viernes, 20 de abril de 2012

Disculpa, se trata de un malentendido


Philip Roth (1933), Pastoral americana

Luchas contra tu superioridad, tu trivialidad, procurando no tener unas expectativas irreales sobre la gente, relacionarte con los demás sin una sobrecarga de parcialidad, esperanza o arrogancia, lo menos parecido a un carro de combate que te es posible, sin cañón ni ametralladoras ni un blindaje de acero con un grosor de quince centímetros. No te acercas a ellos en actitud amenazante, sino que lo haces con tus dos pies y no arrancando la hierba con las articulaciones de una oruga, te enfrentas a ellos sin prejuicios, como iguales, de hombre a hombre, como solíamos decir, y sin embargo siempre los malentiendes. Los malentiendes antes de reunirte con ellos, mientras encuentras el momento del encuentro; los malentiendes cuando estáis juntos, y luego, al volver a casa y contarle a alguien el encuentro, vuelves a malentenderlos. Puesto que, en general, lo mismo les sucede a ellos con respecto a ti, todo esto resulta en verdad una ilusión deslumbradora carente de toda percepción, una asombrosa farsa de incomprensión. Y no obstante, ¿qué vamos a hacer acerca de esta cuestión importantísima del prójimo, que se vacía del significado que creemos que tiene y adopta en cambio unos significados ridículos, tan mal pertrechados estamos para imaginar el funcionamiento interno y los propósitos invisibles de otra persona? ¿Acaso todo el mundo ha de retirarse, cerrar la puerta y mantenerse apartado, como lo hacen los escritores solitarios, en una celda insonorizada, creando personajes con palabras y proponiendo entonces que esos seres verbales están más cerca del ser humano auténtico que las personas reales a las que mutilamos a diario con nuestra ignorancia? En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos. Tal vez lo mejor sería prescindir de si acertamos o nos equivocamos con respecto a los demás, y limitarnos a relacionarnos con ellos de acuerdo con nuestros intereses. Pero si usted puede hacer eso… en fin, es afortunado.

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