domingo, 26 de mayo de 2013

El cartel cinematográfico


El cartel es una de las manifestaciones estéticas menores pero más sugerentes. Ha sido uno de los resultados más logrados de lo que Benjamin llamó “el arte en la época de la reproducción técnica”. Hay carteles de casi todos los géneros: musicales, futboleros, taurinos, operísticos, históricos, culturales, publicitarios… Cada categoría merece una entrada aparte. Grandes pintores han frecuentado el cartel: Toulouse-Lautrec, Picasso, Dalí, Alphonse Maria Mucha. Aquí me voy a referir brevemente a los carteles cinematográficos, una tradición que se está perdiendo. Los anuncios de neón, primero, y la publicidad audiovisual en los medios de comunicación han condenado al cartel a convertirse en una especie en extinción. Su desaparición es irreversible. Se reducirá al gusto del coleccionista, a la exposición o a la curiosidad del aficionado que rebusca en internet los rastros de un mundo olvidado.


El cartel cinematográfico es una síntesis de los estilemas de la fotografía, del cuadro y el fotograma. El resultado es una mezcla de los tres soportes. De la fotografía toma el encuadre, la elección significativa, el compromiso subjetivo con lo que se incluye (y se excluye) del marco visual. Del cuadro, la composición, la distribución de la figura y el color como elemento plástico. Del fotograma, la transición visual, la intención cinética, la finalidad dinámica de la imagen, los principios de la técnica cinematográfica. Toma de la portada y contraportada de los libros la belleza del grafismo, la propuesta directa y el resumen de lo esencial.


El cartel de la película de Werner Herzog, Aguirre, la cólera de Dios, nos muestra el momento más dramático de un film demasiado dramático: cuando Lope de Aguirre (protagonizado por el actor Klaus Kinski, siempre pasado de rosca, en un papel hecho a su medida) tras contemplar a su hija, su único amor humano, muerta por una flecha anónima que ha surgido de la selva amazónica, se enfrenta a su destino, la búsqueda mística de El Dorado (culpable de la muerte de la joven) y lo antepone, transido de dolor, a cualquier circunstancia tangible.



Le conviene a la mejor película de François Truffaut, Jules et Jim, una frase final del Faustoel eterno femenino nos arrastra. El cartel propone una doble mirada al eterno femenino de Catherine, la compleja mujer de la que ambos amigos se enamoran (interpretada por Jeanne Moreau, francesa de profesión). El cartel muestra dos facetas del triangulo amoroso: por una parte, los momentos de amistad, libertad y bonheur; por otra, los oscuros laberintos de Catherine, que les llevarán a la traición, el desamor y la muerte…
El tercer cartel, Mogambo de John Ford, prescinde de cualquier referencia al argumento o al simbolismo del film. La escena del fondo es imaginaria, no aparece en ninguna secuencia. El cartel directamente se centra en las dos estrellas del reparto: Clark Gable y Ava Gadner; la tercera, la más atractiva, Grace Kelly, se sitúa en segundo plano y su rostro ni siquiera nos recuerda a la actriz. Las letras de su nombre se achican. Es el cartel menos logrado. Incide en la parte más criticada de la gran fábrica de sueños norteamericana: el star system y la industria cultural.


  

sábado, 18 de mayo de 2013

¡Qué manera de ganar!


Si aún hay justicia poética
en aqueste mundo herético
esta copa penibética
—no hay estética sin ética—
ha de ganarla el Atlético.

Puesto que el atleti es la única religión que profeso, permítanme que les diga que ganar al Real Madrid (un club con un presupuesto cuatro veces superior) la final de la Copa del Rey (esta vez con mayúsculas) en el Bernabéu es simplemente un milagro. Llevaba razón Emilio Butragueño, cuya función en el Madrid consiste en no perder los papeles cuando palman, al decir que las hadas del fútbol no habían querido que besaran la copa.

Esto por lo que respecta a las explicaciones (¿?) sobrenaturales. El orden de las causas naturales es el siguiente (siete, el número mágico):

- Jugar al fútbol como un equipo consistente y un sistema probado en el que aparecen las figuras: Falcao, Miranda, Courtois…

- Tener la suerte de cara (sea esto lo que sea) para que el Madrid no te fulmine y termine la cosa en 4-1. Tres palos son muchos palos…

- Cuatro ocasiones y dos goles.

