El comic, octavo arte
¿Quién no ha tenido en la infancia sus héroes favoritos del comic?
Recuerdo, pletórico de endorfinas, las colecciones que poblaban de ilusión mis semanas (¡qué lentas pasaban entonces y cómo vuelan ahora hacia el enigma de la vejez!). En mi época de instituto, coleccionaba los cuentos del Capitán Trueno y seguía sus aventuras ¡por la justicia y la cruz! en una Edad Media de ensueño. Mi devoción por Walter Scott se fraguó en estas lides. Compartía con fervor sus amigos y enemigos, sus viajes por lugares que en aquella época todavía no se habían descubierto, sus festines pantagruélicos en los que abundaba la pata de venado y el vino bebido en cuerno, las espadas que no herían, las victorias imposibles y los castos amores del caballero cristiano con Ingrid, la princesa de Thule. Hace tiempo que han reeditado la colección completa en dos tomos, pero no me dicen nada… El conocimiento es, como proponía Nietzsche, un asunto esencialmente biológico.
Tampoco me gustaban todos los comics. Las hazañas del guerrero del antifaz, tajando infieles por la piel de toro eran siempre iguales y estaba claro desde el principio que los sarracenos no tenían ninguna opción (reflejo evidente de la España franquista); además el dibujo era abigarrado y de poca calidad. Roberto Alcázar y Pedrín, me recordaban excesivamente a los matones del régimen y nunca he soportado el comic sin sustancia, inocuo, de porrazo y tentetieso, como Mortadelo y Filemón, un par de acreditados tontainas.
Más atrayente era la titánica confrontación de Superman con las grandes fuerzas del cosmos: naturales (cataclismos, terremotos, aerolitos), artificiales (trenes desbocados, naves hostiles, robots descontrolados), humanas (los pillos de Metrópolis) y sobrehumanas (villanos galácticos con poderes inauditos). Tenían especial tirón los cuentos de Superman cuando era niño, recién caído de Kriptón, y, sobre todo, de joven, pues flagelaba dulcemente nuestras fantasías reprimidas; noche tras noche nos dormíamos tejiendo los detalles de nuestros amores platónicos con “Superwoman”, la heroína llevada al comic en un intento ridículo de extender las ventas al sexo débil. Batman y Robin, otros aguerridos defensores del bien común (o sea, de la moral puritana y del modo de vida americano) no eran nadie a su lado.
En lo más bajo de la cadena gráfica sitúo pero no comento a los descerebrados héroes de la Márbel, incluido el reaccionario Spiderman.
Ya en la universidad, tras el consiguiente vuelco ideológico, me interesé por la subcultura de los años setenta y su expresión, el comic underground, cuya figura más prominente fue Robert Crumb. Una parte de las andanzas de sus personajes (Mr. Natural, el gato Fritz, Mr. Snoid, Los Freak brothers…) se publicaron en las revistas out del momento como El víbora o Makoki, que todavía conservo bajo llave. Crumb era un maestro. En uno de las tiras se ve un recuadro lapidario, tipo cartel del cine mudo, que anuncia: “Vivimos en un mundo repleto de sistemas”. En la siguiente viñeta un mendigo tirado en la acera de una ciudad apestosa observa en derredor con mirada enloquecida y se pregunta: “¿Es esto un sistema?”.
En mis dos últimos años de carrera, que dediqué básicamente al cine y a la música, me echaron los Reyes Magos, como les pedí, la colección completa de Asterix (cuarto curso) y de Tintín (quinto curso). Los comics de Asterix y la tribu de irreductibles galos enfrentados al Imperio Romano en la época de César es un prodigio de ajuste entre el guión (Goscinny) y los dibujos (Uderzo); forma y contenido parecen hechos uno para el otro, la compenetración es biunívoca y ambos son espléndidos. ¿Quién no recuerda La vuelta a la Galia, La hoz de oro o La cizaña? Se decía por entonces que la tribu gala simbolizaba a la Francia independiente del general de Gaulle y Estados Unidos al imperio que dominó el mundo antiguo, una ocurrencia menor que sólo puede interesar a sociólogos chinchosos. He releído tantas veces las aventuras de Asterix que me las sé de memoria. Cuando murió Goscinny, Uderzo se hizo cargo del texto y las ilustraciones, pero el viento amainó y el barco dejo de navegar con buen rumbo. Seguí comprando los comics por pura nostalgia y también por completar la colección, pero algunos (por ejemplo, El mal trago de Obelix) ni siquiera los he acabado de leer.
Reconozco que las aventuras de Tintín creadas por Hergé, a pesar de su innegable calidad, no han sido nunca santo de mi devoción. Ni siquiera las entregas más logradas, como Las siete bolas de cristal, Objetivo la Luna o Tintín en el Tíbet, han conseguido arrancarme la entrega incondicional y el aplauso rendido. Reconozco la belleza del dibujo, el formato insuperable de las viñetas, el acabado de los guiones, la idiosincrasia de los personajes… Pero Tintín no me apasiona. No me sé de memoria sus andanzas y coloquios. He retomado muchas veces sus relatos con ánimo paciente, pero con frecuencia me han proporcionado pesadas digestiones.
