domingo, 18 de mayo de 2014

Del lado del Manzanares


En la foto, el que os habla con la camiseta oficial del doblete.

El aire se llena de hermosura y luz no usada… nunca mejor dicho porque los títulos de Liga del atleti se miden en eras. ¡Dieciocho años del doblete! Yo era entonces alto, guapo y con ojos azules. No sé si veré el próximo pero aspiro a levantar la Copa de Europa que la música del azar nos arrebató cruelmente.

Reconozco que los atléticos en general somos bastante agoreros. El descalabro del Levante, el empate deprimente ante el Málaga, el Camp Nou a reventar, reconozco que me daba por cachiporrado. Después el Madrid en la Champions; durante días arrastré una existencia crepuscular. Sea lo que Dios quiera, me dije terminal.

Esta mañana he visto la grabación del partido. Tenía dos entradas para Los cuentos de Hoffman en el Real y la ópera se solapó con la final. Mi hija médico respiró con alivio pues en la vuelta del Chelsea cometí la broma-error de dejar que me tomara la tensión y por poco acabo en una ambulancia del SAMUR. Ayer estaba aun más hipertenso con los whatsapp aciagos que me enviaba mi hijo cada cinco minutos. El gol fulminante del Barça, las lesiones de los dos mejores jugadores de campo, los cien mil hijos de Sant Jordi, el sentimiento trágico de la vida; me senté en la butaca abatido y apagué el móvil. Pero al final del primer acto, eran las ocho y cuarto, la música quiso decirme algo y lo encendí: ¡La liga era nuestra! Mis "bravos" parecieron desmedidos a la gente de alrededor.

Hago mi resumen del milagro de San Simeón: el fútbol es ante todo un estado de ánimo. Más allá de las tácticas y entrenos, el éxito del Cholo es haberse puesto del lado de la fuerza, haber utilizado la épica del fútbol como genio protector. Simeone, Baroja y Schopenhauer tienen claro que el mundo es voluntad de poder. Los jugadores lo adoran, es listo como una ardilla, no habla mal de los árbitros, es deportivo y no se mete con nadie (¡quien lo ha visto, quién lo ve y sombra de lo que era!). Desde el primer al último minuto el atleti planteó un partido plein de courage. Esa fue la diferencia con un rival errático por tramos que sin un Messi ejecutor no es el mismo. Es evidente que el Barça de Guardiola, el mejor equipo que ha pisado un campo, ha comenzado su declive. Todo lo que sube, baja, es ley de vida. Supongo que con su escuela futbolera y talonario la travesía del desierto será más bien corta. Sinceramente lo deseo. No puedo olvidar los gritos blaugranas de ¡Atleti, Atleti! al final del partido. Siempre nos hemos llevado bien con el gran club catalán. 

Hay que felicitar a toda la plantilla exhausta. Me acuerdo de algunos jugadores: Courtois, el mejor arquero de Europa; Filipe Luis y Miranda: no haber sido sido convocados por la selección brasileña es un síntoma de los mezquinos intereses que mueve el fútbol; el príncipe Sosa, un jugador de futuro una vez adaptado al manejo español; Diego Ribas, el enganche que nos faltaba y la única cuadratura del círculo que todavía no ha resuelto el míster: hacerlo jugar con Arda en la misma alineación.  

En la cúpula del club habló Cerezo, simpático y dicharachero como siempre, el alter ego de Gil Marín que se esconde los noventa minutos debajo de la cama con dos valiums en el cuerpo aunque el Atleti juegue un amistoso con la Unión Balompédica Conquense. Decía el presidente que hoy toda España se siente colchonera. La gente prefiere que gane la Liga un equipo con casi cinco veces menos presupuesto que los dos grandes. Los motivos son de manual de divulgación comprado en el Rastro. Por supuesto es populismo barato pero, dadas las circunstancias, cuela.

Por una vez voy a citarme a mí mismo: Una de las razones del fútbol es su increíble poder para producir felicidad. Nos referimos a la felicidad interior, la más valiosa y perdurable; la que disfrutamos por todos los poros cuando nuestro equipo sale airoso del combate: durante una semana dormimos bien, tenemos apetito, el trabajo resulta soportable, los demás existen, la crisis se atenúa, la autoestima se dispara… También la felicidad exterior, pues al mínimo empate salimos disparados a la calle para juntarnos con el pueblo y tomar la Bastilla.

Mis dos hijos salen para Neptuno ahora mismo con uniforme de gala. Si ganamos el sábado yo también estaré. Y si perdemos digo lo que mi amigo el poeta: Siempre nos quedará Baudelaire.

