miércoles, 16 de junio de 2010

El efecto Photoshop


Estamos acostumbrados a recibir cuando abrimos el correo electrónico un aluvión de presentaciones de Power Point que nos envían gentes pelmazas de toda suerte y condición: compañeros del trabajo que normalmente se limitan a saludarnos por la mañana; vecinos de los que sólo conocemos el primer apellido; amigos con los que dejamos de hablarnos hace veinte años; conocidos y conocidas de estos amigos; la ex de la que nos separamos con bronca hace poco, también su nuevo apaño; en fin, por si fuera poco, tu mujer actual te bombardea con sus chistes preferidos, y tus hijos y los hijos de tus hijos…
A los seis meses de prosperar esta calamidad preparé mi programa de correo para que fulminara automáticamente todos los archivos que llegaran con el apellido pps. Pero no; no fue la solución. Los que te endosan las consabidas bagatelas al ritmo de cuatro diarias no se conforman con eso; trascurrido un tiempo prudencial (24 horas), personalmente o por correo te habrán de requerir para que les expliques con detalle cuánto te has divertido y por qué con cada una de las monsergas que, por gentil e indefenso, te endosaron. Créeme, lo mejor que puedes hacer es comunicar a tus perseguidores, con diplomacia vaticana pero con firmeza británica, que no te convencen esos juegos, que eres un tipo bastante raro, que lo sientes… pero que paren de una vez.
Hay que reconocer, en cualquier caso, que tales envío son a veces ingeniosos, insólitos, desternillantes. Los que realmente me gustan (un 0,5 por ciento) los tengo guardados en una carpeta de mis documentos a la que he dado el vago nombre de “varios”. Me dan ganas de enviaros unos cuantos, por ejemplo, el de la tribu de los chachos que…
Pero no. Quería referirme exclusivamente a los pps que podríamos denominar como “artísticos o de buen gusto”. Son muy variados, pero tienen algo en común que me ha incitado a decir del tema. Si se trata, por ejemplo, de la Capilla Sixtina, proliferan los detalles excesivos, como el reiterado primer plano del dedo de una Sibila, o al revés, un conjunto de la estancia tan prolijo que es imposible procesar la información que contiene. Si es la catedral de Chartres, se muestra el angular exagerado de una capilla lateral, si es un cuadro de Velázquez, el picado central desde un socavón imaginario; el David de Miguel Ángel (irreconocible) no parece que mida cinco metros sino cincuenta y su trasero resulta enorme y desproporcionado en relación con la cabeza; si se trata de un paraje, por ejemplo un tranquilo lago canadiense, la cámara se sitúa al ras del agua para ofrecer una visión imposible de los cuatro elementos.
Si es la incomparable Hoz de Tragavivos, excavada por el río Guadiela en la Serranía de Cuenca, la fotografía nos muestra el plano corto de la cabeza y las alas de un quebrantahuesos volando, por debajo del cual contemplamos un panorama lejano, borroso, informe que bien podría ser la vega de Granada o la taiga siberiana. Para empezar, en Tragavivos no hay quebrantahuesos sino buitres. Además, sus quebradas, cortados y pozas tienen una personalidad inconfundible, única. He tenido la oportunidad de atravesar la hoz con mi hermano, un viejo amigo y el perro de mi padre; he pescado y dormido en ella, he oído sus ruidos nocturnos… la composición que nos proponen es una parodia sin sentido.
Si se trata de la Muralla china, nos deslumbran con una vista de pájaro que abarca la totalidad del perímetro defensivo y, prácticamente, toda China. La fotografía parece hecha desde un transbordador de la NASA… Si es un palacio rococó (uno de los temas favoritos del subgénero) la perspectiva de la escalera central es tan desmedida que parece el hueco en espiral del ascensor de un rascacielos o la rampa central que circunda la torre de Babel: si visitáramos al día siguiente el monumento en cuestión no lo reconoceríamos aunque tuviéramos seis ojos.
La mayoría de estas presentaciones no son fotografías del natural, sino que han sido confitadas con el famoso editor gráfico Adobe Photoshop. El resultado de esta transmutación informática, de este collage a escala planetaria, de este “corta y pega” universal, es que los valores estéticos de sorpresa y originalidad se han convertido en una farsa aberrante.
(La realidad, los elementos, la fiesta de la naturaleza, la obra de arte, los colores y los cuerpos son bellos en sí mismos; su verdad se muestra sin artificios y, en ningún caso, existen ensueños sustitutivos).

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