En este
blog escribí tres artículos sobre lo que llamé en aquel momento “debilidades
femeninas”: las cremas de
belleza, la adicción a
la moda y la fijación
por las muñecas. El primero empezaba así:
Estoy
dispuesto a admitir que, comparado con la mujer, el hombre es la “raza
inferior”. Creo firmemente en la superioridad mental y corporal de la mujer.
Las adolescentes, es obvio, alcanzan la madurez mental mucho antes que los
chicos (suponiendo que el hombre la alcance alguna vez); cualquiera que haya
dado clases sabe que las estudiantes en general son más capaces que sus
compañeros, que trabajan más y sacan mejores notas. Por su parte, el cuerpo de
la mujer es capaz de gestar la vida y además es incomparablemente más bello que
el nuestro…
Si se me
permite apelar a los sentimientos y al carácter diré que las mujeres son más
personas que los hombres, por más que la sociedad patriarcal y el machismo
dominante durante siglos traten de contarnos otra historia. No tengo la menor
duda de que los dogmas de las religiones que quieren salvarnos de nosotros
mismos, las visiones de las ideologías que nos envuelven como una niebla
pegajosa, los códigos morales que nos prescriben normas insufribles… no son
sino la cristalización de las fantasías sublimadas del varón.
Mi blog
es un divertimento literario de tercera. Estoy de acuerdo con Enrique Vila
Matas cuando afirma que “Hay una diferencia
brutal entre ser escritor y escribir”. Si me cito a mí mismo no es
por absurda vanidad sino para evitar suspicacias sobre mi punto de vista en
unos momentos, los actuales, en que ciertos excesos del feminismo radical
culpabilizan al hombre de todos los males que en el mundo han sido. ¡No
removamos una versión posmoderna del complejo de castración en el hombre y la
mujer!
Sólo en
clave de humor (y de amor) me he decidido a escribir un cuarto capítulo de
estas "debilidades femeninas". Me refiero a su inquebrantable afición
por los bolsos. Según algunos psicoanalistas, el bolso es un arquetipo cultural
junguiano que simboliza el seno materno y el intercambio permanente de
sustancias, sensaciones e incluso de afectos entre la madre y el feto. Este
carácter femenino explicaría el rechazo que la mayoría de las mujeres sienten
por los bolsos masculinos, las riñoneras, las bandoleras. La popular
denominación de “mariconeras” que se ha dado desde siempre a los bolsos
masculinos es una prueba de esa atribución negativa del arquetipo femenino al
hombre. ¡Vaya usted a saber!
Cualquier
marido puede comprobar que en su casa (que es la suya) hay por lo
menos tres nidales repletos de bolsos de todos los pelajes: los bajos del
armario del dormitorio conyugal, una parte del altillo de la entrada y alguna
estantería metálica del trastero. En el baúl del desván de las casa del pueblo
también pueden encontrarse ejemplares antiguos de los bolsos que usaron abuelos
y bisabuelos, algunos de bella factura, junto con todo tipo de abanicos y
pañoletas del año de la polca. Una tentación para el gusto demodé de
las hijas y sobrinas de entre 15 y 20 años que siempre se las arreglan para
hacerse con la llave del arcón milenario.
Hay
muchos tipos de bolsos por los que suspiran las mujeres: no se lo imaginan ni
ellas. Consulten esta página y alucinen en pieles y en cueros.
Enumero: bandolera o Shoulder Bag, Clutch
o bolso de mano, Shopper, Bolso Tote, Bowling, Minaudière, Bolsos
tipo caja, Wrislet, Bolsos Hobo, Bolsos Satchel, Tipo
mochila, Minibolso, Belt Bags, Saddle Bag, Bolsos tipo maletín, etc.
Yo diría en román paladino, que, simplificando, hay
bolsos de temporada, de diario, de fiesta, de playa, de gimnasio, de compras
(para no pagar las bolsas del comercio) y de oficina. Por supuesto, cada
categoría está incluida en una escala descendente que va desde los bolsos premium que
todas las marcas de alta costura colocan en los escaparates de las calles de
oro de las grandes ciudades, hasta los bolsos de imitación y desteñido que
pueden comprarse a precios tirados en los puestos ambulantes de los manteros de
ciertos rincones menos elegantes. Las escalas intermedias las ocupan la sección
correspondiente de El Corte Inglés, las tiendas especializadas con caché, las
fábricas de productos de piel que están en algún pueblo a cincuenta quilómetros
de la capital, las tiendas de complementos al por mayor del barrio y los
tenderetes de rastros y mercadillos.
¡Tengo que comprarme un bolso de verano, el que llevo
me da calor con solo mirarlo! Seguro
que esta frase le suena, paciente marido, mon prochain. Uno tiene
la impresión de que las mujeres de cualquier edad y condición se cansan de los
bolsos aunque estén impecables. Les son infieles. Quizás es una forma de
compensación secundaria (otra vez el brujo de Viena) a las exigencias
normativas de la monogamia. No hay regalo, aparte de una joya con pedruscos, que
una mujer agradezca más que un bolso. Reyes, cumpleaños, celebraciones
matrimoniales, fiestas en perspectiva (se los regalan ellas) o porque me ha
mirado al pasar... Los estrenan al día siguiente y el que llevaban acaba en el
arqueológico casero. Las tiendas donde reparan bolsos no existen. Mal negocio.
Los arreglos y ajustes en las tiendas de marca o en las fábricas salen más
caros que comprar uno nuevo.
