En aquel tiempo, allá por el 2004, siendo Ministra de Educación Pilar
Castrillo, participé con varios catedráticos de Secundaria en la
elaboración de los decretos de mínimos del Estado para las asignaturas de Filosofía
e Historia de la Filosofía bajo la coordinación de un veterano doctor en la
materia, consejero técnico docente del Ministerio de Educación.
Los trabajos comenzaron meses antes de acabar el curso académico 2003-04 y
concluyeron a finales de Septiembre. Tras una apretada agenda redactamos el borrador
que fue revisado por una comisión paritaria de catedráticos de Universidad
antes de entregarlo al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Quedó claro
que los catedráticos de Secundaria elaborarían el proyecto, en tanto que que los
catedráticos de Universidad tendrían capacidad orientadora y consultiva. El
acuerdo en sesión conjunta fue completo. Previa publicación en el BOE de la ley orgánica se remitió el decreto a las Consejerías de Educación de las
comunidades autónomas para discutirlo, pulirlo, retocarlo y concertarlo. Asistieron
a las posteriores reuniones los especialistas de cada comunidad (en número
variable según su criterio), el consejero técnico de la comisión y un alto
cargo ministerial. Si alguien tiene interés en consultar los curricula
definitivos de las asignaturas de Bachillerato puede hacerlo en el siguiente enlace.
Al finalizar, invitamos al coordinador y consejero técnico del decreto a
una paella de mariscos en La Barraca. Tras congratularnos por unos mínimos que en el fondo eran máximos para que las autonomías los adaptaran sin traumas
(lo cual se nos criticó con razón), le preguntamos por las reuniones con los
expertos gallegos, vascos y catalanes.
- La verdad, contestó, es que no pusieron ninguna objeción. Sólo algunas
preguntas inocuas para cumplir el trámite. Ni siquiera me parecieron especialistas,
más bien burócratas. En general dijeron que el decreto era un excelente
punto de partida. Amén a todo. Me extrañó tanta conformidad, tanto acuerdo sin
críticas ni discusiones.
- No seas ingenuo, replicamos. El real decreto les da igual. Como mucho lo
han fotocopiado o grabado en un disquete. Lo que quieren es hacer lo que les dé
la gana. Detrás de los expertos, meros pajes, están los comisarios políticos de
las consejerías. Los conocemos de vista. Algunos
han merodeado por los pasillos del Ministerio durante las reuniones. También
sabemos que han mantenido conversaciones con los responsables políticos
sobre materias como historia, idioma, latín y griego, lengua y literatura. O
sea, barra libre.
Con el tiempo pudimos constatar que los curricula de Filosofía e Historia
de la filosofía de las comunidades autónomas se parecían a las del decreto
justo lo mínimo para que no parecieran de otro planeta. El
decreto se adaptó, según manifestaron, a las peculiaridades
ineludibles de cada espacio cultural dentro de la diversidad y bla, bla, bla.
Para ese viaje no se necesitaban alforjas… La metodología de las pruebas de
acceso a la universidad, la conocida Selectividad, era diferente en cada
distrito universitario. En la asignatura de Historia de la Filosofía, entonces
obligatoria, incluyeron o excluyeron, aumentaron o redujeron los autores propuestos
por el decreto de mínimos; para empezar en la Comunidad de Madrid. Resulta
complicado hacer compatible un título estatal unitario con la divergencia de curricula
y la metodología de las pruebas.
Lo cierto es que esta incongruencia no es demasiado importante. Más del noventa por ciento de bachilleres superan la Selectividad cada curso. Un elevado porcentaje serían excelentes alumnos de Formación Profesional. La expresión Exámenes de Selectividad es un oxímoron. Por otra parte, las carreras más relevantes para que funcione la división social del trabajo requieren unas notas de corte muy altas, sólo al alcance de los alumnos más preparados, mientras que las más solicitadas requieren notas menores. El resultado es que se cumplen tres objetivos: plenas competencias, no hay fracaso escolar y la inteligencia siempre se abre paso. El precio es la inflación de titulados universitarios sin garantías de entrar como tales en el mercado laboral, las condiciones precarias de trabajo y, por supuesto, el paro. De aquellos barros estos lodos.
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