jueves, 18 de abril de 2024

Corrupción

 

En el convite nupcial de una sobrina política nos asignaron por familia la mesa número 12, Balcón de Europa, a cuatro matrimonios jubilados. Boomers. A mi derecha se sentaba Jaime, primo segundo y profesor universitario de economía financiera lejos de Madrid, al que solo trataba de boda en boda. Durante una parte inevitable de la cena me había dedicado a esquivar con diplomacia vaticana las crudas opiniones políticas del resto de mis parientes, gente de orden, mediante términos como “diálogo”, “respeto”, “colaboración”, “pactos de Estado”, todos sospechosos de sanchismo simulado. Imposible con esa gente, primero que se vayan fue la respuesta unánime. Como no me gusta discutir y menos que me sacudan, el resto fue silencio. Resulta cada vez más difícil ser un viejo y entrañable liberal en esta España nuestra.  

Me había fijado que durante la cena Jaime había empinado el codo con prudente mutismo sin entrar al trapo de disputas vanas y respuestas sobradas. Al desperdigarnos de la mesa después del reparto de puros me acerqué curioso a mi primo para pedirle su opinión sobre el problema crónico de la corrupción nacional. Mero tanteo en medio de las albricias alcohólicas, servilletas al viento y cantos adaptados a la pompa y circunstancia. Tras aparejarnos un gin-tonic, lejos del fragor de la zona del baile, me contestó, con cierta ironía, que en una economía de mercado una cantidad aceptable de corrupción es necesaria para lubricar los engranajes del sistema. Los mercados deben constatar que existe un margen estable de estrategias no declaradas, de atajos no aceptables pero aceptados que les faciliten abrir y cerrar con éxito un número crucial de inversiones, operaciones y negocios. Es más, añadió, los derechos humanos son el soporte ideológico del capitalismo industrial y financiero. Aunque políticamente incorrectas, estoy convencido de que la mayoría de los comensales de la mesa número 12 hubieran sonreído cómplices ante ambas afirmaciones. 

Eran lo suficientemente intempestivas como para pedirle que me las explicara un poco más. En el fondo son lo mismo, dijo. La ley de oferta-demanda, dogma del capitalismo desde Adam Smith, supone que la libre competencia entre privados establece las condiciones óptimas del mercado y la máxima utilidad social. La famosa mano invisible según la cual la suma de los legítimos intereses individuales determina el máximo beneficio colectivo sin la intervención del Estado. Obviamente, el liberalismo económico precisa el soporte constitucional del liberalismo político propio de las democracias representativas cuya inspiración literal es La Declaración Universal de Derechos Humanos. Sería más preciso decir de algunos derechos humanos. Todo esto es muy conocido, concluyó.

El problema es que la ley natural de la oferta y la demanda es falsa. La única ley que rige los mercados es la acumulación de capital, no la competencia responsable. El capital industrial y financiero sabe que la libre competencia y la no intervención del Estado, es decir, la propuesta fundacional del librecambio de dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por sí mismo no sirve para aumentar los beneficios, mejorar la balanza de pagos y alcanzar una posición dominante. Al revés, para lograr tales objetivos es preciso buscar métodos de competencia irregulares con la complicidad de la clase política, es decir, del Estado. Del rey abajo todos.

Hablemos, pues, de la corrupción de los políticos, prosiguió Jaime tras darle un tiento a la copa, aunque es evidente que hay otros tipos. La prevaricación, la malversación, los sobres, los sobornos, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, las puertas giratorias… Muy conocido también. Lo que me interesa es el proceso que lleva a un político a dejarse corromper. Primera etapa: la corporación, la empresa o la entidad bancaria tientan al representante electo que podría enderezar lo suyo con maletines repletos, cuentas en Suiza o jugosas canonjías. Una vez que el implicado está presto al intercambio se suceden tres figuras jurídicas de la conciencia corrupta: la legal, la alegal y la ilegal. En todas, el político se rodea de una corte de abogados que le asesoran. Es decir, le dicen lo que quiere oír a cambio de un buen precio o de una participación en el premio gordo.

En la legal le aseguran que sus componendas caben dentro de dos estrechas líneas paralelas que limitan lo que el código penal considera admisible. Adelante con los faroles. Lo cierto es que mientras sean paralelas el embrollo funciona, pero en la primera curva descarrila con estruendo en medio de las portadas digitales y de papel.

En la alegal lo persuaden, tras largas deliberaciones en restaurantes de moda y encuentros exclusivos, que el tejemaneje que se trae entre manos permanece en un limbo legal. No hay, según ellos, legislación vigente que lo prohíba y lo que no está prohibido está permitido. Brillante sofisma que no tarda mucho en esfumarse. Las tertulias del bando contrario se frotan las manos por las mañanas.     

En la ilegal, le sugieren que el momio no es del todo transparente y podría haber tropiezos legales. Aunque no hay que preocuparse. El desliz es tan leve que el juicio sería de primer curso de derecho. Además, al tratarse de un personaje tan influyente, es prácticamente intocable. Error de codicia. En la época del periodismo político de investigación el tropiezo se convierte en una caída desde un quinto piso, el desliz en un escándalo que promete una serie de varias temporadas.    

