martes, 26 de agosto de 2025

Darwinismo social

 

Pocos pensadores se tomaron tan en serio la teoría de la evolución de Charles Darwin como su coetáneo Herbert Spencer. Cinco años después de haber leído Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, Spencer publica Principles of Biology (1864), obra en la que fiel a los principios de la selección natural y la supervivencia de los más aptos pretende extender el evolucionismo a la sociología. Lo cierto es que su intento de introducir los principios darwinistas en el ámbito de las ciencias sociales no tuvo éxito. Se consideró, con razón, que se extrapolaban sin rigor científico las leyes de la evolución biológica a las sociedades humanas; además la teoría comportaba, sobre todo, consecuencias políticas y económicas. En conclusión, se trataba de otra mezcla fallida de naturaleza y cultura.

Sin embargo, es evidente que se ha producido un cambio de paradigma a escala planetaria. El mundo ha mutado, la globalización y el triunfo de las democracias liberales no es el final de la historia como anunció Fukuyama, sino historia. Las cenizas de Herbert Spencer, enterradas en el londinense Cementerio de Highgate frente a la tumba de Karl Marx, se removerían incrédulas tras constatar la vigencia de sus ideas, el darwinismo social.

Se agotaron los argumentos que el neoliberalismo apuró hasta sus últimas consecuencias mediante la desregulación de los mercados y la normalización de oscuras estrategias para la acumulación de capital sin otros fines. El nuevo paradigma supone la cancelación del contrato social propio de las democracias representativas. La ley de gravitación social que sustituye a la oferta y la demanda formula que los individuos y colectivos más aptos prosperen por todos los medios que hagan valer su superioridad, mientras que los menos aptos están condenados a la extinción. Las miserias del sistema son necesarias por cuanto responden a su funcionamiento natural.

Las democracias liberales se han derrumbado tras el vaciamiento de sus pilares ideológicos: la competencia responsable, el flujo reglado de capitales, la autoridad ética y política de la Organización de Naciones Unidas y las sucesivas declaraciones de los Derechos Humanos. El síntoma inequívoco del cambio de paradigma fue el hundimiento de la socialdemocracia y los ideales del Estado del bienestar.  

La primera consecuencia del nuevo paradigma es la “antipolítica”; la disonancia entre los textos constituyentes, el significado objetivo de las instituciones, la división de los poderes del Estado, y los acontecimientos nacionales e internacionales que nos abruman. La antipolítica no tiene una concepción ideológica estable al ser sus explicaciones meramente circunstanciales. Son ajenas a la razón práctica: no se rigen por las reglas de la lógica, el arte de la retórica o las normas de la ética. El populismo es la versión más baja (vulgar) de la antipolítica.

En la práctica, la antipolítica comporta la cancelación del contrato social y la subordinación de poder político al poder económico y ambos al poder militar. Algo que siempre ha estado presente como sustrato de la historia desde que los sapiens extinguieron a los neandertales hasta la actual carrera armamentística donde los bloques hegemónicos se retan por tierra mar y aire con artefactos cada vez más letales. El darwinismo social conduce sucesivamente a sistemas autoritarios, autocráticos y, finalmente, totalitarios. El fin de la historia, ahora sí, será la destrucción masiva de la especie humana, resultado de la supervivencia de los más aptos y la ley del más fuerte.

lunes, 25 de agosto de 2025

Sobre la vejez

 

La obra De senectute, literalmente acerca de la vejez, en versión libre El arte de envejecer, escrita por Cicerón en el 44 a.C. es un elogio de la vejez así como una invitación a un envejecimiento activo y fecundo. Un clásico de la ética personal. Lo primero que habría que hacer es definir el concepto de vejez: mientras que Cicerón (106-43 a.C.) moría con 63 años, una edad avanzada para entonces, hoy día la mayoría de la gente ni siquiera se ha jubilado. Sin entrar en números, es preferible considerar a la vejez como un “estado y disposición de ánimo”, saber a qué nos referimos con la tercera, incluso cuarta edad y no complicarnos la vida con disquisiciones geriátricas y tratamientos médicos (por lo demás inevitables). Siento curiosidad por saber qué es la vejez, dice el optimista jubilado. Bien dicho.

