miércoles, 28 de abril de 2021

La libertad en tiempos de pandemia

 

Es comprensible que el candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid no entre a fondo en el concepto de libertad. Ya no es el alumno de Filosofía Teorética, como encabezaba el título de licenciado, con quien compartí maestros y aulas en el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Ni el catedrático de Filosofía que impartió unas cuantas materias inextricables en la misma Universidad (entre otras, Teorías de la Retórica, de la cual como político no anda muy sobrado). Ahora se dedica a buscar el voto por otros medios más vulgares (en sentido literal), como mítines, debates y otros foros de filias y fobias. Además de cultivar su imagen monástica de hombre prudente y comedido (al menos hasta ahora), algo que critican sus compañeros de fatigas por falta de colmillo afilado y exceso de cristianismo inconsciente.  

Lo cierto es que muchos ciudadanos madrileños andan amoscados con el significado polisémico del término libertad, utilizado como ariete ideológico por las derechas de Colón. La presidenta de la Comunidad afirma que la libertad es el modo de vida de los madrileños… Si desean una información más amplia les recomiendo la siguiente entrevista.

El problema consiste en asignar un significado único a la superposición de sentidos, sobresentidos y sinsentidos (ut supra) que se suman en el término “libertad”. El resultado es unificar en un solo término una babel de significados distintos y distantes. Antes de continuar les sugiero que echen un vistazo en el diccionario de la RAE, tanto al cúmulo léxico como a las variopintas acepciones.

Enumeramos algunos significados; quizás les ayuden a comprender mejor la orientación de su voto en las próximas elecciones madrileñas.

Significado filosófico, unido a la vieja polémica entre determinismo o indeterminismo, cuya conclusión es que, en el fondo, lo que entendemos por libertad es la imposibilidad de controlar las ilimitadas variables que intervienen en la conducta humana. Traducido a la teoría del caos: nuestra conducta es un sistema dinámico inestable cuyas consecuencias, incluso a corto plazo, son impredecibles, ya que variaciones mínimas en las condiciones iniciales de una acción pueden implicar grandes diferencias en sus consecuencias a corto plazo (no digamos a medio y largo). El filósofo racionalista Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) anticipó el problema en su Teodicea al enunciar el principio de razón suficiente: no se produce ningún hecho sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo. Por tanto, no existen sucesos azarosos o accidentales; y si lo parecen es porque no abarcamos un conocimiento completo de sus causas próximas y remotas. El mundo es una precisa maquinaria de relojería. La libertad es una quimera. Solo la razón omnisciente de Dios conoce el orden absoluto de la totalidad de los acontecimientos pasados, presentes y futuros. Para Dios, si hablamos del hombre, libertad y necesidad son lo mismo. Obviamente, no podemos detenernos en resumir el concepto de libertad en las distintas épocas y autores (por ejemplo, la tensión cristiana entre predestinación y libre albedrío, origen histórico del problema); pero, créanme, es un recorrido apasionante; los animo a ocuparse del tema en las largas tardes de reclusión pandémica.

Significado científico, que apunta a la improbable libertad del ser humano en su vida cotidiana según las ecuaciones de la física cuántica, o, inversamente, a partir de las investigaciones de la Inteligencia Artificial, al desarrollo de máquinas capaces de elegir con éxito entre alternativas múltiples y generar mecanismos de autoaprendizaje supervisado o no supervisado. ¡Atención humanos: un beneficio que les permite no tropezar dos veces en la misma piedra!  O los proyectos de la neurociencia para emular el funcionamiento del cerebro en soportes cibernéticos: redes neuronales artificiales, modeladas según la arquitectura del cerebro biológico y entrenadas para realizar cualquier actividad... sin que sea posible vislumbrar los confines de la robótica. La rebelión de las máquinas es uno de los arquetipos del siglo de la tecnociencia. Han corrido ríos de tinta y celuloide sobre tan funesta distopía. Algunas teorías de la conspiración han sugerido que el virus que nos devasta es un producto artificial que se ha independizado de los genetistas que lo diseñaron. Si es capaz de mutar de forma eficiente estamos asistiendo al final de la especie humana.  

Significado político, un Estado democrático de derecho debe reconocer un conjunto de libertades individuales en cuanto ciudadano. Por ejemplo, la Constitución Española de 1978 recoge en su articulado las siguientes: la libertad ideológica, religiosa y de culto (artículo 16), la libertad personal (artículo 17), la libertad de residencia y circulación (artículo 19), la libertad de expresión e información, así como la libertad de cátedra (artículo 20), la libertad de enseñanza (artículo 27) y la libertad de sindicación (artículo 28). Durante la pandemia algunas comunidades autónomas han dado la batalla legal por la limitación del artículo 19. Nada nuevo. Son los pilares de cualquier democracia representativa.

Significado económico, cuyos principios neoliberales son la globalización de bancos, empresas multinacionales e instituciones mundiales, así como el libre flujo de capitales; la iniciativa privada como principal motor económico; el rechazo a la injerencia estatal en materia económica, es decir, la mínima intervención del Estado en la regulación de los mercados financieros, industriales, naturales y humanos y la privatización o externalización de sectores públicos. Por supuesto, la presidenta de la comunidad de Madrid se refiere a este significado cuando nos abruma con el amor incondicional de los madrileños a la libertad como estilo de vida. Dicho queda.

jueves, 15 de abril de 2021

La enseñanza en tiempos de pandemia



 

Más de medio siglo nos contempla. Desde la pandemia de la polio hasta la del coronavirus. He sido testigo de las dos. Philip Roth escribió un relato sobrecogedor sobre la primera: Némesis. Sobre la segunda, esperamos. Antes habrá una serie en Netflix, seguro.

