de gama alta, inversores preferentes, gestores estratégicos, auditores de pega o consejeros de administración se forran a costa de las millonarias plusganancias. Hay dinero pero no hay trabajo. A buscarlo en el extranjero o a conducir motos de tele-comida.
Dos caras, pero no de la misma moneda.

viernes, 22 de febrero de 2019

Diálogo


Nunca más que ahora ha estado de moda el término “diálogo”, sobre todo en la vida pública. Junto con “relato” y “poner en valor” es la palabra (o expresión) más utilizada por los políticos.
El término “diálogo” como casi todo nuestro bagaje cultural procede de la antigua Grecia. Diálogo procede del verbo dialegw. El “Diccionario griego-español” de J.M. Pabón incorpora los siguientes significados: conversar, platicar, hablar, discutir, disputar, tratar (algo con alguien), discurrir, razonar… El significado, en versión libre, de la unión entre la preposición (dia) y el verbo (legw) sería algo así como “un viaje a través de la palabra”. Como criterio epistemológico podríamos denominar al diálogo “la verdad como resultado de un proceso”.
El término pasa literalmente al latín clásico como conversación o plática entre dos o más personas (dialogus) mientras que el sentido de discusión o razonamiento lo recogen mejor los términos quaestio: indagación, cuestión, disputa o disputatio: disputa, controversia (según “El diccionario latino-español etimológico” de Raimundo de Miguel). El diccionario de “Expresiones y frases latinas” de Víctor-José Herrero Llorente, amplia el significado histórico de ambos términos. Quaestiones: Nombre que se daba en la Edad Media a grandes repertorios de problemas discutidos, acompañados de sus autoridades, argumentos y soluciones. Disputationes: “Discusiones”, “Controversias”. Nombre que se daba en la Edad Media a ciertos ejercicios escolásticos en los que se debatían cuestiones importantes y que servían para ejercitar a los participantes en la argumentación y demostración. Por su parte, el “Diccionario etimológico de la lengua castellana” de Joan Corominas incluye entre los derivados del verbo griego los de dialéctica a mediados del siglo XIII y dialéctico hacia 1440.
Por último, el “Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua” subraya tanto la etimología latina como la griega y recoge tres acepciones del vocablo:
1.  Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos.
2.  Obra literaria, en prosa o en verso, en que se finge una plática o controversia entre dos o más personajes.
3.  Discusión o trato en busca de avenencia. 
El diálogo como disputa o dialéctica  es el método de la filosofía socrática y del propio Platón. La estructura de los Diálogos platónicos es siempre la misma: aparece un personaje fijo y principal, Sócrates, el maestro de Platón, en torno al cual se reúnen un conjunto de personajes secundarios, normalmente figuras conocidas de la Atenas de entonces. Tras un breve protocolo de encuentro, se suscita la discusión sobre un tema determinado, normalmente de carácter antropológico o humanístico, como el amor, el alma, la amistad, la virtud, la justicia, la república o las leyes. Tras un elaborado proceso de discusión, Sócrates tiene siempre la última palabra sobre la solución más convincente. Es una forma de dialogar con truco, con red, porque siempre gana Sócrates. En realidad cuando leemos los diálogos platónicos se nos ocurre una y otra vez que sus opositores dialécticos hacen demasiadas concesiones y dicen amén a sus razonamientos con excesiva premura (sin duda, ciertamente, en efecto, no podría ser de otro modo); se lo ponen demasiado fácil sin plantear las serias objeciones que nosotros le haríamos al hilo de la lectura. Si jugamos a la ucronía y uno de los diálogos platónicos se hubiera titulado Puigdemont o la independencia, la solución socrática hubiera sido, sin truco, sin red y sin contrarios, la creación de una ciudad Estado independiente o polis debido al fuerte sentimiento nacionalista de los griegos en el siglo V a.C. Atenas era Atenas y Esparta era Esparta y así todas las polis. Sólo la guerra contra el extranjero pudo confederarlas. La idea de Grecia como una sola nación integradora de todas las ciudades Estado bajo una misma ley era todavía impensable. Eso vino después, como sabemos.
Inversamente, si Cicerón hubiera escrito un diálogo titulado De Republica indivisa, las famosas catilinarias del filósofo romano hubieran sido un amable consejo comparado con el furibundo alegato contra el malvado partidario de la partición del Imperio. Si alguna de las provincias del Imperio Romano, por ejemplo Hispania, Lusitania, Judea o Egipto tras la muerte de Cleopatra (por abarcar distintas etapas históricas) hubiera osado independizarse de Roma, los generales más renombrados al mando de las legiones más belicosas partirían al punto hacia la el territorio sedicioso y pondrían en orden los límites del imperio a sangre y fuego… Dura lex, sed lex. Excepto para aquella aldea de irreductibles galos que nunca se sometieron al dominio del invasor gracias a los efectos de una poción mágica.