El envejecimiento resignado de sofá plano, un mal rollo, me trae recuerdos de las viñetas del inolvidable Forges: la plaza de un pueblo perdido en la llanura y tres ancianos desdentados bastón en mano, sentados en un banco, dos perros tirados en el suelo, el sol en un horizonte tardío y un elemento perturbador, desubicado, que rompe la monotonía de la jornada y dispara el humor del dibujante.

El “abuelo cebolleta” que da la murga a sus nietos con batallitas de la Edad Oscura es una especie en extinción. En cuanto avanza el relato (palabra estúpida cuando se usa en las tertulias radiofónicas) los nietos desconectan si son educados, cambian de tercio si son normales: abuelo cuéntanos cómo era tu novia en el cole. ¿Usabais preservativos? Resulta patética la visión del jubilado en el parque mañanero que mira con ternura a los niños y echa migas de pan a las palomas mientras medita sobre la vanitas y el memento mori. Actualmente ha quedado en desuso jugar al tute con la peña en las mesas de piedra del barrio porque terminan en bronca. Y la petanca es un juego tan pacífico y aburrido que es imposible cabrear al que pierde o hacer trampas divertidas. Los “hogares del jubilado” donde los viejos se hacen más viejos son demasiado provincianos; y demasiado pueblerinos los baretos de la España vaciada donde se pasan la tarde en formol jugando al dominó. Entretanto, en la mesa camilla con brasero la mujer hace ganchillo y en silencio reza el rosario. Su eterna acompañante, vecina y pariente, perpetra el enésimo solitario con la televisión encendida.

Si me apuran se ha quedado obsoleto el INSERSO: a los jubiletas cada vez les apetece menos que los lleven al trote detrás de una azafata de pies ligeros con bandera blanca por ¿dónde fue? o pasarse una semana de invierno encerrados en un hotel solitario de la costa. O el viaje organizado en autobús: fiu, fiu, ya hemos visto Florencia ¿O era Lisboa? La comida, rara, los del grupo, pelmazos. De las residencias de ancianos ni hablo. Un ejemplo: el cura en la visita de turno trata de convencer a la octogenaria delicada de salud de que pronto verá al Padre Celestial. Desengáñese padre, como en casita no se está en ninguna parte, contesta vivaz doña Asunción.

Algunos llevan perplejos la transición de la segunda a la tercera edad. El paso de la madurez a la vejez recuerda ciertas paradojas de la cantidad: ¿Qué número exacto de pelos, como mínimo, ha de tener una persona para que no se lo considere calvo? Aplíquese a la edad y el problema de cuándo somos viejos es el mismo. Muchos no se resignan. Recuerdo que la suegra de un primo hermano vivía marcha atrás, hasta el punto de que su hija le llegó a decir en uno de sus “cumpleaños”: madre dentro de poco vas a tener menos que yo… Otro pariente mío se cabrea cuanto sus nietos le llaman abuelo. ¡Os he dicho que no me llaméis abuelo, me llamo Jaime! Pobres chavales.