Recuerdos de la pandemia de la polio: mi examen de ingreso para adquirir la condición a bachiller a la edad de diez años. Estábamos convocados en el aula magna del IES Alfonso VIII de Cuenca a las nueve de la mañana. Uno de los días más importantes de mi vida, según mi madre. Estrené pantaloncito gris y chaqueta azul, símbolos de seriedad, corbata burdeos con elástico, zapatos negros, pelo repeinado con laca y dos plumas estilográficas por si acaso… Nada nuevo bajo el sol. Los nervios a flor de piel, ¿Tendría suerte con las preguntas? ¿Me habrían preparado bien en la Escuela Aneja Masculina? Los palmetazos de Don Alfonso y las broncas de Don Francisco eran signos de buen agüero. El conserje mayor con uniforme de gala, carpeta en mano, pasó lista en la puerta revisando el certificado escolar de cada cual, y una vez juntos pero revueltos, por apellidos nos asignó las aulas correspondientes. Treinta alumnos en cada una, sentados en los bancos por orden alfabético: un alumno, un sitio vacío, un alumno, un sitio vacío… Enfrente un reluciente encerado con el soporte dotado de un paquete de tizas a estrenar y un borrador precintado. Encima un crucifijo de los de entonces, copia del barroco español, a su derecha un cuadro de Franco y a su izquierda otro de José Antonio. Debajo una mesa alargada sobre una tarima de madera con dos escalones laterales. En sus sillas, el tribunal: La secretaria, una señora mayor con peinado en ondas rematado en moño. El presidente, en el centro, con traje a rayas grises en dos tonos y chaleco a juego; a su lado, un señor algo más joven, encorbatado en un conjunto marrón con bigote francés y gafas oscuras. Miradas silentes. El presidente, tras un breve saludo con trato de usted, nos leyó las normas del examen. Nos advirtió con voz sombría que no podíamos hablar ni comunicarnos bajo ningún concepto. Teníamos hora y media. A un gesto suyo, se levantó la secretaria y repartió los folios con membrete donde debíamos redactar las respuestas. Recé mi oración de combate: Dios mío ayúdame, te lo suplico de todo corazón, ahora más que nunca, Señor, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

 Después, el joven del bigote abrió el paquete de tizas, sacó una con gesto profesoral y escribió en la pizarra la primera prueba, geografía e historia: enumerar los afluentes del Ebro y señalar los que pertenecen a la margen derecha. Los Reyes Católicos (escribe todo lo que sepas). (Tiempo). Segunda prueba, matemáticas: una división con dividendo, divisor de tres cifras, cociente, resto y prueba del nueve. (Tiempo). Tercera prueba: lengua y literatura. Un dictado sacado de El Buscón que leyó con parsimonia el presidente, concretamente el fragmento que se refiere a una batalla nabal (o sea, de nabos; sólo acertaron los que se equivocaron). Citar autores del Siglo de Oro. En punto, uno tras otro, certificado en mano de nuevo, entregamos el examen a la secretaria y fuimos saliendo del aula. Se me dio bastante bien. Apto (sólo había dos notas). Mis padres me regalaron un reloj de pulsera Duward y una cartera de cuero para el material escolar (todavía no estaban de moda las mochilas). Después de aquello nunca fui el mismo. No se regalaba nada.

Ahora se regala casi todo. Para empezar, no hay un cribado de acceso; al revés, hasta los catorce años la enseñanza es obligatoria. He dado clases en el primer ciclo de secundaria. Conozco de primera mano la instrucción famélica de los alumnos de once años (Primero de la ESO). ¿Cuántos de los que han pasado por mi centro hubieran contestado correctamente las preguntas del examen de ingreso? Un año impartí en Primero de la ESO la asignatura de Historia de las Civilizaciones para huir de la Ética de Cuarto, cuyos alumnos eran ingobernables (también los de Primero, pero de forma más benigna). Cuando explicaba la civilización egipcia metí un gazapo enorme (si prefieren no creerme, háganlo): ni siquiera el faraón ni la casta sacerdotal tenían internet de alta velocidad en sus casas… Nadie dijo nada. Admito que un ochenta por ciento de los alumnos había desconectado desde el minuto cero. ¿Pero y el resto? Cuando les comenté el disparate, los más aplicados me dijeron que les pareció una broma.

La “calidad” de la enseñanza consiste, a partir de la LOGSE, en evitar el fracaso escolar y esto, a su vez, en que el porcentaje de alumnos suspensos sea lo más bajo posible. El profesor exigente (o sea, ecuánime) no llegará a la segunda evaluación sin que suenen las alarmas del delegado, del tutor, del jefe de estudios, de la Inspección, de la Asociación de Padres y de la opinión pública en general. Obviamente, la mayoría de los profesores no son dechados de virtud ni mártires de la causa, sino personas normales que procuran no complicarse la vida. Ahora con virus y antes sin virus demasiado hacen y demasiado poco se lo agradecen.

La pandemia ha introducido la teleenseñanza: total (durante el confinamiento), parcial (durante las restricciones). Hace años que estoy retirado de la docencia por lo que no puedo hablar de su práctica de primera mano. Sin embargo, resulta evidente, de segunda mano, que esta modalidad tiene por desgracia serias limitaciones.

La primera es que cualquier enseñanza a distancia requiere un profesorado formado en unos métodos y procedimientos especiales. He sido profesor tutor del antiguo INBAD (Instituto Nacional del Bachillerato a Distancia), autor de libros de texto del CIDEAD (Centro para la Innovación y Desarrollo de la Educación a Distancia) y profesor asociado de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia). Puedo afirmar modestamente que conozco el tema. No funciona una clase magistral a través de videoconferencia. Incluso con cuidados paliativos, aburre letalmente. Ni enviar toneladas de adjuntos temáticos y decirle al alumno que consulte las dudas: requiere un esfuerzo insuperable por ambas partes… que acaban por mirar a otro lado. Tampoco sirve dictar apuntes y aclararlos sobre la marcha (es como si dictaras la guía telefónica con molestas interrupciones) o subrayar el libro de texto a través de la pantalla (debería ir contra los derechos humanos). Ni enviar las soluciones de los ejercicios, problemas, test, textos y, en general, de las actividades de análisis de aplicación. Al tercer día el alumno, abrumado por tanta información no sabe cómo manejarla, se pierde como perro sin amo y se rinde. Tampoco son eficaces los trabajos sobre algún apartado de la Unidad porque el alumno los copia y pega sin recato de internet o los fusila de algún colega. Eso sin entrar en los procedimientos de evaluación, misión imposible, aunque, dadas las circunstancias, sería un mal menor.   