PD. Esta Liga va también por vosotros, amigo Víctor y tantos otros que desde el fondo Sur del Calderón habéis animado sin descanso al equipo, al pie del cañón, sin desanimaros, despertando al estadio cuando más lo necesitaba. Por el orgullo de sentirse atlético. Saludos.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Impresiones de Florencia


Durante mi segunda visita a Florencia, esta vez con mi mujer, dividíamos la jornada (como siempre que salimos al ancho mundo) en dos raciones. Por la mañana, monumentos, iglesias, museos, galerías y otros avatares del género grande. Por la tarde, después de la siesta, gentes, calles, plazas, escaparates, helados y pasta. Voy a contar las impresiones más turísticas (o sea, menos artísticas) de mi viaje.

Llegas al aeropuerto de Peretola, situado en esta localidad, aunque nadie lo llama así, ni siquiera en los carteles. Es pequeño, casi familiar, entras y sales rápido, sin grandes colas en los mostradores ni sorpresas desagradables en los paneles. Además, está muy cerca de la ciudad. La otra vez vine a Florencia en coche; embarcamos en el Ferry Barcelona-Génova, cruzamos el Golfo de Lion y carretera y manta. El único incidente desagradable fue que me quitaron el saco de dormir en el camping Michelangelo. La ventaja que vimos otros pueblos y ciudades de la Toscana: Fiesole, Arezzo, Pisa y la muy recomendable Siena.

Me gustó el hotel, situado a cincuenta metros del Ponte Vecchio y a otros tantos de la Galería Uffizi. Una buena elección. Según dicen en su web, desde sus ventanas se rodaron algunas escenas de la romántica “Una habitación con vistas”. La mía no tenía, pero tampoco ruidos misteriosos del interior ni de la calle. El edredón un milagro de suavidad y ligereza. Desayuno largo que te ahorra la comida en una sala con frescos del XIX en el techo. En oferta múltiple (edad, temporada, conjunción de los astros) no resulta demasiado caro. En serio.

Las calles florentinas son una inmensa torre de Babel donde se hablan todas las lenguas y la gente se entiende a las mil maravillas. Especialmente los españoles e italianos; hasta el punto de que les hablas en tu macarroni de ópera y te contestan en estándar de Benidorm. Somos los hijos predilectos del Mare Nostrum. ¡Me encantan y desesperan los italianos! Pasan de todo. En Roma, a los de la agencia se les olvidó ir a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. Tuve que coger un taxi al galope y llegué por los pelos. Me dijeron que son cosas que pasan. Al final, la agencia española me devolvió el dinero. Prácticamente hay que zarandearlos para que hagan algo. En horas de visita al museo del Palazzo Vecchio puedes meterte en el despacho del alcalde sin que nadie diga nada. 

Al atardecer es obligado recorrer el Ponte Vecchio. No me parece especialmente bonito y, en mi opinión, vive de la leyenda, que no es poco. Es una calle llena de tiendas y talleres de joyería, herencia de los gremios de orfebres que se instalaron allí a finales del siglo XVI tras echar la autoridad competente a otros artesanos menos limpios e ilustres. No entiendo de joyas, pero creo que la orfebrería (hay un busto de Benvenuto Cellini en medio del puente) es un arte primoroso. Los precios son exorbitantes (dijo Ana). Sólo algún visitante sobrado de Visa puede permitirse regalar a su chica unos pendientes de oro y esmeraldas o una gargantilla de platino con brillantes. Me encantó el diseño de las piezas de coral. También inalcanzables. Luego me enteré por mi confidente del hotel que los orefice del Ponte Vecchio distribuyen sus exclusivas a las mejores joyerías nacionales e internacionales. Ese es su negocio. Al otro lado del río, está el Palazzo Pitti, en cuya explanada se arrullan las parejas de todos los sexos y edades.


Es curioso que no se vean por las esquinas mendigos ni pedigüeños. Después de todo estamos en un país católico; pero el espíritu de los Medici sobrevuela Florencia. A Cosme, Pedro y Lorenzo el Magnífico no les gustaba que la corte de los milagros deambulara por las calles empedradas. De hecho construyeron entre sus dos palacios (Pitti y Vecchio) un corredor secreto (el corredor vasariano) para no mezclarse con la chusma y evitar el puñal traicionero. Tampoco hay legión de músicos-karaoke ni vozarrones-Celentano. Los pocos que se ven en ciertas plazas tocan aceptables melodías del Barroco. Para nada sobran. En las calles céntricas, cerca del Duomo y aledaños, resuena el mundanal ruido, pero la adrenalina del viajero lo hace soportable.

