En los albores del hombre surgieron los primeros signos del nombrar constituyente de las cosas; surgen también en los balbuceos del niño que aprende la lengua materna y en la disputa del escritor con las palabras, el poeta.
Para el escritor, la lucha por la vida se juega en el lenguaje. Sabe muy bien que la verdad gusta de ocultarse y cuanto más valiosa es la palabra más difícil resulta de entender. El decir relajado y común se extravía en la evidencia. La experiencia ambigua o misteriosa se transforma en convención, normalidad, hábito… El auténtico lenguaje literario nada tiene que ver con los usos correctos, las reglas gramaticales o la competencia del hablante.
Navegar en la corriente fácil del discurso, dice Adorno, es para el escritor la señal inequívoca del fracaso: sabe lo que quiere porque sabe lo que el otro quiere. Sólo lo que no precisa ser comprendido resulta comprensible. La simplicidad de la expresión, la pureza engañosa del estilo, la descripción trivial de las cosas, alumbran el fraude. Es sabido que la industria cultural promueve una literatura de digestión fácil y sin sobresaltos, por más que el estrépito de la acción o la magnitud del drama aneguen las páginas.
Insiste Adorno, el lenguaje cotidiano no es neutral, ni siquiera en las formas más gentiles: La propia amabilidad del habla supone una participación en la injusticia al dar a un mundo frío la apariencia de un lugar en el que todavía es posible hablar con los demás. Y concluye con una mirada heroica: para el escritor la soledad no quebrantada es el único estado en que aun puede dar pruebas de solidaridad. La visión trágica del lenguaje.
Para mí el paradigma de la visión trágica del lenguaje, transfigurada, es la poesía de Baudelaire. En otra entrada me atreví a traducir y comentar el soneto Á une passante. Hoy me he decidido por otra de las flores del mal.
Obsession
Grands bois, vous m'effrayez comme des cathédrales;
Vous hurlez comme l'orgue; et dans nos coeurs maudits,
Chambres d'éternel deuil où vibrent de vieux râles,
Répondent les échos de vos De profundis.
Je te hais, Océan! tes bonds et tes tumultes,
Mon esprit les retrouve en lui; ce rire amer
De l'homme vaincu, plein de sanglots et d'insultes,
Je l'entends dans le rire énorme de la mer.
Comme tu me plairais, ô nuit! sans ces étoiles
Dont la lumière parle un langage connu!
Car je cherche le vide, et le noir et le nu!
Mais les ténèbres sont elles-mêmes des toiles
Où vivent, jaillissant de mon oeil par milliers,
Des êtres disparus aux regards familiers.
Les Fleurs du mal, pièce LXXIX
Obsesión
Grandes bosques, me aterrorizáis como las catedrales:
Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,
Estancias del duelo eterno donde vibran viejos estertores,
Contestan los ecos de vuestros De profundis.
¡Yo te odio, Océano! Tus vaivenes y tumultos,
Mi espíritu los halla en mí mismo; esa risa amarga
Del hombre vencido, lleno de sollozos y de injurias,
Los escucho en la risa inmensa del mar.
¡Como me cautivarías, oh noche! sin esas estrellas
En las que la luz habla un lenguaje conocido!
Pues busco el vacío, y lo negro, y lo desnudo!
Pero las tinieblas son en sí mismas lienzos
Donde habitan, tras surgir de mis ojos por miríadas,
seres desaparecidos a las miradas familiares.
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