La segunda limitación es que tampoco el alumno presencial está preparado para recibir este tipo de teleenseñanza: son niños, adolescentes, jóvenes que necesitan estar en contacto vivo con amigos y enemigos. Con la pandilla, con los conocidos de otros grupos y cursos. Los chicos con las chicas tienen que estar: es evidente que detrás de la pantalla esto no es posible por muchos mensajes y fotos picantes que se envíen a través de las redes sociales. Antes de dos semanas echan de menos las clases de toda la vida. La necesidad de verse, saludarse, tocarse, empujarse, abrazarse, magrearse… vence la monotonía machadiana de tiza y pizarra, de lluvia tras los cristales.

La tercera se refiere a los medios. Las consejerías de educación autonómicas no disponen de los recursos didácticos de las potentes plataformas digitales que precisa la enseñanza a distancia (CIDEAD, UNED). Además, no todos los alumnos tienen un soporte informático apropiado: un ordenador con procesador rápido de datos e imágenes y memoria suficiente; ni disponen de una conexión a internet por cable o, como mínimo, ADSL. En esas condiciones, las videoconferencias no son posibles, la imagen se detiene, la voz suena con retardo o se corta. Al final se cuelga. Eso sin contar con los alumnos más vulnerables que no tienen ninguna de las dos cosas.

domingo, 4 de abril de 2021

El liberalismo en tiempos de pandemia

 

Se hace saber que Maquiavelo ha muerto. Hace tiempo que se acabó la autonomía del lenguaje político. La política está supeditada a la economía. El cambio comenzó el 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas, tras la peligrosa convulsión de las bolsas y las inversiones masivas en seguridad, y se agudizó a partir de la crisis de 2008, cuando, esta vez sin tapujos, los poderes económicos (las entidades bancarias, el capital financiero, la industria armamentística, las multinacionales, las tecnológicas) dejaron claro quiénes eran los reguladores del poder político y sus propios desreguladores. Tras el caos neoliberal y sus consecuencias ruinosas, el Banco Central europeo y la Reserva Federal norteamericana inyectaron cuantiosos fondos a las maltrechas economías nacionales, pero a cambio de dictar a quién, cómo, dónde y cuándo… así como las condiciones de la devolución. La Acrópolis y el Museo del Prado estuvieron a punto de acabar en Alemania. 

En el siglo XXI, el contrato social se ha invertido. Excepto en nuestro país, donde no se ha superado la división entre las dos Españas y el arquetipo del franquismo sobrevuela la conciencia colectiva, la mayoría de los ciudadanos europeos o norteamericanos votan por motivos económicos y el resto del programa electoral es secundario (aunque motivo de broncas colaterales). Pasado el trámite de las elecciones (que sólo sirven para divertirnos la noche de los resultados) las promesas (bajar los impuestos, subir las prestaciones) son meros trampantojos tras los cuales hay un sofisticado ejercicio de ingeniería financiera que, como mal menor, te deja como estabas; o permanecen en coma hasta el día del juicio final.

El Estado del bienestar ha sufrido un vuelco irreversible. La Unión Europea se ha reflejado en el espejo cóncavo del otro lado del Atlántico. Hasta los más aguerridos defensores de la democracia representativa han acabado por asumir que los derechos humanos son el andamiaje y el aceite lubricante del liberalismo puro y duro, es decir, la superestructura de los mercados. La socialdemocracia se ha quedado en los huesos. El universalismo ético, con sus proclamas periódicas en beneficio de la humanidad y la protección del planeta, se ha convertido en la caja de resonancias de la ONU, mientras se ha impuesto la globalización económica, es decir, la expansión planetaria del sistema de producción capitalista. El ocaso de las ideologías no ha procedido de la ciencia, como anunciaron los tecnócratas, sino del modelo mercantilista poscrisis. Al revés, el imparable progreso de la ciencia, de las tecnologías de la comunicación ha sido el instrumento que ha hecho posible un sistema único que funciona en tiempo real a escala planetaria. Este es el significado del término “libertad” para los liberales actuales. El lema es: O esto (el mal) o la libertad.

El concepto de libertad, por tanto, se ha distanciado definitivamente de los valores ético-políticos del genuino pensamiento liberal (estoy pensando en Stuart Mill) que además de defender las libertades civiles primarias (de pensamiento, conciencia y expresión), sostiene la autonomía crítica del individuo como sujeto constituyente, la creatividad como iniciativa personal en todos los ámbitos vitales y la supeditación del legítimo interés individual a la utilidad general (la mejor acción es la que produce la mayor felicidad para el mayor número). La función social de estos valores, según Mill, es impedir la masificación de la opinión pública como factor nivelador y un espacio propicio a la falsedad, la intolerancia ideológica, la tiranía de las mayorías, la mediocridad cultural, el despotismo de las costumbres y la falta de conciencia cívica… En otras palabras, los liberales actuales son muy poco liberales.     

El paradigma neoliberal, deteriorado, exacerbado en tiempos de pandemia, ha mutado de nuevo. En realidad, se han cumplido las predicciones de Stuart Mill. Ahora la política, además de economicista, se ha desentendido abiertamente, sin complejos, de la ética, de la ciencia y de la lógica. La mayoría de los relatos del liberalismo puro y duro son discursos y recursos falaces: pueden ser puntuales, tener un período limitado de vigencia (por ejemplo, ser útiles para una sola intervención parlamentaria); se cierran sobre sí mismos sin ningún vínculo objetivo con la realidad: solo buscan consolidar el beneficio electoral y no la solución de un problema; no es la necesidad sino la opinión del partido lo que hay satisfacer. El que lo lanza puede ser consciente del dislate, construido por aviesos asesores, pero la mentira forma parte del juego; su función es crear un estado emocional directo, impactante y duradero. El mecanismo del relato no es la información sino la interiorización. Con frecuencia se rebusca algún aspecto positivo pero marginal de un asunto en sí mismo perverso (por ejemplo, el cambio climático) para después exagerarlo hasta oscurecer o desvirtuar su contenido objetivo. Una vez puesto en circulación el relato debe ser respaldado sin fisuras, aunque esté probado que es falso, malintencionado o contradictorio. Un mínimo rastreo de sus fuentes hace que se derrumbe como un castillo de naipes. Sus propuestas son generalistas, infundadas, vida líquida que no puede cristalizar. También son descalificaciones generales que, inversamente, exigen soluciones firmes en 24 horas. Su especialidad es la atribución de falsas causas o falsos efectos. En ocasiones, recurren al victimismo (incluso a la provocación o al insulto) para eludir los propios desmanes. A veces, se trata de validar ad hominem un planteamiento dudoso cuyo punto de partida es la soberbia o el narcisismo. O se confunde apariencia y realidad al magnificar la figura de un político mediante la conversión de la superficialidad en seriedad campechana. El relato es demagógico, populista y su finalidad última es engañar, crispar y vender humo. Pongan ustedes mismos los ejemplos más evidentes de algunos de los relatos que nos envuelven. Extenuante.