Los tres casos suelen acabar igual: un desfile de imputados, investigados, encausados y procesados. Jaime volvió la mirada hacia los recién casados que bailaban felices. La pregunta que nos quema la lengua, dijo, es cuantos se salen con la suya. 

sábado, 6 de abril de 2024

Interrupción voluntaria del embarazo

 

Francia es el primer país del mundo que incluye actualmente el derecho al aborto en su Constitución para que no se promulguen en el futuro leyes que impidan u obstaculicen su pleno ejercicio. La Asamblea Nacional ha inscrito en el artículo 34 de la Constitución el siguiente apartado: La ley determina las condiciones por las cuales se ejerce la libertad garantizada a la mujer de recurrir a una interrupción voluntaria del embarazo.

Los supuestos están recogidos en nuestro país en la ley orgánica 1/2023 de 28 de Febrero: violación (supuesto criminológico), riesgo grave para la salud física o mental de la madre (supuesto terapéutico), malformaciones y patologías genéticas del feto (supuesto eugenésico). En general, es legal la interrupción libre del embarazo hasta la semana catorce de la gestación a partir de los dieciséis años sin que sea obligatoria la autorización parental. Según datos estadísticos de la Dirección General de Salud Pública los motivos más frecuentes que se alegan en el “cuarto supuesto” son las dificultades económicas, la marginación de las madres solteras, la crisis de la pareja, la pérdida del puesto de trabajo, la edad avanzada, la incompatibilidad profesional o diversas disfunciones psicológicas reales o imaginarias. El año pasado se realizaron 98.136 abortos en España, según datos del Registro Estatal de Interrupciones Voluntarias del Embarazo publicado por el Ministerio de Sanidad a finales de septiembre, lo que supone una tasa de 12 mujeres de cada 1.000 entre 15 y 44 años.

La hija de unos vecinos de toda la vida se quedó embarazada antes de cumplir catorce años sin haber terminado cuarto de la ESO. Su novio, mayor de edad, estaba empleado en una superficie comercial. Las circunstancias son de sobra conocidas: dinero fresco, salida a las tantas de una discoteca coladero cargados de copas, aparcamiento del coche en un solitario lugar de las afueras o habitación prestada de un piso de colegas que están en ignorado paradero, la emoción de hacer el amor sin tomar precauciones, aquí te pillo y aquí te mato… En fin, constatar el comentario que hizo aparte a los desolados padres la ginecóloga al comunicarles el embarazo indeseado: una adolescente o una joven entre los catorce y veinte años se queda embarazada con solo mirarla. Este frase me parece más pertinente que los cursos sobre educación sexual que se prodigan en los Centros de Apoyo a la Familia e Institutos de Secundaria. Me lo cuenta una profesora de francés recién jubilada que tuvo que asistir por obligación de tutora a una de estas charlas sobre identidad de género impartida por una jovial pareja que se presentaba como masters en educación sexual. Obviamente hubo que cazar a los alumnos a lazo. Tampoco está claro que no se pida permiso por escrito a los padres para autorizar la asistencia de sus hijos a estas actividades extraescolares. Muchas no son orientativas y “transversales”, como se anuncian, sino ideológicas. Tendenciosas. Crean problemas donde no los hay. Por ejemplo, propician el embarazo no deseado. Atrapados varios grupos de la ESO en la jaula, comenzó la sucesión interminable de presentaciones, imágenes de los genitales y alusiones a zonas erógenas que, según la profesora, nunca había oído. De pronto, el ruido de fondo cósmico del tedio se desgarró por el aullido orgásmico de un alumno de la última fila. Su amiguita del alma, quizás movidos por la charla, se había dedicado a complacerlo desde hacía rato y el final fue un enhiesto surtidor de sombra y sueño que a las estrellas casi alcanza. Por fortuna se impuso la risa inextinguible de los dioses. Mi amiga se troncha cada vez que lo cuenta. Recuerda la palidez mortal de los expertos que antes de salir por la puerta falsa susurraron: libertad a la madrileña. Obviamente la Asociación de Padres de Alumnos (APA) tuvo noticias del caso.  