Lo más deslumbrante son los escaparates; espectaculares incluso los más modestos. Auténticas composiciones de luz y color. La artesanía del cuero, las marionetas de madera, los objetos de papelería, miniaturas, máscaras... Son astutos comerciantes (la historia pesa): piropean a la señora, te enseñan la trastienda y lo que sólo te venden a ti porque les caes bien. Se admite regatear en broma. Las grandes firmas de la moda están en los bajos de los edificios de la calle Tornabuoni, la más glamourosa de Florencia y el marco ideal para crear tendencia en Europa, antes incluso que París. En la puerta de Salvatore Ferragano había un Ferrari rojo. La gente se hacía fotos. Una constelación de trapos elegantes que está más allá de nuestras cabezas. Lo que realmente admiro son los bolsos y zapatos. Cualquier diseño que hayas visto antes es una mala imitación o una farsa. El precio medio del calzado es de cuatrocientos pavos, el de los bolsos el doble. Hay que mover a las señoras con grúa.

Algo de gastronomía para terminar. Para mí, las pastas y helados son dos mitos a la italiana. Las puedes comer tan buenas o mejores en las trattorias españolas. Igual los helados. Ni siquiera en la reconocida gelateria Vivoli, donde nos despedimos de Florencia en una noche mágica, son mejores que los de Los Alpes en Madrid. Me parecieron muchos más logrados los chocolates. Los bombones son un don, las tabletas un lingote, las tartas la prueba del bien en el mundo. En la terraza más conocida (no me acuerdo del nombre) de la Plaza de la Signoria te sirven una taza de chocolate con nata que no es de este mundo. En realidad, a los florentinos lo que les pierde son las carnes de ternera braseadas y las tripas de cordero con salsa de tomate, ambas regadas con vino de Chianti de las cepas de Toscana. Lo demás son rollos guiris.

Por cierto, cuando vayan, no se pierdan los cascos de la guardia pretoriana que llevan los carabinieri. Estuve más de tres tardes intentando comprarme uno sin éxito. Con tiempo lo conseguiré por Internet. 
 

viernes, 2 de mayo de 2014

Historia de la filosofía. El sentido de la moralidad en Kant


Kant se pregunta qué puede ser considerado un bien moral en sí mismo, es decir, algo bueno sin limitaciones ni condiciones.
Descarta los bienes o fines últimos de las éticas materiales puesto que los que en principio parecen bienes en sí mismos, finalmente no lo son. La felicidad, el placer, la riqueza, el amor, el conocimiento, la salvación, incluso la buena salud pueden estar sometidos a usos y abusos indebidos. Sabemos que se puede ser feliz a costa de perjudicar a otros o pasar por encima de los demás. O que un placer puede ser letal para la vida en pareja o familiar. No es preciso insistir en la posibilidad de hacer un uso inmoral del dinero, lo tenemos demasiado cerca. Es bien sabido, por desgracia, que podemos amar de una manera egoísta, morbosa, posesiva, destructiva: “hay amores que matan” (como la violencia de género). El conocimiento nos puede apartar de otras dimensiones más vitales del ser humano y convertirnos en “ratas de biblioteca” o eruditos sin alma, conducirnos a la manipulación de las personas (ingeniería social) o a fabricar artefactos de destrucción masiva. Asimismo, la búsqueda de la salvación para un creyente puede ser egoísta, hipócrita, dogmática e intolerante. Del mismo modo, alguien con buena salud podría optar por despreocuparse y acortar su vida, desperdiciarla o afectar tristemente a los que le rodean.

Kant contesta que lo único que puede ser considerado un bien en sí mismo es una buena voluntad, una voluntad cuya intención es impecable, independientemente de los fines últimos, los contenidos concretos y las consecuencias empíricas de la acción.
Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo de una buena voluntad.
Fundamentación de la Metafísica de las costumbres.

Según Kant, una voluntad puede ser considerada buena en sí misma por la razón práctica cuando decide y actúa exclusivamente por puro sentido del deber. Esto no siempre ocurre así porque la voluntad orienta su acción mediante tres tipos de normas:

- Contrarias al deber: “Engaño a mi esposa con otras porque me apetece divertirme y sólo se vive una vez”. Son normas propias de las éticas materiales (hedonismo en este caso).
- Conformes al deber: “No engaño a mi esposa con otras porque puede divorciarse y perjudicarme, a mis hijos, a mi consideración social y a mi trabajo”. Son normas propias de las éticas materiales (utilitarismo en este caso).
- Por sentido del deber: “Soy siempre veraz, fiel y leal con mi esposa porque como persona casada es mi obligación y punto”. Son propias de una ética formal.