- Coger al Madrid deprimido por la eliminación de la Champions y el enfrentamiento crónico de la plantilla con su inefable entrenador.

- Superar el complejo de inferioridad ante el eterno rival (ya sabemos que son muy buenos y muy caros), un complejo que hace al atleti arrugarse en el campo como un traje de treinta pavos.

- Suplir con coraje y voluntad de vencer la diferencia de cualidad técnica con su rival (o la coral colchonera: ¡Échale güevos, aleti échale güevos!) (bis).

- Que el árbitro haya sido neutral por esta vez: no todos se atreven a expulsar a Mou por armarla y a Cristiano por dar coces en la cara.

Cito al Cholo Simeone, capitán de la nave: “El Atlético es una referencia para todos los que sufren”. A ellos y a los niños atléticos de catorce años debería dedicarse el título. Por lo que a mí respecta, pienso en mi abuelo, socio fundador del Atlético, en mi hijo, creyente y practicante de esta cosmovisión futbolera, en mi hija que se disfraza del atleti, del Madrid o de la selección cuando ganan con tal de asistir a la fiesta, en mi mujer, normalmente del Madrid, pero rojiblanca en las grandes ocasiones, en mi hermano, siempre fiel a sus colores, en mi hermana, porque mis sobrinas han heredado la antorcha sagrada… Y en la gran familia atlética que se reunirá esta tarde en Neptuno con sus héroes.

domingo, 12 de mayo de 2013

El Vaticano


He hecho dos viajes turísticos a Roma, el primero cuando era soltero, una especie de pequeño Gran Tour, y el segundo esta semana. Dos visiones complementarias. Voy a referir mis impresiones vaticanas.

El Vaticano no está en Roma sino al revés. Roma es uno de los vastos dominios pontificios y una extensión de la autoridad espiritual de la Santa Sede. Es el Vaticano quien ha concedido el derecho de extraterritorialidad a la Ciudad Eterna. Vamos del Vaticano a Roma: hay que recorrer en sentido inverso la Via della Conciliazione para comprender donde estamos. Un ejemplo entre mil: el Coliseo se salvó de la demolición gracias a que el Papa Benedicto XIV lo declaró en 1749 lugar sagrado en memoria de los mártires cristianos ejecutados en la arena. Actualmente es parada tradicional del Papa en el Via Crucis del Viernes Santo (para que no se olvide lo que le pasó a los cristianos y al Coliseo).
 
La cola para entrar a la Basílica de San Pedro, el mayor templo de la cristiandad, es tolerable. Sus puertas están siempre abiertas a los millares de almas que acuden a diario. Sin esa generosidad (además la entrada es gratuita) sería imposible traspasar el pórtico. Antes o después tendrán que limitar el acceso por razones de conservación. Lo que encuentras dentro es una marea humana y una torre de Babel donde se mezclan todas las lenguas. Sólo cerca del altar mayor caminas normalmente. Puedes redimir tus pecados a la carta; cada confesionario pertenece a una orden religiosa. Curas y monjas de todos los colores deambulan como Pedro por su casa. Para que luego cuestionen el pluralismo de la Iglesia.

Su interior es inabarcable, incluso para la mente; evoca la teocracia y el poder absoluto del papado. La escala grandiosa del edificio, el horror al vacío del Barroco, la cúpula, el baldaquino de bronce, las estatuas con mitra y báculo, la cripta donde yacen más de 180 pontífices, los tesoros de la cámara, las reliquias… todo concluye en una verdad: primero el Papa, después el Espíritu Santo, luego la Virgen, por último los santos y la cristiandad. Una parte de la nave central y algunas capillas estaban cerradas con panel y alfombra roja. Al rato, una procesión de cardenales y su séquito las recorrieron. Tuve suerte porque cuando los vigilantes levantaron los paneles me encontraba en primera fila para contemplar la Pietà. Las inscripciones fundacionales, grabadas con cincel en las alturas del templo, pueden resumirse en una frase: lo que sea atado en la tierra no sea desatado en el cielo.

El propio Nietzsche en El anticristo reconoce su admiración por la iglesia de Roma: su ostentación, su exterioridad, su gusto por el lujo y el ornamento, su sentido aristocrático, su amor al gran arte. Las invectivas van contra el luteranismo, una religión de la experiencia interior, del evangelio y la fe, de los valores contrarios a la vida, de la decadencia espiritual y el triunfo del nihilismo. O como dijo mi padre cuando unos Testigos de Jehová le abordaron en la calle para endosarle sus embrollos: “Lo siento, si no creo en la Iglesia verdadera, menos voy a creer en las falsas”.

