Aprovecho que empieza el curso en los institutos públicos de enseñanza secundaria para insistir en la realidad del proceso educativo. Sin más preámbulos me sitúo en medio de la cosa, en el centro del nudo: las aulas de los centros públicos de enseñanza secundaria son actualmente una mezcla variable de alumnos incompatibles entre sí. Me salen las siguientes categorías.
- Los que tienen una mente privilegiada. Nunca son más de tres por aula (y a veces ninguno). Como la inteligencia siempre se abre paso, no les preocupa (ni afecta seriamente) el bajo nivel de exigencia del sistema. Estudiarán lo que quieran con las calificaciones más altas, obtendrán becas de excelencia y allí donde estén ocuparán los puestos de mayor responsabilidad. Sus padres confían en ellos y les dejan hacer libremente, porque hagan lo que hagan saldrán adelante.
- Los que tienen una mente privilegiada. Nunca son más de tres por aula (y a veces ninguno). Como la inteligencia siempre se abre paso, no les preocupa (ni afecta seriamente) el bajo nivel de exigencia del sistema. Estudiarán lo que quieran con las calificaciones más altas, obtendrán becas de excelencia y allí donde estén ocuparán los puestos de mayor responsabilidad. Sus padres confían en ellos y les dejan hacer libremente, porque hagan lo que hagan saldrán adelante.
- Los que desean cursar estudios en la Universidad o en escuelas técnicas superiores. Sus padres consideran que sus hijos deben conseguir a toda costa una titulación superior o una titulación más elevada que la suya.
- Los que quieren adquirir unas competencias técnico-profesionales que les permitan acceder rápidamente al mercado de trabajo. Sus padres, desde un planteamiento realista, buscan conocimientos prácticos y soluciones a corto plazo.
- Los que por sus problemas psicológicos (vagamente diagnosticados en general por el Departamento de Orientación) y deficiencias intelectuales (observables y medibles) necesitan un aprendizaje dirigido por expertos en educación especial. Sus padres desbordados por los problemas de diagnóstico y sin recursos para llevarlos a un centro adecuado confían en la difícil integración de sus hijos en un instituto público. Algunos son víctimas del acoso escolar.
- Los que sin tener problemas psicológicos o deficiencias intelectuales proceden de familias desestructuradas. Estos alumnos presentan problemas graves, incluso irreversibles, de adaptación social y convivencia. Sus padres (desconocidos, parados crónicos, divorciados en conflicto, alcohólicos, drogadictos, delincuentes, reclusos) simplemente los evitan, no se ocupan de ellos o los maltratan. Cuando el tutor les convoca para informarles de los problemas de sus hijos, o no van o se limitan a preguntarle angustiados: Díganos, por favor, qué debemos hacer. A su vez, los tutores deberían aceptar que para muchas familias la educación no es un tema prioritario y abordar el problema desde este presupuesto.
- Los alumnos que provienen de minorías étnicas o grupos de emigrantes encajados por ley en la enseñanza secundaria para los cuales (no todos, por supuesto) el aula es un entorno extraño, incomprensible y hostil. Su relación con los profesores y los cargos directivos es muy conflictiva, no tanto por rebeldía sino porque no saben a qué atenerse al ignorar las reglas del juego. Sus padres también desconocen el significado del marco institucional en el que sus hijos están inmersos y dejan en manos de otros una parte esencial del proceso de socialización que les concierne.
- Los alumnos "normales" que por diversas razones no quieren estudiar absolutamente nada aunque su familia les obliga a permanecer en un centro de secundaria. Su respuesta es el absentismo, el desinterés y, con frecuencia, el boicoteo de la clases. Los padres se desentienden de sus hijos, no quieren problemas legales o consideran al centro un mero lugar de aparcamiento que les permite librarse de ellos. En todo caso, es preferible -piensan- que estén encerrados entre cuatro paredes a que se pasen toda la mañana deambulando por la calle.
Esta mezcla explosiva implica, de forma activa o pasiva, voluntaria o involuntaria, que todos molestan a todos y la clase se convierte en un grupo disfuncional. La primera consecuencia es el fracaso escolar. En todo caso, “los malos alumnos”, es decir, los peores académicamente, son los que ganan la batalla (los niveles de esfuerzo y exigencia se hunden) con el consiguiente deterioro de la enseñanza pública.
Los pedagogos, psicólogos y sociólogos de la educación (uno de los pilares del sistema) racionalizan este planteamiento con su lenguaje metafísico: diseño curricular, competencias básicas, objetivos mínimos, estrategias metacognitivas, tormenta de ideas, temporización de contenidos, materias trasversales, programaciones personalizadas, animación a la lectura, educación en valores o la farsa de la enseñanza bilingüe. Las medidas de atención a la diversidad e integración son meros parches a un modelo inviable que los docentes no se toman en serio.
A su vez, la sobada “calidad de la enseñanza” se convierte en una expresión vacía, manipulada por la clase política en función de sus intereses electorales. Nuevas andanadas de conceptos especulativos: enseñanza vertebradora, asignación de recursos, control del gasto, dinamización de plantillas, cultura del esfuerzo, evaluaciones externas, "puesta en valor" de actitudes emprendedoras…
Lo único cierto es la frustración de los profesores por su impotencia para instruir ya que tienen que emplear la mayor parte del tiempo en mantener el orden público y cumplir la norma no escrita pero efectiva de aprobar a los alumnos si no quieren enfrentarse con la Inspección, el Director, El Jefe de Estudios, La Asociación de Padres y la Opinión Pública.
Además, por la recesión, las aulas están cada vez más saturadas, los materiales y recursos didácticos suprimidos, la jerarquía educativa mantiene una actitud burocrática, legalista y autoritaria y, faltaría más, se aplica el lema de los recortes: trabajar más horas por menos salario, echar más ladrillos a la carretilla por el mismo precio.
En fin, es conocida la baja estima y la incomprensión del trabajo de los docentes, su estatus descendente en la escala social, la ausencia de leyes para protegerlos contra los abusos y las agresiones. La enseñanza pública en secundaria se convierte en el espacio común del segmento medio e inferior de la escala social cuya misión no es el aprendizaje estricto sino la recogida de adolescentes y jóvenes hasta cierta edad para que reciban un barniz cultural. Las familias que tienen recursos económicos huyen a la enseñanza privada (con profesores de perfil más bajo pero mucho más coordinada y controlada). Los defensores ideológicos y políticos de la enseñanza pública (en general “la izquierda”) viven en la permanente contradicción de querer a la vez “una enseñanza buena y mala”, una enseñanza formativa y rigurosa pero igualadora y no selectiva. Ahora son víctimas del sistema educativo que crearon y defendieron con ardor en su momento.
Resultado: el desinterés de los profesores, las depresiones laborales y (¡oh, dicha!) la jubilación anticipada.
Véase (con ironía) la pirámide descendente de la mentalidad de los profesores de secundaria a lo largo de su vida profesional.
- Es un trabajo excelente y motivador.
- Es un trabajo interesante y con mucho campo.
- Es un trabajo con tiempo libre y vacaciones.
- Es un trabajo necesario y socialmente útil.
- Es un trabajo tolerable y mejor que otros.
- Es un trabajo duro y vocacional.
- Es un trabajo.
- Es una pérdida de tiempo.
La solución aquí: la enseñanza pública francesa.
La solución aquí: la enseñanza pública francesa.
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