En este último caso, cuando se actúa por normas o imperativos de deber, la voluntad se somete a una ley moral (universal y necesaria) no por placer o utilidad, sino por respeto a la propia ley. Según Kant, solamente estos imperativos tienen mérito moral sin limitaciones ni condiciones. A una buena voluntad, en sentido estricto, no le interesa la materia del acto moral (no establece lo que se debe hacer de acuerdo con el fin, el contenido y las consecuencias), sino sólo la forma en que debe actuar. Se trata de una voluntad para la cual lo importante no es lo que se haga (materia del acto  moral), sino que lo que se haga sea por acuerdo completo de la voluntad con su propio sentido del deber; es decir, no interesa el contenido sino la forma de acto moral. Sus planteamientos no son propios de una ética material sino de una ética formal.

El inalcanzable ideal moral kantiano hay que entenderlo del siguiente modo: aunque ni un solo hombre sobre la tierra actuara, en sentido estricto, por puro sentido del deber (lo cual seguramente es cierto) el sentido de la moralidad no cambiaría ni un ápice. Una persona es más o menos valiosa moralmente en cuanto se acerca o se aleja de este ideal de la razón práctica.

La ética kantiana del deber es la formulación más refinada del cristianismo protestante.

viernes, 25 de abril de 2014

Las tendencias son tendencia

Leía el otro día, para preparar mis deberes de compréhension écrite de L'Alliance Française, un fragmento del libro Sociologie des tendances de Guillaume Erner. Lo cierto es que me aparté del guión, es decir, de la batería de cuestiones cartesianas (entrada en materia, 1ª lectura, 2ª lectura, Vocabulario, Opinión, Gramática…) a las que la pedagogía francesa es tan propensa. El tema del libro no es nada original (ni mis comentarios tampoco), pero me recordó uno de los hilos de la madeja cultural de los que alguna vez había tirado sin demasiada convicción. Además completaba así el penúltimo apartado del ejercicio. Ahora me falta traducirlo.

El texto comienza con la siguiente presentación:

Henos aquí intrigados por esas focalizaciones del deseo mediante las cuales unos individuos distintos de otros descubren los mismos deseos sin haberse puesto de acuerdo. Tales convergencias del gusto colectivo han decidido que van en primer lugar los moelleux au chocolat y después los macarrones, el tenis y después el golf, los coches híbridos y luego los 4 x 4. Los medios de comunicación conceden una gran atención a este fenómeno y dedican un amplio espacio a todo aquello que nuestros contemporáneos prefieren o… deberían preferir.

Elegimos (este es el fundamento de la mayoría de las tendencias) lo que la industria cultural ha elegido por nosotros. La frase peliculera de “no hay en esto nada personal, sólo es un negocio” se acerca mucho a la verdad. Sería más exacto hablar de mercados de tendencias. Las tendencias no surgen por generación espontánea. Son más bien el resultado de complejos modelos de mercadotecnia y análisis dirigidos a la fabricación artificial de demandas. Detrás de la inocente espontaneidad de los gustos hay un cálculo milimétrico de la facultad de desear y los hábitos de consumo. Las modas que aparentemente surgen y se extinguen al azar son el resultado del principio de causalidad. En realidad nada queda al azar. Equipos interdisciplinares intervienen en la construcción de las tendencias. El capital industrial (en manos del financiero) exige una adecuada administración de los deseos. Se trata de una “ingeniería de la conducta” tan eficiente que no es posible encontrar precedentes en la historia. En primera línea de la manipulación se encuentran los expertos, psicólogos, sociólogos, economistas, incluso historiadores. Todos dispuestos a dar un nuevo sentido a las leyes del mercado, a la libre competencia y, en resumen, a un nuevo (y perverso) concepto de libertad. El programa de autoconocimiento y racionalización social se ha convertido en gestión empresarial. La tecnocracia certifica el determinismo sociológico. Se han cumplido las predicciones de la Escuela de Fráncfort sobre la lógica de la dominación y la ideología positivista en las ciencias humanas.

