sábado, 1 de junio de 2013

Paul Klee, maestro de la Bauhaus


Con este título, la Fundación Juan March de Madrid presenta una nueva muestra. Copio de la web:
La exposición, resultado de varios años de trabajo en colaboración con el Zentrum Paul Klee de Berna, se apoya en el que quizá sea uno de los proyectos de investigación sobre el artista más relevante de las últimas décadas: la reciente edición crítica del así llamado "legado pedagógico" de Klee. La muestra permite articular una selección de 137 obras entre pinturas, acuarelas y dibujos, realizados entre 1899 y 1940, con casi un centenar de manuscritos seleccionados entre las notas de las clases de Klee en la Bauhaus, que representan cada uno de los 24 capítulos que componen los textos de Klee.

Klee fue uno de los genios que impartió clases en la Bauhaus junto con Walter Gropius, Johannes Itten o Wassily Kandinsky. La idea del arte de esta escuela alemana como un proyecto colectivo, funcional, al servicio de la sociedad, marcó una época hasta que fue clausurada por los nazis en 1933 y la obra de Klee condenada por “arte degenerado”. Por su valor en cambio no fue quemada en la hoguera.

Lo que me atrae de Klee es que detrás de sus cuadros, bocetos, dibujos… hay más de dos mil páginas de teoría. Según parece, tan ingente producción se podría resumir en menos de cien una vez recortado lo accidental, las variaciones sobre el mismo tema y un amplio surtido de obsesiones. Los defectos de un profesor. Sabemos, además, que en la Bauhaus no se podía diseñar una silla con cuatro tubos sin recorrer toda la historia del arte, formular un manifiesto o publicar un tomo. Por supuesto, Klee, nunca dejó de afirmar que el talento creador no se puede aprender y que, como mucho, la escuela puede descartar (y eso con reparos, piensen en Dalí) a los no aptos para la causa. La virtud, desde Platón, es un regalo de los dioses. La academia es una escalera que luego hay que tirar cuando estás arriba.

Lo primero que se percibe en la muestra es la fascinación del maestro por el movimiento y el cambio, uno de los núcleos recurrentes en ciertas visiones artísticas, como el futurismo de Marinetti, Marcel Duchamp o el fotógrafo Eadweard Muybridge… el viejo problema del ser y el devenir que abrumó a los filósofos griegos. Estados sucesivos, secuencias, espirales; flechas y vectores inundan los cuadros. Bergson reunió, como Klee, sus innumerables artículos y conferencias en su obra La pensée et le mouvant (1903-1923). Afirmaba Klee a modo de divisa que la forma fija es siempre el error. Que hay que buscar la formación como fin, el proceso inacabado, la realidad misma. La aparición del cine acabó con las vetas del filón. Por eso a nosotros nos cuesta tanto entender el interés por la reflexión cinética y su plasmación en el lienzo.

Otra serie de cuadros apunta a la perspectiva diédrica como proyección de la tridimensionalidad en el plano. Una forma de neopitagorismo cuya finalidad es husmear los esqueletos de las cosas desde la ciencia pura del espacio. Un saber para iniciados. Instrucciones inextricables para entrever algo que está más allá de nuestras cabezas. Lo que se observa son láminas calcadas de lo que en mi época se llamaba dibujo lineal. Entonces era una labor de alquimia; ahora los ciberartistas se dedican a la generación automática de formas plásticas. No me gustaba entonces ni me gusta ahora.

También el color tiene su rincón en la sala. Aunque inicialmente fue un tema secundario en las investigaciones de Klee, posteriormente cambió de registro y llegó a impartir en la Bauhaus cursos de teoría cromática y mezclas. Algunos trabajos de la exposición presentan paletas con las consiguientes divisiones, transiciones y matices. Nuestro interés por tales hallazgos es limitado. Si el cine fulminó el movimiento, las aplicaciones de edición gráfica, tipo Photoshop, han liquidado el color. Es el precio del progreso.

Y, por supuesto, el tema recurrente de la naturaleza. Klee enseñaba que la naturaleza no imita al arte y es vano especular. Tampoco el arte imita a la naturaleza; es perder el tiempo competir con ella; sólo obedeciéndola es posible comprenderla. De la naturaleza aprendemos: como Leonardo que observaba el vuelo de los pájaros para construir artefactos aéreos. Igual que en las primeras mitologías, sólo puede ser objeto de admiración. El naturalismo de Klee es otra ficción estética sobre la oposición entre naturaleza y cultura. Me recuerda la enigmática sentencia de un filósofo hispano-árabe: Uno de los fines de la naturaleza es la ciega producción de formas bellas (una propiedad de la materia indiferente a la existencia o no del hombre). Está ahí y forma parte de un misterio inaccesible al entendimiento.

1 comentario:

  1. De acuerdo con tu artículo y con Paul Klee. Me gusta añadir un comentario sobre un pintor, que se lo merece, y "para mí" es el mejor representante del expresionismo austriaco: James Ensor, y en concreto un cuadro que siempre me ha fascinado: "Máscaras disputándose a un ahorcado". Para mi una obra de arte.
    Un abrazo y un gran artículo.
    Joaquín.

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