lunes, 4 de junio de 2018

Debilidades femeninas 4. Los bolsos





En este blog escribí tres artículos sobre lo que llamé en aquel momento “debilidades femeninas”: las cremas de bellezala adicción a la moda y la fijación por las muñecas. El primero empezaba así:

Estoy dispuesto a admitir que, comparado con la mujer, el hombre es la “raza inferior”. Creo firmemente en la superioridad mental y corporal de la mujer. Las adolescentes, es obvio, alcanzan la madurez mental mucho antes que los chicos (suponiendo que el hombre la alcance alguna vez); cualquiera que haya dado clases sabe que las estudiantes en general son más capaces que sus compañeros, que trabajan más y sacan mejores notas. Por su parte, el cuerpo de la mujer es capaz de gestar la vida y además es incomparablemente más bello que el nuestro…
Si se me permite apelar a los sentimientos y al carácter diré que las mujeres son más personas que los hombres, por más que la sociedad patriarcal y el machismo dominante durante siglos traten de contarnos otra historia. No tengo la menor duda de que los dogmas de las religiones que quieren salvarnos de nosotros mismos, las visiones de las ideologías que nos envuelven como una niebla pegajosa, los códigos morales que nos prescriben normas insufribles… no son sino la cristalización de las fantasías sublimadas del varón.

Mi blog es un divertimento literario de tercera. Estoy de acuerdo con Enrique Vila Matas cuando afirma que “Hay una diferencia brutal entre ser escritor y escribir”. Si me cito a mí mismo no es por absurda vanidad sino para evitar suspicacias sobre mi punto de vista en unos momentos, los actuales, en que ciertos excesos del feminismo radical culpabilizan al hombre de todos los males que en el mundo han sido. ¡No removamos una versión posmoderna del complejo de castración en el hombre y la mujer!
Sólo en clave de humor (y de amor) me he decidido a escribir un cuarto capítulo de estas "debilidades femeninas". Me refiero a su inquebrantable afición por los bolsos. Según algunos psicoanalistas, el bolso es un arquetipo cultural junguiano que simboliza el seno materno y el intercambio permanente de sustancias, sensaciones e incluso de afectos entre la madre y el feto. Este carácter femenino explicaría el rechazo que la mayoría de las mujeres sienten por los bolsos masculinos, las riñoneras, las bandoleras. La popular denominación de “mariconeras” que se ha dado desde siempre a los bolsos masculinos es una prueba de esa atribución negativa del arquetipo femenino al hombre. ¡Vaya usted a saber!

Cualquier marido puede comprobar que en su casa  (que es la suya) hay por lo menos tres nidales repletos de bolsos de todos los pelajes: los bajos del armario del dormitorio conyugal, una parte del altillo de la entrada y alguna estantería metálica del trastero. En el baúl del desván de las casa del pueblo también pueden encontrarse ejemplares antiguos de los bolsos que usaron abuelos y bisabuelos, algunos de bella factura, junto con todo tipo de abanicos y pañoletas del año de la polca. Una tentación para el gusto demodé de las hijas y sobrinas de entre 15 y 20 años que siempre se las arreglan para hacerse con la llave del arcón milenario.
Hay muchos tipos de bolsos por los que suspiran las mujeres: no se lo imaginan ni ellas. Consulten esta página y alucinen en pieles y en cueros.


Enumero: bandolera o Shoulder Bag, Clutch o bolso de mano, Shopper, Bolso Tote, Bowling, Minaudière, Bolsos tipo caja, Wrislet, Bolsos Hobo, Bolsos Satchel, Tipo mochila, Minibolso, Belt Bags, Saddle Bag, Bolsos tipo maletín, etc.
Yo diría en román paladino, que, simplificando, hay bolsos de temporada, de diario, de fiesta, de playa, de gimnasio, de compras (para no pagar las bolsas del comercio) y de oficina. Por supuesto, cada categoría está incluida en una escala descendente que va desde los bolsos premium que todas las marcas de alta costura colocan en los escaparates de las calles de oro de las grandes ciudades, hasta los bolsos de imitación y desteñido que pueden comprarse a precios tirados en los puestos ambulantes de los manteros de ciertos rincones menos elegantes. Las escalas intermedias las ocupan la sección correspondiente de El Corte Inglés, las tiendas especializadas con caché, las fábricas de productos de piel que están en algún pueblo a cincuenta quilómetros de la capital, las tiendas de complementos al por mayor del barrio y los tenderetes de rastros y mercadillos.