Una vez que las tendencias han sido cocinadas en los laboratorios tecno-antropológicos, se propagan a la velocidad de la luz. Prosperan por la cantidad del estímulo que los medios de comunicación son capaces de transmitir. Por supuesto hablamos de la publicidad, pero funcionan más canales de comunicación: las entrevistas a famosos, las revistas del corazón, las encuestas a la gente “normal”, las poderosas redes sociales, la mensajería instantánea y, por supuesto, la calle.
La curva de fijación de las tendencias es fulminante al intervenir todos los tipos de aprendizaje:
El aprendizaje clásico o asociativo: en cuanto ciertos productos se vinculan a situaciones concretas. Una correcta adaptación social exige salivar en cuanto suena la campana.
El aprendizaje operante: pues la adquisición de los productos inducidos por la mercadotecnia desencadena un sistema directo de refuerzos y castigos. El concepto de tolerancia choca frontalmente contra la coerción de las tendencias. Todo está pensado para gratificar al gregario y frustrar al desertor. Una parte del control social procede ahora del sistema de sanciones informales que los grupos sociales aplican por la desviación de las normas. Quien no acata las tendencias está automáticamente marginado.
El aprendizaje por imitación: ya que la reproducción geométrica de las tendencias proviene en gran medida de modelos sociales consagrados. Los denominados “creadores de tendencias”, estrellas del cine, gente guapa, deportistas de élite, famosos de la radio, ciertos “artistas”, genios de la performance, son las marionetas movidas (y bien alimentadas) por la tecnología de la conducta de las grandes multinacionales.

La proliferación de tendencias recuerda los procedimientos de ciertos laboratorios de farmacología psiquiátrica: primero inventan un síndrome y después lanzan las píldoras que lo curan. Otro ejemplo: si hay un excedente de carne de pavo se asegura que está científicamente relacionada con la aparición de determinados tumores; si la producción es baja se presentan estudios sobre sus efectos beneficiosos para la salud (en realidad, para las marcas de alimentación). Todavía uno más: los adictos del mundo global, incluida China y la India, pagan cifras exorbitantes por las tablets y smartphones de una conocida multinacional norteamericana cuyos precios multiplican por cuatro los de otros dispositivos de la competencia (también muy caros). La firma de la manzana es supertendencia gracias a una convincente teología del diseño, la exclusividad y los grados de perfección. El mensaje manifiesto del laboratorio: su estatus se dispara si comparte nuestros productos. El mensaje latente: lo que tiene en las manos es una mezcla a partes iguales de ciencia y arte, los dos grandes logros de la humanidad. Razón y sensibilidad: sea un ciudadano de gama alta y pague sin complejos. Por cierto, según parece, la firma ha creado una gama en rosa de portátiles que hacen furor entre la comunidad gay.

Las modas son tendencias. Los coches, la ropa, el calzado, los lugares dónde hay que ir de vacaciones, los deportes que conviene practicar, los nombres de los niños (un misterio aun sin aclarar). ¿Se han preguntado por qué abundan esos intimidatorios coches 4 x 4 en las grandes ciudades?  Nada más engorroso e inútil. O por qué de pronto desaparecen de las tiendas los adorables pantalones de pinzas (dobles a ser posible), anchos, cómodos, masculinos… O por qué las mujeres martirizan sus pies con todo tipo de botas. O por qué este verano todo el mundo decide comprar sus pasajes para aburrirse y engordar cinco quilos en un crucero. O por qué el número de licencias federativas de golf dobla a las de tenis. O por qué misteriosamente todas las niñas se llaman Noemí, Thalia o Maialen y los niños Hugo, Jonathan o Bruno.

La tesis que formuló Durkheim de que una misma acción, un mismo hecho social, tiene dos significados complementarios, uno psicológico y otro sociológico, se comprueba una vez más. Cualquiera de las tendencias anteriores tiene dos componentes: uno interno, subjetivo, individual, “consciente”; otro externo, objetivo, social, inconsciente. El problema es que el equilibrio entre ambos al que aspiraba la sociología funcionalista mediante las nociones de conciencia colectiva y solidaridad orgánica se ha convertido en alienación económica.

