domingo, 18 de octubre de 2015

Henri Rousseau, un negocio rentable


La semana que viene estaré jubilado. He trabajado durante cuarenta años como funcionario de aduanas en la Oficina de Recaudación de Arbitrios de París y estoy harto de pudrirme encadenado a un escritorio cubierto a reventar de carpetas polvorientas y legajos grasientos. Desde hace meses medito la manera de invertir mis ahorros amasados durante décadas de austeridad y rutinas baratas.
Me encanta la naturaleza, tengo unas ganas locas de vivir en el campo, lejos de una ciudad que la gente considera el centro del universo. En el fondo de mi alma soy un un agricultor y un ganadero lo mismo que mis ancestros del neolítico que poblaban los fértiles valles del Loira. He manejado tres opciones: comprar una casa rural en la Francia profunda para cultivar marihuana y venderla a los laboratorios médicos, obtener una licencia profesional para criar perros de raza épagneul-breton en una aldea perdida o crear una granja de vacas lecheras no muy lejos de una ciudad (el transporte es oro). Finalmente me he decido por la tercera. Tras largas y sesudas consultas parece el negocio más rentable.

- ¡La vache (aulló mi mujer tras conocer mis bucólicos planes); no acabo de comprender si es un pretexto para dejarme o eres idiota perdido! No pienso calentarme la cabeza averiguándolo. En todo caso, deberás decidir antes de una semana: las vacas o yo.

-No te cambiaría, querida, por media docena de vacas. En cuanto a mi capacidad mental, de la que sólo dudas cuando pierdes los nervios, no hay mejor prueba que la audacia de este proyecto. Confía en mí, jamás te he fallado.   

- ¡Estás completamente loco, clamó mi querida levantando las palmas al cielo (llevo años engañando a mi mujer que prefiere no hablar del tema)! Por quien me has tomado, capullo, yo no soy la vaquita que ríe tus gilipolleces. Con una vaca lechera en la cama, tu legítima, ya tienes bastante. Yo me largo. Se me ocurren varios chistes relativos a los cuernos. Por cierto, qué piensa ella de esta sandez.

- Es comprensiva, tolerante, me quiere de verdad y ha comprendido mis planes, me esperará en París, lealmente, fielmente, hasta que algún día vuelva para siempre.

- No me creo una palabra. Me dan ganas de llamarla para que  te tragues tus mentiras, aunque no hace falta, me imagino lo que ha dicho.

- ¡Haz lo que te dé la gana! Me dijo mi hija por Skype desde Dijon. Con tus majaderías estás convirtiendo mi herencia en bosta de vaca, ¿por qué no te dedicas a jugar a la petanca en el parque del barrio como todo el mundo? Vas a acabar en el asilo antes de lo previsto.

- Contesto a tus objeciones: pienso doblar tu herencia en menos de un año; jugar a la petanca jubilado es poner un pie en la tumba, además, como afición prefiero dedicarme a la pintura; la vida de madrugón y ordeño prolonga tu estancia en el mundo. Espero que vengas a verme con tu marido y mis nietos.

Alertada por mi hija, mi madre, biznieta de un oficial del emperador, no tardó en darme su opinión.

- Mira Henri, tu padre era un modesto hojalatero que no pudo darte una carrera pero si levantara la cabeza y supiera de tu amor por las vacas te colgaría un cencerro al cuello y te pasearía por el pueblo atado a una maroma. ¡Deja de delirar ahora mismo, es una orden!

- Siempre he considerado, madre, que te guías por la discreción pero probablemente ofuscada por los juicios precipitados de mi hija esta vez no es así. Yerras en lo de mi amor por las vacas pues nada personal hay en ello y es tan solo un negocio. También te equivocas en lo que haría tu marido si saliera de la tumba como Lázaro. Pasearíamos los dos por Laval, cierto, pero otros que se tienen por cuerdos llevarían la maroma y el cencerro. Tu hijo, que te quiere, no puede, con pesar, obedecerte. Atentamente...

Por fin ha llegado el momento de tomar la decisión. El problema es que he recibido una rígida educación puritana, no soy el clásico católico, honesto a veces, creyente a tiempo parcial. Corre por mis venas la sangre de los hugonotes masacrados en la noche de San Bartolomé. Me considero entre los elegidos, soy intachable incluso cuando sueño. ¿Mi mujer, mi amante, mi hija, mi madre? Sigo los dictados del fundador de las iglesias reformadas, Martin Lutero: Peca fuertemente, pero cree todavía con más fuerzaA pesar de mi pesimismo sobre la condición humana, si tengo que escoger entre los animales y las personas prefiero en general las personas; sin embargo, movido por mi  profundo calvinismo, llevado por el afán del éxito mundano como signo seguro de salvación, si hay que elegir entre las personas y el dinero, por ejemplo, una inversión rentable en vacas lecheras, prefiero el dinero. Es la divina predestinación, lo dicen los evangelios. Por tanto, he dado un telefonazo al director de Gestel, una empresa de alquiler de vacas cerca de Lyon. Adelante. El próximo lunes me iré. A partir de ahora comienza el primer día de mi nueva existencia.

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