¡Tengo que comprarme un bolso de verano, el que llevo me da calor con solo mirarlo! Seguro que esta frase le suena, paciente marido, mon prochain. Uno tiene la impresión de que las mujeres de cualquier edad y condición se cansan de los bolsos aunque estén impecables. Les son infieles. Quizás es una forma de compensación secundaria (otra vez el brujo de Viena) a las exigencias normativas de la monogamia. No hay regalo, aparte de una joya con pedruscos, que una mujer agradezca más que un bolso. Reyes, cumpleaños, celebraciones matrimoniales, fiestas en perspectiva (se los regalan ellas) o porque me ha mirado al pasar... Los estrenan al día siguiente y el que llevaban acaba en el arqueológico casero. Las tiendas donde reparan bolsos no existen. Mal negocio. Los arreglos y ajustes en las tiendas de marca o en las fábricas salen más caros que comprar uno nuevo.

Otra exclamación que seguro les resulta familiar: ¡No encuentro en el bolso las llaves de casa o las llaves del coche, la cartera, el teléfono! ¿Se han fijado en lo que pesa el bolso de su señora? Si alguna vez te ha pedido que le traigas del bolso cualquier cosa, por ejemplo, un bolígrafo que cogió en la mesita de un parador de turismo, puedes darte por muerto: primero no lo vas a encontrar en el maremágnum donde meterás la mano (no me lo revuelvas, gritará), segundo, te la vas a ganar porque tus alegatos contra el caos serán rechazados con improperios a tu torpeza. Por supuesto las llaves y demás objetos perdidos al final aparecen en algún rincón del bolso tras una búsqueda paciente donde tú tienes la culpa de que no las encuentre (seguro que las cogido para algome está poniendo nerviosa). Mejor largarse. Pero si antes le dices que por qué no prueba a poner, por ejemplo, las llaves siempre en el mismo sitio, en uno de los compartimentos interiores del bolso, en el de la cremallera por ejemplo, primero te dirá que precisamente es el sitio donde siempre las pone y después recibirás otra andanada de reproches. ¡Atrévete a decir, marido ingenuo, que no sabes dónde has puesto las llaves de casa! En el acto se pondrá en marcha el ventilador con una lista alfabética de tus entuertos. Paciencia.

Observen que ni siquiera en situaciones de emergencia como las descritas, las señoras volcarán el contenido del bolso (algo que siempre  ha estado rodeado de un halo de misterio). Si con el cronómetro en la mano, como un ladrón de cajas fuertes, decides por curiosidad insalvable echar un vistazo más a fondo mientras se ducha (no lo vuelques porque lo notará) podrás encontrarte con las sorpresas más variopintas: facturas y recibos bancarios de hace diez años, una barra de labios que se ha secado, un llavero sin llaves o una llave sin llavero, un paquete a medias de pañuelos desechables, cupones de descuento caducados, una botella mini de agua vacía, una manzana, la funda vacía de unas gafas, caramelos, cremas, una agenda tuya en blanco que te regaló hace meses… Lo más parecido a un bazar. En este punto escuchas como se cierra el grifo del baño. Es el momento de dejar todo “en su sitio” y tumbarte en el sofá a leer la prensa.

Los únicos que saben encontrar lo que buscan en los bolsos femeninos son los carteristas que pululan por los autobuses, el metro y los sitios donde se amontona la gente. Por ejemplo en una manifestación de la Asociación Pro Vida pero no en una de Podemos. Aunque a la vista de los últimos acontecimientos no hay que descartar nada. Para terminar, un ejemplo de sumodus operandi: usted está tan tranquila en la marquesina esperando el autobús junto con otras personas en hora punta. Faltan cuatro minutos para que llegue el tuyo. Echas mano al bolso y sacas tu Iphone o Samsung de última generación para poner un WhatsApp a tu hija. Alguien, que no espera el autobús sino la oportunidad de hacerse con un Smartphone de mil pavos observa tu maniobra. A partir de ese momento hay un ochenta por ciento de posibilidades de que te quedes sin móvil. Una semana más tarde el chorizo estará al acecho en otra parada y tu teléfono en una tienda de Marruecos.

PD. Hablando de bolsos y bolsas. No se han fijado en la costumbre de las señoras de almacenar las bolsas de regalo que te dan en la tiendas cuando compras complementos de moda. Sí, me refiero a esas bolsas de cartón con logo, colores de diseño y asas de cordel. En realidad son más inútiles que las bolsas de plástico (ahora te las cobran) porque no sirven para meter la basura. Se calan y chorrean en el suelo de la planta. Además el portero te llamará al orden porque luego le toca fregar a él; eso si no hay desparrame cuando las coge. Si las sacas a la puerta con dos o tres botellas de vino vacías, tu mujer se dará cuenta con la consiguiente bronca; ¡la telepatía existe! Lo mejor que puede pasar es que se la quede una vecina. Si les preguntas a las señoras por qué no se deshacen de ellas y dejan espacio en la despensa para poner la escalera o la bolsa de patatas, por ejemplo, te dirán que da pena con lo bonitas que son o que “pueden servir para algo”. La única solución posible es que seas tú quien las haga desaparecer con tiento. No las echarán de menos porque guardarlas es un fin en sí mismo.

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