sábado, 19 de abril de 2014

La Semana Santa de Cuenca




Al contrario que las Fallas, que están todo el año dale que te pego, nada se mueve en la Semana Santa conquense hasta bien pasadas las navidades. Los primeros cálculos comienzan con los retoques y mejoras del santo. Es cosa de las cofrades. Tras un repaso a fondo, se decide lo que falta, lo que sobra y lo que vale. Con la lista, las santas mujeres viajan en Auto-Res (ahora con otro nombre) a las tiendas de artículos religiosos de Madrid, El Ángel, Palomeque, Emaús o Belloso… Se echa mano del fondo para asuntos varios, aunque algunas prefieren correr con las facturas. Hachones, benditeras, mantos, rosarios, urnas y coronas. Se bordan los adornos y se plancha la ropa blanca. También se apalabran flores y cerería.
A finales de Abril se convoca la Junta General de Cofradías, presidida por las fuerzas vivas de la ciudad y controlada por los representantes del obispado para lograr la concordia final entre razón y fe. Todos los años, tras la obligada representación de una tormenta en un vaso de agua, se habla de lo mismo y se acuerdan los mismos puntos. Las vestiduras de los nazarenos, capuces, túnicas y capas tienen que ser iguales. Algunas hermandades, insiste el secretario, parece que tienen tres equipaciones como los equipos de fútbol. Si se apaga la tulipa no hay que molestar al de “alante” o al de atrás para que la encienda con la suya. Hay que mantener el orden y la distancia en las filas, no charlar con la familia y los amigos de las aceras, no deben salir niños muy pequeños que terminan armando la marimorena, no entrar y salir de las filas a “descansar”, es decir, ir a los bares; las últimas filas no deben pegarse a la banda de tambores y cornetas, prohibido comer pepitillas (pipas de girasol en conquense) o fumar (¿?). En mi época no se permitía a las mujeres salir de nazarenas. Es evidente que aunque tapadas se distinguen. Supongo que esa era la razón, ¿o era que todos los discípulos de Jesús eran varones? Ahora, según me cuentan, son mayoría. Un avance dudoso en la igualdad de derechos.
Después se reúnen las cofradías por separado, cada una en su local. Se lee el acta de la Junta General entre bostezos. Se informa de las mejoras del santo. Pero lo principal es el reparto y subasta de banzos. Algunos son por turno rotatorio. No hay que pagar. Por los demás se puja. En algunas hermandades se alcanzan cifras estratosféricas por cargar con el paso, El Ecce homo, La Soledad de las seis, San Pedro, La Virgen de las Angustias, El Santo entierro. Más normas. Se recuerda a los banceros que no deben acelerar la marcha en el tramo final del recorrido. "Parece que van a apagar un fuego". Las horquillas deben sonar al unísono acompasadas con la banda de música. Otra cosa, dijo el presidente: ¡No “basfemís”, debajo de las andas”… A continuación, se leen (salvo súplica de anonimato) los nombres de los encadenados, flagelantes y portadores de cruces que irán tras el santo. También las niñas que harán de magdalenas y verónicas. Finalmente, se elige a la nueva junta directiva, al primer hermano mayor y a los de filas y banceros. Si tienes dinero te vuelven a elegir democráticamente. El caciquismo religioso es el que menos importa a la gente. El hermano mayor se hace cargo del gasto. El gasto es el convite que se celebra normalmente unas horas antes de salir la procesión en el local de la cofradía. Están invitados todos los hermanos, especialmente los banceros (con dieta aparte). El contenido del refrigerio es variable, aunque abundan los pestiños, bizcochos, magdalenas, cerveza y zurracapote. De allí se marcha a la iglesia.
En mis tiempos, era normal pertenecer a varias cofradías. A mí me apuntaron nada más nacer a la Soledad de las seis, al Entierro y al Jesús del Puente. Me pegaron tal madrugón la primera vez y la monté de tal guisa que nunca más se supo; ya de mayor asistí al excepcional gasto del Entierro vestido con capuz, guantes y capa blancos, túnica negra y emblema de la orden de Calatrava. Solo iba a lucir el conjunto. Las chicas se morían por vernos. Una hermandad privilegiada. Lamentablemente bebí más zurra de la cuenta y tuve que volver a casa en taxi por consejo del hermano mayor. En cuanto al Jesús, cuyas andan pesaban toneladas, un año me tocó un banzo por turno y le pregunté al presidente si podía renunciar y quedarme con el importe de la subasta (y que en todo caso renunciaba). La desagradable respuesta no es para repetirla.
Comienzan, pues, los desfiles procesionales, esas increíbles demostraciones colectivas de culto a las imágenes. Recuerdo algunas historias. El primer día, en la procesión de la borriquilla del domingo de ramos, se decía “el que no estrena algo no tiene manos”. Dedicado a los niños. Era interesante observar lo que estrenaba cada cual: zapatos, medias, corbatín sujeto con gomas. Se reconocía al instante porque no dejaban de mirarlo. El domingo de resurrección, la Virgen y el resucitado, dos pasos que partían de iglesias distintas, se encontraban en la Plaza de Cánovas entre vítores, suelta de palomas y los acordes del himno nacional interpretado por la banda municipal con uniforme de gala. Ignoro si sigue así. La procesión del santo entierro sale el viernes por la noche. Tres pasos: la cruz desnuda, el yacente (una buena talla) y la dolorosa. No hay bandas municipales ni tambores y cornetas; solo se oye el golpe de las horquillas en el suelo. El silencio, interrumpido cada hora por el canto del miserere, es estremecedor. Los nazarenos de todas las cofradías, que acompañan al Cristo muerto hasta el sepulcro, cierran el desfile. Todos los entierros me impresionan.
Pero lo más conquense, lo más conocido, son las turbas. Salen el viernes al alba de la plaza de la iglesia del Salvador y se colocan delante del Jesús camino del Calvario. Los turbos no llevan capuz (lo anudan al cuello), van con cualquier túnica (cuanto más grasienta mejor) y esgrimen clarines y tambores caseros. Durante todo el recorrido se burlan del crucificado con sus clarinás (tuuíííí, tuuíííí) y palillás (pon, porobón, porobón, chim, pon). Ni que decir tiene que en la España franquista las turbas estaban formadas por ateos de profesión, izquierdistas e izquierdosos, borrachines, gente de vida licenciosa, pícaros y librepensadores. La derecha conquense, que ya es decir, los odiaba y comentaba despectivamente que los barrenderos recogían tras su paso de todo, incluso… ¡boñigos! La cosa con el tiempo se desbordó; lo mejor de cada casa venía de la España plural y al final había más turbos que nazarenos. Guerra Campos, el obispo pensador, instauró un sistema de credenciales limitadas que la cofradía del Jesús, a la que pertenecen las turbas, repartía con cuentagotas entre la gente de bien. El resto a dormir la mona. Obviamente, el efecto fue multiplicador, solo que ahora, durante la noche, podían oírse por Cuenca las sirenas de la policía armada pidiendo la papela. Los insomnes y “los de siempre” les tiraban botellas desde las terrazas. Lo que era una tradición se convirtió en un problema de orden público. El primer año del decreto episcopal los detenidos no cabían en la plaza de toros. Multas y guantazos. El segundo, la gente espabiló. La internacional de la turba se fue directamente a la salida de la procesión donde los pretorianos de Guerra Campos no podían actuar sin cámaras ni abucheos. Al final, se hizo la vista gorda y con la democracia las turbas perdieron parte de su interés. Nunca he sido turbo porque no me gusta estar beodo sin dormir toda la noche. Las once horas de claritamborreo (¿Alberti?) y los escarnios desafinados han hecho el resto.
En realidad, lo que me gusta de la Semana Santa son las torrijas en almíbar, el potaje de garbanzos y el resoli bien hecho. Cada cual a su palo.