domingo, 10 de febrero de 2019

Bla, bla, bla



Casoplón. Casa de elevado nivel: bien situada, cara y con muchos metros cuadrados. Dados los precios actuales de la vivienda el término es cada vez menos selectivo.

Coral: hacer algo conjuntamente o de forma cooperativa. Se puede aplicar a múltiples situaciones de forma positiva (normalmente) o negativa: el juego de un equipo de fútbol que lo borda o los gritos desaforados de la oposición en el parlamento cuando interviene un representante del gobierno.

Dar visibilidad: promoción pública de la validez o jerarquía de un puesto de trabajo para que los jefes tomen nota. Puede tener un significado más amplio: que la sociedad ponga el ojo en algún tema o problema. También se usa como sinónimo de promocionar un producto en la jerga del marketing.

- Dejarse pelos en la gatera: sinónimo de pasar de forma muy apurada por una situación de riesgo. Es un dicho al que son adeptos los politólogos, tertulianos y analistas de los medios de comunicación audiovisuales cuyo nombre es legión. Utilizan esta expresión (menos frecuente que otras) cuando los dirigentes de un partido político toman una decisión arriesgada que supone un beneficio para su formación pero también tiene unos costes más o menos elevados de carácter electoral o de cara a la opinión pública. En los casos extremos pueden empañar o convertir el éxito en aparente, puntual o efímero (en este caso se dejarían algo más que los pelos en la gatera). 

Empoderar: consultar el diccionario de la Real Academia de la Lengua; golazo por la escuadra que le han metido a la noble institución con este vocablo funesto. Les encanta a las feministas que pretenden cambiar el mundo en un año.

En definitiva: en resumen, en conclusión; afortunadamente esta plaga está remitiendo. En numerosas ocasiones se coloca la expresión al comienzo de la frase, cuando debería ir, lógicamente, después de las premisas del argumento o silogismo que intentamos concluir.

Fidelizar: término que designa el objetivo comercial de que los clientes estén satisfechos (incluso al margen de sus intereses y necesidades reales) y, ante todo, lo sigan estando, con los productos que les factura una empresa. Se trata de conseguir una relación empresa-cliente continua y duradera. Una variante de fidelización son las ofertas de contrato con largo compromiso de permanencia.  

Hacerse viral: normalmente un vídeo, una fotografía, también un comentario o el enlace a una página que alcanzan una gran difusión en las redes sociales. Muchos vídeos han sido cocinados para ser virales (arrastran publicidad): animales raros, gente estrafalaria, estupideces de políticos, situaciones extravagantes y cosas así. Buena parte son chorradas o postureos de famosos.

Lo compro: estoy de acuerdo, me parece bien, hago mía esa idea. Síntoma de la omnipresencia de los mercados (competencia de las ideas) en el inocente lenguaje cotidiano.

