sábado, 13 de septiembre de 2025

Datos y hechos

 

Etimológicamente el término “hecho” significa “lo construido” (Facio, factum, es un verbo latino que significa “hacer”, “construir”, realizar). Un dato (Do, datum) es lo que está ahí dado y todavía no es un hecho. Un dato es un acontecimiento, la cosa en sí kantiana, lo que no ha sido todavía construido o realizado, es decir, hecho. En un universo sin inteligencias sentientes (la expresión es de Xavier Zubiri) habría datos pero no hechos. Lo dado no es lo mismo que lo fáctico. El mundo como tal no consta de hechos sino de datos. Sin datos no hay hechos, pero tampoco los hay sin un marco constituyente previo: científico, ético, político, estético, religioso... El marco determina lo que son y no son hechos.

Lo que Aristóteles consideraba un cuerpo pesado en el que predomina el elemento terrestre con tendencia natural a dirigirse al centro de la tierra, para Newton era la manzana que cae del árbol por la ley de gravitación universal; para Einstein la gravedad no es una fuerza de atracción entre objetos sino la curvatura del espacio-tiempo causada por la presencia de masa y energía; según la física cuántica la gravedad es un reto pendiente de la física teórica que busca unificar la mecánica cuántica y la relatividad general mediante una Teoría de campos o "Teoría del todo". Lo cierto es que tanto en la física de partículas como en la astrofísica resulta muy complicado pasar de los datos a los hechos contrastados. Es más, la misma noción de “hecho” es cada vez más difusa.

Los ejemplos de constructos divergentes, incluso contrarios, sobre los mismos nombres son incontables: los sueños para la psicología conductista y para el psicoanálisis, la guerra civil española para historiadores con ideologías distantes, las crisis periódicas del capitalismo para la economía marxista y la liberal, la salvación para el cristiano católico y el protestante. Más cotidiano: echemos un vistazo a muchos periódicos de alcance nacional incluida la pseudo prensa; lo que hacen es presentarnos cocinadas y digeridas las interpretaciones que su línea editorial desea que admitamos como hechos (lo demás son elipsis clamorosas y no-sucesos).

George Edward Moore (1873-1958) uno de los fundadores de la filosofía analítica junto con Bertrand Russell, en su obra Defensa del sentido común, afirma que ciertas proposiciones del tipo “Esto es una mano” pueden considerarse hechos objetivos al margen de cualquier interpretación ontológica. Falso, ya que tal proposición no constituye por sí misma un hecho incuestionable, sino que depende del contexto comunicativo en que se enuncie. Moore lleva razón si analizamos la expresión desde el nivel léxico-semántico de la gramática, pero no la tiene si lo hacemos desde el nivel pragmático que se ocupa del uso del lenguaje en situaciones específicas. “Esto es una mano” tiene sentido en una sesuda clase filosofía, pero si la pronuncio en una clase universitaria sobre anatomía, al prepararte un gin-tonic en casa de tu novia o al comentar un partido de fútbol con tus amigos… tus oyentes se preguntarán de qué hablas exactamente.

Una sociedad como la nuestra es un agregado de subculturas de clase social, de profesión, de sexo, de edad donde los mismos nombres significan hechos distintos. Se produce una disonancia entre referencia y sentido. Una subcultura es una forma de pensar, hablar, vestir, comprar, casarse y educar a los hijos; en resumen, de construir la realidad. Prácticamente, todos los aspectos de la conducta, incluso los procedimientos para hacer el amor, difieren de una subcultura a otra. Cada subcultura tiene una concepción del mundo propia, con frecuencia incomparable e incomprensible para otras al no existir un lenguaje denotativo, connotativo y prescriptivo común. La mayoría de los conflictos sociales son discrepancias manifiestas o latentes, violentas o contenidas sobre lo que entendemos por hechos cruciales.

Lo único evidente es la proposición 6.43 del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein: El mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices. Sugiere que la felicidad y la infelicidad construyen con nombres iguales una constelación ilimitada de hechos incompatibles, aunque la totalidad de los datos sea siempre la misma.

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