En la adolescente las consecuencias de dar a luz serán inmediatas: los apoyos incondicionales de los miembros de las asociaciones provida, los fárragos burocráticos de las casas de acogida, las soflamas de los grupos parroquiales; amigos, conocidos y parientes de circunstancias una vez que se produce el parto desaparecen como por ensalmo. Serán los abuelos quienes se ocuparán de criar al nieto sin tener edad ni estar en condiciones de representar el papel de padres. Los verdaderos todavía menos. La condición de madre soltera a esa edad es un estigma social. Los estudios, la socialización y el desarrollo de la educación afectiva se verán alterados y frustrados. Eso sin contar con la impredecible reacción del padre del recién nacido; la norma es que se desentienden del problema; en todo caso conviene obviar las fogosas promesas matrimoniales. En fin, algunas pautas para interrumpir el embarazo como aconsejó la doctora: al no haber violación, hacerlo cuanto antes, físicamente es más fácil y el trauma menor. Además, los cambios físicos y psicológicos que experimenta la mujer encinta serán más leves. Inconveniente: los ginecólogos de la Seguridad Social no practican este tipo de intervenciones. Se suelen acoger en bloque al derecho a la objeción de conciencia (lo cual es otro tema del cual habría mucho que hablar). Aducen, además, que el servicio se sobrecargaría si atendieran los abortos. La misma Sanidad Pública te deriva a ciertas clínicas privadas. Si no te convencen y te lo puedes permitir, coge un vuelo con presupuesto y cita. Allí te encontrarás con un ambiente más normalizado, menos denostado socialmente y no tendrás que sufrir el acoso callejero ilegal de grupos ultras con preces, pancartas y furgonetas del último recurso. Tras la intervención lo mejor es que nadie fuera del círculo íntimo lo sepa. Difícil. Imposible en ciudades de provincias. En todo caso, una vida por delante descarta de raíz las habladurías. Y asunto no concluido, porque un aborto es algo que ninguna mujer, tenga la edad que tenga, podrá olvidar en su vida. Es una tragedia materna que requiere duelo y consuelo. Incluso conviene buscar ayuda profesional para restaurar la confianza entre los padres y la hija y la hija consigo misma. El embarazo se gesta en el cuerpo y en la mente de la mujer. Ambos son suyos, pero también de la vida que lleva dentro, de los que la necesitan, la quieren y la esperan. Algunos desalmados y desalmadas confunden un drama indeleble con una fiesta.

viernes, 15 de marzo de 2024

El cuerpo del amor

 

La pandemia ha supuesto un renovado interés por el culto al cuerpo. Recordad el omnipresente ¡Cuídate! Las salas de fitness, están a reventar, las aceras pobladas de corredores o runners que resoplan al adelantarte, en los parques se han instalado barras, bicicletas y otros artilugios, en cualquier esquina puedes tropezarte con alguien haciendo sentadillas, flexiones o estiramientos. Por no hablar de la penitencia de la gastronomía ecológica.

Otra variante en auge del culto al cuerpo son los institutos o clínicas de cirugía y medicina estética, el negocio más próspero del barrio junto con los gimnasios, las terrazas y los chinos. Sus clientes son por el momento mayoritariamente femeninos, pero hay cada vez más presencia masculina (hetero y homo) según datos de las propias clínicas, en parte ciertos y en parte hinchados en un intento de autopromoción. Algunos se retocan por exigencias profesionales (políticos, reyes, locutores, actores, influencers, deportistas), otros por contemplar su imagen en el espejo, sin olvidar a los que buscan el elixir de la eterna juventud.     

Hoy tocamos este palo. No es lo mismo la cirugía plástica que la cirugía estética. La primera pretende restaurar la forma y función del tejido después de que haya sido afectado por diversas patologías: infección, traumatismo, extirpación, quemaduras, amputaciones, deformaciones congénitas… La segunda se utiliza para mejorar la apariencia personal y se puede realizar en diferentes áreas de la cara, el cuello y el cuerpo. No hay, por tanto, patologías previas. Se trata de un procedimiento electivo mediante el cual se modifican rasgos corporales a fin de optimizarlos. Hay muchos tipos de cirugía estética: el lifting o estiramiento facial, la rinoplastia, la liposucción, la otoplastia, la mamoplastia, el levantamiento de cejas, entre otros. Una variante no quirúrgica de la cirugía estética es la medicina estética orientada a perfeccionar el aspecto físico mediante tratamientos no invasivos o mínimamente invasivos: corregir imperfecciones del rostro, favorecer la calidad y textura de la piel, reducir las arrugas, corregir las líneas de expresión o promover la regeneración celular. La cirugía plástica o reparadora está cubierta por el Servicio Nacional de Salud, mientras que la cirugía y la medicina estética es sufragada por los usuarios, algo justo y necesario en ambos casos.

Hay un tema concomitante que cada vez cobra mayor actualidad y es objeto de polémica (agria entre los políticos): la transexualidad. La podemos definir como la identidad de género de las personas que se consideran a sí mismas individuos del sexo opuesto. Los transexuales tienen, por tanto, una identidad de género que no coincide con su sexo adscrito por nacimiento por lo que desean realizar una transición al sexo con el que se identifican. Para llevarla a cabo tienen que buscar asistencia médica mediante terapias de sustitución hormonal y cirugía de cambio de género. Esta última tiene dos modalidades completas: la cirugía de feminización o vaginoplastia y la cirugía de masculinización o faloplastia. Hay grados intermedios. La vaginoplastia consiste en una reconstrucción genital que incluye la extirpación de los testículos y el pene, la creación de una vagina, labios vulvares y un clítoris. La faloplastia tiene como objetivo crear unos genitales externos masculinos que permitan una función urinaria en posición vertical, una estimulación erógena y una penetración satisfactoria. La operación completa de reasignación de género en ambos casos es compleja porque implica a distintos especialistas y además costosa, en torno a los veinte mil euros o más en función de las características de cada caso.