Después, los museos vaticanos. Casi dos horas de cola. Si no has reservado tu entrada o vas con un grupo organizado te toca bordear la muralla hasta la entrada. Aunque el plantón merece la pena. Lucía un sol picante de primavera: una legión multicolor de emigrantes intenta venderte gorras y sombreros. Apareció la lluvia en forma de chubasco: los mismos pero cargados de paraguas. Compré uno por tres euros (me pedía seis) y no llegó sano a la puerta. Cubierto sin lluvia: recuerdos, quincalla y otras menudencias. De vez en cuando se presentan los carabinieri y los marchantes desaparecen como por ensalmo.

Cuando por fin estás dentro reina el caos. Masas de turistas vagando por las estancias. Cito a Chateaubriand: Me pierdo por los museos de este Vaticano con once mil cámaras y dieciocho mil ventanas. ¡Qué soledad la de estas obras de arte! Los museos se convierten en lugares para ser fotografiados. Inversamente, el peregrino se transforma en alguien que observa el mundo a través de un objetivo. Nadie mira con sus propios ojos. En parte por los recuerdos, son mis fotos, aunque hay mejores en Internet o en los libros; además, perturban la autonomía de la memoria para construir la vida. Lo bueno de las cámaras actuales es que puedes ver las fotos al instante y olvidarlas para siempre. En la mayoría de los casos son un remedio contra el tedio.

La arquitectura de los palacios te obliga a recorrer todas las salas. Una visión completa del museo llevaría años. Seleccionar o morir. Estuve una mañana entera. Tres maravillas: Fortuna detenida por el amor de Guido Reni (Sala XII de la Pinacoteca), Apolo de Belvedere (Patio Octógono) y la Galería de los mapas. Pero sobre todo la Capilla Sixtina, restaurada, la obra de arte más hermosa que han visto mis ojos. No encuentro palabras y si creyera encontrarlas no le harían justicia y si le hicieran justicia (aunque fuera muy poca) no las diría por respeto. Sólo se me ocurre que su belleza es el mejor argumento teológico a favor de la existencia de Dios.

jueves, 2 de mayo de 2013

El idealismo estético


El polo opuesto, la antítesis dialéctica del empirismo estético (cuyo lema inicial, “me gusta”, hemos tratado en otra entrada) es el idealismo estético, es decir, la consideración del arte como idea, pero no como interpretación o proceso sino como verdad absoluta. Se trata de una concepción teológica de la belleza en la que las determinaciones particulares y las transiciones del pensamiento quedan anuladas: en ella se realiza finalmente la unidad de arte, religión y filosofía. En el idealismo estético se produce la transmutación del objeto artístico en cosa en sí.

Aunque la reflexión nos haga ver que el arte es más de lo que parece, tampoco es posible traspasar los límites del conocimiento mediante ciertas síntesis de la razón especulativa. Así, frente a la versión subjetivista del gusto propia del empirismo, ahora estamos ante la idea de la universalidad y necesidad del arte (a su exposición sub especie aeternitatis). Son tres las síntesis del idealismo estético: el clasicismo exaltado (existe la obra de arte perfecta), la metafísica del arte (la obra de arte expresa ideas inmutables) y la hermenéutica como mística (la obra de arte desvela el sentido profundo del mundo).

(Históricamente, el empirismo estético surge con la Ilustración, mientras el idealismo es una ideología romántica).

La primera síntesis procede de la idea de armonía total entre forma y contenido, de su mutua copertenencia: la expresión de la fraternidad entre los hombres en la Novena sinfonía de Beethoven; la unidad antropológica de cuerpo y mente en La Venus de Milo o el El Doríforo de Policleto; la plasmación espiritual y emocional del sentimiento religioso en la catedral de Amiens o Chartres… La perfección absoluta de estas obras es posible por la adecuación del contenido a la forma de la música, la escultura o la arquitectura. Nada falta y nada sobra en la obra de arte clásica: la supresión de cualquier elemento, una nota, un gesto, una ojiva, supondrían la caída del edificio entero. Hay en todo grados de perfección, también en el arte, cuyo límite superior es el clasicismo.

