lunes, 27 de enero de 2025

La Formación Profesional

 

Los trabajos manuales tienen su leyenda negra. En el libro del Génesis, Dios expulsa del Paraíso a Adán y Eva por el episodio de la serpiente y la manzana tras maldecirlos: Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres y al polvo volverás. Las civilizaciones antiguas, Mesopotamia, Egipto, Grecia o Roma fueron construidas sobre las múltiples ocupaciones del trabajo esclavo. Busquen el significado etimológico del trabajo en el latín vulgar y se llevarán una desagradable sorpresa. El feudalismo medieval convirtió los esclavos en siervos y sólo el ascenso de la incipiente burguesía en las ciudades fundadas en el siglo XIII revalorizó el trabajo productivo para fomentar la industria, el comercio y las finanzas.

Los prejuicios hacia los trabajos manuales forman parte de la historia de España. Por ejemplo, el hidalgo famélico, mucho honor, poco contante, que los considera oficios de villanos. A partir del siglo XVII, con los últimos reyes de la Casa de Austria, el sol empezó a ponerse en los territorios del imperio. Muchas son las causas de la decadencia de la España del Capitán Alatriste, pero una de las más influyentes es la falta de una burguesía emprendedora y de negocios. Los galeones cargados de oro y plata procedentes de las Indias cruzaban la península ibérica desde los puertos andaluces hasta las arcas de los países europeos a cambio de productos manufacturados. Finalmente, el único oro que quedó, a mayor gloria de las letras, fue el cultural.

Max Weber, en el libro de sociología más inteligente que quizás se haya escrito, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, sostiene que las religiones protestantes del norte de Europa consideraban el éxito individual en el trabajo, la ganancia de beneficios y la acumulación de bienes como un presagio positivo de la divina predestinación; también las profesiones artesanales son bendecidas por su colaboración en la obtención del bien común y constituyen un signo visible de pertenecer a los elegidos. Una ilustración popular en la Reforma es la del zapatero encorvado sobre su trabajo que dedica todo su esfuerzo a la alabanza de DiosEsta sacralización del trabajo es ajena e incluso contraria a la moral dominante, clerical y espiritualista, de los países católicos del sur de Europa. Otro salto en el tiempo: los países más avanzados de la Unión Europea nos miran por encima del hombro, entre tópicos, estereotipos y medias verdades por nuestra afición a la siesta, la vagancia y las fiestas de guardar. Y otra consideración: el auge histórico del nacionalismo vasco y catalán no es originalmente de carácter ideológico sino económico y anterior a la Guerra Civil.  

Hay evidentes secuelas de aquella débil idiosincrasia precapitalista en nuestro país. En pleno siglo XX las enseñanzas regladas de Formación Profesional eran marginales y poco valoradas. Durante décadas se ha considerado a los alumnos de FP jugadores de tercera división; gente que no estaba a la altura de las asignaturas de Matemáticas, Lengua o Historia, poco preparada para cursar estudios superiores. La imagen: unos chicos embutidos en un mono azul de trabajo con hombreras que se dedicaban a hacer piezas de metal en el torno o a colocar remaches a martillazos. Matricularse en FP era propio de las clases bajas, hijos de obreros que se resignaban a ser obreros, que se conformaban con aprender oficios mecánicos. Corrían bulos sobre la adscripción forzosa a la FP de los hijos de familias represaliadas. En resumen, un grupo anónimo, sin consideración social ni ventanas abiertas al mundo. Algunos accedían por méritos propios a las Universidades Laborales (una institución que, en mi opinión, debió mantenerse y adaptarse a los tiempos posfranquistas).