Es problema ético y político es a quién corresponden los gastos de la cirugía de reasignación parcial o completa de género. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y las más reconocidas asociaciones de Psiquiatría no consideran a la transexualidad una enfermedad mental. La patología, denominada disforia de género, surge, más bien, cuando tratamos de disuadir a la persona de su identidad transexual en vez de ayudarla a que la asuma sin complejos. La contradicción surge, a mi modo de ver, en que si no se trata de una enfermedad sino de una elección subjetiva no corresponde al Servicio Nacional de Salud hacerse cargo de los gastos de las intervenciones de feminización o masculinización. No son un caso de cirugía estética, pero tampoco de cirugía plástica. Es más, por su propia finalidad institucional, el SNS quedaría al margen de cualquier protocolo, evaluación y procedimiento relacionado con la reasignación de sexo. Los transexuales tendrían, por tanto, que recurrir a centros privados (los hay y muy competentes, por ejemplo, la Clínica Mayo) y cubrir todos los gastos. Estoy de acuerdo en que muchos trans, por desgracia, no pueden costearse la intervención, pero de ahí no se sigue que tengamos que pagársela entre todos. Insisto, trato de expresar mi opinión, no de sentenciar sobre el caso. En nuestro país este matiz nunca está de más.

sábado, 9 de marzo de 2024

Meritocracia

Es conocida la sentencia firme de Alfred North Whitehead según la cual toda la filosofía occidental consistiría en una serie de notas a pie de página a la filosofía platónica.

La RAE define la meritocracia como el Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. En su Diálogo de madurez República, la primera utopía política conocida, Platón propone algo similar a lo que hoy entendemos por tal concepto: a la cabeza de un Estado ideal deberían estar los filósofos gobernantes designados entre la casta de ciudadanos que por selección eugenésica y formación específica predomina el alma racional cuya virtud es la prudencia o sabiduría práctica. Al final de su vida, Platón fue muy pesimista sobre la instauración en Grecia de una ciudad estado realmente justa. En realidad, estuvo a punto de perder su privilegiada cabeza en tres ocasiones a causa de sus ideas políticas.  

Un fantasma recorre la Unión Europea: la escasa competencia de la clase política. Es lo mismo que pensaba Platón de la corrompida democracia ateniense que ejecutó a Sócrates, su maestro. Abatido y en la lista negra de los disidentes, se refugió en Megara durante tres años. Posteriormente viajó a Egipto, Cirenaica e Italia. En Siracusa (Sicilia) convenció al tirano Dionisio el Viejo de que pusiera en práctica sus principios políticos, pero acabaron mal. El tirano se hartó de teorías abstrusas, lo cargó de cadenas, lo convirtió en esclavo y lo vendió en el mercado. Tras pagar un amigo el rescate volvió a Atenas donde fundó la Academia, una institución dedicada originalmente a la formación de políticos profesionales. A la muerte de Dionisio el Viejo, su hijo, Dionisio el Joven lo reclamó como instructor personal. Platón, pese a su anterior fracaso, volvió dispuesto a reivindicar las ventajas de un gobierno de los sabios. Pero el tirano, ajeno a las verdades del mundo inteligible, acabó por desen­ten­derse de su asesor y tras la caída del régimen a causa de una conspiración, el filósofo, perseguido y desmoralizado, volvió de nuevo a Atenas lleno de dudas sobre su teoría de las ideas y de  sombras sobre la condición humana como reflejan sus últimas obras.  

Cambiando lo que se deba cambiar, aplicaremos el intelectualismo platónico, la meritocracia, a la democracia liberal. Las conclusiones son muy parecidas. En primer lugar, una vez eliminados los ministerios superfluos (en nuestro país la mitad) debemos asumir que el ministro de sanidad sea un médico reconocido, el de hacienda un economista prestigioso, el de educación un profesor emérito, el de justicia un jurista acreditado y así sucesivamente (si continuamos, el disparate surge pronto). Las dificultades se suceden: los profesionales más capaces no suelen estar interesados en la política. Más bien la evitan. Echen una mirada a los escuálidos curricula del arco parlamentario. Además, si los hubiera, deberían tener unas mínimas afinidades ideológicas con el partido al que representan: hablamos de democracia no de tecnocracia. No se trata de sustituir los fines ideológicos por los medios técnicos. Nuevo problema: que sea un excelente profesional de la medicina, la economía, la educación o el derecho no garantiza que sea un buen político. En realidad, no sabemos en qué consiste ser un buen político. Un misterio dentro de un enigma. Quizás el buen político nace, no se hace. Ya sabemos lo que dan de sí los licenciados en ciencias políticas y sociología. Ni siquiera la historia nos aclara quienes han sido buenos o malos. Siempre nos encontramos con un mosaico de luces y sombras. La meritocracia estricta, platónica, no funciona en la democracias liberales.