jueves, 25 de febrero de 2021

Pantallazos de pandemia

 

Durante la pandemia el uso de pantallas con conexión a internet se ha multiplicado en proporción directa al número de contagios, ingresos, UCIS, etc. Gracias a su potencia virtual hemos sobrevivido al tedio del confinamiento, cercos perimetrales y encierros varios. Les cuento.

Mi radio despertador-reproductor wifi se activa a las nueve de la mañana con alguna de las arias que grabaron los tres tenores, por ejemplo, Nessun dorma interpretada por Luciano Pavarotti. En la mini pantalla puedo ver la hora, la fecha, la temperatura la humedad relativa y la presión atmosférica; hay más iconos, pero no los entiendo; el manual de instrucciones tiene 300 páginas y no puedo con él ni en el retrete (perdón, inodoro). Cuando acaba el aria, el dispositivo se conecta con el resumen de noticias de Google que escucho en este orden: el tiempo, deportes, sucesos, política y pandemia.

Estoy jubilado, por lo que no tengo que unirme a ninguna plataforma de teletrabajo que, según dicen los empleados del hogar, te obliga a echar más ladrillos a la carretilla por el mismo precio. Normal: una oficina de interacción virtual es más lenta que una presencial. Cuando operas en una plataforma de empresa siempre hay uno que te pone en cola melódica, otro se escaquea y sugiere que vuelvas mañana, otro no abre el correo o no contesta, otro se ha ido a desayunar, otro tiene la semana libre, el jefe está reunido… En términos de la teoría de la comunicación hay demasiado ruido entre emisor y receptor.

Algunos colegas que han impartido clases on line durante el confinamiento me han comentado que es una experiencia parecida al bachillerato a distancia. Libro de texto, apuntes complementarios y actividades; después consultas y correcciones. Los exámenes son trabajos tipo máster URJC. Mucha apariencia y poca sustancia. Menos de un tercio cumple (sobresalientes), la mayoría calla y escucha (notables y bienes), los demás en ignorado paradero (aprobados).

En mis últimos años de docente tuve la oportunidad de trabajar en el aula con una pizarra digital. Pantallazo. Al comienzo del curso llegó al centro sin pedirla (si la pides nunca llega) una partida de diez unidades desde la sección de equipamiento escolar de la Comunidad de Madrid. Son un complemento excelente para cualquier asignatura (obviamente para algunas -como idiomas- más que para otras). Es cierto que retrasan la programación de contenidos, pero permiten introducir esquemas propios o importados, vistosas presentaciones y todo tipo de información audiovisual: por ejemplo, abrir en YouTube La aventura del pensamiento y escuchar las explicaciones de Fernando Savater sobre Nietzsche o la única grabación con audio y video de Ortega y Gasset (tiene voz de pito).

Mientras desayuno café con leche, una tostada (antes me tomaba tres) con mantequilla y mermelada, zumo de naranja y un plátano, me observa la cámara de vigilancia de la alarma del pasillo acristalado que se conecta a internet mediante una tarjeta SIM incorporada al panel de control del sistema. Se supone que mientras no se producen incidencias la cámara está en espera. Otra pantalla: desde una aplicación de la empresa de seguridad puedo acceder desde cualquier lugar del ancho mundo al interior de mi casa para ver si algún fantasma ha cogido de mi mesilla Fortunata y Jacinta. O si puedo grabar alguna psicofonía en mi despacho. Con tantas medidas descarto que algún okupa se cuele en vacaciones.

Después me siento en el sofá del salón a leer la prensa digital en mi IPad Air. Hay que reconocer que los inventos de Apple son buenos, bonitos y caros. Estoy suscrito a un par de diarios. Me interesan sobre todo las noticias insólitas, algunas colaboraciones muy concretas, los informes de ambos bandos sobre la Guerra Civil, informática de divulgación, monedas virtuales, las majaderías de algunos políticos y la prensa futbolera. Posiblemente será por la edad, pero los espectaculares desnudos o semis de las famosas de moda, influencers y modelos me han dejado de interesar. Sexismo a tope. No acabo de entender por qué ciertas bellezas de moda se empeñan en presumir de feministas. Obviamente su cuerpo es suyo… y con algo hay que pagar el dúplex de Ibiza. De política solo me interesan las noticias que apuntan a una refundación del PP, de su fusión con Ciudadanos para formar un partido liberal de verdad, libre del pasado, que pacte con un PSOE socialdemócrata libre del lastre que lo hunde en la miseria… lo cual es más difícil de resolver que la ecuación de Fermat. Del covid poco, sólo aquellas noticias que vagamente confirman mi teoría de la conspiración: que el virus (natural o artificial) se escapó de un laboratorio tras infectar a un investigador que al acabar su turno se fue a comer fideos a los puestos callejeros de un mercado de animales y se convirtió en la primera bomba biológica. Me paso una hora más o menos mareando la perdiz.

Luego, abro mi portátil HP Pavilion. Me conecto por cable al puerto Ethernet que va del descodificador al router. Necesito una velocidad de descarga alta para bajarme un montón de videos e imágenes desde la nube al ordenador. Después borro la carpeta de origen porque cualquier día me bloquean mi espacio por exceso de datos o intentan que pague para ampliarlo. Cuando termino, me distraigo escribiendo de todo un poco, para el blog (sobre la tecnocracia, por ejemplo), para mí (poesía mística), para mi nieta (cuentos de pastorcillos). Entro finalmente en mi muro de Facebook para enterarme de qué se cuece entre amigos, conocidos y antiguos alumnos. Mi participación es totalmente pasiva. Soy bastante asocial en las redes y lo siento. ¿Por cierto, cuántas pantallas van ya?

