La dialéctica del amo y del esclavo es una de las partes más célebres e influyentes de La fenomenología del espíritu, una de las obras mayores de Hegel, sobre todo si consideramos la versión que hizo Marx desde las categorías del materialismo histórico sobre la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado y su solución necesitaria. También ha influido en la obra de Nietzsche Genealogía de la moral a propósito del análisis filológico del término “bueno” que significa originalmente “noble, aristocrático, elevado”, contrapuesto a “malo”, que significa “simple, bajo, vulgar, plebeyo” y la inversión radical que hizo el cristianismo de ambos términos; incluso forman parte del repertorio de arquetipos del inconsciente colectivo en la teoría psicoanalítica de Carl Jung. Y también de numerosas manifestaciones actuales que no resulta difícil imaginar.
La
oposición fenomenológica llega hasta nuestros días como sentido inicial del
mundo o punto de partida del significado de la historia. No es posible entender
la fenomenología del espíritu sin la paralela filosofía de la historia del
autor. No hay, por tanto, que entender la dialéctica del amo y del
esclavo como una exclusiva especulación metafísica sobre los conceptos
nucleares de señorío y servidumbre sino como la explicación
dialéctica (afirmación, negación y negación de la negación) de
ambas figuras universales de la conciencia surgidas en las primeras
civilizaciones esclavistas. Dicho de otro modo: desde el comienzo de la
historia y la formación del espíritu, pues ambas coinciden, surgen dos
figuras: el amo y el esclavo. Conviene recordar que el sistema
filosófico hegeliano se denomina idealismo absoluto, cuya
propuesta unitaria es que Todo lo real es racional y todo lo racional
es real. Y que las etapas anteriores en la formación del espíritu son la
conciencia, la autoconciencia y la razón. Se podría decir que el
pensamiento de Hegel es un panlogismo romántico, un oxímoron
genial.
El
punto de partida de la historia (y de la autoconciencia como figura del
espíritu) es la relación desigual entre los seres humanos. El desarrollo
dialéctico de esta asimetría primordial no es una parábola del ser social del
hombre ni un mito sobre los orígenes, sino la única forma de comprender la
totalidad de lo real como sistema. La historia comienza con el deseo ilimitado
del ser humano por el dominio y disfrute del mundo, lo cual opone a dos
autoconciencias: el amo y el esclavo. La afirmación de la conciencia de sí
o autoconciencia comporta en ambos casos la acreditación de su
libertad e independencia; es decir, la autoconciencia lo es en cuanto es reconocida por
otra. Cada autoconciencia, ajenas en esta etapa del espíritu a la noción
política de intersubjetividad o mutua copertenencia, solo tiene la certeza de
sí misma y reclama, por tanto, su exclusivo y pleno reconocimiento subjetivo.
En la confrontación de las autoconciencias lo que se pone en juego es la propia
supervivencia, la vida misma. Es una lucha en la que cada autoconciencia
arriesga su vida y, en consecuencia, la del otro. Pero la vida no puede
perderse en ambas, amo y esclavo, pues su desaparición supondría la conclusión
del proceso constituyente del espíritu desde la certeza sensible hasta el saber
absoluto (arte, religión y filosofía) así como la irracionalidad de la historia
y la contingencia de la realidad.
En
la dialéctica de las autoconciencias, amo y esclavo, se contraponen como
dependientes (ninguna es conciencia de sí sin la otra). Tal dependencia está
representada en las dos figuras del enfrentamiento: de un lado el que no teme
arriesgar de forma violenta su vida para afirmar su dominio sobre el mundo y
satisfacer sus deseos ilimitados; del otro el que para conservar la vida
renuncia a su libertad e independencia. En la dialéctica de las autoconciencias
hay un elemento mediador: el objeto o la cosa. El amo es la conciencia de sí
como negación de su dependencia respecto del objeto. Lo es porque su
independencia se basa en que ha puesto en juego y despreciado su vida y su
relación con el objeto se basa en su supresión en el disfrute. El esclavo lo es
en cuanto su relación con el objeto es de dependencia, es decir, de creación de
la cosa, de producción del objeto mediante el trabajo a cambio de lo cual el
amo le condona la vida.
Ahora
bien, el amo afirma su autoconciencia mediante la negación de la otra. Pero
esta negación malogra su afirmación de reconocimiento pleno al convertirlo en
esclavo. El esclavo pierde su conciencia de sí, ya que el amo sólo es
conciencia de sí mediante la negación de la otra. Pero esta negación pone en
peligro su propia acreditación, y, por tanto, corre el riesgo de negarse a sí
misma. El amo obtiene el reconocimiento incompleto y alienado de una conciencia
cosificada.
El
esclavo, a su vez, percibe al amo como temor a la muerte, temor en el cual ha
incurrido y al cual ha recurrido para conservar la vida. Tal temor le lleva a
renunciar a la independencia del objeto, lo cual se plasma en la servidumbre:
el esclavo no goza de la cosa, sino que la produce, depende de la cosa mediante
el trabajo. Ahora bien, en este proceso, a la vez que la cosa conserva su
independencia (es formada, no gozada), la conciencia del esclavo se afirma como
tal en el trabajo a través del cual adquiere su propia acreditación o
conciencia de sí. Pero también es una acreditación insuficiente en cuanto que
el amo ignora la mutua dependencia de las autoconciencias y permanece sin
saberlo en su posición de dominio enajenado o dependiente del objeto creado, lo
que le convierte en esclavo pasivo del esclavo. El amo ha elegido el camino
equivocado (una especie de callejón sin salida del espíritu).
El
espíritu sólo puede progresar cuando la conciencia asume el ser en sí del
esclavo: la afirmación a través del trabajo y el temor a la muerte; de ambas
surge una nueva posición o síntesis de la
autoconciencia: el pensamiento. Cuando la conciencia del esclavo se
tiene a sí misma como objeto independiente y se reconoce en tal objetividad, a
eso lo denominamos “pensar”. En el pensamiento la conciencia se refugia en sí
misma y encuentra en ella su justificación. Pero el contenido del pensar no es
el objeto, sino el concepto. O si se prefiere, el objeto del pensamiento es el
concepto, no la cosa. El concepto no es algo escindido de la conciencia sino el
contenido determinado de la misma. En el pensamiento la autoconciencia afirma
su independencia completa ya que el concepto no queda mediatizado en su
ser en sí por otra cosa distinta de sí mismo: su esencia es la libertad
indeterminada de pensar sin mediaciones externas. Hegel desarrolla, desde esta
nueva posición en el recorrido o fenomenología del espíritu, tres manifestaciones
del pensamiento del esclavo: el estoicismo, el escepticismo y la conciencia
desventurada del cristianismo.
(Hegel, Fenomenología del espíritu, Traducción de Wenceslao Roces con la colaboración de Ricardo Guerra. A. INDEPENDENCIA Y SUJECIÓN DE LA AUTOCONCIENCIA: SEÑORÍO Y SERVIDUMBRE).
No hay comentarios:
Publicar un comentario