Un primer tiempo de acoso y derribo. El atleti no tocaba bola. Zarandeados por el Bayern y con uno a cero en contra, cuando el turco pitó penalti a un desmadrado Giménez (para mí, los agarrones de siempre y poco más, ¿lo hubiera pitado al revés?) confieso que hice cuentas con los dedos: nos van a endosar un 3-0… ¡en el primer tiempo! Acariciaba por momentos el plan B: ha sido un éxito llegar hasta aquí, nada que reprochar, veremos la final tranquilos, aún queda la liga y adiós muy buenas. Pero no. En la cancha estaban los mejores arqueros del mundo y lo siguiente fue un paradón de Oblak que dio una tregua al partido. El Allianz Arena enmudecio y la luz se hizo. El esloveno fue el mejor de los veintidós y el atleti un bloque compacto, armado atrás, en el que resulta difícil destacar a un jugador. Los periódicos franceses se despepitan por su paisano de Borgoña, Antoine Griezmann, el segundo delantero del atleti, por el gol que vale una final. L'Équipe enumera con nombres y apellidos los enfants de la Patrie que estarán en Milán (entre entrenadores, titulares, suplentes y utilleros) incluida la última perla cultivada por el Cholo, el marsellés Lucas Hernándes. ¡Los irreductibles galos son así, hay que aceptarlo!
Hablemos de Pep. Por muchas críticas que reciba de propios y extraños (más de los primeros), la verdad es que ha creado una monstruo, una máquina de fútbol ofensivo muy difícil de parar. Antes o después te parten la cara. Llegó el gol en una falta al borde del área que con toda honestidad no lo fue. Defensor y atacante meten la rodilla a la vez y el muniqués se cae (o se tira) por inercia. El disparo rebota en la barrera que se mueve (el error) despista al portero y adentro. Mala suerte. Después de todo (sumas fabulosas, bufandas teológicas, crónicas tendenciosas) el fútbol no es más que un juego. El uno a cero de la primera parte no estaba del todo mal si tenemos en cuenta lo que ocurrió sobre un césped regado sólo en el medio campo colchonero para que el balón corriera a mil por hora. Parecía una representación futbolística del sitio de Numancia por Escipión el Africano.
En el descanso Simeone pensó lo que todo el mundo: o metemos un golito o nos echan a patadas (o ambas cosas). Quitó a Augusto que no había salido del área pequeña en cuarenta y cinco minutos y entró el correcaminos Carrasco para estirar al equipo con los peloteros teutones desbravados en la lidia. Cambió el naipe y vinieron los mejores momentos rojiblancos: el pase al primer toque, el gol suplicado, el resultado de casa. Luego el penalti a Torres. Visto varias veces hay que reconocer, nobleza obliga, que la falta se cometió fuera del área. Falló el niño, que nunca debió tirarlo porque estaba como una moto (aunque como decía aquel sabio tibetano, A c… vistos, macho). Seguro que Juanfran lo habría clavado como en la tanda del Eindoven. En este punto, al borde de un ataque de nervios, como las mujeres de Almodóvar, cogí el sombrero, el bastón y la radio y me perdí por las calles solitarias. En la pantalla gigante del primer bar vi el dos a uno del Bayern. No sé qué es más suplicio, quedarte en casa o largarte. El resto me lo ha contado mi hijo que lo pasó fatal pero goza de unas saludables arterias veinteañeras.
Lo cierto es que estamos en Milán. Rumennigge, delantero con dos balones de oro y presidente ahora del Consejo Directivo del Bayern tuvo que comerse con chucrut y cerveza sus palabras despectivas hacia el juego del atleti. Lleva razón Simeone cuando afirma que propone un fútbol para ganar y no para complacer a nadie. Se podría añadir que el anti-tiki-taka es el único sistema posible para enfrentarnos a los grandes expresos europeos con unas plantillas cuajadas de estrellas cienmillonarias; equipos que nos triplican en presupuesto y a los que además favorece la UEFA en los sorteos. Al final, Rummenigge dijo que se sentían estafados por el árbitro. Pero en el gol de Griezmann no hay fuera de juego… si es que se refería a eso.
Por fin qué voy a decir de Simone en esta crónica apresurada: genio y figura hasta la sepultura. Como se me han agotado los elogios voy a permitirme una crítica constructiva: algunas cosas no me gustaron, el empellón sin venir a cuento a su delegado por no sacar rápido el cartel del cambio; el bochinche por la simulación de Lewandowski ante su ojos llameantes (otro cienmillonario que se las tuvo tiesas con Godín los noventa minutos); gestos desmedidos y cabreos. No es de recibo que se pase la mitad de la temporada en la grada con el pinganillo a cuestas. Ya de jugador le perdían sus prontos y venaques. En fin, cada cual es cada cual y sus cadacualidades. La comparecencia tras el partido fue genial como siempre. Es un psicólogo de primera: todo lo que larga beneficia al equipo. Por ejemplo, no dice que preferimos al United antes que al tercer Goliat. Halaga a los rivales, habla bien de todo el mundo, divierte y confunde a la prensa voraz (como Luis Aragonés que estará disfrutando de lo lindo en el cielo). El Cholo se explica, matiza, sentencia verdades como un filósofo griego a pesar del desliz geográfico con el que expresó el concepto futbolero de la angustia: En Barcelona lo pasamos muy mal y también en Bayern.
Continuará (espero).
Continuará (espero).
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