La segunda solución, en línea con la anterior, serían los consejeros áulicos. Los representantes electos se rodearían de técnicos cualificados, a tiempo parcial o total, para encontrar la mejor relación entre medios y fines. Pero surgen nuevos problemas: nuestros políticos tienden por sistema a priorizar los fines, mutados en intereses creados, a los medios expertos; o sea, a degradar el contenido objetivo de los sesudos informes, a esconderlos en un rincón escondido y cubierto de polvo o a enviarlos directamente a la papelera de reciclaje. Otrosí, los políticos profesionales no eligen por norma a los mejores técnicos sino a personajes afines al partido por dos motivos: oyen la música celestial que quieren oír y pagan las exigencias internas del insistente qué hay de lo mío. Después de todo la política es una carrera. Finalmente, los asesores son legión porque los situados extienden insaciables la red de influencias a familiares, amigos y conocidos. Al final prevaricación, cohecho y presuntos implicados. Tampoco esta variante de la meritocracia, la más plausible, la más llevadera, es por ahora la solución a la decadencia de la democracia liberal en España, Europa y Estados Unidos. Lo que sigue es algo que no hace falta imaginar porque ya está sucediendo. Y el futuro que se vislumbra es oscuro y confuso, si es que sobrevivimos como especie a corto plazo. Siempre nos quedará la ciencia, pero todo parece indicar que sus aplicaciones, la tecnología militar, las computadoras cuánticas, la inteligencia artificial, apuntan en una dirección inquietante.

miércoles, 21 de febrero de 2024

El fin del mundo

 

Recién llegado de un congreso en Lyon sobre Jean Fouquet, el mejor pintor y miniaturista francés del siglo XV, me cité con el coronel Carlos Abengoa, doctor en historia por la UNED, al que no veía desde hace meses. Compartimos mesa para disfrutar de unos callos a la madrileña en el restaurante García de la Navarra con un amigo común, Eduardo Barrios, profesor titular de la asignatura de Procesos y computación en la Escuela Superior de Ingenieros Informáticos.

Según parece, dijo Barrios tras apurar su primera copa de Ribera del Duero, el último logro de la Inteligencia Artificial consiste en clonar la imagen y la voz o convertir texto en contenido audiovisual en minutos. Los emprendedores han encontrado por fin su Arcadia digital. Imaginen las empresas de nueva creación: Burial o Lazarus resucitan a los seres queridos, incluidos perros y gatos, para que hables, discutas o llores mediante modelos exactos de telepresencia holográfica sin dispositivos audiovisuales de apoyo. O con apoyo. La semana pasada tuve la oportunidad de recorrer Florencia con unas gafas Apple de realidad virtual. Por supuesto, es más perfecta que la realidad real. Una Florencia de ensueño. Puedes ver en un entorno de 360 grados y alta definición 8K el humo de las tazas de chocolate que saborean los turistas en las terrazas de la Piazza della Signoria; o los imperceptibles defectos del mármol blanco de los dedos del David de Miguel Ángel. En Uffizi, la Venus de Botticelli te ofrece sus labios entreabiertos… O mejor, en medio del Ponte Vecchio sales tú de una joyería treinta años más joven de la mano de Margot Robbie a la que acabas de regalar unos pendientes de oro blanco, diamantes y esmeraldas. Por no hablar de las posibilidades que se abren a la industria del sexo manipulado, el fraude cibernético o la falsificación profunda. Será imposible que no te estafes a ti mismo.

En todo caso, metí baza, de los innumerables usos de la Inteligencia Artificial, el más crucial y, a la vez, más secreto es su aplicación a la industria militar. Asistimos a la invención de tecnologías cada vez más letales e indetectables. Los escenarios bélicos y las maniobras por tierra, mar y aire se han convertido en el escaparate de las grandes potencias militares. Armerías a escala mundial. Nos quejamos del control de las grandes tecnológicas sobre la vida privada. Pequeñeces. Te inundan de publicidad, llamadas durante la siesta y correos tóxicos con faltas de ortografía. Como mucho las redes sociales te advierten que no te pases o te bloquean por impresentable. Por supuesto que tus comunicaciones están monitorizadas por los servicios de inteligencia; o por los ojos electrónicos de una atmósfera saturada de satélites capaces de detectarnos con una resolución de menos de un metro; a no ser que te metas en líos serios o seas el hilo conductor de alguno les importas un bledo. Y viceversa. En unos años la Luna será el objetivo estratégico de los señores de la guerra. El peligro de la IA para la extinción de la humanidad a corto plazo no es el imperio final de las máquinas tipo Matrix en que los algoritmos dominan el mundo y se dedican a cultivar humanos, sino el Armagedón devastador que puede desencadenar la carrera de armamentos. Sabrás que el mundo cesa por una súbita luz incandescente, el temblor de las paredes y la temperatura anormal de la cuchara del café.

Se habla de las capacidades creativas de la IA, intervino el coronel. Ningún gran maestro ni computadora programada es capaz de derrotar a la impresionante Alpha Zero, la inteligencia artificial creada por Deep Mind, propiedad de Google. Tras jugar casi cinco millones de partidas durante cuatro horas, Alpha Zero obtuvo el mismo conocimiento que los humanos en casi 1.400 años. Lo he leído en el vuelo. Peter Heine Nielsen, analista de Magnus Carlsen, campeón del mundo, declaró a la revista CHESS Magazine: Siempre me he preguntado cómo sería si una raza superior aterrizara en la tierra y nos enseñara cómo juegan al ajedrez, y ahora siento que ya lo sé.

