domingo, 27 de marzo de 2011

Política en familia


A petición reiterada de algunos miembros de mi familia extensa, rompo mi silencio sobre temas políticos, no tanto por sentirme inseguro del suelo que piso, ya que jamás he renegado de esta dimensión de la condición humana, sino por un alejamiento consciente de ciertas miserias de la vida nacional (sobre todo) e internacional (un amplio bocado de lo que Borges llamaba la historia universal de la infamia).

Ante la acusación cariñosa que me arrojan mis parientes de tendencia a la especulación gaseosa, de indefinición y falta de compromiso, sólo puedo anunciar que lo que sigue es el grado más alto de concreción que me permito (no pienso, por tanto, hablar de la sucesión de Zapatero, ni de otras profecías propias de una tertulia). No obstante, sentado en un confortable restaurante los viernes por la noche, tras dos Martinis con ginebra antes de hojear la carta, puedo abrumar con mis ocurrencias a un politólogo experto. Sólo tenéis que invitarme por si me siento inspirado esa noche.

Comienzo, pues, con mis habituales tipologías que tanto os divierten (aplicación de la famosa regla de análisis del método cartesiano) y hacen que me llaméis “inteligente” (si realmente lo fuera no llevaría encerrado en las aulas más de treinta años).
La idea que trato aquí de cocinar es que la actuación del político profesional es tortuosa y turbia al estar condicionada por tres instancias de decisión copertinentes: la separación entre ideología y práctica, los poderes fácticos y la ética social.

En primer lugar, hay que distinguir entre filosofía social (las ideas de los pensadores sobre la sociedad civil), ideología (los planteamientos teóricos de un partido) y práctica (la actuación efectiva de los políticos). El hilo conductor entre las tres, que debería ser sólido y consistente, es cada vez más delgado (una de las claves de la miseria política)... si es que la costura no se ha roto de una vez por todas. La última vez que la clase política dedicó un minuto a los clásicos fue cuando cursaba la carrera de sociología o derecho. Eran los viejos tiempos de aquellos manuales: el Touchard, el Sabine, el Giner, el Ebenstein

Además, los ideólogos están cada vez peor vistos por los partidos. Sólo sirven para redactar el programa electoral y ya se sabe lo embarazoso que resulta, pues fatalmente siempre queda ancho o estrecho y la única solución es ignorarlo.
Y a los políticos situados en el vértice de la cadena alimentaria les crece la nariz cada vez que tocan ciertos principios, no digo ideológicos sino lógicos. ¿Quién puede entender que la izquierda tome medidas ultraliberales y la derecha sea intervencionista?

Pero la gente no vota por razones ideológicas, sino por intereses más prosaicos que afectan directamente a su bolsillo. Por tanto, lo único que cuenta es satisfacer las demandas del voluble electorado. Este es el primer supuesto de la democracia representativa: “el votante siempre tiene la razón” (algunos políticos pregonan incluso que los votos redimen a cargos inculpados en graves causas judiciales).

Asimismo, a los aprendices de brujo de la base militante no les conviene hacerse preguntas, pues en cualquier iglesia pensar es malo y además no conduce a nada, excepto a que el neófito no salga de chusquero.
Los únicos partidos que se atreven a proponer alto y claro sus contornos ideológicos son los que conforman el entramado de la llamada “izquierda real”: comunistas a salvo de la quema, ecologistas verdes por fuera y rojos por dentro (como las sandías), ácratas recalcitrantes, grupos antisistema; obviamente no aspiran a gobernar y su sinceridad es una fuente constante de votos (o sea, de poder y de dinero).

En segundo lugar, a esta altura determinada de los tiempos nadie duda de que quienes realmente detentan el poder no son los políticos sino el capital industrial y financiero. La gran recesión o depresión actual (crisis, un término eufemístico, inventado por la banca) ha sido causada por las especulaciones descontroladas de los magos del dinero. Curiosamente, según parece, ellos son el problema y también la solución.

Los partidos socialdemócratas (el centro izquierda) han desaparecido del mapa de la “Europa de los ciudadanos”. Los únicos políticos “que tienen credibilidad” son los conservadores, la derecha, o sea, los gestores eficientes de los intereses del capital: gobiernan porque hacen lo que cumple a los mercados y no hay más cera que la que arde. Por eso los ciudadanos, que conocen la vieja farsa, votan a la derecha para que los poderosos les oigan y se dignen crear puestos de trabajo en condiciones leoninas. Primero vivir, después filosofar.

En tercer lugar, nada que objetar a la separación radical entre ética y política. Ya me he referido a esta escisión constitutiva en otra entrada del blog. Unas son las reglas de la ética y otras las de la política. Es más, un político que orientase su actividad por la ética sería un mal gestor de la cosa pública, un dirigente contrario a los intereses del Estado. Un político de casta debe aparentar ser ético, y, si es posible, serlo por razones políticas, pero en ningún caso tomar la moralidad por norma o criterio de la acción.

Querida familia, próxima y lejana, ¿Os hacéis ahora una idea más precisa de cuáles son mis ideas políticas? ¿De a quién voy a votar en las próximas elecciones? Sí… Pues ya sabéis más que yo.

1 comentario:

  1. Me hace cierta gracia que te escondas un tanto descaradamente, pero en eso consistía precisamente la cosa.De tus opiniones políticas personales no dices, por supuesto, nada, aunque ya advertían tus parientes de tu tendencia a la especualción "gaseosa". Es cierto, por lo demás, que ética y política son esferas radicalmente heterogéneas y casi irreductibles la una a la otra. Quien se dedica a la política, por muy bienintencionado que sea, acaba devorado y fagocitado por la mecánica misma inscrita en el poder. Quien verdaderamente detenta el poder,en de verdad decisorio, en los niveles más altos,todos lo sabemos, y tú lo dices bien claro. Pero hay políticos que tienen sus cuotas y parcelas de mangoneo y dominación y además se lo creen.Arruinado ya definitivamente el mito de la revolución, en el que nadie en el fondo cree porque todo el mundo está, a poco que se hurgue, bastante satisfecho de sí mismo y nadie dispuesto a renunciar a sus comodidades", ¿qué cabe hacer, sino aburrirse o permanecer como mero espectador de la feria del mundo?

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