Es cierto que para ir a la Universidad tenías que superar con diez años la prueba de ingreso al bachillerato, seis cursos que iban en serio (no como ahora), dos reválidas  selectivas y el examen del Preu. Más de la mitad de los estudiantes de medias se quedaban en el camino. De los que terminaban, una cuarta parte carecía de recursos para desplazarse a una ciudad universitaria y sólo el otro cuarto lo hacía con un porcentaje de éxito alto o bajo según las carreras. No obstante, se resistían por prejuicios sociales a matricularse en los centros provinciales de formación profesional. Una anécdota que lo ilustra. En primero de Bachillerato me hice amigo de Manuel Flores, un chaval calé del Barrio de San Antón. Éramos compañeros de pupitre y pronto me percaté de las miradas hambrientas que dirigía a los bocadillos que me preparaba mi madre para el recreo. En uno de ellos (la verdad es que yo era un malcome) le ofrecí compartir la mitad de mi pan con tomate y mortadela. Cuando vi el fervor con que lo devoraba le invité a comerse la otra mitad… ¿no lo quieres, en serio? Y rápidamente lo despachó. Además de un malcome, yo era un chico más bien frágil y bajito, lo contrario que Flores, quien me puso a salvo de las insidias de abusones y acosadores. ¡Eh tú, decía Flores al malaje, si te vuelves a meter con mi compa te voy a dar una hostia que vas a hacer palmas con las orejas! Una simbiosis perfecta. En cuarto de bachillerato, consciente de sus dificultades para aprobar y su situación social, le comenté durante el almuerzo si no le convendría cambiar el instituto por la formación profesional. Además están los dos en el mismo edificio, le tenté, lo cual era cierto. Sin embargo, recuerdo no haber sentido dos mundos a la vez tan próximos y distantes. ¡Probablemente, me dijo Manuel, pero mis padres quieren que estudie magisterio en la Escuela Normal! Compartimos bocata hasta que dejó los estudios para trabajar en una gasolinera… 

Pero volvamos al presente. Desde que estudié el Bachillerato hace más de medio siglo en el Instituto de Enseñanza Media Alfonso VIII de Cuenca, la mentalidad sobre los cursos de Formación Profesional ha cambiado. He impartido clase a incontables alumnos de COU de letras o mixto, los itinerarios más fáciles, que me preguntaban indignados por qué tenían que aprenderse de memoria la teoría de las ideas de Platón, las categorías de Kant o comentar textos inextricables de Descartes o Nietzsche, cuando lo que querían era acceder al mercado laboral tras aprender a desmontar un coche, trabajar en una peluquería, ser fontanero como su padre, arreglar los ordenadores, ser buenos sanitarios o preparar suculentos platos. Por supuesto, les daba la razón, hasta me disculpaba, y, lo confieso, no ponía el listón muy alto. Lo que querían era acceder a módulos de formación profesional de grado medio o superior. Por lo demás, una pasarela a la universidad. Según me contaban (y de eso hace demasiado tiempo) la oferta de plazas era escasa y la mayoría de las solicitudes quedaban en papel mojado. El problema consiste en que equipar a los talleres de formación profesional de una infraestructura técnica adecuada era (y es) caro. No vale el socorrido dicho de una pizarra, una tiza y ahora qué.

Con el paso del tiempo, la percepción de los estudios de formación profesional ha mejorado notablemente. Por fortuna empiezan a tomarse en serio la integración de la FP en el sistema educativo español. He visitado la página oficial de la FP en Madrid y es espléndida. En algunas comunidades autónomas, como Galicia, la FP es un modelo de organización funcional. El Gobierno, según leo, ha presentado un Plan de Modernización de la Formación Profesional dotado con fondos procedentes de la Unión Europea. Esperemos que por una vez haya consenso, prevalezca el sentido común y las comunidades autónomas no se enreden en absurdos nudos gordianos por su distribución.

jueves, 16 de enero de 2025

Las rebajas

 

¡Quién no recuerda en la cabecera del telediario las imágenes del primer día de las rebajas de Enero en las puertas de una gran superficie comercial! Una muchedumbre abigarrada (cantada por Edith Piaf en La foule) sueña con el cuerno de la abundancia. Cuando se abren por fin a la hora en punto, una avalancha de las máquinas deseantes de Deleuze se lanza y se relanza a codazos y empujones en una loca farándula por ser los primeros en satisfacer la urgencia del servir para del útil, no de la cosa, la originaria, ateórica y pragmática relación del hombre con el mundo, según Heidegger.