La segunda síntesis trascendente supone que la obra de arte perfecta exige la existencia de un mundo de ideas inmutables (la fraternidad humana, la unidad cuerpo-mente o la experiencia religiosa). Síntesis que peca por exceso incluso en el ámbito de la razón especulativa. La creación (y la contemplación artística), es, igual que en la analogía platónica, una dialéctica ascendente que se eleva desde el mundo sensible al ámbito de los arquetipos. La idea esencial del amor, más real que sus referencias mundanas, queda realizada en el Tristán de Wagner, la del erotismo en el Don Juan de Mozart y la unidad de ambas en el Fausto de Goethe.

La tercera síntesis propone que corresponde al arte desvelar el sentido del mundo. Las reflexiones de Heidegger sobre la verdad cambiaron de rumbo cuando, a mediados de los años treinta, pronunció una serie de conferencias sobre el origen de la obra de arte y la esencia de la poesía. El interés por la verdad del ser se dirige ahora a lo que la obra de arte muestra y de lo cual el artista es depositario. La verdad del ser nos habla a través del artista y se plasma en la obra. La creación consiste en la producción de aquel objeto en el que acontece el sentido y pone en juego la eterna agonía de las luces y las sombras. Un misterio del cual se nutre el don del genio, ese intermediario entre los dioses y los hombres. La fundación del ente, la donación de sentido, la presencia de lo abierto se da, en primer lugar, en la poesía. La poesía es la esencia del arte. La poesía es un nombrar del ser constituyente de las cosas. En la poesía, los dioses tomaron la palabra y el mundo se hizo manifiesto...

domingo, 28 de abril de 2013

Hijos no deseados


John Irving, Las normas de la casa de la sidra.

[Cartas del Doctor Wilbur Larch, ginecólogo, abortista, adicto al éter y director del orfanato St. Cloud’s al presidente Roosevelt y señora]

Solía encabezar las cartas con un “Estimado Señor Presidente” y un “Estimada Señora Roosevelt”, pero en ocasiones se sentía informal y las encabezaba así: “Estimado Franklin Delano Roosevelt”, en una de sus epístolas puso: “Querida Eleanor".
Aquel verano se dirigió muy llanamente al presidente: “Sr. Roosevelt”, escribió, pasando por alto toda expresión de estima, “sé que debe estar terriblemente ocupado con la guerra, pero tengo tanta confianza en su humanitarismo y en su compromiso con los pobres, con los olvidados y especialmente con los niños…”. A la Sra. Roosevelt le dijo: ”Sé que su marido debe estar muy ocupado, pero tal vez usted pueda recordarle una cuestión de suma urgencia, pues concierne a los derechos de la mujer y a la situación de los hijos no deseados…”.
Las confusas configuraciones luminosas que jugueteaban en el techo del dispensario contribuyeron al estridente e incomprensible estilo epistolar.
“La misma gente que nos dice que debemos defender la vida de los no nacidos… es la misma gente que no parece interesarse en defender a nadie salvo a sí misma una vez que el accidente del nacimiento se ha consumado. A la misma gente que profesa su amor por el alma del neonato… no le interesa ayudar a los pobres, no le interesa ofrecer asistencia a los no deseados ni a los oprimidos. ¿Cómo justifican tanto interés por un feto y tan poco por los niños no deseados y maltratados? Condenan a otros por el accidente de la concepción; condenan a los pobres… como si estuviera en sus manos no serlo. Una forma en que los pobres podrían ayudarse a sí mismos consistiría en que tuviesen el control de la amplitud de su prole. ¡Yo pensaba que la libertad de elección era obviamente democrática… típica de los Estados unidos!
¡Los Roosevelt sois héroes nacionales! Sois mis héroes, al menos. ¿Cómo podéis tolerar las leyes antiabortistas, antinorteamericanas y antidemocráticas de este país?
Para entonces el Dr. Larch había dejado de escribir y declamaba en el dispensario. Enfermera Edna se acercó a la puerta y golpeteó los escarchados cristales.
- ¿Es democrática una sociedad que condena al pueblo al accidente de la concepción? –rugió Wilbur Larch-, ¿Qué somos?... ¿monos? Si esperáis que la gente sea responsable de sus hijos, debéis concederles el derecho a elegir tenerlos o no tenerlos. ¿En qué pensáis? ¡No solo estáis locos, sois unos malvados!
Wilbur Larch chillaba tanto que enfermera Edna entró en el dispensario y lo sacudió.
- Wilbur, los niños pueden oírlo –le dijo-. Y las madres. Todo el mundo puede oírlo.
- Pero nadie me escucha –Dijo el Dr. Larch. Enfermera Edna reconoció la involuntaria contracción en las mejillas de Wilbur Larch y la flojera de su labio inferior; el doctor estaba emergiendo del éter-. El presidente no responde a mis cartas –se quejó Larch a la enfermera Edna.
- Está muy ocupado –dijo enfermera Edna-. Probablemente ni siquiera llega a leerlas.
- ¿Y Eleanor? -preguntó Wilbur Larch.
¿Y Eleanor qué? -preguntó enfermera Edna.
- ¿Ella no llega a leer mis cartas?
El tono de Wilbur Larch era quejica, como el de un niño, y enfermera Edna le acarició el dorso de la mano moteado de pecas pardas.
- La señora Roosevelt también está muy ocupada -dijo enfermera Edna-. Pero estoy segura que terminará respondiéndole.