Profetizó el ingeniero informático (tercera copa de Ribera) que, aunque nosotros no lo veremos, una máquina de inteligencia artificial será capaz de escribir capítulo a capítulo las andanzas del caballero andante y su fiel escudero todavía mejor que Cervantes, como en el relato de Borges Pierre Menard Autor del Quijote. Ante mis airadas protestas por la vinosa distopía, Barrios me sugirió que todo es mejorable, la ciencia en primer lugar. Los avances en micro y macrofísica no serían posibles sin la aplicación de modelos de IA a la mecánica cuántica. ¿Por qué no imaginar que pueden aplicarse el arte? Quizás el Don Giovanni de Mozart oculta dos arias maravillosas o la décima sinfonía de Beethoven está latente en las anteriores. O que Johannes Vermeer no supo sacar de su paleta su obra maestra y la IA será capaz de darle luz y color. 

Replicó Abengoa que detestaba la analogía entre nuestros amigos inhumanos que nos superan en los escaques y las creaciones literarias, musicales o pictóricas. Por ahora, prosiguió, la capacidad de la inteligencia artificial como autor carece de sustancia. Los intentos que se han hecho han sido un fracaso. Hace poco la Orquesta sinfónica y Coro de RTVE interpretó en el Teatro Monumental de Madrid la primera obra compuesta con IA. El resultado ha sido calificado por la crítica especializada de pastiche. El director, prudente con los patrocinadores, dijo que nos podía servir de ayuda. Los relatos sobre temas sencillos, sacados, por ejemplo, de las fábulas de Samaniego son tópicos decepcionantes. Si se trata de narrar un tema más complejo como los celos es una mera clasificación o un dislate. Algunas madres utilizan El ChatGPT para disponer de cuentos infantiles que leen a sus hijos en voz baja antes de que doblen por la noche. Los que conozco son simplones, predecibles y aburridos. Ignoro si se ha alimentado algún programa de inteligencia generativa con las obras de los clásicos de la literatura o de las artes plásticas y cuál ha sido el resultado. Después de todo, imitar a Modigliani no es tan difícil. Según parece la mitad de los que cuelgan en los museos son falsos.

En cualquier caso, opiné, si se cumplen las profecías estéticas del Doctor Barrios (algunos apocalípticos afirman que la música de Bach responde a patrones matemáticos) será el momento de reconocer que el fuego, la rueda, la imprenta o internet no han sido los principales inventos de la humanidad. Y de aceptar que a medio plazo no tenemos la más mínima posibilidad de sobrevivir a las máquinas. Lo que sucederá después es inevitable. Si todavía estamos a tiempo será el momento de bombardear las bases de datos. 

P.D. A los postres (torrija con bola de helado y chupito de melocotón) la Inteligencia Emocional que reúne a los viejos amigos nos condujo a la Antica Hosteria Romanesca en la Plaza del Campo dei Fiori. Hacía una año que habíamos compartido mesa sin más pretensiones que comer un plato de pasta regado con Chianti, observar el trasiego del popular mercado y contemplar la estatua dedicada a Giordano Bruno, en el centro de la plaza (lugar de las ejecuciones capitales) donde el jueves 17 de Febrero de 1600 la Inteligencia Natural más fascinante del Renacimiento, acusado de herejía, fue quemado vivo en la hoguera por decreto de la Santa Inquisición durante el papado de Su Santidad Clemente VIII, Pontífice Máximo de Roma.  

lunes, 29 de enero de 2024

Saber perder y saber ganar

La única manera noble de saber perder es la del abuelo que deja a su nietecilla hacer trampas para que le gane al parchís. Son tremendas. Al menor descuido mueven la ficha de matute o trucan el dado. ¡He ganado, he ganado! chincha la princesa mientras reparte besos bajo demanda. Los dos son felices. Es el único caso que conozco en el que el perdedor se alegra excepto si se trata de un partido amañado con fajos y maletín. Siempre me acuerdo del boxeador Butch Coolidge (Bruce Willis) en la excepcional Pulp fiction huyendo al galope de la mafia del juego tras incumplir el acuerdo de dejarse noquear en el quinto asalto y apostar fuerte por sí mismo. El dinero habla decía hace unos días John McEnroe, el deslenguado tenista, al referirse a Rafa Nadal y su contrato estratosférico para potenciar el deporte en Arabia Saudí (como Jon Rham y Cristiano Ronaldo). El ocaso de los ídolos, el hechizo del desierto al que sucumbió Lawrence de Arabia.

