Junto a términos y expresiones actuales de moda que ocupan un lugar privilegiado en los medios, las redes, la calle, la casa, como “populismo”, “posverdad”, el horrible galicismo “poner en valor”, “postureo” o “posicionamiento”, hay otro que empieza a ascender con fuerza en la escala social: me refiero al término “big data”.
Sin entrar en grandes detalles –es un mundo impenetrable-, el término se refiere a la acumulación de datos masivos como resultado de la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Estas galaxias digitales que se acumulan en las bases de datos de sectores públicos o privados proceden de innumerables fuentes y tienen diversos usos. Los podemos clasificar en diversas categorías:
Personales: llamadas telefónicas, e-mails, WhatsApp, comentarios en las redes sociales, entradas de blog o simplemente los rastros de nuestra navegación por internet.
Transaccionales: resultado de nuestras operaciones bancarias, rutinas comerciales (consumadas o no), compra de bases de datos por empresas de todo tipo, por ejemplo operadoras telefónicas o seguros privados, consultas reiteradas a sitios web, etc.
Demográficas: basadas en el sondeo direccional de los gustos y preferencias de una población desde parámetros como el sexo, la edad, la ciudad o el país.
Tecnocientíficas: generadas por la constante renovación de los aparatos dotados de sensores físicos o químicos, geográficos, térmicos o biométricos.
Intrusivas: relativas al seguimiento de la actividad de la vida privada de los individuos –incluso la de altos cargos de la administración de otros países- destinadas, en principio, a garantizar la seguridad interior y exterior, la defensa frente a enemigos potenciales y los intereses nacionales.
Esto supone que un ejército de potentes máquinas, robots de búsqueda, sofisticados programas de análisis y cualificados especialistas se dedican a dar orden, significado y finalidad a los big data. Su utilización primaria parece clara: la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, el espionaje industrial y militar, la obtención de información privilegiada en sectores sensibles como la investigación, la planificación estratégica de las entidades financieras o industriales, la construcción de proyectos de marketing y distribución de la publicidad o la previsión de los objetivos políticos de las cúpulas dirigentes a nivel nacional e internacional… Dicho con otras palabras, los big data son una cuestión esencial para el desarrollo y la supervivencia del sistema. Al final, todo es capitalismo. Variantes ideológicas del capitalismo hay muchas; es economía política en función de tales variantes (desde la socialdemocracia de izquierdas hasta los populismos conservadores de extrema derecha), pero lo cierto es que no tenemos otro modelo alternativo y las propuestas antisistema cuando tocan poder juegan al mismo juego (entre ruidosas protestas, eso sí). Esto suena políticamente incorrecto pero es lo que hay.
La pregunta es cuál es la repercusión que tiene el uso de los big data en el ciudadano medio. Es decir en el 99,9% de los individuos del ancho mundo. Me considero ciudadano europeo de a pie y mis respuestas por categorías a las repercusiones negativas que tienen en mí los big data serían las siguientes:
En cuanto a la personal, lo que digo por teléfono, guasapeo, mis comentarios en Facebook mis entradas en el blog y mis búsquedas en Google me parece que son inocuas. Por eso no me crean ninguna molestia: a veces me llega propaganda de hoteles, restaurantes, vuelos, ropa u otros sitios que frecuento en la red; si no me interesa que sigan llegando borro mi historial de navegación en el buscador y se acabó.
La transaccional, la relativa a mis operaciones bancarias, a lo más que ha dado lugar es a llamadas de amables señoritas para informarme de las excelencias de sus productos, supongo que para colocármelos porque antes de que terminen les he dicho amablemente hola y adiós. A una operadora de telecomunicaciones que me llamó tres veces en una semana a la hora de la siesta, le dije que no se molestara más porque no tenía teléfono (lo cual no le impidió seguir con su rollo por lo que la colgué con un afable hasta luego Lucas). Otras veces digo con voz estresada que estoy reunido por las mañanas (o por las tardes) y no puedo atender a nadie en esos horarios de trabajo.
De la demográfica solo me entero (y lo considero muy positivo) cuando quiero saber el tiempo que va a hacer o los niveles de contaminación atmosférica. También cómo está el tráfico, mi curva de peso o los quilómetros que he andado esta semana. Por lo demás mis gustos y preferencias son tan erráticos y de tan amplio espectro que dudo que resulten operativos a la hora de clasificarlos en patrones de big data. O sea, inservibles.
En cuanto a las intrusivas, a no ser que alguien tenga interés por enfocar el satélite a la frutería donde compro mis judías verdes favoritas, siga por GPS mis hábitos evacuatorios o anote mi recorrido al gimnasio un par de veces por semana soy más inocente que un corderillo lechal triscando en la pradera.
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