- Han pasado años -dijo el Dr. Larch serenamente, volviendo la cara a la pared.

miércoles, 17 de abril de 2013

¡Me gusta!


El juicio estético más simple es el consabido “Me gusta”. ¿Pero qué significa exactamente? Me gusta ese cuadro, edificio, canción, libro o película. Propongo tres aspectos. 

El juicio muestra que lo esencial de la contemplación artística es un sentimiento de agrado o desagrado. Se trata de la vieja teoría de las emociones del empirismo inglés que se resume así: Entre los sentimientos del ser humano ocupan un lugar destacado los de aprobación o desaprobación hacia determinadas acciones (ética) o creaciones (estética). En ambos casos, la evaluación no puede considerarse un asunto de la razón práctica o productiva, sino una inclinación afectiva de aceptación o rechazo. El juicio estético “Me gusta” tiene, por tanto, poco recorrido y son lo mismo el punto de partida y la conclusión de un proceso que, en el fondo, no existe. Las expresiones de muchos jóvenes como ¡Guay!, ¡Mola!, ¡Superbién! ¡A tope!, reflejan está visión del arte como diversión inmediata del fin de semana. En ocasiones, la carencia de interpretación propicia formas de consumo aberrantes: el escuchar desatento de una pieza musical, la lectura autista de una novela, la comprensión anacrónica de un edificio o la percepción epidérmica de un cuadro... También la proliferación de modos de arte falso; por ejemplo, vanguardias efectistas en pintura, esculturas insolubles, matracas musicales o escritores sin oficio que publican versos anodinos o tramas infumables.

La afirmación “Me gusta” condena cualquier manifestación artística al reino de la subjetividad. Vivimos en un mundo donde sólo hay hechos y valores (una división casi religiosa), dos ámbitos de realidad aislados e incompatibles. La ciencia se ocupa de hechos, la ética y la estética de valores. El tópico “sobre gustos no hay nada escrito” (afirmación, por lo demás, falsa) refleja la soledad del juicio estético y la imposibilidad de salvarlo de prejuicios personales. Kant, insatisfecho con la pobreza de la afirmación “Me gusta”, sostiene que el juicio estético es en última instancia subjetivo, aunque contiene una intención latente de generalizar, de compartir la apreciación, de mantener su validez... lo cual es imposible pues el entendimiento no puede demostrarlo. "Me gusta" es, a pesar de Kant, "la noche donde todos los gatos son pardos". 

El juicio puro y duro "Me gusta" (y sus variantes más complejas) refuerza los elementos sensibles de la obra y suprime los conceptuales. La función del arte es "el goce", "la delectación", sin que tales términos muestren sus cartas credenciales y más bien apunten a la negación de su auténtico significado. Esta visión ideológica queda realizada en los productos de la industria cultural: Se lanza al mercado lo que gusta según criterios estadísticos. Es bello lo que logra la mayor felicidad para el mayor número. Las necesidades estéticas se satisfacen mecánicamente con objetos estándar. Puesto que en el arte hay poco que pensar, la cultura de masas lo vende pensado y enlatado. El negocio del espíritu se basa en la fabricación de productos en serie, sumisos, palpables, de encefalograma plano, con los componentes emocionales también digeridos. Un arte destinado al consumo y a la perpetuación de unas relaciones sociales injustas. 