En las rebajas se dan cita en aparente concordia los universos paralelos de la macroeconomía empresarial y la microeconomía familiar. En las plantas comienza la fiesta. ¡Cuidado en las apreturas por el mangazo de carteras y móviles! Albricias y broncas: tangana de amas de casa que se tiran de los pelos por la misma camisa, maridos boxeando, separados por la seguridad por un quítame allá esa corbata; astutas gentes que vienen a cambiar el regalo de Reyes a la baja y se indignan cuando el vendedor les dice, contrito de oficio, que está agotado pero que si lo desean puede darles un vale por el mismo precio. Otros se rasgan las vestiduras porque los productos de las mejores marcas son inmunes a los descuentos. Las franquicias de las primeras firmas del prêt-à-porter consideran las rebajas simplemente una broma de mal gusto.

Un jefe de ventas de una conocida cadena comercial, vecino de toda la vida, nos comentaba que la mitad de la módica ropa gancho se encarga a las fábricas de corte y confección en exclusiva para las rebajas. Abundan los talleres sumergidos que trabajan en negro semiesclavo. Algunas tiendas inflan los precios un mes antes y se nivelan en las rebajas sin ninguna intervención malintencionada. Es el rebote de las compras masivas durante las fiestas que conlleva un alza de los precios para volver después a su valor natural (pura economía clásica, Le monde va de lui même). Hay fraude mendaz cuando las etiquetas muestran un falso precio tachado y un descuento que no es tal, lo que supone un timo al cliente y una competencia desleal con los comercios que cumplen. Lo mismo que los sospechosos porcentajes que convierten un veinte en un setenta por ciento de caída libre. Las rebajas son también una forma de dar salida a los inventarios obsoletos (modas, tallas, defectos, devoluciones) que se han quedado varados en los sótanos. Los comercios nunca trabajan a pérdidas excepto en quiebra.

En realidad, las rebajas no se acaban nunca. Prefiero no hablar del Black Friday, una tradición norteamericana ajena a nuestras culturas nacionales; es como si la Feria de Sevilla se celebrara en Central Park. Hay tiendas que no quitan el cartel del escaparate en todo el año. Las grandes superficies las mantienen mediante oleadas de estrategias promocionales: el día de tal, la semana de cual, el mes del pardal… Lo que los expertos en mercadotecnia denominan estimular la presencia del producto, usar la omnicanalidad, generar la intención de compra, fidelizar al cliente y captar nuevos activos es en el fondo consumismo puro y duro. Siempre ha sido así. Lo que ha cambiado radicalmente son los procedimientos publicitarios con la revolución de las tecnológicas y la IA. Todas las aplicaciones de uso común, navegador, mensajería instantánea, redes sociales, alojamiento de videos, saben más de ti que tú mismo. Esa permanente cosecha de datos permite al algoritmo enviarte por los mismos canales unos catálogos a la carta que refuerzan (o sea, manipulan) tus gustos y fantasías. La IA es comparable a un sastre de alta costura que te toma las medidas exactas para hacerte un traje gratis. Pero si el producto es gratuito, sabida sentencia es que el producto eres tú.

P.D. Tres consejos pareados sobre precios rebajados.

Donde no hay publicidad resplandece la verdad (de la revista La Codorniz).

Si compras por internet, cerciórate de quién es.

¿Rebajas? En conclusión: el cliente nunca lleva la razón.

martes, 7 de enero de 2025

Elogio de los Reyes Magos

 

