Todas
nuestras conductas, según la psicología general, se reducen a tres tipos:
innatas, adquiridas y madurativas.
Las primeras forman
parte de nuestra herencia genética y se han formado a lo largo de millones de
años de evolución. Por ejemplo, la nutrición, la eliminación de sobrantes, la
sociabilidad, la sexualidad o la filiación (tendencias instintivas las dos
últimas que la fe cristiana confunde desde la Edad Media).
Las adquiridas son
modificaciones de la conducta que surgen como resultado del aprendizaje, un
proceso que dura toda la vida. El hombre lo aprende casi todo, tanto lo que le
beneficia como lo que le perjudica. Cualquier instructor, enseñante, terapeuta,
sabe que lo malo de algunos principiantes, discípulos, pacientes, no es lo que
no saben sino lo que saben.
Las madurativas no son
conductas innatas ni adquiridas, sino que dependen del desarrollo de ciertas
estructuras orgánicas y del sistema nervioso. No nacemos con ellas, pero
tampoco interviene la experiencia. El cambio en la conducta se produce por el
avance neurofisiológico del individuo. El niño a partir de los once meses
siente el impulso de hablar, de levantarse del suelo y andar, de abandonar el
biberón por las papillas...
Jugar con muñecas
participa de los tres tipos de conducta.
Tiene un componente
innato debido a que en todas las especies el instinto de filiación o apego
hacia la cría es mucho más intenso en la hembra que en el macho (a ver si resulta
que somos evolucionistas en todo menos en esto)… Es evidente que los
fabricantes de muñecas no necesitan hacer sondeos psicosociales para
promocionar medianamente sus productos.
El componente aprendido
es cultural y muestra la discriminación de la mujer en la sociedad patriarcal
que la ha excluido de la vida pública para desterrarla a la vida privada, al
hogar familiar, a los trabajos domésticos, al cuidado del marido y a la crianza
de los niños. El proceso de socialización de la mujer se ha basado, entre otras
pautas machistas, en el aprendizaje de papeles bifurcados, como los adscritos a
los juegos infantiles: los juguetes bélicos para los niños y las muñecas para
las niñas.... todo muy conocido.
También jugar con
muñecas es una conducta madurativa, ya que a partir de cierta edad las
adolescentes crecen, se olvidan de las muñecas y se interesan por otros
escenarios más sugerentes. Sin embargo, la maduración femenina en este tema
entra en conflicto con lo que tercamente nos muestran los sentidos: nuestra
madre, nuestra esposa, nuestra hija de veintitantos años, tienen sus cuartos,
anaqueles, rincones favoritos, rebosantes de muñecas; y que esas muñecas a la
que amorosamente limpian, peinan, visten, abrazan ante el asombro celoso del
otro género, son, como el perro o el ordenador, uno más de la familia.
La solución a esta
aparente antinomia hay que buscarla en la existencia de dos clases de muñecas:
las infantiles y las que podemos llamar “juveniles en adelante”.
Las muñecas infantiles
son los mencionados juguetes sexistas… Es bastante raro que las mujeres maduras
conserven las “muñecas de rol”. La ley de la maduración se cumple, por tanto,
sin contraejemplos dignos de mención.
Nos olvidamos
de ellas y pasamos a ocuparnos de las que realmente fascinan a las mujeres,
las otras, las de ensueño, las que componen el mundo mágico de las muñecas: las
de fieltro (auténticas filigranas de la imaginación), las artesanales
(originales y únicas), las de trapo (mimosas y entrañables), los peluches o
felpas rellenos de algodón (tiernas y besuconas), las de colección, como las
muñecas francesas de porcelana o las antiguas, como la inolvidable Mariquita
Pérez de la imagen; también las muñecas internacionales (hechas con los
materiales más insospechados, los japoneses las hacen con cartón doblado y los
esquimales con piel de foca), las históricas (muñecas egipcias, griegas o
romanas, objetos de museo que periódicamente se subastan en las galerías de las
principales capitales europeas); por último, las muñecas recortables, no menos
admirables pese a la austeridad del papel, con su interminable conjunto de
vestidos y accesorios llenos de sorpresas y delicias manuales.
También hay muñecas de
tercera fila, como las cursis nancys, o las detestables blythes y bratz; pero
sobre todo, las barbies, un icono kitsch,
muy del mal gusto de la estética neoliberal que considera a las mujeres un
género vacío, un rostro sin vida. Según la ideología trivial de este icono, lo
que caracteriza a las mujeres no son sus rasgos seductores, su mirada adorable,
su cabello encantador, sus gestos peculiares, su temperamento, carácter y
personalidad únicos… sino un estatus social fijado y valorado según criterios
de prestigio y jerarquía. Las barbies, al menos las que salieron en la primera
hornada, eran la misma esfinge en diferentes versiones: controladoras de vuelo,
ejecutivas, cirujanas, arquitectas, banqueras, ingenieras de caminos,
registradoras de la propiedad o presidentas del consejo de administración; en
general, representaban todas las posiciones sociales de la clase dominante.
Francamente, puestos a elegir, prefiero las emblemáticas muñecas
hinchables, sex
symbol de los años ochenta que sólo han existido en la
imaginación calenturienta de los realizadores de cine franceses.
La degradación de la forma
y función de las muñecas apareció a finales del siglo XX y su objeto material
fueron los tamagotchis,
unas mascotas virtuales de forma ovalada, creadas por la industria japonesa del
entretenimiento, a las que era preciso (copio el menú de aplicaciones de un
modelo barato) alimentar, bañar, regañar, felicitar, curar de alguna
enfermedad, encender o apagar la luz, divertir, sacar a pasear, etc. puesto que
si lo no hacías con probada diligencia se morían mustiamente en tus manos. No
me voy a molestar siquiera en execrar sus valores deplorables, simplemente
me parece un invento turbio y alienante. Añadir tan sólo que por primera vez el
mercado del ocio había dirigido su oferta a un segmento de la población (“sin
distinción de sexo, raza o condición”) con trastornos latentes o patentes del
comportamiento. Cuando se preguntó a los directivos de la empresa por este
peculiar diseño de las ventas, se pusieron a la defensiva y aseguraron que, en
todo caso, si la mascota electrónica no solucionaba ciertos problemas personales
muy extendidos (puede que en esto lleven razón), al menos les servía de
atenuante. A primera vista parece que se logra justamente lo contrario: agravar
los síntomas y cebar el conflicto mental.
Para terminar con
pesimismo, en un futuro todavía lejano, más allá de las materias primas y de la
realidad virtual, se vislumbra un horizonte siniestro: un mundo infeliz, una
sociedad tecnocientífica en la que se fabrican en serie, mediante complejos
procedimientos de clonación genética, seres vivos con fines meramente
instrumentales; “humanoides” dedicados al trabajo y al placer: serán las
muñecas del siglo XXII.
yo tengo 2 niños pequeñitos y mi niño que es un baron , yo nunca le induje a gustos y siempre lse tira por juguetes de niño, ejemplo gormitis , boj esponja, camiones coches etc y yo nunca le he inculcado nada el siempre lo pedia esto , en cambio la niña le gustan mas las muñecas y la fregonas sillita y las barbis y las mosters la vuelven loca , como me esplican esto ustedes
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