- Mantra
: frase que repite un político, normalmente en el Parlamento, como si se tratara de una fórmula mágica que se utiliza para reforzar una posición ideológica inapelable. Repetición compulsiva y circular de un principio o pilar incuestionable de un partido. Obviamente, el propio político o partido no utilizan el término "mantra" para bautizar su ocurrencia sino sus adversarios que no se la tragan y están hartos de oírla. Tiene, por tanto, un sentido peyorativo. 

Marcarse un triple: alardear de haber logrado algo muy difícil de conseguir en cualquier ámbito de la vida. En ocasiones se reconoce implícitamente que la suerte ha intervenido en el final feliz. Muchos usos de esta expresión son simples exageraciones o faroles de algo que realmente fue obvio, fácil o de sentido común.

Micromachismos: dichos o conductas que, según la ortodoxia feminista, tienen un cierto tufo a machismo implícito. El radar feminista está cada vez más afinado: dejar en una puerta pasar primero a la chica (¿crees que no tengo manos como tú?), invitarla a un café (¡oye, que yo también trabajo!), no usar el correspondiente femenino profesional (no decir “jueza”, “pilota”, “detectiva”, “miembra del consejo de ministros”).

Perrear: ordinariez léxica que designa la modalidad de un “baile” discotequero en que la chica frota su trasero en las partes íntimas del varón al ritmo de la música. Obviamente la expresión toma su nombre de la cópula de los cánidos. Preguntarle a una chica si "perrea", en cualquier contexto, en serio, en broma o ninguna de las anteriores es una forma estúpida de mugre machista.

- Planazo
. Plan más que apetecible que promete diversiones sin cuento. La industria del ocio se ocupa de vendernos en papel o en pantalla los planazos del fin de semana, vacaciones, viajes, itinerarios…  

Poner en valor: galicismo horrible: mettre en valeur, poner de relieve subrayar la importancia de algo o de alguien.

Populismo: arma arrojadiza de los políticos que en realidad no significa nada; por eso mismo se lo escupen todos a todos sin que nunca sea lo mismo. La esencia común consiste en denunciar ideas demagógicas (lo cual no es difícil) para cazar votos a costa del descrédito del rival.

Postureo: pose excesiva, imagen rebuscada a fin de aparentar, de crear una falsa apariencia de alguien o algo con procedimientos artificiosos con una finalidad (“vender la moto”) o sin ella (“el arte por el arte”). Imprescindible en una sociedad donde predomina la imagen pública o privada. 

Regulero
. Ni bueno ni malo pero más bien malo que bueno. Su uso más benévolo sería “ni bueno ni malo sino todo lo contrario”. Se trata de un adjetivo de aplicación universal: una persona, una película o un restaurante, incluso un estado de ánimo… El término "mediocre" lo define correctamente aunque no responde a su etimología latina “mediocritas” que significa lo que está en el medio en sentido positivo o normalizado. La expresión “aurea mediocritas”, como símbolo de la prudencia o moderación en los hábitos, sirve de ejemplo. Regular tirando a mal es más exacto para definirlo. También vale “de poco interés”. Al tener un origen subjetivo cumbre un campo semántico demasiado amplio o poco preciso, aunque la parte positiva es que puede ser un excelente punto de partida para iniciar una jugosa conversación sobre cualquier cosa.

Relato: lo que cada político cuenta de su gallinero. Término ofensivo a su significado original surgido de la jerga pretenciosa de los tertulianos radiofónicos. De uso creciente: se aplica a cualquier asunto público (tenga o no interés). Se emplea abusivamente para designar el punto de vista o la mera opinión de alguien.

Te cuento: rollo más largo y tedioso de lo necesario, normalmente anodino, que alguien está deseando largar a su interlocutor. Puede tener un uso narcisista cuando lo que desea el emisor no es contar algo (aunque algo hay que contar) sino escucharse a sí mismo. También anuncia un cotilleo viperino de gente próxima o conocida.

