jueves, 12 de agosto de 2010

París: la moda en tiempos de guerra


Marcel Proust, El tiempo recobrado

Una de las primeras noches de mi nuevo regreso, en 1916, queriendo oír hablar de lo único que por entonces me interesaba, la guerra, salí después de comer para ver a Madame Verdurin, pues era, con Madame Bontemps, una de las reinas de aquel París de la guerra que hacía pensar en el Directorio. Como por la siembra de una pequeña cantidad de levadura, en apariencia de generación espontánea, unas mujeres jóvenes iban todo el día con unos altos turbantes cilíndricos, como una contemporánea de Madame de Tallien, llevando por civismo unas túnicas egipcias rectas, oscuras, muy “guerra”; sobre unas faldas cortas, llevaban unas correas que recordaban el coturno según Talma, o unas altas polainas que recordaban las de nuestros queridos combatientes; era, decían ellas, porque no olvidaban que debían alegrar los ojos de aquellos combatientes, por lo que todavía se arreglaban no sólo con vestidos “vaporosos”, sino también con alhajas que evocaban los ejércitos con su tema decorativo, aunque la materia no viniera de los ejércitos, ni hubiera sido trabajada en los ejércitos; en lugar de los ornamentos egipcios que recordaban la campaña de Egipto, eran sortijas o pulseras hechas con fragmentos de obuses o cinturones de 75, encendedores formados por dos peniques ingleses a los que un militar había logrado dar en su trinchera una pátina tan bella que el perfil de la reina Victoria parecía trazado por Pisanello; era también porque pensaban continuamente en ellos, decían ellas, por lo que, cuando caía alguno de los suyos apenas le guardaban luto, con el pretexto de que era “un luto en el que entraba el orgullo” lo que permitía un gorro de crespón inglés blanco (del más gracioso efecto y que “autorizaba todas las esperanzas”, en la invencible seguridad del triunfo definitivo) o sustituir al casimir de antaño por el raso y la muselina de seda, y hasta conservar las perlas “sin dejar por eso de observar el tacto y la corrección que es inútil recordar a buenas francesas”.

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