Otra exclamación que seguro les resulta
familiar: ¡No encuentro en el bolso las llaves de casa o las llaves
del coche, la cartera, el teléfono! ¿Se han fijado en lo que pesa el bolso de
su señora? Si alguna vez te ha pedido que le traigas del bolso cualquier cosa,
por ejemplo, un bolígrafo que cogió en la mesita de un parador de turismo,
puedes darte por muerto: primero no lo vas a encontrar en el maremágnum donde
meterás la mano (no me lo revuelvas, gritará), segundo, te la vas a
ganar porque tus alegatos contra el caos serán rechazados con improperios a tu
torpeza. Por supuesto las llaves y demás objetos perdidos al final aparecen en
algún rincón del bolso tras una búsqueda paciente donde tú tienes la culpa de
que no las encuentre (seguro que las cogido para algo, me está
poniendo nerviosa). Mejor largarse. Pero si antes le dices que por qué no
prueba a poner, por ejemplo, las llaves siempre en el mismo sitio, en uno de
los compartimentos interiores del bolso, en el de la cremallera por ejemplo,
primero te dirá que precisamente es el sitio donde siempre las pone y
después recibirás otra andanada de reproches. ¡Atrévete a decir, marido
ingenuo, que no sabes dónde has puesto las llaves de casa! En el acto se pondrá
en marcha el ventilador con una lista alfabética de tus entuertos. Paciencia.
Observen que ni siquiera en situaciones de emergencia
como las descritas, las señoras volcarán el contenido del bolso (algo que siempre ha
estado rodeado de un halo de misterio). Si con el cronómetro en la mano,
como un ladrón de cajas fuertes, decides por curiosidad insalvable echar un
vistazo más a fondo mientras se ducha (no lo vuelques porque lo notará) podrás
encontrarte con las sorpresas más variopintas: facturas y recibos bancarios de
hace diez años, una barra de labios que se ha secado, un llavero sin llaves o
una llave sin llavero, un paquete a medias de pañuelos desechables, cupones de
descuento caducados, una botella mini de agua vacía, una manzana, la funda
vacía de unas gafas, caramelos, cremas, una agenda tuya en blanco que te regaló
hace meses… Lo más parecido a un bazar. En este punto escuchas como se cierra
el grifo del baño. Es el momento de dejar todo “en su sitio” y tumbarte en el
sofá a leer la prensa.
Los únicos que saben encontrar lo que buscan en los
bolsos femeninos son los carteristas que pululan por los autobuses, el metro y
los sitios donde se amontona la gente. Por ejemplo en una manifestación de la
Asociación Pro Vida pero no en una de Podemos. Aunque a la vista de los últimos
acontecimientos no hay que descartar nada. Para terminar, un ejemplo de sumodus
operandi: usted está tan tranquila en la marquesina esperando el autobús
junto con otras personas en hora punta. Faltan cuatro minutos para que llegue
el tuyo. Echas mano al bolso y sacas tu Iphone o Samsung de última generación
para poner un WhatsApp a tu hija. Alguien, que no espera el autobús sino la
oportunidad de hacerse con un Smartphone de mil pavos observa tu maniobra. A
partir de ese momento hay un ochenta por ciento de posibilidades de que te
quedes sin móvil. Una semana más tarde el chorizo estará al acecho en
otra parada y tu teléfono en una tienda de Marruecos.
PD. Hablando de bolsos y bolsas. No se han fijado en la costumbre de las señoras de almacenar las bolsas de regalo que te dan en la tiendas cuando compras complementos de moda. Sí, me refiero a esas bolsas de cartón con logo, colores de diseño y asas de cordel. En realidad son más inútiles que las bolsas de plástico (ahora te las cobran) porque no sirven para meter la basura. Se calan y chorrean en el suelo de la planta. Además el portero te llamará al orden porque luego le toca fregar a él; eso si no hay desparrame cuando las coge. Si las sacas a la puerta con dos o tres botellas de vino vacías, tu mujer se dará cuenta con la consiguiente bronca; ¡la telepatía existe! Lo mejor que puede pasar es que se la quede una vecina. Si les preguntas a las señoras por qué no se deshacen de ellas y dejan espacio en la despensa para poner la escalera o la bolsa de patatas, por ejemplo, te dirán que da pena con lo bonitas que son o que “pueden servir para algo”. La única solución posible es que seas tú quien las haga desaparecer con tiento. No las echarán de menos porque guardarlas es un fin en sí mismo.
PD. Hablando de bolsos y bolsas. No se han fijado en la costumbre de las señoras de almacenar las bolsas de regalo que te dan en la tiendas cuando compras complementos de moda. Sí, me refiero a esas bolsas de cartón con logo, colores de diseño y asas de cordel. En realidad son más inútiles que las bolsas de plástico (ahora te las cobran) porque no sirven para meter la basura. Se calan y chorrean en el suelo de la planta. Además el portero te llamará al orden porque luego le toca fregar a él; eso si no hay desparrame cuando las coge. Si las sacas a la puerta con dos o tres botellas de vino vacías, tu mujer se dará cuenta con la consiguiente bronca; ¡la telepatía existe! Lo mejor que puede pasar es que se la quede una vecina. Si les preguntas a las señoras por qué no se deshacen de ellas y dejan espacio en la despensa para poner la escalera o la bolsa de patatas, por ejemplo, te dirán que da pena con lo bonitas que son o que “pueden servir para algo”. La única solución posible es que seas tú quien las haga desaparecer con tiento. No las echarán de menos porque guardarlas es un fin en sí mismo.
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