Una vez me hube licenciado (suena a novela mala), lo primero que hice fue comprarme la colección completa de Mafalda (diez originales cuadernillos apaisados). Toda la sociedad bonaerense, en realidad la vida misma, está reflejada en las inteligentes viñetas de Quino. El materialismo sin fisuras de Manolito, hijo de laboriosos emigrantes gallegos; las aspiraciones pequeño burguesas y el carácter mezquino de Susanita; la ingenuidad, ¡el valor supremo de la inocencia!, de Miguelito un diamante en bruto a salvo del proceso de socialización; Guille, el avispado hermanito de Mafalda, arrojado recién a un mundo de frustraciones… Y Mafalda, una niña a la vez prudente y atrevida, fisgona y gentil. Resulta admirable constatar cómo Mafalda y sus amigos no dejan de soltar verdades como puños sin que jamás resulten redichos o pedantes. Después de leer una y otra vez las agudas reflexiones de Mafalda comprendí que mi educación sentimental había comenzado.
Tanto Asterix como Tintín son héroes asexuados. Al menos, el forzudo Obelix, su camarada inseparable, se enamora como un colegial de la gentil Zaza en El regalo del César. Asterix sencillamente huye de las mujeres y Tintín las trata como si no existieran, lo que ha dado pie a morbosas conjeturas sobre las inclinaciones de ambos. Al otro lado del mapa se encuentran los comics voluptuosos del italiano Guido Crepax (ideología al margen), inconfundibles por su dibujo y sus técnicas narrativas, con un elenco de olímpicas bellezas, las más sensuales y deseables que ha dado el pincel; entre otras, Valentina, Barbarella, Emmanuelle, Justine, las esclavas sexuales de La Historia de O...
La propuesta de Crepax a los varones domados de la generación de los cincuenta fue el descubrimiento de un ámbito nuevo de realidad, de un territorio salvaje todavía sin hollar: el erotismo. Invoco la sinceridad de Juanjo, un vecino de siempre, arquitecto de profesión, casado y sin compromiso, quien tras apurar con los amigos el tercer combinado, confesaba con el corazón en la mano: la verdad, yo no sé si he conocido alguna vez el erotismo… Los comics de Crepax revelaron a sus lectores, quizás prematuramente, que no puede haber separación entre el amor y el deseo, la atracción y el placer, pues son una y la misma cosa. En los relatos de Valentina, una de sus ocasionales amantes, la francesa Catherine, mientras la desnuda con oficio, le susurra dulcemente las palabras mágicas: a mes mains son placées et fondeés tous les plaisirs acumulés.
Ya en la edad madura tuve la suerte de descubrir a Maitena, nacida en Buenos Aires, la hermana mayor de Mafalda. Os recomiendo su página Web. Para mí, lo mejor de Maitena son los cinco libros de comics titulados Mujeres alteradas. Son una fenomenología completa de la conciencia posmoderna. Nadie piense que sólo circulan por esas páginas mujeres pintorescas; al contrario, hombres de todas las tallas, con y sin complejos, entran y salen de la gran viñeta del mundo. Todos los temas que atañen al hombre como animal social están pintados por Maitena con gracia y saber. El carácter fragmentario de su obra es sólo aparente, pues tras las innumerables clasificaciones, descripciones, prescripciones y emociones se vislumbra un sistema completo, construido con las respuestas de la autora a los problemas fundamentales de la existencia: qué puedo conocer (una lúcida reflexión sobre la dimensión biológica del conocimiento), qué debo hacer (una defensa heterodoxa de cierta ética de circunstancias basada en el humor y la tolerancia), qué me cabe esperar (una aproximación a la alegría de vivir) y, por fin, qué es el hombre (síntesis de todo lo anterior y radiante conclusión del proyecto de Maitena).
P.D. Algunos correos me sugieren (con razón) que vivo anclado en el pasado, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX.
Sólo una aclaración: nunca he dicho la frase, vulgar y falsa, de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Aunque reconozco que por desgracia no comprendo bien el mundo en que vivo. Pienso en todo caso, valga de alegato, que al presente le falta por definición un hervor y que sólo el tiempo, la razón histórica de Ortega, decantará el vino de los posos. Sólo la pátina del tiempo hace de los productos culturales algo valioso y comprensible. Recuérdese, como botón de muestra, lo que le aconteció a Joyce con su inmortal Ulises. En todo caso, esto no expresa ninguna verdad objetiva sino sólo un punto de vista.
nesecito q lo expliq el octavo arte
ResponderEliminarAmigo Rodolfo, tus referencias históricas están entre las mejores (aunque te resbalara el genial Ibañez). Pero en las últimas dos décadas ha habido una explosión de la escena independiente tanto en Europa -Francia- como en EE.UU. Hasta las majors americanas -sobretodo la DC- han recuperado y dotado a sus personajes más emblemáticos de una profundidad psicológica que ha hecho las historias mucho más atractivas para lectores adultos. Por primera vez cobra más relevancia el nombre de los guionistas que de los dibujantes: Alan Moore, Neil Gaiman o Grant Morrison (curiosamente todos británicos). los grandes recuperadores del genero en USA.
ResponderEliminarY luego está la invasión del manga con un tipo de narrativa inédito y sumamente atrayente.
En resumen, no tires la toalla. Busca. El mundo esta más lleno que nunca de opciones....