El Padre Brown, el conspicuo personaje de Chesterton
(1874-1936) al que dedicó 53 relatos entre 1911 y 1936 agrupados en cinco recopilaciones, es un
sacerdote papista de aspecto insignificante, bajito y rechoncho, cabezón, de
cara redonda en la que brillan unos ojos inocentes detrás de las gafas de
concha. Camina con pasos cortos bajo la sotana descuidada, suele llevar un
paraguas viejo que se le cae constantemente y un sombrero clerical de teja que
oculta su cabello marrón. Si fuera pájaro más que un cuervo parecería un mirlo
gordezuelo. Original de Cobhole, Essex, está adscrito a la iglesia de San
Francisco Javier en Camberwell, Londres. Gran parte de sus enigmas (si se
tratara de Sherlock Holmes hablaríamos de casos) se desarrollan en la campiña
inglesa (y en eso coinciden). Pero tras su aspecto de cura pueblerino, de su
aparente ingenuidad, se esconde un cerebro privilegiado, perspicaz, dotado de
unas facultades milagrosas para la intuición, el razonamiento y la
reconstrucción de la verdad. Tiene una mente afilada como una hoja de afeitar
capaz de cortar en tres la microscópica punta un alfiler en la que caben los
mil ángeles de la paradoja medieval y que lo sitúan a la altura de su coetáneo
Sherlock Holmes, el gran detective al que Chesterton admiraba… por más que el
Padre Brown represente su contrapartida.
En el primer relato de la serie, el
sacerdote conseguirá vencer y convencer a Flambeau, un experto ladrón francés
de guante blanco, especialista en joyas, para que se arrepienta de su vida
criminal y se convierta en un respetable detective privado. Flambeau será el
amigo fortachón, el guardaespaldas, el compañero inseparable y colaborador
perplejo (recuerda a Watson) en la solución de los misterios brumosos de
la Inglaterra victoriana. Asimismo, esta unión hará más verosímil la presencia
del padre en el lugar del crimen. En ocasiones, su presencia, su “ubicuidad”,
parece fruto del azar, de una licencia literaria (después de todo el demonio
está en todas partes), en otras del imán que tiene para atraer a su terreno al
maligno o de las extrañas circunstancias del relato: en una lujosa
fiesta de la nobleza inglesa aparece de la nada un curita menudo, trivial e
inofensivo… requerido con urgencia por un marqués de recia estirpe. Hasta las
orgullosas clases altas del Imperio reconocen su perspicacia para desatar
el nudo gordiano de lo inexplicable.
Su método es la observación de los
demás y de sí mismo. En el relato El martillo de Dios afirma: Soy
un hombre, y por lo tanto tengo a todos los demonios en mi corazón. La
introspección sincera es el camino más directo para reconocer los motivos del
mal y los oscuros rincones del alma. El confesionario, por ejemplo, es una
fuente inagotable de enseñanzas. El truco consiste en ponerse exactamente en la
mente del criminal y tratar de pensar como un gran pecador. En innumerables
ocasiones El Padre Brown recuerda que su condición sacerdotal, en contacto
permanente con la maldad y el uso descarriado del libre albedrío, le ha ayudado
a entender a los hombres hasta llegar más allá de donde han ido otros, incluidos
policías de fama mundial (como Valentin) o curtidos detectives. En numerosas
ocasiones busca más la redención del criminal que el castigo. Si está seguro de haberlo logrado, tras larga conversación, desaparece y deja que sean otros los que, si pueden, apliquen la justicia terrena.
La clave del laberinto es la intuición,
después las puertas se abren por sí mismas, los senderos correctos nos muestran la salida. La naturaleza humana es recurrente, lo que varía es el procedimiento
criminal. Los lazos invisibles del enigma confirman lo que no podría ser de otro modo. El error al juzgar al Padre Brown, repetía Chesterton, consiste en
pensar que encerrado en su parroquia y cegado por su vocación nada sabe de la
verdadera complexión del mundo. El secreto de la mística consiste en
esto: todo puede entenderlo el hombre, pero sólo mediante aquello que no puede
entender. El lógico desequilibrado se afana por aclararlo todo, y todo lo
vuelve confuso, misterioso. El místico, en cambio, consiente en que algo
sea misterioso para que todo lo demás resulte explicable.