A la una me voy a pasear una hora por el barrio y aledaños con mascarilla, gel, gafas empañadas y gorra. Es el momento de mi reloj inteligente con tecnología de red. Sólo lo uso para que me muestre en pantalla la distancia que recorro y el mapa del trayecto. Muy útil para buscar una calle o para jugar a no entrar o salir de las zonas perimetradas. Cuando juegas al golf, mide la distancia desde donde reposa la bola hasta la bandera del hoyo. Soy tan malo que sólo lo miro por curiosidad (¿Qué haría aquí Jon Rahm?).

Luego la nada. No veo los telediarios, prefiero oír las noticias por la radio. Comida y siesta. En pandemia las tardes a las tardes son iguales. Dedico una hora a repasar mis libros y apuntes de la Alliance Française donde estuve matriculado cinco cursos. Lo completo con una nueva pantalla: el libro electrónico. Lo uso exclusivamente para leer novelas en francés. Adoro a mi viejo Sony, descatalogado, pero con las mismas prestaciones que los actuales, conexión a internet incluida para comprar o bajarte libros; incorpora un diccionario de idiomas (los actuales sólo incorporan un diccionario de la RAE). Tiene la ventaja impagable de que cuando quieres saber el significado de una palabra solo tienes que marcarla con el dedo y a pie de página te aparece su significado con un enlace a sus usos y expresiones más frecuentes. Ahora estoy leyendo La Peste de Camus. Es demasiado actual. Lo disfrutas, pero lo sufres.

Sobre las seis de la tarde me voy con mi mujer (más bien su marido) al Club de Campo a dar una vuelta rodeados de aire puro y de árboles. Filomena ha hecho estragos. Al llegar, me fijo en el cuadro de mandos de mi coche: una pantalla multicolor con un montón de comandos y funciones (la mayoría no las uso o las desconozco); tiene una conexión wifi, un navegador GPS y un receptor Bluetooth para utilizar tu móvil en manos libres.    

A eso de las ocho, cuando volvemos del paseo vespertino, mi mujer decide a veces hacer un bizcocho. Con su flamante Thermomix último modelo con pantalla web incorporada, se conecta a la página Cookidoo TM6 de recetas donde puede elegir el bizcocho de su vida y seguir las instrucciones de pesos y medidas con precisión matemática.

Del smartphone ni hablo (además ya he hablado). Lo miramos cada cinco minutos. Sugiero título para que el Seminario de Lengua y Literatura de un centro público, concertado o privado organice un concurso de redacción: un día sin móvil, diario de un náufrago.

Por último, la madre de todas las pantallas, la televisión. Tarde de series y fútbol. Por la noche, después de cenar, película. Y poco más. A no ser que conserves un telesaurio, todas tienen conexión de internet a las principales plataformas de streaming. En las televisiones de última generación ultra HD, 4-8K se ve la realidad mejor que la realidad (o sea, nos presentan un mundo que no existe). Cuando entran en un museo, destrozan. En las próximas generaciones, los primeros planos van a ser tan perfectos que va a desaparecer el color. Absurdo y kitsch.

Si fuera un experto en inteligencia artificial seguramente podría llenar un tomo con todo tipo de pantallas. Como no es el caso, me planto.

(En mis frecuentes horas de insomnio pienso que la pantalla en todas sus variantes es el soporte material de la primera fase de la triada del espíritu absoluto sin Hegel: internet, los visitantes de las estrellas y el reencuentro con Dios).

viernes, 19 de febrero de 2021

Defensa del sentido común

 

El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, como creía Descartes; pero lo utilizamos de forma discontinua y eso nos pierde. En realidad, es el mejor remedio para casi todas las quimeras que nos envuelven. No es fácil de explicar: utilizamos el sentido común en la mayoría de las circunstancias. Normalmente nos guiamos por el principio de identidad, contradicción y tercero excluido. Consideramos que una cosa es la misma y no otra, que no es posible a la vez una cosa y la contraria o que no se puede afirmar que una cosa es verdadera y también la contraria. La realidad se ordena cómodamente si los respetamos.

Pero en un momento determinado el sentido común comienza a parecernos aburrido (y más en tiempos de encerrona), insuficiente (la verdad gusta de ocultarse) o poco fiable (las apariencias engañan) por lo que decidimos cambiar de lógica y apartarnos de sus saludables principios. Ese es el momento en que, al revés de lo que pensamos, nos convertimos en personas vulnerables, en víctimas de la insensatez del populismo político, de la crispación y el ventilador, de los delirios de profetas tóxicos, de las ocurrencias virtuales de los señores de la red (influencersyoutubers, memeros), de la recurrencia de tertulianos falsarios, del auge de famosos insustanciales, de los mistificadores de las ciencias y las letras y todo un elenco de famosos del deporte, de la gente guapa y del desnudo mercenario. Al final caemos en la trampa y acabamos participando de la impostura. 

Sus relatos (otra palabra de moda) no son tan complejos, no hace falta recurrir a la filosofía ni al método científico para desmontarlos. Basta con observar atentamente para descubrir el truco.

Mi teoría es que estas desviaciones del sano sentido común, es decir, de los hechos, se deben a que vivimos en una sociedad inundada de imágenes narcisistas, de constelaciones construidas por aquellos que en vez de mirar a las cosas mismas se miran al ombligo: son las sombras proyectadas en la pared que contemplan los prisioneros encadenados de la Caverna de Platón. Al final, nos convertimos en partícipes de la impostura. ¿Hace falta poner ejemplos? Nuestra mente funciona en clave narcisista: perdemos la identidad personal y nos convertimos en un montón de etiquetas autoimpuestas. Según el disfraz, aceptamos mensajes incompatibles (de una contradicción se sigue cualquier cosa); admitimos que las certezas de hoy son contrarias a las de mañana. Nos convertimos en actores de un inmenso teatro de máscaras. Al final los raros son las personas normales.   

