El método, la metodología didáctica tiene una importancia decisiva
en el proceso de aprendizaje. Por supuesto, el método no es un fin en sí mismo,
como pretenden ciertas modas actuales instaladas en el fraude competencial y
otras monsergas, sino un medio eficaz para instruir en serio, es decir,
organizar, transmitir y fijar los contenidos objetivos (científicos, técnicos,
humanísticos, etc.) de una asignatura.
El método de aprendizaje es fundamental en instituciones
educativas tan prestigiosas (y caras) como el Liceo Francés, el Instituto Británico
o el Goethe-Institut alemán. Así, las áreas y departamentos mantienen
una necesaria homogeneidad en su labor docente que, por lo demás, es
perfectamente compatible con la libertad de cátedra, es decir, con la
creatividad, conocimientos y enfoque personal de cada miembro. Esta coordinación
es algo que los padres demandan y aprecian como parte necesaria en la educación
de sus hijos. Inversamente, cualquiera que haya impartido clases en los
institutos de enseñanza secundaria no ignora que en demasiadas ocasiones la
libertad de cátedra se convierte en una justificación inadmisible para que algunos
profesores hagan sencillamente lo que les parece. Por no hablar de otros
aspectos metodológicos disfuncionales como la distribución de la programación,
los criterios de evaluación (grave asunto) y el argumentario sonrojante de las
juntas de evaluación para aprobar al que no sabe. Muchos padres son conscientes
de la superior formación de los profesores de la enseñanza pública,
seleccionados, pero prefieren llevar a sus hijos a la concertada e incluso a la
privada, si pueden permitírselo, por razones de clase social, disciplina y coordinación
(que es lo que aquí nos interesa).
Desde 2005 a 2009 colaboré
como autor de libros de texto con el CIDEAD (Centro para la Innovación y
Desarrollo de la Educación a distancia) del entonces Ministerio de
Educación y Ciencia. El antiguo INBAD. En mi opinión, fue la experiencia
educativa más próxima a una metodología didáctica eficaz. Se puede objetar que
no es lo mismo la educación a distancia que la presencial, de acuerdo, pero
tengo la convicción de que los principios básicos podrían ser adaptados, compartidos
y aplicados.
El equipo de cada asignatura tenía uno o dos autores, dos revisores, un corrector de estilo, un maquetador y un informático. Me refiero, dicho esto, al método que utilizamos, por ejemplo, en el libro de texto de Historia de la filosofía. Cada Unidad incluía una introducción general, un índice detallado de sus apartados temáticos, un cuadro cronológico que relacionaba la filosofía y la ciencia con los principales acontecimientos históricos y culturales de la época, una biografía del autor y una explicación de sus principales obras. A continuación, se exponían los contenidos historiográficos del apartado. Cada apartado incluía al final un resumen de las ideas esenciales, unas cuestiones de comprensión, relación y repaso (a resolver por el alumno) y uno o varios esquemas conceptuales. Al final de la Unidad se proponían también al alumno unas actividades de autoevaluación, unas pruebas objetivas de alternativa múltiple (los conocidos test, para entendernos) con cuatro ítems y las llamadas respuestas mecanizadas, parecidas a las anteriores, pero más complejas, así como tres modelos de comentario de texto dirigido. Finalmente, se presentaba un glosario con los términos clave. El tutor de la asignatura recibía un CD con todas las respuestas resueltas. Se trata, en la forma y en el fondo, del método cartesiano francés, emblema del mejor sistema educativo europeo. Su aplicación rigurosa duró poco en el CIDEAD. Un par de cursos si no recuerdo mal. Los libros fueron descatalogados a pesar de la ingente inversión y sustituidos por otros de la enseñanza presencial elegidos por los propios tutores para su uso y disfrute. Las causas gremiales de aquel naufragio son fácilmente deducibles: barra libre. También las consecuencias: un sistema educativo que rechaza un método riguroso, impone otro “progresista”, ineficaz y reconvierte a los profesores en animadores culturales timados y desnortados.
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