Trolear: burlarse de alguien con “cierto ingenio”. La mayoría de los troleos son majaderías, irrelevantes, burdas que no tienen maldita la gracia. Se trolea en las redes sociales, sobre todo en Twitter e Instagram, es decir en los foros de gente "importante", con cierta audiencia social, por ejemplo futbolistas o personajes de la farándula. La provocación del trol es aplaudida o silbada por los seguidores del troleado que, a su vez, puede continuar con el juego de la provocación o hacer oídos sordos y tragar quina.  

Vale: muletilla que se repite en la forma de hablar de alguien (sobre todo de exponer) en proporción inversa a sus hábitos de lectura; además de molesta por reiteración innecesaria y vergüenza ajena, plantea implícitamente al oyente si acaba de entender lo que le están contando. En el fondo es al revés, el que habla trata con la muletilla de explicarse a sí mismo lo que dice.

- Viejuno: visita esta página web; divertida e implacable; medicina preventiva para milenials (otro término a seguir).


Yo, yo, yo
: pronombre personal cuyo uso en la lengua francesa es obligado antes del verbo en primera persona del singular; tiene, por tanto, un significado gramatical, no enfático, como ocurre en la lengua española. El uso abundante, redundante y resonante de este pronombre por los políticos nacionales en sus soflamas parlamentarias es un signo inequívoco de la egolatría ambiental (y no sólo en el ámbito de la política). Por un lado, es pura imaginería narcisista y prepotente; por otro, es una consecuencia de la crispación política que nos envuelve. Sería preciso recurrir a un tratado de egología trascendental para entenderlo. "Yo exijo", "Yo propongo", "Yo acuso"...

Zona de confort: se refiere a los hábitos, incluso rutinas, de todo tipo (forma de vestir, de ducharte, de hacer las compras, de leer, de hacer el amor… que forman parte de tu vida y que te hacen sentirte cómodo, seguro, a gusto). Puede entenderse como un reproche ante la pasividad o falta de iniciativa ante una situación. “Salir de la zona de confort” es una reivindicación del pensamiento creador o divergente. Hay que reconocer que el anuncio de combinados que propició la metástasis de la expresión estaba muy logrado.

lunes, 4 de febrero de 2019

Masculinidad mimética



Una de las conductas más resbaladizas y extendidas entre las mujeres, sobre todo las jóvenes, es lo que se puede denominar “masculinidad mimética”. Se trata de un proceso de imitación de rasgos asignados tradicionalmente por la cultura occidental a los varones. Esta mímesis comporta una constelación de representaciones identitarias cuya función explícita puede ser la aspiración a la “igualdad de los sexos” pero cuya función oculta es la reproducción de actitudes machistas; o lo que es peor: un homenaje involuntario al machismo. Las feministas ortodoxas lo tachan de mascarada. Hay ejemplos que proceden de la vida cotidiana: chicas que dicen los mismos tacos y expresiones que sus amigos de la pandilla, es decir, se apropian de la jerga de la horda y la remedan. ¡Cuidado con la manada, huye mujer de sus ojos de serpiente! Entre ellas pueden decirse: ¡No me toques los huevos! Copian los gestos masculinos de la cara, brazos y piernas, también los obscenos e incluso se pelean como machos en celo. Beben y fuman igual que ellos, o sea, los imitan. Visten sudaderas con capucha y logotipo, cazadoras paramilitares, camisas blancas de boda, cinturones de leñador y zapatones deportivos. Llevan gorras de visera puestas al revés o sombreros con cinta, un reloj enorme que mide casi todo y gafas de sol redondas con cristales negros. Tras este mundo de imágenes y fantasías, al final, siempre surge el negocio: la tendencia es aprovechada por las grandes firmas de la moda o por los salones de belleza unisex.


Parece como si estas jóvenes aprendices de varón dieran la razón al fundador del psicoanálisis cuando hablaba del complejo de castración en el Edipo femenino y el deseo simbólico de la mujer de tener pene. También me recuerda el mito griego de Hermafrodita. Y en términos hegelianos, si la figura de la conciencia es el machismo, la negación de la negación.