viernes, 11 de abril de 2014

El jardinero y los 48 enanos


He sacado la noticia El jardinero y los 48 enanos de la hemeroteca del diario francés Libération, sección de sucesos. La resumo porque tiene su fondo triste y alegre, como la vida misma.

Un hombre de 68 años ha sido arrestado ayer por robar enanos de adorno. A lo largo de dos años, Arthur, un jardinero jubilado, había acumulado en su pequeño jardín de 30 metros cuadrados un total de cuarenta y ocho enanos de cerámica, arcilla o resina. La policía fue alertada por un vecino que encontraba extraña la proliferación de estos simpáticos hombrecillos en el jardín colindante al suyo y todavía más extraña la tendencia de su vecino a limpiarlos y repintarlos con frecuencia.  
La policía ha relacionado inmediatamente este hecho con las numerosas denuncias de robos de objetos de decoración de jardín puestas en las comisarías y gendarmerías de la región.

Lo que sigue es un extracto de la conversación publicada por la prensa (sin que se conozca el origen de la grave filtración) entre el psiquiatra de la policía André Duclos y el jardinero detenido.

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Psiquiatra. ¿Por qué se lleva los enanos de los jardines vecinales y los coloca en el suyo?

Arthur. Porque están muy solos. Cada vez que paso delante de un jardín y encuentro uno sin amigos, sin nadie con quien hablar, quiero llevarlo con los otros…

Psiquiatra. ¿Cómo sabe que está muy solo?

Arthur. Porque me lo dice.

Psiquiatra. ¿Habla con ellos?

Arthur. Algunos no hablan conmigo, pero la mayoría sí.

Psiquiatra. ¿Qué le dicen?

Arthur. Si puedo sacarlos de allí. Sólo me llevo a los que me lo piden.

Psiquiatra. ¿Quiere decir que algunos no se sienten solos y no desean ir a su jardín?

Arthur. No sé cómo se sienten. Dicen que no desean venir.

Psiquiatra. ¿Sabe por qué no quieren irse?

Arthur. No dan explicaciones. Quizás les gusta la soledad o han perdido la alegría o van a morir pronto y no quieren entristecer a los demás.

