Hay seis formas esenciales de la
muerte trágica: Cuando mueres joven. Cuando muere
un niño. Cuando muere un hijo antes que los padres. Cuando mueres demasiado
viejo. Cuando mueres en la plenitud de la vida. Cuando cuerpo y mente en la
muerte lenta, anticipada, no decaen a la vez y se produce entre ambos una distancia
cruel e infranqueable. El cuerpo enfermo, exhausto, terminal; la mente activa,
presta a la andadura, llena de vitalidad. En la obra maestra de Thomas Mann, La
Montaña Mágica, el ascenso espiritual, la lucidez de los pacientes del
sanatorio alpino es paralelo a la consunción de sus cuerpos, a su extinción. Exitus
letalis.
Sócrates en el Fedón, antes de beber la cicuta,
tras su renuncia a huir de la prisión (el carcelero ha sido sobornado) por un respeto
sagrado a las leyes que lo condenan (¡aunque sean injustas!), conforta a sus
desolados amigos, entre ellos Platón, con un elogio retórico de la muerte y la
inmortalidad del alma. Puesto que no podemos vencerla que sea un aliado. No
habla un sabio consciente, digno, sereno, sino un peligroso fanático (este es
el mensaje abreviado del Zaratustra de Nietzsche).
¿Cómo es posible
relacionar el cerebro, esa masa blanca y rugosa, con Don Quijote, Las bodas
de Fígaro, La dama del armiño o La Pietà? Un enigma biológico y un misterio
estético, quizás la clave de bóveda del universo. La
pintura de Brueghel El triunfo de la muerte silencia
cualquier presunción de una muerte digna. Un caballero desenvaina en vano su espada contra la
legión de cuerpos descarnados. Todos los estratos sociales están
incluidos en el cuadro sin que el oro, el poder, el pensamiento, la religión o el
arte puedan salvarlos. El ángel oscuro siega con su guadaña las mayores
fortunas, las leyes más justas, los argumentos más sólidos, las oraciones más piadosas,
los versos más sublimes. El verdadero triunfo sobre la
muerte es haber nacido, haber robado al no ser una fugaz
existencia entre dos eternidades. El mundo de las sombras no es el de los
muertos sino el de los no nacidos.
No deberíamos obsesionarnos con la muerte pues carecemos de información fiable. La muerte propia, no la del otro, la que conocemos y lloramos, es una experiencia solipsista. Cada cual a solas consigo mismo conocerá los pormenores de su hora postrera, una vivencia única reservada a un solo espectador: Tu muerte es tuya, los versos finales del segundo soneto teológico de Agustín García Calvo. Es también el significado alegórico del excepcional grabado de Durero El caballero, la muerte y el diablo. El caballero armado y equipado seguido por un perro símbolo de la lealtad, valeroso pero resignado, firme pero lleno de lúgubres presagios, cabalga solitario hacia el destino final de su viaje, el valle de la muerte, sin mirar ni por un instante a los inquietantes compañeros que lo acechan, símbolos de la perdición del alma y del tiempo que se acaba.
La celebrada afirmación que se atribuye a Epicuro de que no
hay que temer a la muerte porque cuando nosotros estamos no está la muerte y cuando
está la muerte no estamos nosotros es redundante, carece de interés. El predicado no añade nada al sujeto del juicio. Es filistea la justificación de quienes sentencian que
“morir es algo natural”. Yo creo que la única muerte que nos parece natural es
la de los demás (y no de todos). Las expresiones de tránsito (pasó
a mejor vida, se fue al otro mundo, alcanzó la vida eterna, está
con los más, descansa en paz) son eufemismos cuyo fin es ocultar que
con la muerte desaparecemos. Wittgenstein: Con la muerte el mundo no cambia,
cesa. La afirmación de Heidegger de que el Dasein es
un ser para la muerte no es una tautología sino una iluminación sobre el
sentido del tiempo en nuestra existencia como ocupación y proyecto. Para
entendernos: como mero hecho es lo mismo la muerte de un insecto que la
de un hombre.
Lo realmente cardinal de las religiones trasmundanas
no es la fe en la prolongación indefinida de la vida en otro mundo (¿cuántos lo
creen realmente?) sino servir de protección frente a la angustia de la muerte.
Dicho de otro modo: no dudes, mantén una fe sin fisuras porque pase lo que pase
siempre ganas (en esto consiste la apuesta pascaliana). Aunque el triunfo de la
fe (título del cuadro católico de Rubens) solo lo consigue en parte. La
demostración, un funeral después del velatorio: el oficiante ofrece a la
familia del difunto, sentada en los primeros bancos de la capilla, el consuelo trascendente
de que su pariente está gozando ahora de la plenitud de una vida eterna en la que
antes o después lo volveremos a ver nimbado de luz… pero nadie se siente mejor ni cesan
los sollozos (mejor antes que después piensan algunos, mejor después que antes,
la mayoría).
En todos los tanatorios me siento desfallecer. Pero los modernos son los
que más me impresionan. Maderas claras de pino; paredes blancas con cuadros abstractos;
música de Haendel; amplios pasillos de palacio de congresos llenos de gente
fumando; se sirve un refrigerio con menú y guante blanco si lo deseas. Cafetería
con autoservicio y tienda del recordare. El camposanto es una pradera con
lápidas minimalistas y cruces apenas visibles plantadas en el césped. En mi pesadilla
me veo entrar en un conocido tanatorio de Madrid, pregunto al encargado de
recepción que me señala una pantalla donde están escritos mi nombre, apellidos
y el número de una sala (cada vez distinto). Cuando me acerco, veo desde la
puerta a mis padres, abuelos y tíos (todos muertos). Cuando me reconocen, me
miran con tristeza pero no se mueven ni parpadean... y me despierto. Eran preferibles los velorios a la antigua, con el cadáver en el salón
rodeado de sus familiares, amigos, vecinos y conocidos; las mujeres sirviendo
durante toda la noche tazas de caldo con tropezones, jícaras de chocolate con
bizcochos, ponche cargado y vino moscatel.
Si se hiciera una encuesta sobre el
ideal de una vida indefinida tras la muerte, la mayoría contestaría: “en primer
lugar deseo encontrarme con mi mujer, mis hijos, mis padres, mis amigos” ¿Pero
hay una idea más torturante que soportar una existencia sin fin, incluso con
tus seres queridos? A mí me parece que la solución más llevadera es la
transmigración de las almas. Ser mujer si eres hombre, hombre si eres mujer,
delfín, halcón, jaguar, gacela, héroe o semidiós.
Gabriel García Márquez: Morir es más sencillo de lo
que parece.
Woody Allen ¿El problema de la muerte? Lo mejor es distraerse.
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