Adoro a los Reyes Magos. Son el símbolo de lo mejor de mi niñez, de la imagen irrecuperable de un mundo bien hecho, de la inocencia y la ausencia del mal, por eso me aferré a su creencia hasta que me salió el bigote. Escribía la carta con detalles de orfebre, caligrafía de cuaderno, frases cortas, sujeto, verbo, predicado y la lista numerada del uno al cinco por orden de preferencia. Torcía el gesto la gélida tarde que mi abuelo me llevaba a Galerías Preciados a entregársela en mano al rey que me tocaba al final de la cola. ¿Era negro el negro? Tras dársela a un paje de rostro desteñido y ojos famélicos que la depositaba en un arca, me subía en sus rodillas, me daba un beso vinoso, me acariciaba el pelo con manos de guante sobado y me preguntaba lo mismo que al niño anterior (mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón): te has portado bien, has sido obediente, has hecho los deberes… presentía la impostura y no era el único de la fila. ¡Aquí huele a camello! Soltaba de pronto algún madrileño castizo. Risotada general y caras largas en la pareja de guardias municipales. Al fondo, dos bellas azafatas de azul y rojo a las que mi abuelo no perdía de vista se miraban divertidas.   

De noche la cabalgata de Reyes en la Gran Vía madrileña: las carrozas de sus majestades escoltadas a caballo por la guardia civil con uniforme de gala, fuegos artificiales, fanfarrias y caramelos, aplausos y vítores, el preludio de una genuina fiesta española (a salvo de la invasión xenocéntrica del viejo barbudo con gorro colorado, ho, ho, ho) cuya única pega es la fecha demasiado cercana a la vuelta al cole.

En casa, al lado del árbol navideño colocaba mis zapatos nuevos, agua para las monturas, mazapán y polvorones para el séquito real… pasaba la noche en duermevela, al amanecer saltaba de la cama y estremecido abría la puerta del salón, lo mismo que hago ahora en un gesto que me devuelve a los sueños felices de la infancia. 

Cito la única alusión que encontramos en el Nuevo Testamento, Mateo 2:1-12. Unos Magos que venían  de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo. A partir de esta escueta referencia han corrido ríos de tinta. Pero no estropeemos la celebración con exégesis bíblica. Son más distraídas las anécdotas.

Un amigo mío se presentó la noche mágica a las tantas en su casa con tres amigos disfrazados de Reyes. La experiencia fue frustrante: los magos paralizados al ver el pavor de los pequeños recién sacados de la cama; los niños en un rincón abrazados a la falda de su madre; el padre, sin el video, fuera del escondite templando gaitas, la madre furiosa al percatarse de la gracia. La sorpresa terminó mal porque nadie está preparado para recibir a los Reyes en pijama.

Recuerdo mi peor experiencia como rey mago. Mi hijo llevaba dando la murga desde hacía meses con un futbolín que había visto en una tienda de juguetes. La caja medía metro y medio. Cuando por fin doblaron, la abrí optimista decidido a montarlo. Tenía infinitas piezas en bolsas de plástico y las instrucciones en chino. A las tres de la madrugada, todavía sin encajar el rompecabezas, los oí hablar, despiertos por mis juramentos en arameo. Su madre los devolvió a la cama antes de que entraran en el salón y nos pillaran in media res con la amenaza de que los reyes sólo vienen cuando los niños están dormidos.     

Los Reyes son las madres y una de las cumbres de la maternidad. La mía tenía el arte de combinar lo esperado con lo insólito. Dominaba la puesta en escena: juguetes fuera, cajas multicolores para hacer bulto, globos y serpentinas, villancicos, todo distribuido con un admirable horror al vacío. Cuando ya crecidito me asaltaban las dudas sobre los Reyes me convencía: ¿En serio, crees que nosotros hemos podido comprar todo esto? Y abarcaba con sus manos la Navidad.

También mi mujer ha sido los Reyes Magos. Yo me he limitado a enredar en la mañana del seis de enero con el tren eléctrico, el coche con mando a distancia, las construcciones por piezas, el barco pirata, mientras que mi hijo escandalizado la armaba porque los dos queríamos el mismo juguete. Al final “él miraba y yo le enseñaba el funcionamiento”. Mi hija se indignaba porque no jugaba con ella a las comiditas, ¿son innatos o aprendidos los juguetes de género? La madre nos miraba con ternura. Los hombres nunca maduramos, por eso seguimos con lágrimas en los ojos el rastro de la estrella de oriente.