¡Qué dolor!, por un descuido
Micifuz y Zapirón
se comieron un capón,
en un asador metido.
Después de haberse lamido
trataron en conferencia,
si obrarían con prudencia
en comerse el asador.
¿Le comieron? No señor.
Era caso de conciencia.
se comieron un capón,
en un asador metido.
Después de haberse lamido
trataron en conferencia,
si obrarían con prudencia
en comerse el asador.
¿Le comieron? No señor.
Era caso de conciencia.
Samaniego
Un proyecto de bar à chats (bar de
gatos) ha sido anunciado en Junio de este año y abierto al público el 21 de
Septiembre en el barrio parisino de Marais.
La propietaria, Margaux Gandelon, según sus palabras,
una apasionada de la cocina y los gatos, se ha inspirado en los nekocafés
japoneses (neko es gato) para ofrecer a los parisinos un concepto
original del tiempo libre. Entre los japoneses se comprende la novedad, gente acostumbrada a vivir en
bloques impersonales donde se prohíbe tener mascotas y un tercio sin nadie a quien
sobar el lomo. ¿Pero los afables y amistosos galos?
El lema de Margaux es: "Ven a mi
rincón, siente el olor del pan, come algo y luego intercambia un poco de
cariño con los gatos". Pero, por supuesto, se trata de algo más: d’une
mode à la française; y como tal conlleva una filosofía de la cultura y una
concepción del hombre. No podía ser de otro modo.
Al atardecer, el bar abre sus puertas y en medio de un
mobiliario de lance, mesas y sillas redondas, cartas del menú, música new
age, luces neutras y almohadones lisos, se deslizan sobre sus mullidas
zarpas doce mininos.
Tras la puerta de entrada, junto a los retratos de las
estrellas con bigotes, un cartel anuncia las reglas del juego:
- No coger a los gatos contra su voluntad.
- Dejarlos en paz si duermen.
- No molestarlos con juegos violentos o ensayos de
aprendizaje.
- No acaparar a uno durante mucho tiempo.
- Prohibido darles de comer.
- No se alquilan ni se venden.
Los clientes, mientras toman una copa o degustan una tapa, incluso cuando cenan, pueden mimar, jugar o contemplar al clan de los doce. Lo dijo Víctor Hugo: "Dios creó al gato para proporcionar al hombre el placer de acariciar a un tigre". Unas
camareras se ocupan a la vez de humanos y felinos que pasan la tarde en amena
sociedad (le chat, mon prochain). Y, por supuesto, se habla de gatos: su
individualidad, independencia, carácter hermético. Se repasan mitos y leyendas,
su fama de sensuales y malignos. Arquetipos de la belleza animal. También su lugar en las civilizaciones a lo
largo de la historia. Unas discretas cámaras vigilan que los fanáticos no se
pasen y los michos no arañen.
Según cuenta la propietaria del bar, la Sociedad
Protectora de Animales “phare de la lutte animal en France” debía
encargarse de “facilitar” el proyecto, pero por razones no aclaradas, se
desenganchó. Los gatos, finalmente, fueron cedidos por otras asociaciones
defensoras de la causa una vez que aprobaron el proyecto y tuvieron garantías
del trato.
La financiación es también peculiar: los futuros
clientes, reclutados por Internet, adelantan un dinero que recuperarán en
posteriores visitas al bar en condiciones especiales. Un sistema denominado crowdfunding.
Todo un hallazgo, según la patrona.
Pero, sigue Margaux, no se trata de un proyecto “todo
gato”, sino que se busca más bien crear un ambiente íntimo, relajado, familiar.
La decoración sin presunciones, la comida casera, las afinidades electivas, las
mascotas domésticas, conforman un conjunto integrado de relaciones primarias.