Lo que tienen en común todos los deportes de competición es que al final unos van al cielo y otros al infierno. Que me lo digan a mí, seguidor del atleti por circunstancia y vocación, que he vivido las tres finales palmadas de la Copa de Europa; y la agonía semanal. Peor era el juego de pelota de los mayas, el pok ta pok (onomatopeya de los rebotes en las paredes), tatarabuelo del baloncesto con un contenido ritual y religioso. Según los expertos, los perdedores eran sacrificados a los dioses. Literalmente rodaban cabezas. Los ganadores sobrevivían partido a partido. Me recuerda al Quidditch un juego de tres aros y escobas voladoras que practicaban los aprendices de brujo del Colegio Hogwarts en la serie de Harry Potter. Me leí una novela tras otra durante el confinamiento. Olvídense de Descartes. El Quidditch es uno de los mejores tratados de las pasiones que se han escrito. Dejemos a Clarín los cuentos morales: el único valor del deporte, es ganar, ganar y volver a ganar. Olvídense de los valores olímpicos y otros mitos. Solo lucen durante las ceremonias de inauguración y clausura. Lo mismo que el Rei de los judocas, expresión de cortesía antes de dislocarse en el tatami. O el saludo severo de los grandes maestros del ajedrez en señal de respeto delante del tablero, el borgiano ámbito en que se odian dos colores. Séneca, Agustín de Hipona, Sánchez Ferlosio: Splendet dum frangitur (brilla mientras se rompe) debería ser el lema claroscuro del deporte.

Hablemos de fútbol que es lo que realmente nos importa. Hay un prepartido, partido y pospartido. Todo comienza con las tertulias nocturnas que puso de moda García, tormentas en un vaso de agua que sirven para dormirnos con la radio puesta. Sigue la rueda de prensa de los entrenadores. Elogios del rival, líneas, compromiso, preparación. Una alusión equívoca hacia propios o extraños puede convertirse en una declaración de guerra. Después hay que aclarar los malentendidos sacados de contexto, desdecirse de lo evidente, pedir perdón y volver a la casilla de salida como en el juego de la Oca (otra invitación a que nos gane la nieta). El resultado es una enorme burbuja en todas las cadenas del dial que tarda al menos una semana en deshincharse. Olvidaos de lo que habéis oído y del público. Ellos juegan su partido y nosotros el nuestro, decía Luis Aragonés antes de saltar al campo. El mismo que a la pregunta de un listillo sobre por qué en los saques de esquina su equipo no buscaba el palo corto, respondió: ¿Palo corto, está seguro, creía que los dos eran iguales? La tres cuartas partes del programa la ocupan el Madrid o el Barça. Las preguntas de la prensa del gremio y las respuestas de los protagonistas son líneas paralelas que nunca llegan a encontrarse. Es lo mejor que puede suceder porque, como en política, si se encuentran acabará en bronca. La única nota negativa es la llegada del autobús del equipo visitante entre una lluvia de piedras y tachuelas.

Entramos al estadio reventón donde ondean las viejas banderas, salen los equipos con los niños de la mano, retumba el himno a coro, los que van a morir se saludan, los capitanes intercambian banderines, suerte al trío arbitral y tras el pitazo comienza la madre de todas las batallas. El mundo cambia: en la grada de animación aparecen las esvásticas, las bengalas y los estandartes confederados; por su tamaño, la única explicación es que estaban a buen recaudo en los sótanos del estadio. Se alternan los insultos a los tránsfugas, el racismo darwiniano y las cuentas pendientes. No insisto, lo saben de sobra. No es un juego sino la guerra; es sólo fútbol, pero nos gusta. Nuestro cerebro reptiliano está vinculado a pautas de conducta como la competencia, la dominancia, la defensa territorial y la agresividad. Sin estas pulsiones ancestrales nos dejaría indiferentes, como cuando nos derrumbamos resignados en el sofá para sufrir una insulsa final de la copa australiana. Si alguien te dice que le gusta el fútbol en sí mismo, sin defender unos colores desde su más tierna infancia es que no le gusta el fútbol. Cuando mi nieta cumplió un año, lo primero que hice fue comprarle en la tienda oficial la equipación del atleti con su nombre en el dorsal. De momento canturrea el himno.       

Al final, lo único que acaba en el césped es el resultado. Una legión de analistas, exjugadores, árbitros jubilados, periodistas, tertulianos y seguidores de renombre cobran los dividendos del pospartido. Buen título para un nuevo intento. 

viernes, 19 de enero de 2024

Dios ha muerto

No hay en Nietzsche una negación de la religión en sí misma, sino un ajuste de cuentas con las religiones monoteístas, en especial, el judaísmo y el cristianismo por considerarlas contrarias a la vida, un concepto romántico demasiado ambiguo y abarcador; prácticamente todos los ámbitos de la cultura europea del siglo XIX recibieron de un modo u otro la denominación de vitalistas: las ciencias naturales, la literatura, la historia, la psicología… El vitalismo nietzscheano subraya la dimensión biológica del hombre: la corporalidad contra su antónimo; la salud, de la cual el pensamiento siempre es deudor; los sentidos, increíblemente perfectos y precisos, sin los que ni el arte ni la ciencia hubieran sido posibles; los instintos, única guía infalible de la condición humana.

Es más, hay manifestaciones religiosas como el politeísmo griego en el que los dioses olímpicos encarnan y afirman las fuerzas elementales de la vida, como el amor o el odio, el deseo o el rechazo, el perdón o la venganza, la compasión o la crueldad. Nietzsche siempre tuvo presente en su crítica al cristianismo la versión protestante, una religión de la subjetividad basada en la profunda interiorización de sus principios teológicos. El protestantismo es una experiencia religiosa permanente o total: el protestante es cristiano siempre, en cada hora y en todos los ámbitos de su quehacer, mientras el católico sólo lo es a tiempo parcial y en señaladas ocasiones, normalmente rituales.