Psiquiatra. ¿Es usted consciente de que no está bien entrar en el jardín del prójimo sin que lo hayan invitado y menos aun llevarse los enanos sin pedir permiso a sus dueños?

Arthur. Si se lo pidiera me dirían que no, estoy seguro.

Psiquiatra. ¿Lo ha intentado con alguno de los dueños?

Arthur. No. Además, los enanos no tienen propietarios, simplemente han sido vendidos y comprados sin pedirles permiso, sin saber lo que opinan.

Psiquiatra. ¿Los enanos hablan entre ellos cuando está usted presente?

Arthur. Claro, cuando estoy presente y cuando no estoy.

Psiquiatra. ¿Cómo sabe que hablan cuando usted no está?  

Arthur. Porque me lo comentan. Alguno puede decirme: ayer por la noche cuando te fuiste hablamos de ti.

Psiquiatra. ¿Se acuerda de lo que comentan de usted?

Arthur. En general cosas buenas, son muy amables, les gusta estar conmigo.

Psiquiatra. ¿Se quejan de algo en especial?

Arthur. Sí, a veces echan de menos a otros amigos. Me piden que vaya a buscarlos.

Psiquiatra. ¿Cuando sale a buscarlos, cómo reconoce a los amigos? Es decir, cómo diferencia a unos enanos de otros.

Arthur. Porque pregunto.

Psiquiatra. ¿A los enanos?

Arthur. Claro.

Psiquiatra. ¿Qué les pregunta?

Arthur. ¿Eres François, el primo de Christophe?

Psiquiatra. ¿Siempre acierta con el que busca?

Arthur. No; pero me dicen donde está si lo saben.

Psiquiatra. ¿Cómo pueden saberlo?

Arthur. Muchos estaban amontonados en el mismo almacén. Cuando los venden, se despiden, hablan, se saben cosas.

Psiquiatra. Cuando acierta, baja al jardín y se lo lleva en el coche.

Arthur. Yo más bien diría que se viene conmigo porque lo desea. Ya se lo he dicho.

Psiquiatra. Por cierto, ¿hay entre los enanos hombres y mujeres?

Arthur. Por supuesto, y niños y viejos...

Psiquiatra. ¿Hacen otras cosas los enanos aparte de hablar con usted y entre ellos? Se lo digo porque no parecen moverse. ¿O me equivoco?

Arthur. Hacen lo que cualquier ser humano, sólo que duermen en mi jardín.

Psiquiatra. ¿Quiere decir que andan, comen, se enfadan o se enamoran?

Arthur. Por supuesto, son seres vivos como usted y yo. Es curioso: los he visto tristes pero nunca enfadados.

Psiquiatra. ¿Pueden tener relaciones sexuales, hijos?

Arthur. No lo sé. Probablemente cuando son libres, sí.

Psiquiatra. ¿Dónde viven cuando están en libertad?

Arthur. En los bosques. ¿No conoce la vida de los gnomos?

Psiquiatra. ¿Usted les ha visto alguna vez hacer esas cosas de las que hablábamos antes?

Arthur. No. Conmigo sólo hablan; prefieren relacionarse cuando nadie los ve. Aunque muchas veces me cuentan lo que han hecho la noche anterior.

Psiquiatra. ¿Sólo se relacionan de noche?

Arthur. Sí, así es.

Psiquiatra. ¿Sabe usted por qué?

Arthur.  De día duermen, al revés que nosotros.

Psiquiatra. ¿Y qué hacen por la noche?

Arthur. Se reúnen formando un círculo y hablan de sus familias, de sus padres, de las esposas e hijos que dejaron muy lejos y quizás no vuelvan a ver. Rezan por ellos y para que algún día vuelvan a ser libres.

Psiquiatra. ¿Se siente usted acompañado, satisfecho, incluso feliz hablando con los enanos de su jardín?

Arthur. Sí, son mis mejores amigos.

Psiquiatra. ¿No le gusta hablar o relacionarse con otras personas?

Arthur. ¿Qué no sean enanos, quiere decir?

Psiquiatra. Sí, gente como usted o yo, ya me entiende...

Arthur. También lo hago, pero me caen mejor los enanos.

Psiquiatra. Creo que ya conocemos a los enanos. Ahora hablemos de usted...

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Las “razones” de su generosidad han dado con Arthur en un centro psiquiátrico dónde sabemos que le han diagnosticado una esquizofrenia avanzada. Los médicos de la institución no han autorizado “por el momento” la visita de la prensa al jardinero. No sabemos, por tanto, si sus verdaderos amigos se han ido con él para hacerle compañía.