La idea (le déclic), no demasiado nueva, es que vivimos en una sociedad
en la que predominan los grupos secundarios de carácter laboral, pero los
grupos primarios (familia, vecinos de toda la vida, amigos, conocidos,
compañeros, pandilla, colegas de bar y partida de mus), aunque minoritarios,
son los que realmente nos importan. El café à chats intenta construir una prolongación del hogar, un entorno "egointegrador" relacionado con el intercambio de afectos, intimidades y vivencias. Se trata de ofrecer a sus visitantes “un refuge temporaire à la jungle parisienne”; y, por supuesto, las especialidades de la casa: chocolat chaud, fondue de fromage, quiche lorraine o l’assiette de crudités.
A esto se suma que
los franceses adoran a los animales. Acogen como uno más de la familia a
cualquier especie de la escala evolutiva: tortugas, serpientes, micos,
ardillas, loros, alpacas, kinkajús… Según demuestran los informes
sociográficos, hay en calles, parques y jardines cada vez más mascotas y menos
niños. Habría que remontarse a la civilización egipcia, donde se consideraba al
“miou” un animal sagrado, para encontrar una veneración similar. Otros temas
de discusión, continua la dueña, son el bienestar de los animales
(le bien-être des animaux), sus derechos “naturales y sociales” y los
beneficios de la convivencia mutua.
También hay una ética gatuna detrás del proyecto. Los seguidores afirman que el ronroneo produce efectos saludables. Se trata de la "Ronronterapia". Veterinarios y expertos franceses en conducta animal aseguran que el contacto corporal y la vibración
sonora del gato desencadenan en nuestro cerebro la secreción de endorfina, la
hormona de la felicidad. Uno de los peligros de la ronronterapia es su carácter
adictivo, por lo que es preciso seguir un proceso de iniciación “sistémico”.
Emerge, pues, en París una boyante industria cultural: revistas, libros, vídeos, iluminación doctrinal y clases prácticas. Hay incluso varias escuelas
de ronronterapia con principios y pautas “considerablemente distantes”. Para
una, existe “una unidad esencial” entre el hombre y el animal que es preciso
potenciar. Para otra, es una meta irrenunciable profundizar en la “simbiosis cultural” entre
ambos. Para la tercera, más radical, el enigma de la vida se
resolverá cuando el hombre desaparezca de la Tierra y deje en paz a los
animales... De acuerdo, aceptamos "gato" como animal de compañía: todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore.
Pero las críticas han empezado a llover en Internet: la Fundación Bardot reprocha al proyecto la “cosificación” (la
conversión en objeto o mercancía) de los gatos. Este concepto marxista torna
con fuerza al mundo animal (¿qué pensaría don Carlos si levantara la cabeza?). La presidenta de la Fundación no duda en sentenciar que "se puede, por supuesto, querer más a un gato que a un hombre: el hombre es el animal más horrible de la creación". Secuelas quizás de sus cuatro matrimonios y otras causas perdidas. La Asociación Stéphane Lambert va más allá y habla directamente de degradación:
relación puramente mercantil, exilio del suelo natal, experimento dudoso y prostitución
felina (los bares de gatos recuerdan en ciertos aspectos a una casa de citas).
En fin, chacun à
son goût, cada uno a su gusto, algo decididamente francés. Serán los
ciudadanos de la república quienes sostengan la última palabra en esta sinfonía
concertante de voces y maullidos.
Ayer por la tarde, al
acariciar al gato de mi vecina en la rellano de la escalera, me ha venido a la
memoria involuntaria el extraordinario relato de terror de Algernon Blackwood, Antiguas
brujerías; la historia de un pueblo de la Francia profunda dejado de
la mano de Dios –nunca mejor dicho- cuyo hilo conductor es la enigmática frase
“À cause du sommeil et à cause des chats”. No se lo pierdan, aunque no
sea la lectura más adecuada para un bar à chat parisino.
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Mi reconocimiento expreso al artículo de
Gwendolen Aires, Le premier “bar à chats” de Paris ouvre ses portes
samedi, publicado en el diario Libération el 19 de Septiembre de 2013
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