Pasamos página. Vamos a cocinar una versión potente de la vejez recuperada. Lorenzo Aguado es un jubilado de 65 años. Está divorciado pero es amigo con derecho a roce de una viuda cincuentona que trabaja de administrativa en la Seguridad Social. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. Hacen el amor, siempre en casa de Lorenzo (por el fantasma del marido quizás). Corre la viagra y el lubricante para conjurar el fantasma del gatillazo. Lorenzo se levanta a las nueve. Oye las noticias en la radio mientras desayuna su café con leche, tostada regada con aceite virgen extra y tomate, copos de avena y zumo de naranja. Se sienta después en el salón y enciende la tablet donde sin prisas ojea la prensaSiempre los mismos gilipollas. Luego pone un mensaje a su amiga con flores y emoticones y lee la cadena de chorradas y videos que le llegan de sus no amigos digitales. La salud es lo primero: martes y jueves pilates. Se refiere a la cincuentona jamona como a “su chica”. El monitor del fitness creía que hablaba de su hija, hasta que un día su chica vino a buscarlo con falda corta, escote generoso y medias de malla. La picarona miraba al joven macizo y tatuado con ojos golositos que a su vez miraba al vacío. Viajan mucho. Nada de Londres, Roma o París; ya estuvieron cuando no se conocían, además acabas empachado de museos, de cuadros de santos, iglesias y palacios iguales y antiguallas que no entiendes. Lo que interesa es Tailandia, Japón, Colombia, El Tíbet o El Varadero… Ya irán del ramal a alguna exposición estrella en el Prado o la Thyssen cuando vuelvan de las doradas playas del Caribe; más que nada porque sus hijos han reservado mesa en tal o cual sitio donde te dan un sushi exquisito o un rabo de toro digno de un rey. Leen con avidez a Jöel Dicker y a Pérez-Reverte y les chiflan las series de Netflix. Los conciertos y la ópera les aburren. Van al cine cuando sus amigos les recomiendan una película por mayoría simple. Al teatro por mayoría absoluta. Algún sábado van a una discoteca. Lorenzo, tras despachar el segundo gin-tonic y sacar fuerzas de las reservas del gimnasio baila como un poseso. Cuando vuelve sudoroso y exánime a la mesa, le dice a su chica: ¡Estoy hecho un chaval! Ella, haciendo gala de perspicacia femenina, le advierte divertida: ninguno de los jóvenes que ves por aquí diría semejante chorrada

domingo, 3 de agosto de 2025

Sobre la corrupción

 

En el convite nupcial de una sobrina política nos asignaron por amistad y familia la mesa número 12, Balcón de Europa, a cuatro matrimonios jubilados. Boomers. A mi derecha se sentaba Jaime, primo segundo y profesor universitario de economía financiera, al que solo trataba de boda en boda. Durante la parte inevitable de la cena me había dedicado a esquivar con diplomacia vaticana las tajantes opiniones políticas del resto de los comensales, gente de orden, mediante términos como “diálogo”, “respeto”, “colaboración”, “acuerdos”, todos sospechosos de sanchismo disfrazado. Imposible con esa gente, primero que se vayan y después hablaremos fue la respuesta general. Como no me gusta discutir sin argumentos y menos que me sacudan como a una estera vieja, el resto es silencio, la última frase que pronuncia Hamlet antes de morir. Cada vez es más difícil ser un viejo y entrañable liberal en esta España nuestra.  

Me había fijado en que durante la cena el profesor había empinado el codo con prudente mutismo sin entrar al trapo de respuestas sobradas y disputas vanas. Al levantarnos de la mesa después del reparto de puros me acerqué curioso a mi primo para pedirle su opinión sobre el problema crónico de la corrupción que nos envuelve. Mero tanteo posicional en medio de las albricias alcohólicas, servilletas al viento y cantos regionales de los amigos de los novios. Tras llevarnos sendos gin-tonic lejos de la pista de baile me contestó con sincera ironía que en una economía de mercado es necesaria una cantidad aceptable de corrupción para lubricar los engranajes del sistema. Los mercados deben constatar que existe un margen establecido de estrategias no declaradas, de atajos no aceptables pero aceptados que faciliten abrir y cerrar con éxito un número rentable de inversiones, operaciones y contratos. Es más, añadió, los derechos y libertades de una Constitución son el soporte ideológico del capitalismo industrial y financiero. Aunque políticamente incorrectas, estoy convencido de que los comensales de la mesa 12 hubieran sonreído tolerantes ante ambas afirmaciones. 

