¿Qué es y qué no es arte? ¿Cuáles son los límites del arte? ¿Con qué criterios se pueden establecer tales límites? Estas son las preguntas esenciales. Pero como en esos problemas matemáticos sin resolver que todavía flotan en la comunidad científica, nadie les ha dado una respuesta concluyente. Acaso la única posibilidad sea evitar el fraude (lo cual no siempre resulta fácil). Es decir, utilizar la famosa vía negativa de Tomás de Aquino (negar de Dios todo aquello que encontramos en los seres creados que contiene imperfección) para descartar lo que decididamente no es arte.
El Land Art, por ejemplo, fue una concepción original y válida. Pero no lo son todas las tendencias de última hora (y menos aun ciertas vanguardias de lo nunca visto). Un caso de experiencia estética fallida por el uso fácil de la performance nos ayudará a comprenderlo mejor.
Una importante galería berlinesa instaló en el centro de una sala una habitación de 15x10 metros de paredes lisas color "blanco-humo" y acristalada por un frente. Una suave música incidental propiciaba una atmósfera de duelo, silencio y actitud reverencial. En una pantalla colgante se proyectaban imágenes mudas de la barbarie nazi. Por una puerta lateral se accedía a una habitación que había sido rellenada aleatoriamente por tierra y “materiales naturales” extraídos, según el cartel informativo, del Campo de Concentración de Mauthausen. Un haz de luz muy tenue enfocaba por orden los rincones. No había objetos emblemáticos o aterradores y se pretendía “desviar la atención hacia una intuición más arcaica, más espiritual de la historia”. Se invitaba a los espectadores a que entrasen en el espacio escénico, "pisaran el mismo suelo y tocaran la misma tierra", compartieran sus sentimientos y reflexiones. Una especie de dinámica de grupo cambiante sobre el holocausto. En cada uno de los tres muros había colgados unos paneles donde podías escribir tus “impresiones” o bien acordar, discrepar o completar otros fragmentos. Esto último recordaba la mesa para recoger firmas de un funeral.
Una importante galería berlinesa instaló en el centro de una sala una habitación de 15x10 metros de paredes lisas color "blanco-humo" y acristalada por un frente. Una suave música incidental propiciaba una atmósfera de duelo, silencio y actitud reverencial. En una pantalla colgante se proyectaban imágenes mudas de la barbarie nazi. Por una puerta lateral se accedía a una habitación que había sido rellenada aleatoriamente por tierra y “materiales naturales” extraídos, según el cartel informativo, del Campo de Concentración de Mauthausen. Un haz de luz muy tenue enfocaba por orden los rincones. No había objetos emblemáticos o aterradores y se pretendía “desviar la atención hacia una intuición más arcaica, más espiritual de la historia”. Se invitaba a los espectadores a que entrasen en el espacio escénico, "pisaran el mismo suelo y tocaran la misma tierra", compartieran sus sentimientos y reflexiones. Una especie de dinámica de grupo cambiante sobre el holocausto. En cada uno de los tres muros había colgados unos paneles donde podías escribir tus “impresiones” o bien acordar, discrepar o completar otros fragmentos. Esto último recordaba la mesa para recoger firmas de un funeral.
Se trata de una falsa experiencia interactiva en la que se busca el contenido fácil, establecido de antemano, prefabricado, fijado por una idea demasiado evidente, ajena a cualquier constelación de reflexiones serias sobre el drama que pretende evocar. En el fondo es una farsa ideológica basada en conceptos gastados. Forma parte del consumo efectista del que abusan ciertas galerías "ultramodernas". La falacia inicial consiste en aceptar dogmáticamente que es arte todo lo que está dentro de un contexto que lo legitima. Quizás sea esta la única frase que alguien tendría que haber dejado en los paneles (Adorno in memoriam): "Desmontad la habitación, no se puede escribir poesía después de Auschwitz".
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