lunes, 18 de abril de 2011
Tres cuentos de terror 2. Los sauces enanos
El escritor inglés Algernon Henry Blackwood (1869-1951) es uno de los grandes creadores del relato de terror. Sus cuentos se apartan de las clásicas historias de fantasmas y se inspiran en la fascinación que nos produce una naturaleza prehumana, poblada de espíritus ancestrales y misterios insondables.
Para entender su concepto de naturaleza hay que remontarse a los albores de la conciencia mítica e incluso antes, a un cosmos primordial en el que las fuerzas elementales vagan a sus anchas sin que todavía otros seres y otros dioses irrumpan perturbadores en sus vastos dominios; cuando por fin esto ocurre, estas fuerzas extrañas son hostiles a la raza humana, a la que consideran usurpadora de ciertos espacios prohibidos. Por suerte, los espíritus elementales subsisten en mundos paralelos, aunque a veces –y este es el núcleo del cuento- resurgen ciertas ventanas ocultas…
En mi opinión, el mejor relato de Blackwood es El Wendigo, una obra maestra del género en la que se juega con el tema recurrente de una realidad aparte; sin embargo, aquí no ocuparemos de otra de sus memorables creaciones, Los sauces.
Dos jóvenes amigos, expertos aventureros, uno inglés y otro danés, se disponen durante el mes de Julio a recorrer el Danubio en canoa desde sus fuentes hasta la desembocadura en el Mar Negro. La historia comienza, más o menos, a mitad del camino, con una evocadora descripción del paisaje que nos introduce de lleno en el misterio.
Después de atravesar Viena y mucho antes de llegar a Budapest, el Danubio penetra en una región singularmente desierta y desolada, donde sus aguas se esparcen y ensanchan, faltas de un único cauce principal, transformándose la planicie en un pantano de millas y millas de extensión, cubierto por un vasto mar de sauces enanos. En los mapas de gran tamaño aparece esta área desierta pintada de color azul suave que se va difuminando a medida que se aleja de las orillas del río; y en ella se puede leer, en letras grandes muy separadas, la palabra Sümpfe, que significa marismas.
En las grandes crecidas del río, todas esta enorme extensión de arena, pedruscos e islotes cubiertos de sauces, es casi arrasada por las aguas, pero normalmente los arbustos se mecen y susurran bajo el viento y ondean al sol sus hojas plateadas en la llanura siempre inquieta y de fascinante belleza. Estos sauces nunca alcanzan la dignidad de árboles; sus troncos no son rígidos; quedan en humildes arbustos de copa redondeada y suave contorno, que se cimbrean sobre sus tallos gráciles en respuesta a la más leve insinuación del viento; flexibles como espigas y siempre agitados, dan la impresión de que toda la llanura se mueve y está viva.
Los dos jóvenes se adentran a toda velocidad en las marismas del Danubio, un territorio agreste y uno de los parajes más desolados del cauce medio del río. A pesar de las advertencias inquietantes de las autoridades húngaras deciden mantener su proyecto.
La primera señal de alarma que perciben es la sensación aplastante del poder inmenso de la naturaleza; de la insignificancia del hombre en esta inmensa llanura de aguas desbordadas que anegan un desierto de sauces enanos. El ulular de las masas arbóreas movidas por el viento semeja un canto coral de tonos amenazantes.
Los nuevos avisos confirman la evidencia interior de estar rodeados de riesgos impredecibles; perciben, sobre todo, la nítida advertencia del agua y de los árboles por haber hollado un lugar donde no son bien recibidos.
Con las sombras de la noche comienzan a manifestarse los signos del error cometido: una masa negra, parecida a una nutria gigante gira sobre sí misma en medio del rio mirándoles con ojos de fuego. Una barca fantasma recorre la otra orilla con una silueta indefinida a bordo que les hace señas.
Tras acampar en medio del río en una isla arenosa poblada de sauces, los acontecimientos internos y externos se precipitan. Se vislumbran destellos antinaturales en el aire, fugaces torbellinos recorren la noche sin rumbo. La calma más impenetrable es seguida de ráfagas ensordecedoras. La isla cambia sus contornos. Los sauces no parecen estar en el mismo sitio. La unidad espiritual de los amigos, necesaria para afrontar el desafío, comienza a romperse. La desconfianza y la inquina se abren paso.
Se impone la revelación de que las fuerzas elementales que les acechan utilizan los sauces para salir de su dimensión y hacerse presentes. Pero lo más aterrador es la total seguridad de que las fuerzas primordiales, aunque todavía no han dado con ellos, los buscan; que el ataque fatal se producirá a través de la mente y que si lo consiguen serán arrastrados a un destino peor que la muerte… A partir de este momento comienza una noche espantosa e interminable, la historia del combate renovado, pero siempre desigual, entre los dioses y el hombre.
Ya hemos dicho más de lo debido. Sería imperdonable privar al lector del placer de esta historia insuperable con la exposición de tan extraños sucesos y su sorprendente final. No obstante, no me resisto a incluir otro texto ambivalente en el que los seres ominosos, que utilizan los sauces para manifestarse, se deslizan en el espejo, entre mágico y alucinado, de la mente de uno de los protagonistas.
Lejos de sentir miedo estaba poseído de una sensación de asombro y maravilla como nunca he conocido. Era como si estuviese contemplando la personificación de las fuerzas elementales de esta región primitiva y encantada. Nuestra intrusión había despertado y activado los poderes del lugar. Éramos nosotros la causa de la perturbación; mi cerebro se llenó hasta rebosar con las historias y leyendas de espíritus y deidades que habitan ciertos lugares de la historia. Pero, antes de poder llegar a ninguna posible explicación, algo me impulsó a salir completamente al exterior [de la tienda de acampar] y me arrastré por la arena, poniéndome por fin en pie. El suelo estaba aun caliente bajo mis pies desnudos; el viento me abofeteaba el cabello y la cara; y los sonidos del río llegaron a mí como un súbito bramido. Yo sabía que estas cosas eran reales y mis sentidos funcionaban normalmente. Y, sin embargo, las figuras seguían elevándose al cielo desde la tierra, silenciosa, majestuosamente, en una gran espiral llena de gracia y fuerza que me sumergió por fin en un profundo y auténtico sentimiento de adoración. Sentí que tenía que caer al suelo y adorar, adorar por completo.
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