lunes, 20 de junio de 2011

Claves del pop art 1. El caso de Rita Pavone


Gillo Dorfles, Nuevos ritos, nuevos mitos

El caso es muy conocido (y ha sido examinado y analizado con notable agudeza por numerosos autores, como Roberto Leydi, Grazia Livi o Umberto Eco); se trata de una muchachita (1963, el momento de su éxito más sostenido) que, tras un largo aprendizaje artístico, al parecer promovido y apoyado por sus padres, llegó casi repentinamente a la cumbre del éxito, un éxito indiscutible que se extendió por toda Italia con rapidez fulmínea y desbordó las fronteras nacionales (Argentina, Estados Unidos).

¿A qué se debió este éxito? Evidentemente no sólo a una hábil publicidad; tampoco a razones de costumbres (buenas o malas), de escándalos, de una intensa vida amorosa (sólo se habló en su momento de un difuso novio de Rita), ni a la protección de las altas esferas, tampoco a episodios particularmente novelescos en su vida (el drama de una abuela abandonada fue rápidamente olvidado por el público).

Rita Pavone es una chica (ragazza) de dieciocho años que aparenta por lo menos tres años menos, extremadamente grácil, delicada, inconsistente, vestida con modestia, no teñida, carente –y este es el aspecto más interesante- de todo “encanto femenino”. O por lo menos de ese encanto insustancial que se ha hecho paradigmático a través del tipo de la superdotada física; aunque también de cualquier otro encanto (como podría ser el de Audrey Hepburn o Jeanne Moreau). Es más, el físico de la muchacha es decididamente desagradable por esa indeterminación sexual que la asemeja casi a un muchacho hipoevolucionado sexualmente.

Tampoco podría hablarse de un tipo romántico: nada hay de sentimental en sus actitudes, que con frecuencia están entre lo brusco, lo descuidado y lo juguetón. Y eso no es todo, sino que –según lo que nos dice Grazia Livi- también la inteligencia de la muchacha parece muy modesta: sus contestaciones son triviales, su mímica ineficaz, cierta pseudosofisticación de la dicción (una americanización de la pronunciación) resulta frívola y carente de gracia…

Se derrumban frente a este caso todas las categorizaciones que han sido planteadas por los diversos investigadores de la sociología del gusto, y que con excesiva facilidad y generalizaciones absurdas han convencido con frecuencia a los lectores, de, por ejemplo, la manida “mercantilización de la persona humana", de la que habla Günther Anders a propósito de la “mujer mito”.

No es este el caso, el make up, que convierte a la mujer (y tanto más a la diva) en un “objeto”, en el icono de una mercadería cualquiera. Nada hay del ideal sexual encarnado por los mitos de Marilyn Monroe o Sofía Loren. La Pavone se presenta en el escenario más descuidada aún que “en privado”, normalmente con una camisilla de cuello alto, falda escocesa, tacones bajos, ausencia de maquillaje.

Lo que llama, en cambio, inmediatamente la atención de la performance, de la interpretación de Rita Pavone, que deja sin aliento incluso al espectador más distante y sofisticado, que trastorna hasta el delirio al grupo de adolescentes que la idolatran, “el éxito Pavone”, no es, a mi modo de ver, como quisiera Umberto Eco, el ansia por el amor no correspondido o la opción entre el baile gimnástico y el “baile del ladrillo (matonne)” con funciones eróticas latentes, que presentan los problemas de la adolescencia de una forma genérica y fácilmente asimilable, sino la increíble y estupefaciente impetuosidad de la emisión sonora: el canto es estridente, ya agudo, ya sombrío, pero siempre apabullante por su fuerza e ímpetu, por su caudal imparable de voz, por su ausencia de vacilaciones. Así, este canto insospechado, una masa de voz impensable en una criatura tan menuda, es amplificado y se torna sobrehumano por la presencia del micrófono. Resumiendo: sorpresa, cantidad del estímulo, prepotencia sonora, contraste con la debilidad del personaje, grácil, no prefabricado, no mercantilizado, no mitopoetizado, sino al contrario: común, rústico, descuidado.

No cabe duda de que al público joven, en su constante necesidad de identificación con el héroe, se le sirva este caso en bandeja: la heroína es una enjuta muchacha, no bella, desprovista de características étnicas específicas (no tiene tipo “latino”, pero tampoco exótico o nórdico). Así, la mayoría podría convertirse en Rita Pavone; las cualidades –las no cualidades- que no le han impedido sobresalir y distinguirse, pueden ser las de cualquiera, lo cual constituye un notable motivo de identificación.

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