Tres frases radicalmente opuestas al imaginario narcisista: Yo soy el que soy de la Biblia, conócete a ti mismo de Sócrates, La educación, misión imposible de Sigmund Freud.

martes, 16 de febrero de 2021

Arquetipos 2. La picaresca pandémica

 

Otro arquetipo nacional es el pícaro. La picaresca es uno de los grandes géneros de la literatura española del Renacimiento y del Barroco. La Celestina, La lozana andaluza, Rinconete y Cortadillo, El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, Marcos de Obregón, El Buscón… Son las figuras más conocidas, pero hay muchas másSe trata de un personaje de baja condición, astuto, ingenioso y de mal vivir (RAE).

El pícaro tiene su escalón superior en el arquetipo de El Trickster o El embaucador, un personaje anómico cuya intención es demostrar desde la sorna, el disimulo o el bromazo que es posible saltarse alegremente las leyes para mostrar hasta qué punto son vulnerables e incluso ridículas. A su vez, el embaucador hunde sus raíces en el arquetipo de El rebelde, el paradigma moral que piensa que las normas se han hecho para no ser cumplidas.

Admitámoslo. Somos pillos por naturaleza. Tiene que haber un gen que desde hace más de cinco siglos nos invita irremediablemente a saltarnos la ley a la torera. Hecha la ley, hecha la trampa; las normas están para no cumplirlas y podríamos seguir con una retahíla de dichos populares sobre el asunto. Porque... ¿hay algo más nuestro que hacer de la capa un sayo?

La figura del pícaro en nuestro país abarca una constelación inagotable de ejemplos; por razones obvias voy a centrarme solo en algunos casos de la picaresca pandémica.   

Para empezar, la cantidad y cualidad de personajes públicos que se han buscado la vida (nunca mejor dicho) al margen de los protocolos establecidos por las autoridades sanitarias (una frase que ha empezado a inflarse hasta el hartazgo). Un par de altos prelados han decidido que todavía no tienen prisa por ir al cielo, y puesto que como en casita no se está en ninguna parte (o sea, en el palacio episcopal), lo mejor es recibir cuanto antes los pinchazos: después de todo, como dijo Santo Tomás, el derecho a la vida es el primer precepto de la ley natural que la razón descubre sin esfuerzo. Y si alguien no entiende algo tan simple se le pide perdón y asunto concluido. También un alto dirigente de las Fuerzas Armadas consideró que preservar en su persona la cadena de mando es anterior a cualquier consideración normativa. Más picotazos. Lo cierto es que si el ilustre soldado se vaporiza tras cesar, cual es el caso, no pasa nada; se nombra al siguiente de la lista y a otra cosa.

Como en el infierno de Dante, desfilan empavonados los políticos de campanario: alcaldes que aprovechan los viales “que han sobrado” para vacunarse junto con su mujer, hijos, asesores y chofer. Incluso nos hacen un favor, según ellos: no vamos a tirar el dinero a la basura. Más de lo mismo: ciertas autoridades sanitarias que trabajan en un cómodo despacho a años luz de la primera línea contra el covid se han levantado la manga con el pretexto de que “son la pirámide” del sistema sanitario. Manda huevos. Mientras, en los hospitales muchos médicos esperan la primera dosis.  

Pero ahí no acaba la cosa: leo en la prensa digital que se han multiplicado en el Internet oscuro sitios web que ofrecen contra reembolso en criptomonedas vacunas contra el virus. Al cambio te piden algo más de cien euros (a ver si picas, tampoco te venden la poción mágica de Asterix). El Ministerio del Interior español afirma que por el momento no tiene constancia de que se hayan producido demasiadas transacciones. Me imagino un encriptado laberinto de matrix. Me creo el comunicado: la gente que circula por la darknet es todo menos tonta y los pocos incautos que se topan con la mina (un doble sentido) no se fían de las vacunas, ni de las verdaderas ni de las falsas. Para mí que el chanchullo está más bien en el trapicheo con los bitcoins que en los remedios de botica. Por cierto, los contratos de la Unión Europea con las grandes farmacéuticas, la recepción y distribución de los pedidos, incluso las garantías de seguridad y eficacia no parecen a primera vista todo lo traslúcidas que prometían…           

En el confinamiento agudo, nos hemos partido de risa con la explosión de memes contándonos las argucias para burlar el encierro. Algunos alquilaban al perro, entre veinticinco y cincuenta euros la hora. En Palencia, una persona fue sorprendida sacando un perro de peluche. Otros se paseaban media mañana con la barra de pan bajo el brazo. Muchos iban a la tienda del barrio veinte veces: primero la leche, luego la fruta, más tarde los yogures, al final el queso y el jamón (en el mejor de los casos). Con frecuencia el tique era de cincuenta céntimos o menos, hasta que las cajeras pusieron el grito en el cielo. O el bucle de las idas y venidas a la farmacia, al cajero o al estanco con el morral vacío; final de trayecto, media vuelta y al revés. El propio Mariano se saltaba el confinamiento para ponerse en forma.

Los fines de semana pies en polvorosa: papeleo alegando obras inaplazables en la segunda residencia firmadas por un distante maestro de obras, salvoconductos laborales a golpe de Photoshop, certificados del cuñado médico sobre allegados minusválidos a orillas del mar, trámites notariales en sábado… Resultado: caravanas de coches con el bicho a cuestas y madrileños recibidos a pedradas en la plaza del pueblo.     

Otra variante lucrativa de la picaresca es la venta on line de máquinas de ozono cuya efectividad no está probada, vaporetas para desinfectar la ropa que crean aerosoles virales, túneles de desinfección por nebulización que carecen de respaldo oficial, lámparas de rayos UV sin eficacia demostrada y potencialmente peligrosas… Y todo un surtido de complejos vitamínicos, inocuos en el mejor de los casos.   

