Mi bisabuelo Damián fue director del periódico decimonónico La Unión. Mi abuelo Joaquín trabajó durante su estancia en Buenos Aires en distintas secciones del diario La Nación. En mi caso, colaboré hace un montón de años con el Diario de Cuenca en uno de los trabajos más divertidos de mi vida y no tanto por el insípido contenido de las columnas que me solicitaron para cubrir al galope unas jornadas culturales que les desbordaban (no era para tanto), sino por la gente que conocí en las madrugadas alcohólicas del periódico. El redactor jefe me echaba la bronca por sistema, aunque llegara a la hora prevista y con las palabras contadas. Luego me aleccionaba con sus monsergas sobre el oficio. Por suerte nunca reventé de risa en sus narices. Juanjo, el cronista deportivo escribía igual que hablaba. En fin, un diario de provincias con solera es un microcosmos memorable, siempre que tu estancia no sobrepase la semana. Con la edad he sentido la voz de mis abuelos por lo que cada vez me interesan más los artículos periodísticos y menos otros formatos filosóficos o literarios.
En esta ocasión me refiero al periodismo deportivo radiofónico. Lo cierto es que no oigo la radio para informarme sino para dormirme y despertarme. "Con la radio me acuesto, con la radio me levanto, con la bronca futbolera y el último escándalo". De noche suelo escuchar estrepitarse en una puesta en escena bastante lograda a los colaboradores de El Partidazo de la Cope, programa dirigido por Juanma Castaños y Joseba Larrañaga cuyas estrellas lucientes en su momento le dieron un sonoro portazo a la Cadena Ser. Montan un circo de lo más divertido con tormentas en un vaso de agua sobre las finanzas ruinosas del Barça o el imposible fichaje de Cristiano por el Atleti. Estoy seguro de que a Simeone le pone tenerlo por repetir lo de Suárez hace dos años. Pero la afición manda casi tanto como el Cholo en el Metropolitano, aunque a veces se pase tres pueblos y rompa placas del Paseo de la Fama de jugadores centenarios que tanto nos han dado. De pronto alguien provoca el obligado incendio de las bajas pasiones de merengues y culés con el ventilador en marcha para avivar el fuego. Lama, atlético tapado, aprovecha su labia para dar caña a dos bandas en estilo indirecto. Incluso en temporada alta les encantan los temas recurrentes que cocinan por entregas. Son los folletines de nuestro tiempo. Con el caso Mbappé han construido un prisma de infinitas caras cuando sólo tiene cuatro: una enorme caja cuadrada repleta de petrodólares.
Como lo que me
interesa es el fútbol cuando la Cope se pasa al baloncesto, al motor, al
atletismo o al tenis recorro a oscuras el dial de la AM en busca de Onda Cero
(pérdida irreparable la de Joserra) y de la Ser (resurgida de sus cenizas tras
el éxodo masivo de sus figuras). El problema actual de la Ser es la
radiación madridista de fondo que sobrevuela El Larguero de Manu Carreño; la salida del gran Manolete con quien mi hijo compartió
asiento en San Siro en la tercera final que los rojiblancos hemos perdido sin
perder durante los noventa minutos reglamentarios, ha dejado un vacío
irremplazable. El viernes en la Cope toca boxeo con Garci y compañía en el Campo
del Gas, por lo que vuelvo grupas con todos mis respetos. Por lo poco que los he oído, se dedican a mistificar a las leyendas del ring
en un alarde de sabiduría pugilística dirigida a la inmensa minoría. Boxeo, NBA,
Béisbol, Fútbol Americano, Hockey
Hielo, même combat. Salvamos el golf que es un
invento escocés con historia.
Otra cabeza de
cartel es Julio Maldonado: si alguien como Maldini se dedica en cuerpo y alma
al deporte rey, a seguir las grandes ligas mundiales, a llevar un archivo de los
magos del balón comparable a los catálogos de la Biblioteca Nacional, una
videoteca monotemática que llenaría un almacén de Fuenlabrada y reproducir no menos de cinco
partidos diarios… pues bien, pues bueno, pues vale. El problema que tengo con Julito
crack es que no conozco a la mayoría de los jugadores que citan sus oyentes, y sus comentarios son demasiado
técnicos e irrelevantes para el trasnochador medio. ¿A quién le importa que un
lateral de un equipo sueco pueda ser el complemento perfecto de la plantilla
del City? Además, se nota que le han pasado el cuestionario con tiempo para que
luzca su erudición. Cuando retrasmite un partido es justo al revés, todo es
pedagogía al uso y comentarios demasiado razonables. Prefiero como analistas,
por este orden, a Jorge Valdano en La Ser y a Santiago Segurola en Onda Cero. El
primero cuenta con el aval de mundialista ganador, compañero de Maradona,
entrenador y director técnico del Real Madrid. Sabe de qué habla y lo hace muy
bien, con verbo fácil, intuición precisa y matices que iluminan el césped. Forma
parte de la nobleza madridista, pero sobre todo ama el fútbol. Segurola, devoto
del Athletic Club, se recrea en la espiral creciente de sus sólidos argumentos,
siempre certeros y con fundamento. Desmenuza y reconstruye con cirugía
cartesiana el partido de la jornada. Mas que charlar, da sustanciosas
conferencias. Sienta cátedra. A nadie como a Segurola le cuadra el famoso hexámetro
de la Eneida cuando aparece el héroe: Conticuere omnes intentique ora
tenebant (Todos callaron y mantenían sus rostros atentos). Ambos son ajenos
a la matraca del tertuliano que toca de oídas, con expresiones sacadas de las
ruedas de prensa de los entrenadores y los videos de YouTube: bloque bajo, presión
alta, desmarque de ruptura, pase filtrado, basculación, atacar el espacio,
lateral largo, etc., que aplican profusamente en sus parlamentos para mirarse
al ombligo y convocar los bostezos del oyente.
Soy, en cambio,
un admirador de la dialéctica envolvente, interminable de Manolo Lama capaz de
defender lo que no dijo que dijo o viceversa con argumentos de una altura tal
que nadie se atreve a decir lo contrario (¿de qué?, concluyes al final);
siempre quiere tener esa última palabra que los demás le otorgan por
extenuación. Otro mérito: tiene un hijo en el filial del Atleti. Pero mi
colaborador preferido es Tomás Guasch, un periquito de oro que no se mete con
nadie y derrocha ingenio por los cuatro costados. Recuerdan su lamento ¡Y Australia
sin Hewitt! en el mundial de 2014. Además, cuando le dejan decir más de
cuatro frases sin interrumpirle con chorradas encadena un montón de verdades últimas.
En las repuestas de botepronto al oyente es el único que salpimenta las
ocurrencias banales. También me gusta el tono ponderado, el argumento ecuánime
de Santi Cañizares, incluso cuando repudia a diario a la junta directiva del
Valencia. O las entrevistas conjuntas a gente de la farándula futbolera: por
ejemplo, Florentino aburre con sus declaraciones espesas, repensadas, con la
responsabilidad de quien soporta el mundo sobre sus hombros. Enrique Cerezo es
lo contrario: ocurrente, simpático y dicharachero. Larga el primer disparate
que se le pasa por la cabeza y le sale bien. En el punto medio está Joan Laporta
que tiene cierto encanto cuando se despacha en su lengua materna, pero se
convierte en tostón cuando traduce sus opiniones a un castellano con acento. Pues es lo mismo pensamiento y lenguaje.
Cuando llega el
celebrado Grupo Risa ya me he dormido.
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