Por oposición al protestante, el cristianismo católico es para Nietzsche una religión de la exterioridad, de la sublimación de los aspectos externos del culto, como la liturgia, las imágenes, el arte sacro, los templos, el lujo y el ornato, el poder temporal y la jerarquía. Nietzsche manifiesta su entusiasmo por el carácter aristocrático de la Iglesia Romana. Los Borgia, la teocracia pontificia. Roma pertenece al Vaticano, no al revés.

Nietzsche alaba y respeta la figura histórica de Jesús (v.  El anticristo). Sus ataques se dirigen más bien a San Pablo, autor doctrinal del cristianismo tal y como lo conocemos. El cristianismo paulino inventó los conceptos del Dios-hombre, el Espíritu Santo, el alma inmortal como dogmas contrarios a la vida. Pablo de Tarso (un vagabundo neoplatónico) era un charlatán, un embaucador que enturbió el mensaje original de la comunidad cristiana. Imaginó un más allá trascendente para propagar la falsedad del antropocentrismo. En realidad, el hombre es una especie que lleva muy poco tiempo instalada en la infinitud del universo, apenas unos segundos a escala cósmica; su aparición y desaparición no supone nada para el infinito juego del devenir. Ideó un tiempo escatológico para suprimir la teoría del eterno retorno inspirada en las cosmologías cíclicas de los Presocráticos que concibe el universo como un despliegue cíclico ausente de cualquier propósito o finalidad. Creó los valores degradados de la caridad, la compasión, la humildad, la abnegación, la obediencia y el sacrificio para debilitar la voluntad de poder. Dionisos contra el crucificado es el lema de Nietzsche. Por otra parte, la religiosidad como manifestación contraria a la vida no sólo se manifiesta en la tradición judeocristiana, sino que se prolonga en la proliferación de iglesias terrenales, como aquellos que creen ciegamente en el progreso indefinido de la humanidad, los hechos definitivos del positivismo, la diosa materia como único nivel de realidad o el paraíso socialista. El socialismo es considerado por Nietzsche como una forma inferior de cristianismo. 

La contrapropuesta a la concepción cristiana es la idea de la muerte de Dios: El hombre no necesita del Dios de las religiones monótonoteistas, se trata de una ilusión metafísica que se sitúa al comienzo de toda manifestación de la vida, cuando debería ir al final o simplemente no ir en ninguna parte. La consecuencia de la muerte de Dios es el nihilismo, el anonadamiento antropológico y cultural tras el desenmascaramiento de las ideas metafísicas (la Verdad, el Bien, la Cosa en Sí) y los valores decadentes del judeocristianismo. El nihilismo es el vacío que queda cuando las palabras que sustentan la cultura occidental se convierten en un inmenso columbario. El nihilismo es la inanidad del hombre desorientado, privado de la voluntad de vivir porque carece de respuestas al sentido de la vida y prefiere creer en nada.

La superación del nihilismo es el superhombre cuyos valores supremos son la fidelidad al sentido de la tierra, la aceptación del eterno retorno y la plenitud de la voluntad de poder. El superhombre, un tránsito y un ocaso, simboliza la superación de la decadencia de occidente (una teoría recurrente desde la caída del Imperio Romano hasta nuestros días). Su obra más ambiciosa Así habló Zaratustra, concebida como una anti-Biblia, es una inversión total o transvalorización de todos los valores. No hay que identificar al superhombre con un tipo racial, no se trata de una raza superior, sino de un arquetipo cultural. El superhombre debe ser entendido como el itinerario posible sin concreción histórica de la disolución y renacimiento de la cultura occidental. Un final inevitable en la rueda del tiempo, aunque su emergencia aparece finalmente sumida en el misterio de un futuro que Nietzsche consideró que no era siquiera imaginable.

En su obra Así habló Zaratustra Nietzsche se aproxima a la intuición del superhombre mediante la metáfora de las tres transformaciones: Primero, el espíritu humano es el camello, que se arrodilla y recibe la suprema carga de las ideas metafísicas, los valores morales y las creencias religiosa, en las cuales languidece, se anonada y se pierde. Después, el espíritu respetuoso y sumiso, cansado del engaño, se convierte en león, arroja con fuerza, lejos de sí, la pesada servidumbre de las mentiras que soporta sobre sus hombros y se convierte en el gran negador, en el gran destructor, en el lúcido iluminador que desenmascara los engaños perniciosos de la tradición occidental. El león contrapone al tú debes de la obediencia el yo quiero de la voluntad de poder. Finalmente, el valor de la libertad como creación de valores deja paso al valor supremo de la inocencia. El león se convierte en niñoInocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir “sí”. El niño es el umbral, la puerta a esas mil sendas que no han sido recorridas, mil formas de salud y mil compensaciones ocultas en la vida...