sábado, 6 de abril de 2013

Contra el pirateo

Se pueden leer en Internet numerosas justificaciones a favor de la “descarga libre de contenidos en la red”, o sea, de piratear música, pelis, libros imágenes... Por el tono general son progresistas y de izquierdas. Sin embargo, tengo la impresión invencible de que no se manejan razones sino racionalizaciones, es decir, amparo de intereses. Si te beneficias del pirateo, adelante, pero no pretendas bendecirlo con argumentos. Por lo demás, es sabido que llevar razón en esta vida no es gran cosa.

a) El “acceso libre a la cultura”.
Defiende la colectivización de la propiedad intelectual. Nada que objetar si los autores están dispuestos a ceder su trabajo gratis. Vivirán de otros negocios: por ejemplo, el escritor (aguerrido defensor de las descargas gratuitas) y profesor de literatura en un centro público. ¿Pero si el pan y el queso que se come dependieran de los libros que publica, pensaría lo mismo? Lo dudo. Marx, partidario de la abolición de la propiedad privada, considera que el producto del trabajo pertenece íntegramente al trabajador; define la explotación o alineación económica como la apropiación indebida por el empresario de una parte del producto del trabajo que no es remunerado (plusvalía) y se convierte en capital. Sobre este principio gira todo el sistema capitalista. La semejanza entre ambos fenómenos (pirateo y explotación) es que te apropias del trabajo ajeno contra su voluntad, empobreces al productor y lo degradas como persona. ¿Qué diferencias hay exactamente que justifiquen la defensa del pirateo?

b) La imposibilidad de “poner puertas al campo”.
Se resume así: puesto que es imposible frenar tecnológicamente la creación de sitios web que distribuyen gratuitamente contenidos, es preferible rendirse a la evidencia y legalizar las descargas (o mirar para otro lado). La falacia del necesitarismo: “Si es inevitable la injusticia, hay que asumirla como justa”. Por otra parte, es falso que no se pueda controlar el pirateo. Pregunten a los informáticos chinos que son capaces de silenciar Google. Es válido todavía el ideal autogestionario del primer Internet, sin centros de poder ni ánimo de lucro, basado en la colaboración solidaria de los internautas… un modelo que rechazó por sistema las descargas ilegales (véase la historia de la red).  

c) El principio de utilidad.    
Se formula así desde Bentham: “Es bueno lo que produce la mayor felicidad para el mayor número". Pero es un dislate aplicarlo de forma universal y directa. Por ejemplo, si quitamos los impuestos nos quedamos sin servicios (aunque con la recesión se pagan cada vez más impuestos por menos servicios). El principio de utilidad es el fundamento ético de la democracia representativa, entre cuyos principios se encuentra, al mismo nivel, el respeto a las minorías. Además, si aplicamos en bruto tal principio desaparece la cultura: nadie trabaja por nada excepto por gusto, como en este blog. Pero una cultura gratuita no es utopía social sino leyenda urbana.  

d) La cobertura legal.
Me refiero, por supuesto, a los derechos de autor no prescritos. Muchas plataformas disfrazan el pirateo como un intercambio inocente de cromos en la puerta de un colegio: subo mi archivo que otro se baja, viceversa y así sucesivamente. No hay tal intercambio: los portales ofrecen archivos copiados masivamente del original. Pregunte a un usuario crónico de páginas y programas de descarga cuántos archivos ha subido por “el bien común”. Ninguno. Por otra parte, la compra privada de un producto no permite hacerlo público, ni siquiera un cromo. Una versión muy particular de la justicia distributiva.

e) Una revolución cultural. Se aduce por los partidarios de las descargas libres que estamos ante "un cambio profundo" en la industria cultural. Una revolución que inventa nuevas formas de lanzar sus productos. Ahora, los autores deben renovar sus ideas para crear y distribuir con éxito. Pero nunca se detallan los procedimientos ni por qué saldrían gratis. En realidad, han cambiado (y siguen cambiando) los soportes digitales y los métodos de comercialización pero no la industria cultural. La ley de oro es a misma: "si el trabajo no se paga, nada bueno llega al público". Quizás el camino correcto sea el que ha iniciado Appel con las aplicaciones para sus ordenadores, teléfonos y tabletas: ofrecer calidad por un precio razonable. Me he bajado del Appel Store para mi Ipad un procesador de textos, un catálogo de un famoso museo, un diccionario de francés y una selección musical por menos de veinte euros. Los pago a gusto. También hay, por supuesto, aplicaciones gratuitas que se financian por otros medios. Me gusta.