En todos sus enigmas siempre está
presente el dualismo razón y fe. No en vano es el mejor biógrafo de Tomás
de Aquino. Una teología sin razón es una mala teología. Una razón sin fe es un
abismo sin fondo, por eso el ateísmo es una pesadilla. En la concordia entre
ambas reside la clave del mundo. En los alambicados enigmas que resuelve el Padre
Brown, el origen del mal tiene siempre su origen en la presencia directa o en el tenue hilo conductor que conduce a la heterodoxia, al desconocimiento, al
distanciamiento o a la violación de la ley moral verdadera (y única) que propone e interpreta la iglesia católica. El mal es siempre una desviación
próxima o lejana de la ley moral. Cuanto más lejana más complejo resulta el
enigma. La sagacidad del Padre Brown estriba en su instinto infalible para
seguir el rastro antinatural del crimen hasta sus raíces. El mal es para la
razón una conducta antinatural, contraria a la condición humana en sí y para sí. En el relato Los pecados
del Príncipe Saradine, el cura detective afirma: Yo nunca dije
que fuera siempre un error entrar en el país de las hadas. Sólo dije que
siempre era algo peligroso.
El país de las hadas tiene muchas
versiones: Religiosas (ateos, agnósticos, puritanos, presbiterianos,
calvinistas). De los protestantes en general afirma que de la libre
interpretación de la Biblia se sigue cualquier cosa; su conclusión es el relativismo y la justificación de una conciencia enturbiada de sofismas y contradicciones. Oh, podría decir que él era honesto, como usted lo llama, pero ¿de qué le sirve a un hombre ser honesto en su culto a la deshonestidad? (El signo de la espada). También masones,
falsos profetas, supersticiones exóticas y ritos ancestrales. Y, por supuesto,
las versiones ideológicas: el positivismo, el cientificismo, el maquinismo (tan de moda
hoy con el tema de la inteligencia artificial), el darwinismo o el socialismo
materialista. Hay diez filosofías falsas que podrían encajar con el universo. Hay diez teorías falsas que encajarían con el castillo de Glengyle. Pero lo que queremos es la explicación real del castillo y del universo. (El honor de Israel Gow).
También critica el capitalismo plutocrático de acuerdo con los planteamientos nominalistas de la doctrina social de la Iglesia romana. El último relato del padre Brown, escrito por Chesterton poco antes de su muerte, identifica al capitalismo con el crimen organizado: Esos acuerdos entre los grandes hombres de negocios y los gánsteres están muy extendidos en América, porque ambos trabajan en el mismo ramo. En el relato La máscara de Midas, afirma que el protagonista era un genio de las finanzas, y sus robos eran robos a miles de pobres.
También critica el capitalismo plutocrático de acuerdo con los planteamientos nominalistas de la doctrina social de la Iglesia romana. El último relato del padre Brown, escrito por Chesterton poco antes de su muerte, identifica al capitalismo con el crimen organizado: Esos acuerdos entre los grandes hombres de negocios y los gánsteres están muy extendidos en América, porque ambos trabajan en el mismo ramo. En el relato La máscara de Midas, afirma que el protagonista era un genio de las finanzas, y sus robos eran robos a miles de pobres.
Todos estos relatos han sido
recientemente reeditados en cinco volúmenes en España por la
editorial Valdemar. Hay también dos ediciones en un único volumen con el título
"Los relatos del Padre Brown", en la editorial Acantilado (2008). También "El Padre Brown, relatos completos", publicada en Ediciones
Encuentro (2017). Por mi parte he de confesar, por supuesto al Padre Brown, que he
seguido el tomo segundo de las obras completas de G.K. Chesterton publicadas
por Plaza Y Janés (Colección Clásicos del siglo XX, segunda edición, 1967). Un regalo de mis padres cuando era un adolescente curioso (¿o un curioso adolescente?).
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