Por no hablar de las mascarillas. Primero los chinos timaron al Ministerio de Sanidad vendiéndole excedentes de mascarillas no homologadas. Era como si te ataras un colador en las narices. Luego las farmacias nos timaron a todos. Primero no había, luego nos colocaron las chinas a precio de oro, después muy caras, ahora caras. Por cierto, es increíble la cantidad de modelos: milla de oro fashion a juego con el pañuelo y los botines, patrióticas, deportivas, luctuosas, LGBT, etc. También se acapararon y revendieron especulativamente guantes, geles hidro alcohólicos o pantallas. Lo más raro que se ha visto es a un tipo disfrazado de dinosaurio en modo EPI. Medalla de plata para otro ciudadano con casco de buzo.

Otro tema son los bares y pubs que, a pesar de estar fuera del horario, permiten el acceso a clientes vip, como en la ley seca; después cierran puertas y ventanas para hacerse invisibles. Terrazas de los bares petadas, botellón en locales, macro fiestas en chalés, cumpleaños feliz en pisos, barbacoa en azoteas, discoteca en locales comerciales…

Echamos de menos el timo de la estampita, del tocomocho o del nazareno en versión covid. Todo se andará.

lunes, 15 de febrero de 2021

Superseniors

 

Superseniors somos un grupo mixto e igualitario (las golfistas han ganado los torneos en tantas o más ocasiones que sus rivales masculinos) de más de treinta socios jubilados del Club de Campo que compartimos desde hace años, además de amistad y compañerismo, nuestra común afición al golf, una pasión no siempre correspondida, como sabe cualquiera que practique este increíble deporte. Posiblemente el swing de golf sea uno de los misterios más insondables del planeta. Cuentan las crónicas de El Club de Campo que en un ProAm (partido de entrenamiento previo a los premios donde un profesional juega con tres amateurs de buen nivel, normalmente gente famosa) Severiano Ballesteros cansado de escuchar la cantinela de uno de sus acompañantes, un político que no daba una a derechas: Hoy estoy fuera de swing, le espetó impertinente: No estás ni dentro ni fuera porque para eso primero hay que tenerlo. El propio Seve, al final de su gloriosa carrera lo perdió. Era algo patético verlo consultar a los profesores del club sobre cómo subir y bajar el palo… Es conocida la anécdota de aquellos dos pastores escoceses (ahora que se juega The Open) sentados delante de la chimenea después de recoger al ganado en el aprisco.

- He visto a unos de la ciudad que se han inventado un juego nuevo. Le dan con una garrota a una bola varias veces hasta que se paran y vuelven a empezar.

- Y cómo dices que se llama el juego.

- No sé, pero todo el tiempo dicen lo mismo: ¡Mierda!

Después de las Navidades, sacamos del maletero nuestros carritos, bolsas y aparejos, muchos a estrenar después de Reyes, para enfrentarnos de nuevo al campo de tres maneras: las salidas informales, las competiciones y los premios.

Las primeras son el golf nuestro de cada día. Normalmente jugamos nueve hoyos. A las diez por el diez, fue uno de los lemas favoritos. Durante la mañana se formaban los partidos en función de las afinidades y horarios. Ahora hay que reservar por internet. Algunos salen temprano, otros a media mañana y a última hora los trasnochadores. Tampoco jugamos a diario por decreto ley: los hay prácticamente fijos, los “temporeros” que vienen con más o menos frecuencia, los simpatizantes e incluso los mirones que llegan a medio día recién duchados para saludar al respetable, seguir algún partido y dar clases magistrales desde la barrera. Cuando concluimos los nueve hoyos nos reunimos en la cafetería para comentar las incidencias, exagerar los golpes buenos (bolones) y justificar los malos (rabazos). Contamos batallitas, que para eso somos jubilados, arreglamos el mundo sin demasiada convicción y nos tomamos muy en serio el aperitivo. Unos llegan y otros se van sin dar tiempo a que las sillas se enfríen. Así, poco a poco va pasando la mañana.

Celebramos al año seis competiciones como mínimo y cuatros grandes premios: el de Primavera, el de Verano, el de Otoño y el de Navidad. Son el momento de jugar al golf en serio, con partidos organizados según hándicap, salidas por el tee del uno, árbitro en cada partido y tarjetas firmadas al terminar. Jugamos según el sistema de puntuación Stableford. En esta modalidad de juego, cada hoyo puntúa con relación al par: 1 punto por el bogey, dos por el par, tres por el birdie y cuatro por el eagle. Ya no vale relajarse, colocar la bola en la hierba alta con el cuento de comprobar si es la mía o darle una patadita para salir del bosque a la calle. Como en el chiste: ¿Cuántos golpes te apunto, Felix?, le pregunta su marcador al listillo. Par, dice sin dudar. ¿Cómo par, te hemos contado nueve? ¿Bueno, pues impar?

A medida que los años pasaban (y pesaban) algunas reglas se han ido suavizando. Cada vez es más frecuente la siguiente conversación entre dos viejos compañeros de partido:

- Has visto donde ha caído mi bola. Cada vez veo peor.

- Sí, pero ya no me acuerdo.

Tanto en las competiciones como en los premios jugamos dieciocho hoyos por el recorrido principal. Cada vez somos más los que recurrimos al cochecito eléctrico o buggie. Utilizamos un sistema propio de formato unificado que se basa en la variación de los hándicaps según los resultados obtenidos en competiciones y premios. Esta modalidad permite a los miembros del grupo competir en igualdad de condiciones, divertirse y ganar los trofeos sea cual sea su edad, condición física o nivel de juego. Un ejemplo: cuando un jugador llega a hándicap 40 puede elegir salir de barras rojas en los hoyos que considere oportuno. Además, en cada competición y premio se reparten puntos a los nueve mejores: el primero se lleva 10 puntos, el segundo 9 y así hasta el noveno que obtiene solo 1; la suma crea una clasificación individual y en Navidad el que más puntos tiene es proclamado “Jugador del Año”.