Eran tan imprevisibles que le rogué explicarse un poco más. En el fondo son lo mismo, dijo. La ley de la oferta y la demanda, dogma del capitalismo desde Adam Smith, propone que la libre competencia entre privados establece las condiciones óptimas del mercado y la máxima utilidad social. La famosa mano invisible según la cual la búsqueda de los legítimos intereses individuales determina el máximo beneficio colectivo sin la intervención del Estado, mero garante de las reglas del juego. Asimismo, el liberalismo económico necesita el soporte constitucional del liberalismo político de las democracias representativas inspirado literalmente en La Declaración Universal de Derechos Humanos. Aunque sería más exacto decir de algunos derechos humanos. Todo esto es muy conocido, no le aburro concluyó.

El problema es que la ley natural de la oferta y la demanda es falsa. La única ley que rige los mercados es la acumulación de capital, no la libre competencia. El capital industrial y financiero sabe que la propuesta fundacional del librecambio dejar hacer, dejar pasar, el mundo va por sí mismo no sirve para aumentar los beneficios, mejorar la balanza de pagos y alcanzar una posición dominante. Al revés, para lograr tales objetivos es preciso utilizar estrategias de adjudicación irregulares con la complicidad de la clase política, es decir, del Estado. Del rey abajo todos valen. Luego añadió pensativo: el mundo ha cambiado, la globalización neoliberal no es el final de la historia como anunció Fukuyama, sino historia. Quizás en la siguiente boda podamos retomar el tema.

Hablemos, pues, de la corrupción de los políticos, prosiguió Jaime tras darle un tiento a la copa. La prevaricación, la malversación, los sobres, los sobornos, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, las puertas giratorias. También muy conocido. Lo que me interesa es el proceso que lleva a un político a dejarse corromper. Primer paso: la corporación, la empresa o la entidad bancaria tientan al representante electo que podría ocuparse de lo suyo con maletines, cuentas en Suiza o jugosas canonjías. Una vez que el implicado está presto al intercambio se suceden tres figuras jurídicas de la conciencia corrupta: la legal, la alegal y la ilegal. En todas, el político se rodea de una corte de abogados de confianza que le asesoran. Es decir, le dicen lo que quiere oír a cambio de un buen precio o de una participación en el premio gordo. Si la cosa se tuerce abandonarán discretamente el barco.    

En la legal le aseguran que sus componendas caben dentro de dos líneas paralelas que delimitan lo que el código penal considera permisible. Adelante con los faroles. Lo cierto es que mientras sean paralelas el embrollo funciona, pero en la primera curva pronunciada descarrila con estruendo y acaba en las portadas y las pantallas.

En la alegal lo persuaden, tras largas deliberaciones en restaurantes de moda, llaves de apartamentos y encuentros exclusivos que el tejemaneje que se trae entre manos permanece en un limbo legal. No hay, según ellos, legislación vigente que lo prohíba y lo que no está prohibido está permitido. Brillante sofisma que no tarda mucho en esfumarse. Las tertulias del bando contrario se frotan las manos por las mañanas temprano.     

En la ilegal, le sugieren que el momio no es del todo transparente y podría haber tropiezos legales. Aunque no hay que preocuparse. El desliz es tan leve que el juicio sería de primero de derecho. Además, al tratarse de alguien tan influyente, es prácticamente intocable. Error de lesa codicia. En la época del periodismo de investigación y la omnisciencia digital el tropiezo se convierte en caída desde un sexto piso y el escándalo promete una serie de varias temporadas.    

Los tres casos suelen acabar del mismo modo: un desfile interminable de imputados, investigados, encausados y procesados. En un sistema jurídico garantista, como el nuestro, desenredar la madeja puede durar años. Eso sin contar con la colaboración activa del poder judicial dependiente… Jaime volvió la mirada hacia los recién casados que bailaban felices. La pregunta que nos quema la lengua, dijo, es cuantos corruptos se salen con la suya y cuantos acaban en los juzgados, lo cual no implica que sean condenados y mucho menos que devuelvan el botín.