De los cuatro premios, por razones obvias el más entrañable es el de Navidad. Se juega, como todos, por el recorrido principal, en función de las salidas que nos autoriza el club. Al día siguiente se celebra la comida de socios, en realidad de viejos amigos, a la que asisten los jugadores y jugadoras que se han batido con ardor deportivo por las calles del uno, los simpatizantes y cónyuges. Poco a poco van llegando al bar de la casa club. Allí les espera el fundador del grupo, que como siempre ha sido el motor del evento y ha echado unas cuantas horas en su ordenador para cerrar los resultados de la competición: clasificación, variaciones del hándicap, historial, estadísticas, gráficos… Al amor de la copichuela servida en la barra, los jugadores comentan los datos, recuerdan las incidencias más jugosas, las anécdotas divertidas o heroicas, el azar y lo inevitable, lo general y los detalles. Los ganadores reciben las enhorabuenas por anticipado y todos las felicitaciones navideñas con los mejores deseos para el nuevo año.

Los cámaras oficiales, móviles ahora, se esmeran en agrupar a los participantes según diversos criterios: el grupo completo, los más jóvenes y los de más edad (sólo aplicable a los varones), las señoras, los últimos ganadores o las nuevas incorporaciones. Antes, algunos voluntarios se han ocupado de preparar según su experiencia la distribución más adecuada de los comensales en el reservado del restaurante con vistas al campo, para dar buena cuenta del menú.

Entonces, Enrique, con la colaboración de los otros demás miembros de la Dirección dan la bienvenida a todos y muestra con detalle los trofeos que se entregarán durante la comida. Explica las novedades más relevantes que afectan al grupo y echa un vistazo al estado de las cuentas. Después presenta a los nuevos socios que se han incorporado y recuerda a los que no están o nos han dejado. Antes de comenzar se entregan unas placas conmemorativas a los que han cumplido los ochenta (¡en ocasiones los noventa!). A continuación, comienzan a circular las viandas y las copas de vino. En plena faena, entre platos, suena la campanilla. Es el momento de la entrega de trofeos: al ganador absoluto, a la salida más larga puesta en la calle del hoyo 14 y a la bola más cercana a la bandera del hoyo 11. La costumbre es que el último ganador elija el trofeo en liza y lo entregue, como en el Master de Augusta. Aplausos, abrazos, más fotos y bromas del respetable. Finalmente se procede a la popular rifa para los que no han conseguido ascender al podio. Por último, queda el trofeo de consolación al forrabolas, el último clasificado del torneo, un detalle simpático que se acepta gustosamente (aunque la procesión va por dentro).

Tras los postres y el trasiego de la caja de bombones, obsequio del ganador, los movimientos inquietos de los comensales de un lado para otro de la mesa rectangular, suena la campanilla por última vez para anunciar la clausura del acto. Es el momento de las despedidas… hasta el día siguiente puesto que muchos volverán por la mañana a compartir bolsa y carrito en las salidas del club.

Hace tiempo, exageraba un conocido periodista: “Quién no tiene su página web personal no es nadie. Un sitio en la red en el que contar al ancho mundo dónde vive, cómo es su familia, cuál es su profesión, su coche o su mascota”. Superseniors dispone desde sus orígenes ¡hace veintidós años!, de una estupenda página web creada y mantenida con una dedicación encomiable por su fundador. Es, sin duda, la historia más completa y el mejor testimonio vivo del grupo. Su consulta es indispensable para todo aquel que quiera conocernos. Vedla en www.superseniors.co.uk

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P.D Ni siquiera lo más crudo de la pandemia, el confinamiento, consiguió apartar al grupo de Superseniors de su afición al golf. En primer lugar, había que mantenerse en forma. Nada de rendirse sin condiciones al sofá y a las series de la tele. Había que rescatar del trastero las mancuernas, las bandas elásticas, la bicicleta plegable y otros aparatos para hacer ejercicio en seco, incluso la comba. Los que tenían jardín instalaron una red de golf para entrenar con bolas de verdad y chipear en un cubo de plástico; otros practicaron en la azotea con bolas huecas o afinaron su putt en la alfombra. Como mínimo cincuenta swings al día en la terraza. Tampoco podían faltar las lecciones de repaso en YouTube, algún libro olvidado de Niklaus, el estudio de los medidores de distancias o el canal de golf de Movistar.

A la una, videoconferencia abierta por Skype para charlar con los colegas que quisieran sumarse, tomar un vino en buena compañía y escuchar las expertas opiniones de los galenos del grupo sobre el complejo equilibrio entre la bolsa o la vida. También los divertidos memes de golf por WhatsApp y los correos con estudios científicos nos ayudaron a sentirnos más optimistas e informados. Por fortuna la incidencia del virus en los miembros de Superseniors ha sido mínima. Sin duda lo más importante.

Por fin, durante la reapertura del club en la fase 1 pudimos volver a los verdes campos del honor, aunque con limitaciones (¿os acordáis): respetar el laberinto de indicaciones para entrar o salir, guardar una distancia de dos metros en las calles, no darnos las manos, no tocar más que nuestra bola, no utilizar los rastrillos en los bunkers ni quitar las banderas, los hoyos con tope, buggies individuales o con la señora (no siempre recomendable) y al acabar largarse cuanto antes empapados de hidrogel. Era la época de las mascarillas chinas, despedidas a codazos, saludos a la japonesa o caballeros de la mano en el pecho. Una cosa quedó clara tras la vuelta: salir por amarillas no tiene nada que ver con sacudir con el hierro siete a una manta vieja en el garaje. Otro misterio insondable del golf. Poco a poco fuimos recuperando los vicios olvidados de nuestro swing de siempre y a disfrutar.  

A principios de enero Madrid fue abatido por Filomena, la gran nevada que causó estragos irreparables en nuestro querido Club y dejó consternados a todos los amantes del golf como nosotros. El campo quedó muy afectado. Muchos de sus hermosos árboles, su defensa natural contra los que realmente retan al recorrido, se han perdido para siempre.

Pero la vida de Superseniors sigue. Los equipos han reanudado sus salidas semanales con más o menos regularidad. Siempre bajo la amable supervisión de la Secretaría de Golf que nos reserva un tramo del horario de salidas, se han celebrado cuatro competiciones para poner a prueba nuestro maltrecho hándicap (aunque luego no fuera para tanto), aunque no hemos celebrado ningún premio hasta este otoño seguido de la tradicional comida en el restaurante del Club para entregar los trofeos a los vencedores y, sobre todo, para estar de nuevo juntos para siempre, como dice la canción.

¡Espectacular! ¡Viva el golf y la madre que lo inventó!